Centenario del nacimiento de Wislawa Szymborska
Cuando se refería al Premio Nobel de Literatura que recibió en 1996, lo mencionaba como “la hecatombe” que la obligaba a responder cartas y ocuparse de las cuentas del banco. El domingo 2 de julio se cumplieron cien años del nacimiento de la poeta polaca Wislawa Szymborska. En Libro de arena la recordamos con un recorrido por algunas entrevistas, comentarios del Diario de Poesía, y algunos de sus poemas.
Por María Pía Chiesino
A pesar del dinero del Nobel que la transformó en millonaria, Wislawa Szymborska siguió viviendo en un barrio de monoblocks de Cracovia, decidida a mantener su intimidad. “Primero, no me gusta hablar de poesía. Segundo, no me gusta hablar de Wislawa Szymborska, es decir, de mí. Tercero, no me gusta hablar de política. ¿Qué nos queda? Puedo hablar con ustedes de animales, de plantas, un poco del amor y un poco de la amistad. ¿Qué quieren tomar? ¿Coñac o martini?”
En su juventud le tocó atravesar la ocupación nazi y el comunismo. Por eso, decía, se había acostumbrado a viajar poco, y no conocía otra lengua que la polaca.
En el número 40 de la revista Diario de Poesía (que se publicó en Buenos Aires, Montevideo y Rosario entre Junio de 1986 y Mayo de 2012, se publicaron algunos poemas de la reciente ganadora del Nobel de Literatura, junto a una breve reseña biográfica que se refería a Szymborska como a un enigma. Una poeta de lectura obligatoria en las escuelas polacas, que se definía a sí misma como observadora y comentarista de los hechos, políticos o cotidianos. De todas maneras, no se encontraban declaraciones “de coyuntura” de la poeta.
En la misma entrada, hay un artículo de Czelaw Milosz (traducido por Mirta Rosenberg), en el que afirma que el Nobel de Szymborska “confirma el lugar de la “escuela polaca de poesía”, y que más allá del triunfo personal que significa, lo fundamental es que “el lenguaje de esa poesía es el lenguaje de un país donde se perpetró el crimen del genocidio en una escala masiva”.
Para Milosz, ella escribe en el lugar de aquellos poetas que empezaron a escribir durante la guerra y no sobrevivieron a la masacre. Agrega que en su fase de madurez, tiene una mirada apocalíptica acerca del futuro y de la condición humana, y que finalmente, busca la salvación por medio del arte.
Años después, ella misma afirma que la política se impone en su poesía, como cuando en “Fotografía del 11S”, se concentra en el instante de la foto en la que se ve a una persona que se arroja al vacío, y lo condensa en el instante poético.
Cerramos este recuerdo de Wislawa Szymborska con algunos poemas.
Un gato en un piso vacío
Morir, eso no se le hace a un gato.
Porque qué puede hacer un gato
en un piso vacío.
Trepar por las paredes.
Restregarse entre los muebles.
Parece que nada ha cambiado
y, sin embargo, ha cambiado.
Que nada se ha movido,
pero está descolocado.
Y por la noche la lámpara ya no se enciende.
Se oyen pasos en la escalera,
pero no son ésos.
La mano que pone el pescado en el plato
tampoco es aquella que lo ponía.
Hay algo aquí que no empieza
a la hora de siempre.
Hay algo que no ocurre
como debería.
Aquí había alguien que estaba y estaba,
que de repente se fue
e insistentemente no está.
Se ha buscado en todos los armarios.
Se ha recorrido la estantería.
Se ha husmeado debajo de la alfombra y se ha mirado.
Incluso se ha roto la prohibición
y se han desparramado los papeles.
Qué más se puede hacer.
Dormir y esperar.
Ya verá cuando regrese,
ya verá cuando aparezca.
Se va a enterar
de que eso no se le puede hacer a un gato.
Irá hacia él
como si no quisiera,
despacito,
con las patas muy ofendidas.
Y nada de saltos ni maullidos al principio.
Elogio de mi hermana
Mi hermana no escribe versos.
y dudo que empiece de repente a escribir versos.
Lo sacó de mi madre, que no escribía versos,
y de mi padre, que tampoco escribía versos.
Bajo el techo de mi hermana me siento segura:
el marido de mi hermana por nada en el mundo escribiría versos.
Y aunque esto suene a obra de Adam Macedonski,
ninguno de mis parientes se dedica a escribir versos.
En los cajones de mi hermana no hay viejos versos,
ni recién escritos en su bolso.
Y cuando mi hermana me invita a comer
sé que no es con la intención de leerme sus versos.
Sus sopas son exquisitas sin premeditación
y el café no se derrama sobre sus manuscritos.
En muchas familias nadie escribe versos,
pero si lo hacen, es raro que sea sólo una persona.
A veces la poesía fluye en cascadas de generaciones,
creando peligrosos remolinos en sus mutuos sentimientos.
Mi hermana cultiva una buena prosa hablada,
y toda su escritura son postales de sus viajes
con textos que prometen lo mismo cada año:
que cuando vuelva,
me contará todo,
todo,
todo.
Fotografía del 11 de septiembre
Saltaron de pisos ardientes hacia abajo—
uno, dos, todavía unos más,
más arriba, más abajo.
La fotografía los retuvo en vida
y ahora los conserva
sobre la tierra, hacia la tierra.
Cada uno se muestra íntegro
con su rostro particular
y la sangre oculta.
Todavía alcanza el tiempo
para que se esparzan los cabellos
y de los bolsillos caigan
las llaves y el dinero.
Aún están al alcance del aire,
lugares que
justamente ya se abrieron.
Solo hay dos cosas que puedo hacer por ellos—
describir aquel vuelo
y obviar la última palabra.
(Traducción de Gerardo Beltrán y Abel Murcia)
Estoy demasiado cerca
Estoy demasiado cerca para que él sueñe conmigo.
No vuelo sobre él, de él no huyo
Entre las raíces arbóreas. Estoy demasiado cerca.
No es mi voz el canto del pez en la red.
Ni de mi dedo rueda el anillo.
Estoy demasiado cerca. La gran casa arde
Sin mí gritando socorro. Demasiado cerca
para que taña la campana en mi cabello.
Estoy demasiado cerca para que pueda entrar como un huésped
que abriera las paredes a su paso.
Ya jamás volveré a morir tan levemente,
tan fuera del cuerpo, tan inconsciente,
como antaño en su sueño. Estoy demasiado cerca,
demasiado cerca. Oigo el silbido
y veo la escama reluciente de esta palabra,
petrificada en abrazo. Él duerme,
en este momento, más al alcance de la cajera de un circo
ambulante con un solo león, vista una vez en la vida,
que de mí que estoy a su lado.
Ahora, para ella crece en él el valle
de hojas rojas cerrado por una montaña nevada
en el aire azul. Estoy demasiado cerca,
para caer del cielo. Mi grito
sólo podría despertarle. Pobre,
limitada a mi propia figura,
mas he sido abedul, he sido lagarto,
y salía de tiempos y damascos
mudando los colores de mi piel. Y tenía
el don de desaparecer de sus ojos asombrados,
lo cual es la riqueza de las riquezas. Estoy demasiado cerca,
demasiado cerca para que él sueñe conmigo.
Saco mi brazo que está debajo de su cabeza dormida,
Mi brazo dormido, lleno de agujas imaginarias.
En la punta de cada una de ellas, para su recuento,
Se han sentado ángeles caídos.
(Traducción de Elzbieta Borkiewicz)
Ejemplares de diario de poesía n°40
Entrevista con Wislawa Szymborska
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