EL BOOM EN PERSPECTIVA

En 1981, después de un encuentro de intelectuales realizado en Washington en el que se discutieron aspectos de la narrativa latinoamericana desde 1950 en adelante, Ángel Rama seleccionó diez, y se publicaron en Más allá del boom: literatura y mercado. Libro de arena cierra su recorrido del mes de noviembre por la narrativa de América Latina de ese momento, con el fragmento inicial de "El boom en perspectiva", la ponencia que Rama realizó en ese coloquio. 



EL BOOM EN PERSPECTIVA- Ángel Rama 

1 ¿Qué fue el boom? 

Con la misma carencia de argumentos sólidos con que en los años sesenta, media- da la década, se comenzó a alabar y a consagrar al llamado “boom de la narrativa latinoamericana”; hacia 1972 varios reportajes a escritores y artículos periodísticos fueron índice de que se había comenzado a decretar su extinción. Menos de una década había durado un procesamiento público de los valores literarios que se encuentra entre los más confusos y los menos críticos que se hayan conocido en las letras latinoamericanas y que, pasado su minuto inicial, fue objeto de pre- venciones  y  aun  de  acervos  embates,  presagiando  una  suerte  de  la  rebelión generalizada. Como en 1972 no se concluyó el ciclo de importantes novelas pro- ducidas en el continente, ni declinó la atención de los lectores por algunos de sus autores, ni dejaron de sumarse a la producción nuevos escritores, en el anunciado óbito podría descubrirse una retirada estratégica en el mismo momento en que los rasgos externos —publicitarios y comerciales— que ostentaba el boom, en cuanto fenómeno de la sociedad de consumo a que se habían incorporado reciente y parcialmente algunas ciudades, comenzaban a marchitarse de conformidad con las leyes del sistema de mercado en que había funcionado. Ello no impidió, dado el conocido desequilibrio entre las diversas áreas cultura- les latinoamericanas, que sobreviviera mediante un traslado de las capitales donde había surgido y había declinado, a otras donde llegó con demora y con acrecido furor. Habiendo aparecido originariamente en Sao Paulo contribuyó a robustecer los débiles lazos con Hispanoamérica se amplió, al instalarse en Barcelona, donde la tardía y confusa información sobre la novela latinoamericana proporcionó una primera imagen de la arbitrariedad que caracterizaría al  boom : el conocimiento de Mario Vargas Llosa fue anterior al de Julio Cortázar y el de éste, anterior al de Jorge Luis Borges, lo que contribuyó a un aplanamiento sincrónico de la historia de la narrativa americana que sólo con posterioridad y dificultosamente la crítica trató  de  enmendar.  Junto a esta arbitrariedad debe destacarse como positivo otro rasgo que se reproduciría luego en los Estados Unidos: su afán de globalizar a  Hispanoamérica  recogiendo  materiales  de  distintas  procedencias,  los  que  a veces  carecían  de  circulación  interna  en  el  continente,  proporcionándoles  así una difusión que más que para España misma funcionaba para Hispanoamérica que  recibía  reunidas,  desde  el  exterior,  las  que  eran  producciones  separadas  e incomunicadas. Se reiteró de este modo una tradición editorial que ya se había conocido en el período modernista y en el regionalista, y que, por las condiciones políticas españolas bajo el franquismo, contemporáneas del desarrollo editorial hispanoamericano,  no  se  había  podido  aplicar  a  las  producciones  del  período vanguardista,  las  que  sólo  fueron  editadas  por  las  casas  hispanoamericanas  y circularon casi exclusivamente dentro del continente. 

Los fastos del  boom   se sostuvieron por el traslado a otras capitales donde se habían ido registrando las señales de la sociedad consumista, como San Juan de Puerto  Rico  y  Caracas.  Con  previsible  orgullo  nacional  aspiraban  a  que  sus escritores fueran incorporados, así fuera tardíamente, al movimiento, lo que en parte se logró con Emilio Díaz Varcárcel y Salvador Garmendia, respectivamente, y se reforzó con el desarrollo editorial interno que se produjo. Más importante fue la atención que en Estados Unidos, Francia, Italia y últimamente en Alemania Federal, se concedió a las traducciones, lo que habría de constituir uno de los capítulos principales de su éxito, explicable dada la dolida conciencia de preterición por su parte de los centros culturales  externos en que ha  vivido América  Latina desde su emancipación. Hay aquí dos aspectos diferentes: uno atiende a las  razones que condujeron a la traducción de narraciones latinoamericanas a otras lenguas, lo que no sólo tiene que ver con la excelencia de ellas o su adaptabilidad a otros mercados  sino  también  con  la  repentina  curiosidad  de  la  región  que  alimentó centralmente la revolución socialista cubana; otro atiende a los efectos que esa recepción en el exterior tuvo sobre los públicos latinoamericanos que vieron refrendadas  sus  producciones  en  los  principales  centros  culturales  del  mundo, fortaleciendo el orgullo regional y el nacionalismo en curso durante la década del sesenta que se caracterizó por una intensa agitación social.  

Hubo, pues, una exaltación inicial que contó con un amplio respaldo y un consenso crítico positivo pero que a medida que se perfilaron las características del boom , sobre todo el reduccionismo que opera sobre la rica floración literaria del continente y la progresiva incorporación de las técnicas de la publicidad y el mercadeo a  que  se  vio  conducida  la  infraestructura  empresarial  cuando  las  ediciones tradicionales de tres mil ejemplares fueron sustituidas por tiradas masivas dio paso a posiciones negativas, a reparos y a objeciones que  llegaron a adquirir una nota ácida. La tendencia beligerante de este material crítico no se limitó a esas deformaciones progresivas de la literatura latinoamericana, que eran fatales consecuencias de la absorción de las letras dentro de los mecanismos de la sociedad consumidora, ni deslindó estos dos campos disímiles, representado uno por la alta y calificada producción de espléndidas obras literarias y otro por el manejo a que eran sometidas cuando se transformaban en objetos (libros) del mercado consumidor, sino que tendió a repudiar tanto al sistema como a sus escritores que él utilizaba reiterando la famosa metáfora: se arrojaba el agua sucia del baño con el niño adentro. Obviamente, los escritores que se vieron  acusados de conquistar al público mediante artículos publicitarios o trapisondas comerciales, respondieron tildando  a  sus  detractores  de  envidiosos,  resentidos  o  fracasados,  con  lo  cual todo el debate pareció instalarse gozosamente en el patio de vecindad. Sacarlo de  tales  escenarios  colocarlo  en  un  nivel  intelectual  más  digno  y  proficuo  es obligación imperiosa de la crítica. Las  diatribas  de  ese  debate,  que  evoca  pasajes  de Adán  Buenosayres ,  son estrictamente simétricas: si el  boom  reduce la literatura moderna latinoamericana a unas pocas figuras del género narrativo sobre las cuales concentra los  focuso ignorando al resto o condenándolo a la segunda fila, los impugnadores le niegan virtualidad artística y social a esos autores aduciendo que sus obras son meras transcripciones de las novelas vanguardistas europeas o falsos productos de los mass media  o imágenes enajenadas de la realidad urgida del continente, etc., etc. Pero cuando hablan los escritores, ellos no hacen esa reducción y, dentro de un legítimo abanico de preferencias, no dejan de honrar a los colegas e incluso usan de su prestigio para llamar la atención  del lector sobre autores de escaso público que han escrito obras de alta calidad artística: Borges con Macedonio Fernández, Cortázar con Lezama Lima o Felisberto Hernández, Vargas Llosa con Arguedas, Fuentes con Goytisolo, etcétera. 

Distinguir al  boom  como un fenómeno distinto de la literatura latinoamericana contemporánea in  totum  y aun  de la narrativa actual, es, por lo tanto, una petición de  principios metodológica, aunque es igualmente legítimo interrogarse sobre los motivos de las operaciones reductoras del boom, por qué se aplica a unos  productos  en  desmedro  de  otros,  ya  que  no  es  aceptable  la  candorosa concepción  circulante  de  que  sólo  se  debe  a  la  excelencia  artística  de  ciertas obras,  lo  que  habría  proporcionado  la  cuadratura  del  círculo  y  el  mundo  panglossiano donde todo lo bueno es siempre aceptado y todo lo malo rechazado por ilustradísimos públicos lectores, y no habría ya, por lo tanto, ninguna obra importante  que  quedara  olvidada,  ni  ningún  autor  que  stendhalianamente  estuviera apostando a cien años más tarde. No sólo es legítimo interrogarse sobre las opciones del  boom , entendido como un proceso que se superpone a la producción literaria, sino también sobre su acción desembozada o subterránea en la producción de nuevas  obras  y  así  mismo  sobre  sus  efectos  en  el  mismo  comportamiento  del escritor como hombre público que es. Revisando en Baudelaire la irrupción de las corrientes artepuristas, Walter Benjamin, en una de sus “iluminaciones”, reconoció el estrecho vínculo que los comportamientos dandystas mostraban con la situación  del  poeta  en  la  nueva  sociedad  masiva  instaurada  por  la  revolución industrial: en su fértil análisis, el escritor no estaba desgajado de la sociedad sino que reaccionaba ante sus características específicas y sus pulsiones, adoptando actitudes  y  desarrollando  formas  que  eran  respuestas  personales  dentro  de  un campo de fuerzas ya establecido. Para comprender actitudes y formas, era necesario reconstruir, estructuralmente, todo el conjunto, lo que permitía apreciar en qué medida el “frison nouveau”, más que una simple invención baudeleriana, era una de las leyes operativas del medio social que el escritor asumía y volvía contra (y dentro) ese medio. Pensar a los escritores y a sus obras dentro del marco social presente es igualmente una legítima y proficua tarea crítica, más urgente hoy en que la circulación de las obras literarias ha desbordado el estrecho circuito donde  funcionaron  casi  siempre  y  han  concitado  el  interés  de  los  poderes económicos que han venido modelando la estructura social y el funcionamiento del mercado. Estos poderes son más decisivos que las fuerzas políticas que en ocasiones no son sino sus transposiciones racionalizadas, por lo cual tiene más utilidad consultar las transformaciones económico–sociales sobrevenidas en el continente desde la segunda posguerra que demorarse en las discusiones políticas excesivamente ideologizadas que han signado más a los años sesenta que a los setenta.  

 

Más allá del boom: literatura y mercado
Ángel Rama editor
Folios Ediciones, 1984.

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