Norma Huidobro: “Yo no busco noticias en el diario, no me gusta sacar mis historias de la realidad: mi cabeza está llena de cosas, de películas, de libros”
En esta primera parte de la entrevista a la muy querida Norma, reconocidísima autora, editora de larga trayectoria y directora de las colecciones de Del Naranjo, hablamos de todo. De sus comienzos como editora y escritora en Sigmar, de la influencia de los libros y películas policiales en su obra, de los inicios de Del Naranjo, con su hijo Alejo Ávila Huidobro y la diseñadora y escritora Jaquelina Romero y desde luego de las colecciones actuales de la editorial, incluido un proyecto de cambio. Hacia el final nos hizo reír mucho con una anécdota genial sobre su “intervención” a las historias de Barbie. En serio, no se lo pierdan.
Mario Méndez: Buenas tardes. Estamos con Norma Huidobro en el Paseo por las Editoriales. Norma es una reconocidísima escritora, Premio Clarín de Novela por El lugar perdido, y autora publicada en muchísimas editoriales además de ser editora en Del Naranjo. Tengo acá para mostrar, Octubre, un crimen, uno de los “tanques” de SM, premio Barco de Vapor y uno de los libros más vendidos de la editorial. Tengo acá uno que me gusta muchísimo que es José Pérez Astronauta. Ya voy a preguntarte si pudiste volver a editarlo.
Norma Huidobro. Sí, sí, después hablamos.
MM: Entre muchos otros, un personaje que tuvo un sello propio, Anita Demare, en Norma. Novelas policiales, libros para primera infancia, Norma es una de nuestras escritoras más importantes. Sin dudas. Es humilde y seguramente le da un poco de calor que diga esto, pero es así. Además, es una editora con mucha trayectoria. Empezó, antes de Del Naranjo. Pero como hoy los protagonistas son dos, Norma y del Naranjo, quisiera empezar, entonces, por el inicio de esta joven editorial, que creció enormemente, debe ser una de las que más creció. Bienvenida, Norma, y contanos, para empezar, cómo surge del Naranjo, en qué año y por qué esta aventura.
NH: Bueno, cómo surge Del Naranjo… Yo trabajé en la editorial Sigmar, unos cuantos años. Empecé en el ’78. Después renuncié porque quedé embarazada, y no quería trabajar, quería quedarme en casa. Tuve a mis tres hijos juntos. Alejo nació en el ’80, Rodrigo en el ’82, y Violeta en el ’84. Me quedé en casa con ellos. Pasó el tiempo, Alejo ya tenía doce años (había tenido otros trabajos: en una biblioteca, di clases en un CENS pero era todo por poco tiempo). Eran pocas horas, y yo quería tener un trabajo más constante. No quería tener demasiadas horas en colegios, porque no me gustaba andar corriendo de colegio en colegio de aquí para allá. Estuve en uno solo, un CENS. Pero bueno, faltaba una entrada importante en casa. Trabajábamos los dos, mi marido y yo; pero yo, muy pocas horas. Y decidí volver, tenía ganas de volver a la editorial y ver qué pasaba. Llamé, me dijeron que sí, pero no por medio día, como quería yo, sino horario completo, como había trabajado al comienzo. Volví y me las arreglé… fui largando cosas, largué horas de clase, un taller literario que daba en la biblioteca del Sindicato de Comercio… Me quedé con el CENS unos años, y después directamente con Sigmar. Y además escribía, en cualquier momento y en cualquier lugar. Aunque mi momento preferido para escribir es a la mañana, porque estoy prácticamente con todas las luces; después voy decayendo. Bueno… pasaron los años, y finalmente renuncié otra vez y empezamos con Del Naranjo. Con Alejo.
MM: O sea que ese niñito mencionado al pasar, que fue el que te llevó a laburar menos, tiene muchísimo que ver. Había nacido en el ’80. ¿En qué año fundaste con él Del Naranjo?
NH: Empezamos a trabajar en el 2004, 2005, por ahí. La idea empezó antes. Y había otra socia en ese momento, que es Jaquelina Romero, que trabajó conmigo en Sigmar. Ella es diseñadora. Y siempre trabajamos muy bien, del modo en que se hacía antes en las editoriales: con maqueta de papel, con correcciones hechas a mano que después se volcaban al armado, que se volvía a leer una y otra vez hasta el conforme final, en fin, ese trabajo lo hacíamos en Sigmar. Jaqui empezó a escribir, y lo hace muy bien. Ya hace varios años que se fue a vivir a República Dominicana y se abrió de la sociedad. Quedamos Alejo y yo como socios, y ella sigue con el diseño y la diagramación de la colección Luna de azafrán.
MM: Qué sinergia, porque vos, editora durante muchos años en Sigmar, Jaquelina Romero, diseñadora, luego devenida en escritora, y por lo que sé, muy exitosa, y Alejo que venía del mundo de los números, un administrador.
NH: Alejo era librero cuando empezó. Trabajó en Cúspide y antes, en Losada. Estudiaba Ciencias Económicas y trabajaba en la librería. La relación con los libros la tuvo siempre, desde chiquito. Mi marido fue librero y después corredor de Planeta, hasta que se jubiló, y además hizo la carrera de Letras; digamos que Alejo muchas opciones, aparte de los libros, no tuvo.
MM: Pero también le dio por los números.
NH: Sí, tiene mucha facilidad, siempre le gustaron las matemáticas. Yo de números no sé nada, nunca me interesaron. Todo lo que tenga que ver con los números me cuesta muchísimo, nunca les llevé el apunte. Yo no podría administrar ni llevar adelante ningún negocio.
MM: Y es, sin duda, importantísimo. Ustedes nacieron en el 2004, más o menos en el mismo momento que Amauta, en donde ninguno de los dos que estamos ahí sabemos sumar, y entonces en veinte años tenemos treinta libros. ¿Ustedes cuántos libros editados tienen hoy?
NH: Tendría que mirar el catálogo, no sé. Debería haberlo mirado, me mata Alejo…
MM: Pero más de cien…
NH: Sí, mucho más. Pero no sé el número exacto.
MM: Es impresionante. ¿Con cuál empezaron? ¿Te acordás de eso? ¿Cuál fue la idea?
NH: Sí, empezamos con unos libritos para leer con pictogramas. Unos libritos muy básicos, de bajo costo. Empezábamos con lo que podíamos. Teníamos una promotora, más que nada una amiga que hacía el trabajo de promoción con nosotros, que visitaba las escuelas y hacía todo un recorrido. Arrancamos con esos libros, y después con la colección de los TNT, que son tres chicos, Teo, Nina y Tomás, que protagonizan relatos policiales y de misterio. Después sacamos tres colecciones de narrativa, divididas por edades: La cigüeña solitaria, Sub 20 y La puerta blanca. Estas tres vamos a reunirlas en una sola colección, dividida en tres edades diferenciadas por colores. Y tenemos una colección de libros tipo álbum que se mueve muy bien, Luna de azafrán, de la que hablaba antes, diseñados por Jaquelina Romero. Después empezamos con dos colecciones de novelas y cuentos para adolescentes: Rojo y Negro (policial y terror) y Magenta (otros géneros o temáticas, diferentes de la anterior).
MM: Y estas, Rojo y negro y Magenta, ¿también se van en la colección única dividida en colores o se van a mantener?
NH: No, esas quedan así. El nombre Rojo y negro es por la temática, policial y de terror. Este es de Verónica García Ontiveros. Son cuentos. Se llama No es sangre lo que corre por mis venas, que es el nombre de uno de los cuentos. Este otro es de Javier Chiabrando, El Ñato. Un fantasma en el estadio. Es un policial, una tragedia, una humorada. Y hay otros títulos más, cuatro o cinco. Los libros de la otra colección, Magenta, son de temática variada. Este es el primero, Las cosas por su nombre, de Florencia Serpentini y el último, Impredecible, de Karina Echevarría.
MM: Perdoname, acá en el chat Diego Rojas dice que Las cosas por su nombre es una gran historia. Y antes, Seba Vargas había dicho que Rojo y negro es una gran colección. Tenés lectores muy formados alabando todos estos libros.
NH: Genial. Con Florencia Serpentini fue una experiencia hermosa. Empezó mandándome un correo y preguntándome si podía leer algo; le dije que sí y me mandó un relato, del que no digo nada, porque va para más adelante. Y me dijo que también tenía una novela, y si quería leerla. La leí y no podía creer lo que estaba leyendo. Es bellísima, excelente. Ganó premios con esta; en ALIJA, ¿no?
Gloria Candioti: Sí, ganó el premio Novela Juvenil.
NH: Cierto. Ahora me acuerdo. Hará dos o tres años, una cosa así.
GC: Sí, no hace mucho.
MM: ¿Cuándo Seba fue jurado?
GC: No, antes; es anterior. En el 2019 me parece.
NH: En el 2019, sí. Yo no lo podía creer; me sentía halagada de haber recibido un texto como este; porque era excelente. Nosotros recibimos muchas cosas buenas, pero esto era absolutamente diferente a todo lo demás. Así que inicié la colección con esta novela y por esta novela.
MM: Qué lindo, Norma, eso de sentirse halagada como editora por un texto que te manden. No pasa muy seguido.
NH: Cada uno lo piensa desde su lugar y a su manera. Por ahí ella lo vio de otra manera. Yo pensaba que somos una editorial chica, no tenemos ninguna novela juvenil publicada, salvo las de terror y policiales, y me manda esta cosita hermosa, y me sentí halagada realmente. Y sentí que ahí teníamos una novela juvenil realmente.
Porque me decían que en el libro uno sabía de entrada quién es el asesino. Yo les conté que allá lejos y hace tiempo miraba una serie que se llamaba Columbo, en la que vos sabías quién era el asesino, estabas viendo cómo mataba. No había dudas. Vos lo sabías. Corte, y aparece Columbo, que no sabe nada de nada. ¿En qué consiste el interés? En la investigación. Que me perdone Columbo, pero yo intenté hacer algo así. Es más, lo nombro. La protagonista vio series de Columbo con su abuela, cuando era chica, en la televisión. Y basándose en Columbo ella hace toda la investigación en la novela. Tuve que explicar todas esas cosas. No puede ser, no es un libro para primaria. Es para más grandes. Después me di cuenta. ¿Qué pasa?, que no llevan libros a colegios secundarios. Algunos creo que sí, pero no sé ni cómo llegan. El fuerte es la primaria. Tengo otro en la misma editorial, que se llama La mujer del sombrero azul, que sí va bien en primaria. Si cuando voy a una escuela y veo que algo de lo que se leyó no se entendió, me pongo a explicar, no puedo evitarlo.
MM: El alma docente también.
NH: Claro. Me ha pasado hasta con Octubre, un crimen en una escuela. Y después me di cuenta de que ese fue un error de la maestra, porque en esa novela, me esforcé en hacer algo, un juego con las iniciales de los nombres de dos personajes, para que se descubriera en el final quién había sido la asesina. Y me preguntaban si no era Fulanita. Y no… era la otra. Entonces empecé a hablar con los chicos de las pistas, les pregunté si sabían que había pistas falsas, si sabían que había indicios, y que cuando uno llega al final si lee de nuevo el libro desde el principio, sabe todo. Entonces me decían: “Sí, pero la seño nos dijo que la asesina era otra, no esa”. ¿Qué iba a hacer yo? La seño estaba en el escritorio y juro que no levantó la cabeza. Tiene que haber sentido vergüenza. Dio vergüenza ajena…
MM: Esa seño no te invita más, Norma. (Risas).
NH: No, no, claro que no. Me acuerdo de qué escuela era, pero no importa. A los chicos les tenés que contestar, no los podés dejar con un error, o que piensen cualquier cosa. ¿Se equivocó la seño? Lo siento. Yo lo dije bien. “Si ustedes ven esto, y esto y esto, se van a dar cuenta de cómo son las cosas”.
MM: Qué bueno. Me hiciste acordar de Columbo. Lo genial de la investigación, además, era que el tipo era un cargoso. Se le ponía encima al asesino o la asesina, y lo volvía loco…
NH: Desprolijo…
MM: Tenía un sobretodo largo, sucio…
NH: Siempre igual.
MM: Qué buena serie, y qué buena idea la de hacer una novela en la que ya sabés quién es el asesino, y se van mostrando los caminos de la investigación.
NH: Claro: lo que pasa es que nada sale de la nada. Si no sacamos todo lo que tenemos en la cabeza… Yo veía series de misterio y policiales desde los nueve años, en la tele. Poco después empezamos a ir San Clemente del Tuyú con mi familia y parábamos en un departamento ubicado exactamente enfrente de un cine. Iba casi todos los días, con alguien de mi familia o sola, no tenía ningún problema, y mi familia tampoco porque me dejaban ir. Ahí debo haber visto casi todas las películas de Hitchcock, más otras cuyos directores desconozco. Ese es mi material. Y los libros, desde luego. Empecé a leer el género policial a los trece años. No eran policiales para chicos. Eran los libros de mi tío que se casaba, se mudaba, hacía limpieza de biblioteca y no se llevaba todo. Dejaba, por ejemplo, libros de la colección El Séptimo Círculo, la que dirigían Borges y Bioy Casares, además de otros de distintos autores. Me deslumbraban los títulos. Me los llevé todos a mi casa. El primero que agarré, fue El misterio de la cruz egipcia. Me fascinaban los egipcios, porque los había visto en la escuela. Y los misterios, ni hablar. Cuando vi ese título me pareció obvio que era para mí. El autor era Ellery Queen, que creo que son varios autores, dos o tres, con ese seudónimo. Y así fui eligiendo. Me los debo haber leído todos en un verano. Recuerdo también El fantasma de la Ópera, El misterio del cuarto amarillo, ¿Es usted el asesino? En fin, ese es mi material, películas y libros. No busco noticias en el diario. Sí me gustaría (pienso) tomar algún crimen real que no haya tenido resolución y dársela a través de la ficción. Pero nunca lo hice.
MM: Estamos a tiempo; la idea es buenísima. Acá pregunta Diego si La casa de la viuda tiene una inspiración en la serie de Hitchcock.
NH: Sí, tiene razón Diego, La casa de la viuda salió del recuerdo de una de las series del ciclo Alfred Hitchcock presenta. Eran series cortitas, de media hora y las daban una vez por semana. No me las perdía. Y también estaba La dimensión desconocida y otra, Un paso al más allá. Lo de La casa de la viuda y la serie de Hitchcock lo conté con todos los detalles en una escuela de Mar del Plata. Había un episodio… no sé si quieren que lo cuente…
MM: ¡Sí, Norma! ¿Cómo no? ¿A qué vinimos? Vinimos a que nos cuentes
NH: Bueno… había una mujer que estaba enamorada de un ventrílocuo. Lo iba a ver a todas partes: a un teatro, a un circo… estaba perdidamente enamorada. Ella le escribía, le decía que quería verlo y el hombre le respondía que no podía, que estaba muy ocupado, que trabajaba aquí y allá, que no podía encontrase con ella. Hasta que finalmente acepta. Entonces ella lo va a ver, llega a un lugar, abre una puerta y se ve un decorado como el del teatro: luz, oscuridad, una lámpara sobre una mesa, y él sentado ante esa mesa con el muñeco. Ella entra, creo que dice algo, que está muy emocionada, algo así, y en un momento, no sé si le quiere dar la mano, qué quiere hacer, pero se acerca. Él le pide por favor que no se acerque más, pero ella no hace caso. Llega a la mesa, choca con algo, algo se cae, tal vez una silla, no sé, la cuestión es que el hombre termina en el suelo. Entonces el muñeco se pone de pie, y lo ayuda a levantarse. Ese era el misterio. El hombre era el muñeco, y el muñeco era el hombre verdadero.
MM: Qué genial.
NH: Claro, lo que pasa es que después de haber escrito este cuento, un día busqué por YouTube esta serie cortita, y la encontré. Me acordaba de montones de cosas, pero no del final, de lo que pasa después de esa escena. Y es que, el “muñeco” ese, que en realidad era el hombre, va en una carreta tirada por caballos, con el muñeco verdadero atrás, el “falso ventrílocuo”, como que sigue su trabajo yendo de pueblo en pueblo. La casa de la viuda se lee mucho en las escuelas y es un relato fantástico. No tiene el final de la serie, donde hay una explicación que hace realista al relato. Es otra cosa. Hay un ojo de vidrio que es central en mi relato, es lo que lo hace “fantástico”, lo que hace imposible buscar una explicación. El ojo de vidrio está en la serie, pero se explica, tiene lógica. En La casa de la viuda no hay explicación posible. Y eso es lo que los chicos quieren, que se explique lo extraño, lo imposible.
MM: Pasaría a ser un cuento extraño. Eso es lo que decía Todorov.
NH: Claro. Lo fantástico no puede tener explicación. Yo sé que cuesta entenderlo, pero es así. Entonces me preguntan eso, lo del final, y es terrible. Es muy difícil que un chico lo acepte. Yo he ido a charlas con maestras y bibliotecarias que agarran ese cuento, y es una maravilla como lo trabajan, cómo hablan, cómo les explican lo que es el relato fantástico, pero no siempre sucede.
MM: No siempre. Acá Clarisa dice que lo recreó hace mucho tiempo Ibáñez Menta. Todos veíamos a Ibáñez Menta, El pulpo negro.
NH: El fantasma de la Ópera, El muñeco maldito… pero no sabía que había hecho esa.
MM: Sebas completa las categorías de Todorov: extraño o maravilloso, si va a las categorías que conocemos, o no. En el fantástico, me acuerdo que decía que pervive la duda. A los chicos, eso y los finales abiertos, les joden. “Pero ¿cómo? Decime cómo termina”. Y no. Imaginátelo.
NH: O te dicen que hay que continuarlo. Les piden como tarea la continuación. A veces me preguntan cómo lo continuaría. Y yo no lo continúo. Te guste o no te guste, es así y punto.
MM: Tal cual. O terminalo en tu cabeza. Se me ocurre una pregunta. Vos, con tu vocación docente, porque vas a las escuelas a explicarles las novelas, siendo editora, y autora, bastante especializada en el policial, ¿qué les decís a los nuevos autores, o a autores con poca experiencia en el género, que te mandan un policial en el que vos notás que le hacen trampa al lector? Que no les ponen pistas, que después las cosas se resuelven mágicamente, ¿qué hacés ahí?
NH: Lo digo. Siempre tengo montañas de cosas para leer. Hay muchos cuentos, novelas que hemos publicado. Hay uno, de un autor con muy poca experiencia en policial, pero que estaba muy bien resuelto. Había algunas cosas que podía trabajar más y se lo dije. Y lo trabajó. Bien, gente muy permeable a recibir comentarios, que después agradecen, bien. Me ha pasado alguna vez que alguien no me haya respondido. No con novelas policiales, sino con otros textos, para más chiquitos, donde a veces se subestima demasiado al lector. Entonces ahí me largo con todo. Y si se ofenden que se ofendan, lo siento mucho. He leído cosas que no toman en serio al chico, al lector. Lo toman como un pavote. Yo lo leo, hago un análisis y lo cuento. Siempre he tenido buenas respuestas. Salvo una vez. A lo mejor dije algo de más, pero realmente no me gustaba. Era una directora de una escuela privada que escribía cuentos. Y que me dijo que los representaban en todas las fiestas. Y me dio bronca porque eran un bodrio. Me pensaba como madre de esos pobres chicos en esa escuela… Y terminé diciendo todo esto, hablando así, le expliqué todo en un mail que si pudiéramos medirlo por carillas tendría como veinte. Lo hice enojada pero educadamente. Le expliqué por qué no podía ser… eran unos cuentos… era abuso de poder lo que estaba haciendo. Los padres le pagaban una cuota y no se animaban a decirle que eso era un bodrio. Lo iban a ver todos: los chicos, las maestras, y nadie se animaba ni le dijo nunca nada. Bueno, eso quedó ahí y ya está.
MM: Eso es para una novela, Norma. La directora abusando de poder, infligiéndoles bodrios…
NH: Es un abuso de poder, realmente. ¿Por qué al pobre chico lo tienen que condenar a eso? ¿Porque los padres pagan una cuota y “todo está bien”? ¿Entonces hay que callarse la boca? No puede ser, no. Y bueno, ahí quedó.
MM: Acá dicen que es un buen motivo para un crimen. Podría ser, “El crimen de la directora dramaturga”. Tendríamos que empezar a pensarlo para la serie Rojo y negro. Lo escribe Seba, o Diego, o Gloria, o Susi… Tenemos varios candidatos acá. Alguna vez dijiste, me acuerdo (en esa entrevista que te hice en Hebraica y no la grabé; no existía el zoom, usábamos grabador, y me parece que no anduvo), que editar en Sigmar fue como una escuela, no solo como editora sino como escritora. ¿Es así?
NH: Sí, porque hacíamos muchas cosas. Yo tenía una compañera, Olga Colella, que también es escritora, escribió algunos de los T.N.T. Y hacíamos de todo. Por ejemplo, se compraban muchos libros afuera, venían en inglés, en italiano, en alemán, qué se yo. Había libros de divulgación, de ciencias… que se traducían, y después nosotras hacíamos un control de la traducción, digamos, la comparábamos con el original, hacíamos una corrección de estilo. Pero había otros libros, cuentos cortos, pequeños poemas, versos, que no se traducen, que hay que hacer de nuevo en nuestra lengua. Y eso hacíamos. Teníamos libertad para hacerlo y la confianza de Roberto Chwat, que en esa época estaba al frente de la editorial. Él miraba todo, y si había algo con lo que no estaba de acuerdo lo decía. Me gustaba mucho ese trabajo. Corregía, adaptaba, escribía. Después estaban los famosos libros de Barbie, que venían de México, ya en castellano, pero en “mexicano”, digamos. Entonces había que hacerles alguna adaptación. No usábamos el voseo ni nada muy local nuestro, pero había que sacarles todo “lo mexicano”, hacer una cosa más neutra. Eso nos llevaba más tiempo. Y yo me tomaba el derecho de corregir algunas cosas de Barbie que no me gustaban. Por ejemplo, le sacaba protagonismo a Barbie, que tenía un montón de muñecas que eran sus empleadas, prácticamente, y que la admiraban por todo lo que hacía. Me acuerdo de uno en una veterinaria en la que ella era una especie de directora, y otra que bañaba a los perros. Entonces, si la ilustración lo permitía, cambiaba y la ponía a Barbie a bañar un perro. (Risas). Entonces la hacía hablar a la Barbie negra, que era la más desestimada, como si fuera la Barbie principal. Esas cosas me daban gusto, no las consultaba con nadie, las hacía yo sola, me mataba de la risa, se las mostraba a Olga y así. Y lo gracioso es que una vez leo, creo que en la revista del diario Clarín o en el mismo diario, una nota por el día del niño o por la feria del libro, en la que los chicos hablaban de los libros que les gustaban. Y una nenita decía que a ella le gustaban las historias de Barbie, porque “en esos libros todas las amigas de Barbie son importantes, no solamente ella”. Me causó mucha gracia. (Más risas).
MM: Educando a Barbie, era lo tuyo. Te convertiste en una demócrata militante.
NH: Yo me divertía, realmente lo pasaba muy bien. Trabajaba ocho horas. A la mañana estaba con Olga y con Tula, que fue la primera editora, había empezado con Sigfrido Chwat, el padre de Roberto. Cuando entré a la editorial, dos años antes de que naciera Alejo, estaba Tula solamente. Yo fui la primera “ayudanta” de la editora única, que era ella. Cuando volví, ya estaba Olga, que trabajaba medio día; yo, día entero. Estaban los armadores también. En esa época los libros se armaban ahí. Había un señor que era una maravilla, que sabía muchísimo, que se encargaba de controlar el trabajo en las imprentas, un experto en tintas, colores, papel… era un lujo. Lo llamábamos por el apellido: Carmona. Ya era un hombre mayor cuando yo entré. Trabajé muy bien en Sigmar, estaba a gusto y aprendí mucho.
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