Humberto Costantini: a cien años de su nacimiento, la vigencia de un gran escritor

Hoy se cumplen cien años del nacimiento en la ciudad de Buenos Aires del gran narrador, dramaturgo y poeta Humberto Costantini. Militante de la izquierda revolucionaria, tuvo que exiliarse en México tras el golpe militar de 1876. Volvió a la Argentina en 1983, el año de la recuperación democrática. En Libro de Arena, Mario Méndez recuerda la obra de Costantini con esta nota en la que retoma  parte del trabajo sobre el autor porteño que hizo en 2018, en el  marco del taller  Literatura y Cine.



Por Mario Méndez 

El 29 de noviembre de 2018, hace casi seis años que parecen siglos, con todo lo que ha pasado en el medio, una pandemia entre otras cosas, cumplía 53 años. Ese día se publicó en este mismo blog una nota de mi autoría, a propósito de Humberto Costantini y una de sus mejores novelas: La larga noche de Francisco Sanctis. La nota, titulada “Mi campaña para recobrar la obra de Humberto Costantini” se puede revisar, aunque se parezca un poco a esta misma, en este link:

https://bibliotecasparaarmar.blogspot.com/2018/11/mi-campana-para-recobrar-la-obra-de.html 

Durante ese 2018, en un Ciclo de cine y literatura cuyo eje era la historia reciente, habíamos leído la novela y también visto la excelente película que a partir de la novela realizaron Francisco Márquez y Andrea Testa, con el protagónico inolvidable de Diego Velázquez, en el rol del malogrado Sanctis y, paradojas del cine, el notable trabajo de Marcelo Subiotto, el mismo que encarnó años después al sufrido -y desde luego absolutamente democrático- profesor Marcelo Pena, en Puan, y que, en La larga noche, se metió en la piel del amigo fascista de Sanctis, Peruggia. 

El año pasado (también parece que ha pasado mucho más tiempo) programé una vez más, pero en esta ocasión para el Ciclo de lectura y producción dedicado a la Democracia y la Memoria, a cuarenta años de la recuperación democrática de 1983, la lectura de la novela. Algunos de los participantes no la conocían y otros la releyeron con placer no exento de cierta tristeza.   

Hoy, en ocasión de cumplirse el centenario de este notable escritor, y cuando la memoria parece estar cuestionada, conviene recordar un pasaje maravilloso de la obra de Costantini, que estuvo exiliado y fue perseguido por la dictadura, y que escribió, además de la notable La larga noche de Francisco Sanctis, o El cielo entre los durmientes, entre otros grandes libros, otra novela que toca de cerca el tema de la dictadura: De Dioses, hombrecitos y policías, en la que con humor transita por los años de las persecuciones y secuestros. (Novela que, dicho sea de paso, mi amigo y compañero en Bibliotecas para armar, Álvar Torales, me regaló justamente para un cumpleaños y que reseñó aquí:

https://bibliotecasparaarmar.blogspot.com/2014/04/entre-la-huida-y-la-clandestinidad.html).  

 

Humberto Costantini, reitero lo mismo que escribí hace casi seis años, es un escritor que merece ser leído y releído. Por eso, como en aquella nota de 2018, cierro este homenaje en su centenario con un párrafo magnífico del capítulo 12 de La larga noche de Francisco Sanctis, que hoy, en épocas de negacionismos, insisto, conviene recordar. 

 

“El mozo se va. Antes de que Perugia agarre otra vez el mazo, Sanctis con tono aplomado, pero con una estrategia planeada de raje y a medias, comienza a hablar.  

 

-Sí, claro, vos tenés razón. La economía tarde o temprano se va a arreglar. Pero hay cosas, che, que francamente…  

 

-¿Qué cosas? –pregunta Perugia mordiendo inmediatamente el anzuelo.  

 

-Y, qué sé yo… la leña que están dando, la represión, los secuestros. De repente se caen diez tipos a una casa, se afanan todo, se llevan al candidato, y chau, si te he visto no me acuerdo. ¿A vos te parece?  

 

Perugia chasquea la lengua. –No, no hermanito. Fijate que no es para tanto –dice, y Santis íntimamente se alegra. ¿Por qué? Porque es evidente que el feroz optimismo de Perugia está sustentado por su ignorancia. Claro, había que suponerlo. El hombre se debe estar moviendo en un ambiente donde minga de información sobre esas cosas. Y como para rematarla los diarios no dicen casi nada, Perugia está sencillamente en el limbo. Es decir que Perugia no es un cabrón como estuvo por suponerlo hace un ratito; no está en el fondo con los milicos, sino que su ignorancia lo lleva a creer que está todo bien, que el país va para adelante y todas esas cosas. Estará prendido en algún negocio con los militares, eso seguro, porque alguna vez lo dio a entender, y nada más. Pero un tipo buenazo como Perugia, que le gusta Pugliese, que juega bien al billar, un tipo que con la mayor espontaneidad le acaba de ofrecer unos mangos no puede estar de acuerdo de ninguna manera con las barbaridades que están pasando. Es cuestión de hacérselas conocer, nomás, y entonces Perugia va a responder como el tipo derecho que es. Sobre este punto Sanctis no tiene ninguna duda.  

 

-Mirá, Perugia. Se habla de veinte mil desaparecidos. Eso no es joda.  

 

-¿Quién habla de eso?  

 

“¿Has visto? ¿Has visto como era pura ignorancia?” Piensa Sanctis casi con alegría.  

 

-Bueno, la gente, la Liga por los Derechos, los familiares… Algo de cierto tiene que haber. Digo yo.  

 

-¿Y cuántos dicen? –pregunta Perugia seguramente espantado.  

 

-Y, dicen veinte mil. Ponele que sean diez mil. Pero de todas maneras…  

 

-¿Veinte mil, dijiste?  

 

-Bueno, es lo que se dice.  

 

-Son pocos.  

 

¿Cómo decís?  

 

-Digo que son pocos. Doscientos mil habría que liquidar, y el país andaría fenómeno.  

 

No lo dijo con cara de siniestro criminal. Ni siquiera levantó la voz al decirlo. Lo dijo como si dijera hay que sacar a Bertoni del seleccionado o ponerlo a Ardiles. Sonriendo. Arreglándose el jopo. Mirando el culo de una mujer que en ese momento pasaba por la avenida Maipú. “Doscientos mil habría que liquidar”.  

 

Sanctis se queda mudo. Casi no puede creer lo que escuchó de labios de Perugia. Verdaderamente no tiene nada que decirle. Alcanza a pensar confusamente: “entonces Perugia… entonces este…”.  

 

Tiene ganas de salir corriendo del bar. Comprende que cualquier intento de hacerle ver a Perugia la monstruosidad que acaba de decir va a ser inútil. Lo mira en silencio, casi con curiosidad. “Como en las novelas policiales”, piensa. “El asesino está ahí, del otro lado de la mesa”. 

 

 

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