Mi campaña para recobrar la obra de Humberto Costantini

Después de leer la novela y analizar la película La larga noche de Francisco Sanctis en el ciclo La literatura argentina en el cine del siglo XXI, Mario Méndez nos recuerda la importancia de la obra de Humberto Costantini, y sostiene con fervientes argumentos que este autor merece ser releído y reeditado.



Por Mario Méndez 

En el prólogo de El cielo entre los durmientes y otros cuentos, de la colección Los recobrados, editada por Capital Intelectual, su director Abelardo Castillo decía: “Cuando uno es joven cree que todos los libros van a estar siempre. Con los años descubre, como tantas otras cosas, que la realidad no es amiga de los absolutos. Demasiados libros que nos parecieron inevitables, o eternos, un día desaparecen de los estantes de las librerías y de los catálogos editoriales”. 

En uno de los dos prólogos de La larga noche de Francisco Sanctis, editado por Tren en movimiento, Hernán Ronsino cuenta que encontró a Costantini de casualidad, en febrero de 2002, en una especie de remate familiar que organizaban unos amigos corridos por la crisis. Ese día, Ronsino se llevó ejemplares de Graham Greene, Vargas Llosa, Bioy Casares y una novela editada por Bruguera de un autor que desconocía: Costantini, el mismo, claro, que prologó quince años después. 

En una publicación de Internet alguien contó que cuando Andrea Testa y Francisco Márquez, los directores de La larga noche de Francisco Sanctis, quisieron conseguir los derechos de la novela para su premiada película de 2016, se encontraron con la absoluta predisposición de los herederos del escritor, que lo que querían, fundamentalmente, era ver la novela nuevamente publicada. 

Cuando no hace mucho tiempo uno de los compañeros de Bibliotecas para armar, Álvar Torales, escribió esta nota sobre De dioses, hombrecitos y policías yo salí a buscar la novela entusiasmado, pero no tuve éxito: este libro, uno de las más celebrados del autor, solo se encuentra en librerías de viejo, con mucha suerte, o en el tan recurrido sitio de compra y venta virtual. Reeditada en 2009 por Ediciones Lea, ya no está disponible en librerías: en las páginas de las de cadena figura, cuando figura, como “fuera de stock”. 

Humberto Costantini es un escritor que merece ser leído y releído. Y por supuesto, para eso debería ser reeditado mucho más. Tanto los cuentos de El cielo entre los durmientes como esa magnífica novela que es La larga noche de Francisco Sanctis, son para mí prueba absoluta de que hace falta que se lo recupere. Mientras tanto, buscaré nuevamente De dioses, hombrecitos y policías en las ferias de Parque Centenario o Parque Rivadavia, o en Internet, y al mismo tiempo también trataré de conseguir Háblenme de Funes, otra lectura pendiente, de la que me han hablado maravillas. Porque si bien es cierto, como decía Castillo, que de joven uno creía que los libros iban a estar para siempre, ahora, de veterano, yo creo que hay que insistir para que los libros que no están, pero deberían, vuelvan a ocupar el lugar que merecen. Tanto en nuestras propias bibliotecas como en los estantes de las librerías. 

Para cerrar, comparto con ustedes este párrafo del capítulo 12 de La larga noche de Francisco Sanctis: para muestra, sobra un botón. Y este es un botón dorado. 


El mozo se va. Antes de que Perugia agarre otra vez el mazo, Sanctis con tono aplomado, pero con una estrategia planeada de raje y a medias, comienza a hablar. 

-Sí, claro, vos tenés razón. La economía tarde o temprano se va a arreglar. Pero hay cosas, che, que francamente… 

-¿Qué cosas? –pregunta Perugia mordiendo inmediatamente el anzuelo. 

-Y, qué sé yo… la leña que están dando, la represión, los secuestros. De repente se caen diez tipos a una casa, se afanan todo, se llevan al candidato, y chau, si te he visto no me acuerdo. ¿A vos te parece? 

Perugia chasque la lengua. –No, no hermanito. Fijate que no es para tanto –dice, y Santis íntimamente se alegra. ¿Por qué? Porque es evidente que el feroz optimismo de Perugia está sustentado por su ignorancia. Claro, había que suponerlo. El hombre se debe estar moviendo en un ambiente donde minga de información sobre esas cosas. Y como para rematarla los diarios no dicen casi nada, Perugia está sencillamente en el limbo. Es decir que Perugia no es un cabrón como estuvo por suponerlo hace un ratito; no está en el fondo con los milicos, sino que su ignorancia lo lleva a creer que está todo bien, que el país va para adelante y todas esas cosas. Estará prendido en algún negocio con los militares, eso seguro, porque alguna vez lo dio a entender, y nada más. Pero un tipo buenazo como Perugia, que le gusta Pugliese, que juega bien al billar, un tipo que con la mayor espontaneidad le acaba de ofrecer unos mangos no puede estar de acuerdo de ninguna manera con las barbaridades que están pasando. Es cuestión de hacérselas conocer, nomás, y entonces Perugia va a responder como el tipo derecho que es. Sobre este punto Sanctis no tiene ninguna duda. 

-Mirá, Perugia. Se habla de veinte mil desaparecidos. Eso no es joda. 

-¿Quién habla de eso? 

“¿Has visto? ¿Has visto como era pura ignorancia?” Piensa Sanctis casi con alegría. 

-Bueno, la gente, la Liga por los Derechos, los familiares… Algo de cierto tiene que haber. Digo yo. 

-¿Y cuántos dicen? –pregunta Perugia seguramente espantado. 

-Y, dicen veinte mil. Ponele que sean diez mil. Pero de todas maneras… 

-¿Veinte mil, dijiste? 

-Bueno, es lo que se dice. 

-Son pocos. 

¿Cómo decís? 

-Digo que son pocos. Doscientos mil habría que liquidar, y el país andaría fenómeno. 

No lo dijo con cara de siniestro criminal. Ni siquiera levantó la voz al decirlo. Lo dijo como si dijera hay que sacar a Bertoni del seleccionado o ponerlo a Ardiles. Sonriendo. Arreglándose el jopo. Mirando el culo de una mujer que en ese momento pasaba por la avenida Maipú. “Doscientos mil habría que liquidar”. 

Sanctis se queda mudo. Casi no puede creer lo que escuchó de labios de Perugia. Verdaderamente no tiene nada que decirle. Alcanza a pensar confusamente: “entonces Perugia… entonces este…”. 

Tiene ganas de salir corriendo del bar. Comprende que cualquier intento de hacerle ver a Perugia la monstruosidad que acaba de decir va a ser inútil. Lo mira en silencio, casi con curiosidad. “Como en las novelas policiales”, piensa. “El asesino está ahí, del otro lado de la mesa”.


La larga noche de Francisco Sanctis
Humberto Constantini
Tren en movimiento, 2002.


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