Maestra de la luz, Emily Dickinson

Lo más mínimo puede ser significativo, como el canto de las ranas. El oído agudo y la mirada fina del poeta pueden darle voz y densidad a lo más leve. El 10 de diciembre de 1830 nació Emily Dickinson, una de las escritoras consideradas fundacionales de la literatura estadounidense. Su obra, que permaneció inédita hasta después de su muerte, es caracterizada como apasionada, a la vez sensible y conceptual . Libro de Arena publica una nota de María Pía Chiesino acerca de uno de sus poemas.



Por María Pía Chiesino


Después de que Emily Dickinson murió, su hermana Lavinia encontró cientos de poemas guardados en un baúl que jamás sacaba de su cuatro. Algunos estaban en hojas sueltas. Otros, cosidos prolijamente por la poeta, que de alguna manera dejó así, rastros que permitieron un cierto ordenamiento.

Recluida por propia voluntad, alejada de la concepción religiosa de su familia y de su comunidad, Emily pasó años escribiendo sin que prácticamente nadie conociera su obra. En los pocos casos en los que así ocurría, ese saber compartido, daba lugar a sucesiones de  cartas en las que eran tan enfáticos el pedido de que publicara como su negativa. Nunca consideró que lo que ella escribía fuera importante más que para ella misma. 
En muchos de sus poemas, los protagonistas son pequeños seres de la naturaleza con los que ella se identificaba, y a los que jamás consideró inferiores. Su concepción de lo armónico pasaba más por esta identificación, que por la sobrevaloración de la obra humana. Probablemente esto sea lo que está presente en el poema que lleva en número 1379, en el que el charco en el que vive una rana se asimila a una mansión, y el leño sobre el que el animalito trepa es equivalente a un auditorio.
Esta valoración de lo que para otros es insignificante, es lo que la lleva a despreciar lo efímero de la fama, (una “burbuja”) y a cerrar el poema  con la consideración de que toda la oratoria humana (condensada en la figura de Demóstenes) no es más importante ni más trascendente que el suave canto de las ranas, que sale de los  charcos durante la noche.

1379

Su mansión en el charco
la rana abandona-
se eleva sobre un leño
para dar sus conferencias-
por auditorio tiene dos mundos
(deduciéndome a mí)-
el orador de abril
está ronco hoy-
tiene mitones en sus pies
ninguna mano tiene-
su elocuencia es una burbuja
así debe ser la fama-
apláudanlo y descubrirán
para vuestra pena
Demóstenes se ha desvanecido
en los tribunales verdes-


(c.1876)

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