María Inés Falconi: " Cuando uno plantea una situación incorrecta, lo hace para debatir, para tomar postura, para movilizar, para provocar."
La segunda parte de la entrevista a María Inés Falconi retoma la conversación con Mario Méndez acerca del trabajo con distintos formatos de libro, de la importancia de la palabra, del texto escrito, en el desarrollo de las historias. También se habló sobre las políticas educativas y editoriales en relación con los contenidos literarios, de la cuestión del público al que van dirigidos los textos considerados infantiles, y la representación de las problemáticas socio culturales como la violencia. Para finalizar la autora leyó un fragmento de El llorón.
MM: Es muy divertido. Una pregunta que te quería hacer… Está en Primera Sudamericana, por lo que, podría ser que, si bien está ilustrado, lo lean chicos más grandes. Este relato, a veces es más para los grandes, ¿no?
MIF: No sé… ellos, lo que manifiestan es que los personajes hablan como ellos, eso es algo que les gusta mucho, que es un libro muy divertido, y que se sienten muy identificados con los personajes. Recibo cientos de cartas y de mensajes que me dicen: “Yo soy como Graciela y mi amiga es como Paula”. “En mi curso hay una Miriam”. “A mí me gustaría tener un novio como Fabián”. Los chicos hacen todo el tiempo una transposición, y se identifican con eso. Y eso, iba a ser un libro, nada más. En un momento, mi hijo menor estaba en séptimo grado y se iba de viaje de egresados. Y fui a una reunión de esas en las que están los padres, la empresa de viajes, y era una cosa tan insoportable… (Risas).
MM: Quería hacerte unas últimas preguntas. Coordenadas para un crimen, me la pasaron de Sudamericana, pero tiene otro sello, Montena. ¿Cómo es esto?
María Inés Falconi:
No,
porque yo hablo mucho. (Risas). Escribo con mucho texto, entonces el libro
álbum me cuesta muchísimo. Esas cosas maravillosas, tan sintéticas del libro
álbum… Yo necesito muchas palabras. Puede encajar para este tipo de cosas, que
es como un cuento ilustrado.
MM:
Hablando
de hablar, lo iba a googlear y me olvidé, ¿las jirafas son mudas? Hay un libro
de María Inés que se llama Alta, muda y
con las patas largas.
MIF:
Sí,
son mudas. No me acuerdo de dónde salió el dato.
Asistente:
A
mi hija, para una actividad con animales que hizo en el jardín le tocó la
jirafa, y una de las características es que era muda.
Mateo
Niro: Semejantes
cuerdas vocales.
MM:
Claro,
no deben llegar. Porque de la manera en que lo contás, no es que esta jirafa es
muda.
MIF:
Para
mí son mudas. Ahora me hiciste dudar…
MM:
A
mí me hiciste dudar peor porque tengo un cuento en el que la jirafa habla…
MIF:
Acá
no tenés los libros de Norma, pero ahí, están Bichos de cuento, Mascotas de
cuento, donde juego mucho con eso también. Con los animales como parodiando
la burla de los humanos. Cuando escribía ese libro me reía sola, cuando me
imaginaba a los animales riéndose de la pobre jirafa.
MM:
Además,
como está aislada allá arriba, ella no se conecta con el mundo que vive allá
abajo. Y se burlan, la cargan por la altura, por el cogote, hasta que ella
descubre, desde la altura, que se viene una inundación. Y quiere avisarles y la
hiena se ríe, el mono se ríe. Quiere hacerles señas y empiezan a jugar a
“Dígalo con mímica”. La jirafa empieza a saltar, hasta que descubren lo que
pasa, y después de eso empiezan a aprender lenguaje de señas. ¿Y este personaje
que cuenta en primera persona las desgracias de tener un hermanito? ¿De dónde
surge?
MIF:
Surgió
de la necesidad de hacer una serie sobre el sufrimiento del hermano que tiene
un bebé, y que va pasando por distintas etapas. Hay dos publicados. Uno es El llorón, que es el primero, y otro es El llorón cumple tres meses, a medida
que el hermano va creciendo. Tengo más escritos.
MM:
¿Van
a salir?
MIF:
No
sé. Empezó como una idea mía que fue aumentando mucho por las anécdotas de niñez.
Tengo una que es la causa del que todavía no salió, que es de un nene que tenía
una hermana bebé, y alguien decía: “¡Ay, qué linda la nena!” y el tipo muy
serio dijo: “No, no habla”. (Risas). Esos anecdotarios te dan pie para esto.
MM:
Esta
cosa de qué es lo que pensará el hermano del llorón, el que se supone que
escribe, que es un chico chiquitito, de
dos años.
MIF:
Diario
de un hermano desesperado…
MM:
El
pibe lo quiere matar, se mete en la cuna, le pone el oso en la cara y se lo
refriega para que juegue, le tira pelotazos para que ataje, y lo quiere, por
supuesto, pero es una relación de hermanos. Y es muy gracioso lo que él lee. Lo
que mejor sirve para que el chico no llore, es la teta. La mamá le da la teta y
el pibe se calma. Pero la abuela, no. Se ve que la de la abuela ya no funciona.
(Risas). O el chupete, que es como un tapón, pero a veces se sale… Está muy
bien.
MIF:
A
mí me divierte mucho jugar a pensar cómo ven la realidad los chicos. Nosotros
manejamos una cantidad de códigos que para los chicos son absolutamente
desconocidos. Me gusta mucho jugar con esa idea de pensar cómo lo verán. Hay
otro cuento, que está en un libro que se llama Los hermanos no son cuento, que cuenta de la hermanita que nace, y
el chico la va a ver al sanatorio y piensa que se tiene que llevar a la casa a
todos los bebés que hay en la nursery. Ese tipo de juegos de confusión de la
realidad me divierte.
MM: Es muy divertido. Una pregunta que te quería hacer… Está en Primera Sudamericana, por lo que, podría ser que, si bien está ilustrado, lo lean chicos más grandes. Este relato, a veces es más para los grandes, ¿no?
MIF:
Son
libros con una contradicción seria, porque la temática es como para chicos más
chiquitos, pero la estructura con mucho texto es para chicos un poco más
grandes. Nosotros usamos mucho este libro en la biblioteca, cuando hay que leer
cuentos y la verdad es que termina funcionando muy bien para todas las edades.
No es para que un chico lo lea. Es un cuento para que le lean. No creo que haya
un chico que se siente a leer esto. Para leer esto tiene que tener de nueve
años en adelante… Es para que a un chico se lo lean y es para grandes.
MM:
Para
grandes es muy divertido.
MIF:
Está
muy lejos de ser la intención de que sea para grandes, pero cuando los grandes
lo leen le ponen muchas ganas.
MM:
Vamos
a una de las estrellas. Caídos del mapa. Yo tengo una edición nueva, pero traje un
histórico para mostrar. ¿Cómo fue que Caídos
del mapa primero era obra de teatro, después fue novela? Contanos un poco.
MIF:
Yo
escribía mucho teatro para chicos chiquitos, no había escrito todavía para
adolescentes, ni preadolescentes, y no había, no hay, mucho teatro para esa
edad. Yo pensaba en cómo sería escribir una obra para preadolescentes, cuál
sería la temática, que podía interesarles. Estuve mucho tiempo dándole vueltas
a eso, hasta que funcionó esta idea de los chicos que se ratean de la clase de
Geografía. Y fue una obra de teatro, porque todavía no había escrito ninguna
novela. Pero cuando la terminé, y la estrenamos y salió muy bien, me quedé como
con las ganas de contar. Yo contaba nada más que lo que les pasaba a los chicos
que estaban escondidos en el sótano de la escuela, y me había quedado con las
ganas de contar lo que pasaba en la escuela. En el teatro no lo podía hacer.
Cómo reaccionaban, cómo los buscaban, llamaban a los padres. Esos personajes,
en la obra de teatro ni siquiera existían. El escenario era el sótano y la
mención de “la foca” como la maestra, que no aparecía nunca…
MM:
El
padre que era presidente de la Cooperadora…
MIF:
Claro,
se los nombraba a todos, pero no aparecían. En ese momento vino Carlos Silveyra
a ver la obra. Estaba sacando esa colección de Quipu, y cuando vio la obra me
preguntó si no me gustaría escribir una novela con eso. Yo estaba justamente
pensando en eso y se lo dije. Y me dijo que tenía que escribirla muy rápido
porque estaban trabajando en una colección que iban a presentar en la Feria. Yo
la tenía bastante presente, así que me senté, la escribí, se presentó en la Feria
con toda la colección. Se presentó, además, con una escena de la obra, que
fueron mis propios actores, y funcionó bien de entrada. Fue un libro que no
tuvo ningún tipo de marketing, ni de distribución, y que pasó momentos
complicados de la editorial también, pero que funcionó con el boca a boca de
los chicos. Ellos se lo recomendaban entre sí.
MIF: No sé… ellos, lo que manifiestan es que los personajes hablan como ellos, eso es algo que les gusta mucho, que es un libro muy divertido, y que se sienten muy identificados con los personajes. Recibo cientos de cartas y de mensajes que me dicen: “Yo soy como Graciela y mi amiga es como Paula”. “En mi curso hay una Miriam”. “A mí me gustaría tener un novio como Fabián”. Los chicos hacen todo el tiempo una transposición, y se identifican con eso. Y eso, iba a ser un libro, nada más. En un momento, mi hijo menor estaba en séptimo grado y se iba de viaje de egresados. Y fui a una reunión de esas en las que están los padres, la empresa de viajes, y era una cosa tan insoportable… (Risas).
MM:
Como
las reuniones de consorcio…
MIF:
Más
o menos. Yo estaba sentada al lado del papá del mejor amigo de mi hijo, que
también es editor, y en un momento empezamos a hacer chistes entre nosotros
porque era imposible salir de ahí. Y le dije: “Esto es un libro”. Era una cosa
terrible. Ahí escribí el segundo, que quedó corto, y el resto de la saga fue a
pedido de los chicos. Me la pasé años diciendo que el que estaba escribiendo
era el último…
MM:
El
once ya está…
MIF:
Es
el último. (Risas).
MM:
¿En
qué año están? Recordanos…
MIF:
En
el once hay un salto. La historia en continuidad termina cuando están en
segundo o tercer año. Pero en el once, justamente para que sea el último, hay
un salto y están en quinto. Y vuelven a la escuela, a una fiesta de despedida
del portero, que se jubila. Y vuelven a encontrarse con los espacios, con el
sótano, que lo van a tirar abajo… Hay un montón de cosas que van cerrando.
MM:
Además
ya terminan la secundaria…
MIF:
Por
eso. Lo busqué para que no tuvieran ningún tipo de posibilidad de pedirme nada.
(Risas).
MM:
La
próxima los matás. (Risas). Una pregunta más difícil o más antipática. Con esta
cosa de cierta incorrección política, sobre todo por el personaje de Miriam,
¿has tenido algún problema, reclamo?
MIF:
Distintos.
De hecho, cuando el libro salió en el año ’92, era otra época. De un montón de
cosas de las que ahora la gente se escandaliza, no se escandalizaba nadie.
MM:
Vos
decís que es al revés…
MIF:
Para
mí, nos volvemos cada vez más hipócritas. Cuando pasamos de una edición a otra,
tuve que limpiar un montón de cosas del lenguaje del libro. A Miriam la
llamaban “la gorda”, y nadie se asustaba por eso. Entonces, a pedido de la
editorial traté de alivianarlo un poco, porque si no era dificultoso en las
escuelas, los Ministerios ni te cuento, y no cambié la esencia del libro.
MM:
¿Es
un libro que ha comprado el Ministerio?
MIF:
Recién
después de la película.
MM:Eso es a
pedido de los chicos.
MIF:
Sí,
es políticamente incorrecto. Pero, por ejemplo, ahora que estamos con el tema
del bullying, hay que explicar que no es lo que le hacen a Miriam. El bullying
es cuando atacan a alguien que no tiene posibilidad de defenderse. Miriam tiene
una estructura fuerte. Son violentos pero es una cosa entre pares. No hay una
cosa de “agarrarla de punto”.
MM:
Me
hacía pensar un poco en la estructura de nuestra vieja y querida Jacinta
Pichimahuida. Etelvina era así y nadie se escandalizaba.
MIF:
No
la vi.
MM:
Era
la cosa arquetípica. Caballasca que era bruto, el lindo, la linda, y Etelvina
que era insoportable, a la que todos odiaban…
Asistente:
En
la vida real, también. Uno venía del interior, y en la escuela te decían
“Estrellita esa pobre campesina”.
MIF:
Sigue
existiendo. Yo creo que ahora toda la sociedad está más violenta. Me parece que
esa es la diferencia. Lo que antes pasaba por la cargada ahora pasa por la
piña, cuando no la puñalada. Todo adquirió una forma mucho más violenta, los
chicos tienen mucha menos contención.
MM:
¿Vos
creés que hay reticencia o cierto temor
de caer en el riesgo de fomentar la violencia o algo así?
MIF:
¿En
el libro?
MM:
Sí,
sobre todo en esta mirada que calificás de hipócrita.
MIF:
Creo
que todavía no se perdió el criterio de que el libro tiene que decir cómo se
hacen las cosas. De que la literatura tiene que enseñarnos el camino correcto.
Y en la escuela, ni que hablar. Y el teatro también. Es difícil entender que
cuando uno plantea una situación incorrecta, lo hace para debatir, para tomar
postura, para movilizar, para provocar. Es mucho más cuadrada la cosa. Si el
libro dice que le pegan a Miriam, yo estoy haciendo apología de la violencia y
estoy diciéndoles a los chicos que peguen. No estoy diciendo eso. Estoy
diciendo que eso pasa. Realmente pasa. Me parece que nos quedamos tranquilos
como poniendo grandes titulares, pero que las cosas, los chicos las siguen
haciendo igual.
MM:
Lo
que pasa es que corrés el riesgo fuerte de ser acusado de apologista de la
violencia, o de lo que sea.
MIF:
Cuando
nosotros hacíamos la obra de teatro, una vez nos pasó que terminó la obra, eran
chicos de sexto y séptimo grado, se levanta una maestra en el medio, y empieza:
“¡Esto es una vergüenza!, ¿cómo pueden invitar a los chicos a ver una obra con
este lenguaje, y con este tratamiento de las maestras?”. Se armó un escándalo
que no sabés. Nos dijeron de todo. Nosotros tratábamos de defender nuestra
posición, y los pibes, pasaban al lado nuestro,
y bajito para que la maestra no los escuche, nos decían: “No le hagan caso.
Estuvo buenísima”. Ahí me quedó bien claro el punto de vista del adulto, y el
del chico. Los chicos no son tontos. Difícilmente entiendan que hay una
apología de la violencia o de la discriminación.
MM:
Pero
has pasado por esas situaciones.
MIF:
Sí,
y por lo de que a la escuela el libro no entra, que el Ministerio no lo compra…
A mí a esta altura no me preocupa. Pienso que cada uno sabe lo que tiene que
hacer. Uno no tiene que traicionarse a sí mismo. Si la gente lo compra o no lo
compra, es aparte. Pero no se me ocurriría suavizarlo, porque la realidad no es
suave. A las chicas gordas, les siguen diciendo “gorda”. Es así, mejor que el
libro lo diga y que alguien se dé cuenta de que pasa. Y que una chica gorda
pueda sentirse identificada con Miriam, que es mejor que sentirse sola, y la
única a la que la maltratan. Extrañamente, cuando se dio lo de la película, que
los chicos conocían a los actores, la actriz que hace de Miriam es lo más. Los
chicos la adoran. Al que más adoran es a Federico.
MM:Es el langa…
MIF:
Sí,
pero ella…no sabés cuánto quieren los chicos a ese personaje. Es una cosa rara.
MM:
Es
raro, sí, contanos la experiencia con el cine, porque además, ahí fuiste la
guionista.
MIF:
Cuando
empecé a trabajar con el guión tenía muy en claro que tenía que ser fiel a los
lectores, lo cual produjo no pocas discusiones, porque a veces los productores
o los directores querían cosas más rimbombantes, desde el punto de vista
cinematográfico. Y yo no los quería desilusionar, porque muchos chicos me
habían preguntado si no me gustaría hacer la película. Tenía que ser esa
historia. Se podía agregar un poco más o menos en cuestión de imagen, pero sin
modificar eso. Y creo que salió así. Los chicos no salieron desilusionados.
MM:
Y
fuerte la movida con el cine y la promoción y todo eso.
MIF:
Y
sí, es otro ámbito, mucho más expuesto, los libros les van llegando a los
chicos de a uno, el teatro de a cincuenta personas, la película llega de pronto
a diez mil. Los chicos la esperaron mucho. Desde que la anunciaron hasta que se
estrenó, pasaron como tres años. Así que cuando salió, estaban con mucha
ansiedad. A mí me decían que no pensara en los lectores, porque iban a ir a verla
los que no habían leído el libro. A mí los que no leyeron el libro no me
importan, porque van a conocer la historia desde ahí. A mí me importan los que
sí lo leyeron. Pero funcionó bien. Les gustó a los chicos, a los adultos, se
divierten, está muy bien hecha.
MM:
¿Y
viene la segunda parte?
MIF:
Está
esperando el presupuesto correspondiente. Pero viene.
MM:
¿Tuvieron
crédito del INCAA y todo eso?
MIF:
Sí.
Y el proyecto ya está presentado. Pero no alcanza con el INCAA.
MM:
No,
claro. ¿Y ya empezaste a escribir el guión?
MIF:
Sí,
un primer guión, porque además el cine tiene eso, no es como el libro, que
cuando terminás y lo mandás a la editorial, va. Yo creo que escribí como seis
versiones de la primera. Por las correcciones.
MM:
¿Estuviste
en los sets?
MIF:
De
visita. No quería meterme. Era pesado que yo estuviera ahí. Tenía muchas cosas
para decir, pero me parece que hay que dejar que el que hace la otra tarea la
haga como la ve.
MM:
¿Sentiste
que se respetó bastante?
MIF:
Sí,
fueron muy respetuosos. El cine tiene esas cosas, después viene el que hace el
montaje y te va cortando escenas, compagina, es muy incontrolable.
MM:
Bueno,
la otra saga, con la que me estaba riendo solo en el bar de acá al lado es Fin de semana en El Paraíso. Hay también cuatro chicos: Gonzalo, Diego, Carla y
Agustina. Acá te metés con una cosa muy interesante que es el mundillo del
country, como Piñeyro con Las viudas de
los jueves. Creo que incluso con el mismo filo, porque es bastante
descarnada la visión del country, de los señores de la Seguridad, al que es de
afuera se lo mira de otra manera, y sobre todo, de la alambrada para allá, la
villa.
MIF:
Yo
ubiqué esa historia ahí, porque en un momento, en los noventa, mucha gente empezó
a irse a vivir a los countries. Y yo sufría mucho por los chicos. Porque la
situación de los chicos de diez, once, doce años, a los que se los llevaban,
era de un desarraigo terrible. Ellos estaban acá en su escuela, con sus
compañeros, a los padres se les chiflaba en un momento que estaba re cool irse a vivir al country, agarraban
a los chicos y se los llevaban. Y tenían que adaptarse, no solo a otra realidad
sino a esa cosa cerradísima. Tenía una alumna, siempre me quedó grabada esa
experiencia… Estábamos ensayando una escena, tendría catorce o quince años la
chica y las compañeras le dicen: “Bueno, entonces vos acá te vas al chino” Y
ella las mira y dice: “¿Dónde?” “Al chino, nena. ¿No sabés lo que es el chino?”
“No. ¿Qué es el chino?”. Eso fue como un disparador de defensa de la libertad de
los chicos por crecer en sociedad. No sé cómo decirlo.
MM:
Están
como en una burbuja. Y eso que en este caso van y vienen.
MIF:
Sí,
no son de los que viven.
MM:
Y
es fuerte la cuestión de que por la portación de cara y vivienda, los pibes,
que son absolutamente inocentes se comen la entrada en la comisaría, el fin de
semana adentro…
MIF:
Los
chicos de la villa, sin comerla ni beberla.
MM:
Por
“portación de cara”.
MIF:
También
me interesó mucho trabajar el tema de la hipocresía, porque cada uno de los
cuatro libros es, de alguna manera, como una historia policial. Los chicos
descubren siempre, que aquel que tiene el poder dentro del country, o al que
maneja los hilos, de pronto le encuentran plantas de marihuana en el jardín. El
otro compra a un referí para que gane el equipo de su club del country. Siempre
hay alguna cosa así, que los chicos terminan descubriendo y deschavando, pero
donde se ve la diferencia entre la imagen, lo que quieren mostrar, y la transfugueada
por debajo.
MM:
El
trasfondo. Realmente está muy bien. ¿Y este entra a los colegios?
MIF:
No,
no mucho, pero por una cuestión de política editorial. Se vende porque los
chicos lo compran.
MM:
¿Y
vende bien?
MIF:
Sí.
En general con los libros para adolescentes empiezan con Caídos del mapa, se terminan los once y siguen buscando. Entonces
leen todo, hasta que no les queda nada.
MM:
Y
hay que ponerse a escribir.
MIF:
Claro.
MM:
Y
de C@ro dice…, dijimos poco. A mí es
uno de los que más me gustó, si no el que más. ¿La leyeron? Me contaba María
Inés que se iba a llamar Sobre ruedas…
MIF:
Es
una novela que también surge de una obra de teatro que se llama Sobre ruedas. Es la historia de dos
chicos de doce o trece años que se conocen chateando, y que se divierten mucho,
porque el chico es muy rápido, tiene mucho sentido del humor y a la chica la
divierte. Ella, a su vez, tiene una amiga que quiere presentarle un chico para
que salgan juntos, ella tiene un novio…
MM:
Una
chica bastante especial…
MIF:
Le
gusta leer. Todo el mundo la carga por eso. Y el chico le ofrece que vaya a una
fiesta que se va a hacer en la escuela para que se conozcan. Van. Y cuando ella
llega descubre que el chico está en silla de ruedas. Es paralítico. Y empieza
toda su contradicción de seguir adelante con ese vínculo. Ella se va enamorado del chico, pero además sus amigos
la burlan todo el tiempo. Le preguntan qué va a hacer con un chico que está en
silla de ruedas. Y él también tiene la duda acerca de si va a aceptarlo, si un día va a decirle que se
vaya, y todo eso. Ese es el conflicto de la historia que termina bien, con un
final abierto.
MM:
Como
es abierto el tema de la parálisis de él. Me parece una buena elección. No
sabemos…
MIF:
No
sabemos, porque además yo pregunté a médicos, y me dicen que un chico que está
paralítico, no tiene solución. Siempre va a estar paralítico. Me parece
durísimo y no me animaba a plantear esa situación, entonces dejé abierta la
posibilidad de la operación. Ahora hay nuevas tecnologías que hacen que la
gente que no podía mover las piernas pueda moverlas.
MM:
Igual,
lo que me parece bien, es que el pibe no tiene una esperanza loca. Sabe
vagamente que hay una posibilidad de operación, pero está bastante consciente
de que es una posibilidad un poco remota.
MIF:
Vinieron
a ver la obra de teatro chicos en silla de ruedas. Y estaba bueno, porque
decían: “Así es como nos tratamos nosotros”. Con ese humor negro, ese reírse de
ellos mismos…
MM:
¿Y
eso lo investigaste?
MIF:
No,
lo inventé. No quería darle un tono de tragedia, ni tampoco de que no pasa
nada, de que es lo mismo estar en silla
de ruedas que no. No es lo mismo.
MM:
El
mejor amigo lo gasta. Le dice: “Vos, paralítico…”. Él se gasta a sí mismo, pero
está buenísimo que sea así, que se traten así entre ellos.
MIF:
Estoy
haciendo una obra con adolescentes y para adolescentes en la Universidad
popular de Belgrano, y una adolescente que tendrá dieciséis años, tiene un
problema de columna y mucha dificultad para caminar. Está con nosotros desde
que tenía once. Pasó muchas operaciones, usó aparatos, muletas, carrito, camina
mal, pero la traen en su silla de ruedas. Camina y actúa, y se sienta porque le
duele. Y termina la función, salgo a la calle, y veo a uno de los chicos
actores, de dieciséis años, que juega waterpolo, y tiene un lomo de este
tamaño, sentado en la silla de ruedas, con la chica que tiene el problema,
empujándolo ella al grandote, los dos muertos de risa. Y es bárbaro eso que se
produjo de manera absolutamente inconsciente, de transformar la dificultad en
un momento de juego.
MM: Quería hacerte unas últimas preguntas. Coordenadas para un crimen, me la pasaron de Sudamericana, pero tiene otro sello, Montena. ¿Cómo es esto?
MIF:
No
sé. (Risas). Porque Sudamericana tiene una colección que no es la típica de
Sudamericana, de autores extranjeros. Mucha novela americana, ciencia ficción,
policiales, aventuras, y ellos querían una novela para esa colección. Ya sabía
que no iba a salir en la tradicional. Pero no sé cómo funciona ese sello,
porque es nuevo, también para mí.
MM:
¿Y
esto salió hace poco?
MIF:
Salió
este año.
MM:
¿Y
ya tenés alguna respuesta?
MIF:
Sí,
viene muy bien, no sé si en ventas, pero en respuesta de los chicos.
MM:
¿Y
qué es? Contanos un poquito.
MIF:
Una
especie de locura en la que me metí para no hacer una cosa tan realista como
las que suelo escribir. Quería escribir otra cosa. Y es una mezcla de policial
y ciencia ficción.
MM:
¿No
habías escrito ciencia ficción antes?
MIF:
Nunca.
Es más, no me gusta. No soy muy lectora de ciencia ficción. Mi marido sí,
entonces a veces me sirve de consejero. En realidad la novela empezó así:
empecé quejándome del GPS, porque decía que iba a terminar con las peleas
adentro de un auto. “Doblá para acá, no, te dije que era la otra”. (Risas). Eso
que hace a la comunicación no existe más, porque el GPS te dice dónde tenés que
doblar. Estaba con eso de la tecnología, del GPS, empecé queriendo escribir
sobre el aparatito ese. Es el movilizador de esa situación. Son tres chicos en
el campo. Viene el tío de uno, de la ciudad, y le presta un GPS. Y están muy
entusiasmados hasta que descubren que funciona mal, porque los lleva para el
otro lado, hasta que le hacen caso. Y cuando llegan al otro lado, encuentran a
dos viejos que ellos conocían, muertos en su casa. Es un GPS que los traslada
en el tiempo, los adelanta para que vean que van a matar a los viejos, pero
cuando no está funcionando, vuelven al tiempo actual. Hasta que descubren eso,
y se dan cuenta de que a los viejos los van a matar y no pueden contarle a nadie,
porque no van a creerles. Van armando la trama con el aparato… está bueno.
MM:
Suena
muy interesante, y la combinación entre ciencia ficción y policial se da pocas
veces.
MIF:
Sí,
creo que lo hice de inconsciente, como no soy de ninguno de los dos… (Risas).
MM:
Normalmente
terminamos con una lectura. ¿Te animás a leernos algo?
MIF:
Yo
soy mala leyendo, pero si quieren…
MM:
¿Vos
actuaste? Esa pregunta se me quedó…
MIF:
Alguna
vez, pero no en forma sistemática. Hice reemplazos de actrices, cuando era
joven. Cuando tenían algún problema, como sabía bien los textos y conocía muy
bien la obra, me mandaba arriba del
escenario.
MM:
Pero
no es lo que más te gusta…
MIF:
No.
Me gusta mucho dirigir, lo hice mucho. Eso me apasiona, pero actuar, no.
MM:
Bueno,
aunque seas mala, ¿querés elegir algo cortito para leernos?
MIF:
Elegí
vos…
MM:
Si
tengo que elegir yo, vamos a reírnos un poco, algo de El Llorón. Elegí cuál de los dos llorones querés…
MIF:
Éste,
el primero.
Mi hermanito llora. Tiene hambre y llora. Tiene sueño y
llora. Yo lo pellizco y llora. ¡Y eso que lo pellizco despacito!
¡No sé por qué me tuvo que tocar un hermano que llora! Yo
quería uno que hablara, como el de Camila. Se ve que el hermanito de Camila es
de otra marca, porque habla y es más grande que el mío. Yo no sé porqué mi mamá
eligió un hermano tan chiquito. Seguro que uno grande como el de Camila, era
más caro. ¡Ojalá me hubiera dejado elegir a mí!
Para que funcione, mi mamá le hace cosquillas en la panza.
Como a mi oso, que hay que apretarle la panza para que haga ruido. Pero me parece que mi hermanito anda mal, porque
cuando mi mamá le toca la panza (“la panchita”, como dice ella), no llora nada
y le sale un sonido muy raro. Mi mamá dice que se ríe, pero eso no es risa, es
algo así como un “ggggllllrrrr”. ¿Estará roto?... Si mi mamá compró un
hermanito que llora y cada vez que le aprieta la panza, en vez de llorar hace
ese ruido tonto, quiere decir que está roto. O, a lo mejor, es que ella no lo
sabe usar; porque cuando yo le pellizco la cara, sí que llora. Yo le quiero
enseñar a mi mamá cómo tiene que hacer, pero ella se enoja y no me deja
tocarlo. Quiere jugar ella sola.
El chupete es para desenchufarlo. Si estás cansado de que
llore, le ponés el chupete, que es como un tapón, y no llora más. Es un sistema
bastante práctico, aunque a veces, tampoco anda bien. Algo pasa, porque el
chupete se le salta de la boca y entonces, sigue llorando.
Lo que mejor funciona para que deje de sonar, es la teta de
mi mamá. Eso no falla nunca. Se calla inmediatamente y durante horas. Claro
que, cuando mi mamá no está, se nos complica, porque en casa, la única que
tiene una de esas, es ella. Mi abuela también tiene una. Dos, como mi mamá.
Pero la de mi abuela se ve que no anda bien, porque nunca la usa para hacerlo
callar. Mi abuela prefiere la mamadera, que es bastante buena, pero no tanto.
A mi mamá, a mi papá, a mi abuela… ¡a todos les encanta que
mi hermanito llore! A mí, no. En cuanto pega el primer grito, salen corriendo
para mirarlo llorar. Eso ya me molesta un poco, porque cuando él llora, nadie
se acuerda de que yo estoy ahí.
El otro día probé, y cuando todos estaban alrededor del
llorón, me puse a llorar yo también, y a los gritos. ¡Fue buenísimo! ¡Vinieron
corriendo! Y yo puedo llorar mucho más fuerte que él, porque soy más grande.
Ya lo hice varias veces y siempre funcionó. Pero no sé si lo
voy a seguir haciendo, porque mi mamá no tiene cara de contenta; tiene cara de
preocupada, y a mí esa cara no me gusta.
Mi mamá dice que al llorón no lo podemos cambiar, ni
devolver, ni nada. ¡Pero a que no saben qué! Dice que se va a venir más grande,
como el hermanito de Camila y a lo mejor, más. Y yo pienso: si se vuelve más
grande, capaz que deja de llorar y empieza a hablar.
Ahora estoy esperando. Me paso horas agarrado de los
barrotes de la cuna esperando que se haga más grande y diga alguna palabra,
pero nada. Sólo llora o hace ese extraño “ggggllllrrrr”. A lo mejor está
hablando en otro idioma y somos nosotros los que no lo entendemos. Por eso
llora. Es muy triste que nadie te entienda. Yo también lloraría si me pasara
eso. Mi mamá, mi papá y mi abuela juegan a adivinar: “debe tener hambre”,
dicen; o “debe tener dolor de panza”, o “está mojado”… Pero, para mí que
ninguno acierta, porque el llorón sigue llorando.
Yo, creo que se aburre. A veces el llorón me da un poco de
lástima, porque está siempre en la cuna y no puede jugar a nada. El otro día,
mientras él me decía “ggggllllrrrr” se me ocurrió una idea. Abandoné mi puesto
junto a los barrotes y fui a buscar la pelota.
El llorón no sabe atajar. Le tiré la pelota desde lejos con
mucha, mucha puntería. Eso no es nada fácil, porque a veces se me va para
cualquier lado. Pero esta vez, no. Esta vez, cayó justito en el medio de la
cuna. Lástima que él no la atajó. Le rebotó en la panza y empezó a llorar. Está
funcionando bien otra vez, pero para jugar a la pelota, eso no nos sirve.
Yo traté de explicarle que tenía que poner las manos, o los
pies, como me dice mi papá. No sé si me entendió, porque como estaba llorando
debajo de la pelota, que es muy grande, yo no podía verle la cara. Sólo
escucharlo. Entonces vino mi mamá, sacó la pelota de la cuna, le puso el
tapón-chupete, y me retó. Dijo que nunca, pero nunca más, jugara a la pelota
cerca de la cuna. Y tenía razón, porque el llorón no sabe jugar.
A lo mejor, no sabe atajar la pelota pero puede jugar a otra
cosa. Yo tengo muchos juguetes. Más que el llorón, que sólo tiene esas cosas
que dan vuelta y hacen ruiditos y que son muy aburridas. Si esos fueran mis
únicos juguetes, yo también lloraría.
Pensé que si le prestaba mis juguetes no se iba a aburrir
tanto, entonces, traje todos los que pude: los autos, el oso que hace ruido, el
conejo, los cubos de colores y hasta el camión grande que carga arena. Fue muy
cansador. Tuve que hacer muchos viajes desde mi cuarto y, además, tirarlos con
fuerza adentro de la cuna, porque los barrotes son muy altos y no alcanzo.
Después me quedé mirando para ver si le gustaban. No le gustaron. No agarró
ninguno. Pasando la mano entre los barrotes, alcancé al oso y se lo apreté
contra la cara para que le diera un beso. ¿A qué no saben qué?... El llorón
empezó a llorar. Mi mamá vino y me volvió a retar. Que no ponga cosas en la
cuna, me dijo esta vez. Y ahí entendí: el llorón no puede jugar adentro de la cuna. Hay que sacarlo. Por
eso sacude los brazos y patalea en el aire. Porque se quiere bajar, pero nadie
lo entiende.
Hacer eso fue mucho más difícil, porque, como ya dije, yo no
alcanzo hasta arriba. Tuve que traer una silla, subirme, asomarme adentro de la
cuna… ¡y casi me caigo de cabeza! Al llorón le gustó mi pirueta, porque esta
vez no lloró. Empezó a reírse con su ggggllllrrrr… Y eso me gustó a mí, y le
hice algunas morisquetas, y él me hizo más ggglllrrrr… Me parece que nos
estamos entendiendo.
Lo difícil fue levantarlo. El llorón no es muy pesado, pero
se desarma todo. Lo tiraba de los brazos para sentarlo y se iba para atrás otra
vez, le decía que se pare y no entendía nada, sólo pataleaba. Al final lo abracé
con toda la fuerza que tengo (que es mucha porque ya soy grande) y pude sacarlo
de la cuna. Ahora, tenía que bajar de la silla, donde yo estaba parado con el
llorón a upa, y no sabía como hacer. Sólo eso faltaba para llegar al suelo y
empezar a jugar pero, en ese momento, apareció mi mamá. No se puso contenta.
Pegó un grito. Mi mamá gritó, el llorón lloró, y yo… también lloré.
Mi mamá puso al llorón en la cuna y me sacó del cuarto.
Estaba muy enojada. Yo traté de explicarle, porque yo sí, hablo, no como el
llorón que sólo llora; pero ella no me entendió. Ojalá el llorón también
pudiera hablar para ayudarme…
El llorón y yo seguimos mirándonos a través de los barrotes
de la cuna. Yo le hablo y él sigue haciendo “ggglllrrrr” y llorando. Cada vez
nos entendemos mejor. Igual, yo sigo esperando que se vuelva grande y aprenda a
hablar, como el hermanito de Camila.
Aplausos.
MM:
Muchas
gracias, María Inés.
MIF:
Gracias
a ustedes. Yo tengo una página que se llama “María Inés Falconi, oficial”. Ahí
pueden contactarme, la leo todos los días, contesto los mails, si quieren
ponerse en contacto.
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