Olga Drennen: "Mi método es leer y escribir. "

La segunda parte de la entrevista a Olga Drennen continúa la conversación acerca del doble rol de escritora y editora, de la centralidad de la tarea de escritura como reescritura y la importancia de tomar distancia y dejar 'descansar' el texto para poder reformularlo. También abordó el tema del mercado editorial y la proliferación de publicaciones en comparación con los '80, de la calidad de la escritura, el lenguaje de los chicos y la transformación del lenguaje a lo largo del tiempo. Para la autora, en las palabras y su musicalidad se juega el sentido, la sensibilidad y la identidad, por eso la poesía ocupa un lugar privilegiado que no se explota como merece. En el cierre, a manera de despedida, leyó el cuento “La mancha a la altura del tercer botón”.




Mario Méndez: Vos decís que como escritora te sometés al trabajo del editor. Y como editora, ¿Cuál es tu mirada? ¿Cómo seleccionás? Por ejemplo en las antologías…

Olga Drennen: Yo dejé de ser editora, renuncié a esa tarea más por cuestiones de tiempo más que por otra cosa. Pero como antóloga es diferente. Por lo general, en las editoriales se hacen planes con respecto a las antologías. Te piden o uno propone. Entonces, hay que ceñirse a lo propuesto por uno o pedido por la editorial. Por ejemplo, vamos a ir al Había una vez. A mí, a partir de la lectura de un cuento de Borges, que se llama “El fin”, en el que relata la muerte de Martín Fierro, se me ocurrió pensar en qué pasaría si se escribía para contar qué había pasado después del final de los cuentos tradicionales. Entonces llamé a un grupo de autores muy consagrados, (lo llamé a Mario y no tenía tiempo)…

MM: No sabés cómo me arrepiento… simplemente me olvidé del pedido, se me pasó…

OD: Pero, por ahí, más adelante... Me quedó la idea de hacer otra antología con otra vuelta de tuerca. Ahora estoy como asesora literaria en Quipu, pienso hacer la propuesta en el futuro y cuando lo hagamos, te aviso,

MM: ¿Vos cuál elegiste con el primero?

OD: La sirenita. Que no se casa con el príncipe, no se muere un demonio, derrota a la bruja y, además, va y se casa con otro

MM: ¿Y le cortan la lengua?

OD: No, no le cortan nada. En realidad, en el cuento original, se muere. La bruja le prohíbe cantar, no le corta la lengua.

Asistente: La deja sin voz.

OD: Sí, la deja sin voz. En mi cuento se pelean en verso… No me acuerdo ahora. Bueno, salió un libro que fue premiado por ALIJA. Me pasó que una de las autoras escribió algo que no me entusiasmó del todo. Tampoco era nada grave. Pero pedí a la autora… bueno, voy a decir quién era porque la actitud de ella fue maravillosa. Se trata de Ana María Shua. Y ella enseguida, me dijo que si no me gustaba, que lo sacara. Con determinados autores hay que moverse con mucho cuidado. Se ofenden… Pero con Ana María, pasó todo lo contrario, es una profesional con la que da gusto trabajar.

MM: Sí. Muchas veces, no es regla, pero pasa bastante, los más grandes suelen ser los más humildes. Yo lo edité a Sorrentino, que es un consagrado, que escribe para adultos, una vez le discutí una frase, Cuando le insistí, me dijo que el lector tiene la razón, y que en ese caso el lector era yo. Que si lo que él había dicho no se entendía, había que cambiarlo.
Cambiando de tema, ¿Con el encargo cómo te llevás?

OD: Muy bien. Yo ya había publicado material de literatura infantil, pero me tocó dirigir una editorial que publicaba material para docentes. Hacíamos revistas, cursos de perfeccionamiento, juegos didácticos, videos educativos, y libros. En todo estaba comprometida yo. Era la directora editorial de allí.

MM: ¿Cuál era?

OD: Editora Estelar. No íbamos a quioscos. La revista se vendía en los colegios y por suscripción. En esa época, se vendían más de cien mil revistas por tirada. Era una barbaridad. Como yo hacía la selección del material y lo corregía (para mí la corrección era una tortura), aprendí de todas las materias. Las actividades, los contenidos… Entonces, si a mí me dicen que hay que trabajar mezclas… Eso lo hice en Aique. Hice un cuento que se llama “Como el agua y el aceite”. Lo que le doy a la maestra, es la idea. Ella después desarrolla el contenido. Pero me llevo bien con los textos “a pedido”, porque tengo idea de los contenidos de las materias y me gusta. No me molesta.

MM: Es como si fuera un incentivo. Una consigna.

OD: Sí, claro. Vos ¿cómo te llevas?

MM: Yo, bien, me han encargado unas cuantas cosas. Quizá lo más hincha es la limitación de espacio. La cantidad de caracteres. Si te pasás no les entra en la caja, tenés que recortar. Eso pasa con las “texteras”, que son las de los libros de texto. Aique y demás. ¿Cuál es tu método de trabajo?

OD: Leer y escribir. Ahora estoy terminando el Ulises. Porque hice para Salim Ardió Troya, con lo que les conté de la transposición de tiempos y espacios. ¿Por qué hice ese libro? Porque pensé que ningún chico va a leer la Ilíada entera. Y la única manera de contarles qué pasó, era pasarla de tiempos. Lo del espacio me vino porque yo iba mucho al Argentino Hotel, en Piriápolis. Hasta el nombre griego me ayudaba. Entonces armé toda la historia en ese lugar. Como nos va bien con ese libro, ahora, sacamos la Odisea. Hice el mismo trabajo. Para hacer la transposición tomé a uno de los personajes de Ardió Troya, que yo sabía que era Ulises, y todas las aventuras las vive el chico viniendo a Buenos Aires por río, desde Montevideo. Hay como un realismo mágico en la historia. Ahora estoy terminando eso, me falta poquito. Y ya estoy pensando, leyendo, e investigando para una novela histórica para adultos.

MM: Investigando. Y una vez que tenés la materia, ¿te armás una estructura?

OD: Sí. Si no sé adónde voy, no puedo escribir. Tanto en la novela como en el cuento tengo que saber adónde voy porque si no, me pierdo. No puedo escribir.

MM: Y vas llenando los casilleros.

OD: Exactamente. Hay gente que te dice que empieza a escribir y va adónde la lleve la lapicera o la compu. No. Creo que te desbarrancás. Uno corre el riesgo de poner personajes de más, o anécdotas que no vienen al caso.

MM: ¿Y para corregir cómo sos?

OD: Una perra. (Risas). Me lastimo. Le doy, le doy, le doy, vuelvo a leer e igual sale con horrores.

MM: Pasa, sí.

OD: Sale con horrores. Después, me pregunto cómo pude escribir eso, cómo pude repetir tantas veces una palabra. Escribo. Corrijo mucho. Termino. Dejo. Pasa el tiempo y lo agarro otra vez. Y vuelvo a corregir. Y ahí es donde me reto. Así y todo sale con muchas cosas que no me gustan.

MM: La otra vez decíamos acá en otra entrevista, que Marechal hablaba de los cajones. Ponía el manuscrito en el último cajón de una cajonera…

OD: No me digas que lo iba subiendo…

MM: Así es, iba subiendo a medida que iba corrigiendo, y dejaba pasar un tiempo entre una y otra vez.

OD: Sí, me gusta, creo que las correcciones sucesivas, limpian las impurezas del texto, pero nunca te limpian la palabra repetida.

Asistente: ¿No lo hace el editor?

MM: Primero está el trabajo de corrección, porque hay cosas que pueden pasar, al mejor cazador se le va la liebre. Un problema de concordancia o de repeticiones o de gerundios, que son molestos, hacen ruido.

OD: Las palabras terminadas en “mente”.

MM: Claro, ese es un primer laburo de corrección. Después hay un trabajo de edición, donde uno se fija en cuestiones argumentales, de escritura. Así y todo, con todos esos procesos, yo no releo, no suelo releer porque siempre encontrás cosas. Una vez que el libro está publicado, ¿lo leés?

OD: No. Porque no hay arreglo. Lo que descubrí en otros autores, y seguramente me pasa a mí también, es que donde vos ponés un gerundio, “la miró sonriendo”… a los dos renglones o en el renglón siguiente aparece otro gerundio. Después paran durante un ratito y vuelven otra vez. Igual con los adverbios terminados en “mente”. Fijate.

MM: ¡Pero vos decís que es una conspiración!

OD: No, yo creo que es una cuestión del sonido de la palabra. O de solución de algún problema creativo. Entonces lo arreglan con un gerundio y repiten el recurso. De repente salen y logran expresarse, y vuelven. Hay gente que te mata. Y salen así algunos libros.



MM: Vos fuiste parte de ese renacimiento de la literatura infantil que se da en el ochenta y pico. ¿Cómo ves el presente de la literatura infantil y juvenil?

OD: Asustada.

MM: ¿Por qué?

OD: Porque de una época en la que había pocas editoriales, en las que publicaban solo algunos consagrados, se los disputaban, y otros no entrábamos, ahora hay muchas editoriales chicas que publican a demasiados y hay algunos textos que no están bien escritos. Hay como un exceso de publicación. Me acuerdo de que una vez estuve con en un congreso internacional que se hizo en Córdoba. Había mucha gente. Cuando terminó el congreso, nos quedamos algunos al post congreso. Yo prestaba atención a las propuestas y, por ahí, escuché algo que me enojó. Alguien proponía que había que hacer lobby en el Ministerio para impedir que se siguiera publicando literatura infantil. Yo sentí que era como una maniobra egoísta. Y ahora no estoy tan segura. Porque leo cosas y me pregunto cómo pudieron publicar eso. Y pienso que es posible que más de un chico lea esos textos. Ese es el problema. Tengo una nieta de dos años y medio, y le creo otro mundo con los juegos. No tanto con la literatura, porque le leo hasta donde le da la paciencia. No estoy hablando de literatura, estoy hablando de una postura ante la vida con respecto al vínculo con los chicos y al mundo les damos. Mi nieta tiene una muñeca de terciopelo, un día, la senté en la computadora, y como es una muñeca muy dúctil, le movía las piernas y las manos como si tuviera vida propia, le hablaba y fingía que la muñeca me contestaba, al rato, le dije que la muñeca decía que ella era la mamá y le pregunté si era verdad y me contestó que sí, que ella era la mamá. Juega conmigo. Creo que ella sabe que ese juego tiene un poco de magia y un poco de mentira y que en ese juego, las dos hacemos magia.

Asistente: ¿Dónde pensás que está el problema, en lo temático o en la manera de narrar?

OD: En las dos cosas. En lo temático porque los temas se repiten y se repiten; y en la manera de narrar porque no hay estilo, no hay respeto, por la ortografía ni por la gramática. La literatura es un trabajo con el lenguaje y con la palabra escrita. No pretendo que vayamos a escribir como Cervantes, pero tenemos la responsabilidad como autores de respetar el quehacer. De usar los verbos como corresponde, de organizar la oración de tal manera que el lector entienda de qué se habla. No poner un sujeto tácito donde nadie sabe de qué se trata. Tampoco se corrige. Ni los autores ni algunas editoriales Hay editoriales que se nota a la legua que no tienen correctores. Yo sé que en la de Mario sí hay. (Risas).



MM: Es cierto que hay mucha publicación. También hay nuevas y buenas voces.

OD: Sí, Bombara… y la autora de La Saga de los Confines.

MM: Bodoc.

OD: Bodoc, sí. Yo la premié cuando recién empezaba. También está Sergio Aguirre y otro escritor del Interior que es excelente, que está en el libro que sacó el Ministerio…

MM: ¿Sevilla, el mendocino?

OD: Sevilla es muy buen escritor y lo amo, es mi trillizo. (Risas).

MM: Está Pescetti.

OD: Sí. Hay un montón de gente que escribe bien. Ahora, recuerdo hablaba de Jorge Accame, de Jujuy. ¡Cómo escribe! Es excelente.

MM: Lo entrevistamos. Es porteño, pero hace muchos años que vive en Jujuy.

OD: Hay muchos buenos. Pero hay otros que no entiendo qué les ven. No quiero dar nombres porque es feo. Los colegios los recomiendan y los siguen publicando. Como editora o como asesora, para mí es una responsabilidad, me lo tomo en serio por esa idea que tengo de llegar a los chicos a través de determinados caminos. Ustedes se preguntarán qué magia tiene el cuento de terror… la magia es que no les pasa a ellos, a los lectores.

MM: Es un lugar de tranquilidad. “No me puede pasar”. Está muy bien. Hay dos géneros a los cuales les cuesta entrar en la escuela. De uno ya hablamos, la poesía. El otro es el teatro.

OD: Teatro escribí. No es lo que más hago. Poesía también, claro. Te voy a decir qué pienso que es el problema. En una época trabajé para una editorial muy importante. Daba talleres por cuenta de esta editorial. Me vinculaba con escuelas del Estado, conversaba con las supervisoras, ellas bajaban la propuesta, y las escuelas interesadas me llamaban. También lo noté en otras visitas que hice y hago a las escuelas. Se trabajan poco la poesía y el teatro. Tal vez, por eso los libros no se venden. Es como dijo Boido, “La poesía no se vende porque la poesía no se vende”. En la poesía está la magia.

Asistente: A los chicos les gusta la poesía.

OD: ¡Pero claro que les gusta! Después voy a contar una anécdota con mi nieta que a mí me dejó helada.

Asistente: Contá la experiencia con tu nieta.

OD: Era muy chiquita y no caminaba. Y yo le jugaba… le juego todavía con canciones. No soy música, así que tomo una canción conocida, con la música que se me haya pegado, y en el momento le invento la letra. Siempre la protagonista es ella. Me acuerdo de que la tenía a upa y le cantaba. Y se me cruzó esa canción que canta Jairo: “Quiero que mi país…” y entonces dije: “quiero que Trinidad sea feliz…” Y ella se retiró, me miró, y me apoyó la cabeza en el pecho como diciendo: “Estás hablando de mí”. ¿A qué voy con esto? A que a veces no importa la edad de los lectores ni el significado de las palabras. Entienden que hay algo que se les está diciendo, que hay algo que habla de ellos, o de sus lugares, de su historia… algo vinculado con ellos, con el amor Entienden  y sienten, se emocionan.

MM: Y eso está en la poesía.

OD: Eso está en la poesía. Y está en la narrativa en tanto y en cuanto uno los maneje bien. Creo que el chico tiene que leer lo que le interesa. ¿Para qué les vamos a escribir a nenes de cinco años  acerca de la teoría de la relatividad?

MM: Vos solés pegar donde a los chicos les interesa. Yo trabajaba mucho “Las cosas del crecer” y “Casi me muero” que a los chicos de sexto les encantaban. Hablan de los primeros amores…

OD: Eso tiene que ver conmigo. A mí me pasó eso.

MM: ¿Cuál? ¿”Casi me muero”?

OD: Claro. La protagonista vivía en Villa del Parque, está muy enamorada de un chico que se llama Oscar, y los llevan de vacaciones… Eso me pasó. Pero no me encontré con otra nena, me encontré con él. Yo no quería ir a Córdoba, a La Granja. Pensaba en qué iba a hacer yo ahí. Mi mamá me llevó y cuando llego me lo encuentro. Y casi me muero… Éramos chiquitos.

MM: Eso gusta mucho porque hay un interés de los chicos, y hacés una apropiación del lenguaje muy interesante. Hablás como hablan los chicos.

OD: Claro. Pero hay que tener un poco de cuidado. Por ejemplo, en la novela que estoy haciendo acerca de Ulises, podría poner “bolú”, que no es una mala palabra porque está incompleta, pero no, porque en algún momento no se va a decir “bolú”. Pongo “loco” que se le acerca bastante. Pero trato de no dar en el centro del lenguaje de los chicos actuales, de no usar determinadas expresiones. Porque después, van a perder sentido. En mi época se decía: “Está un kilo y tres pancitos”. (Risas). Porque se usaba “Está un kilo”. Todo pasa y todo queda. Me acuerdo de que mi hijo estaba en séptimo grado, y empezaba a bailar. Una vez le pregunté: “¿Así que fuiste a bailar? ¿Planchaste?”. Mi hijo me miró muy serio y me dijo: “¿Vos quién te creés que soy?”. Entonces le dije que era una manera de decir, y le pregunté a mi empleada, que estaba comiendo con nosotros, si ella sabía lo que era planchar. Ella me dijo que sí y agregó: “Es pasar la plancha por la ropa”. (Risas). Si vos usás la terminología exacta, es probable que pase de moda. Igual, es algo imposible de impedir. Inexorable. Poco o mucho del lenguaje van a pasar a cambiar, a olvidarse.

MM: Con lo de “un kilo”, me hiciste acordar del diccionario de los argentinos de Bioy, que habla de “fenómeno”.

OD: ¿Y sabés cómo nació la expresión “ese es un milanesa”?

MM: No, ni sabía que se usaba.

OD: Sí, tiempo atrás se usaba. Resulta que estaban comiendo Edmundo Rivero, Tito Lusiardo y uno o dos del ambiente de la música popular más. Criticaban a otro. Le estaban dando fuerte. Y, de repente, pasa el criticado. Rivero que estaba muy enojado con este hombre, que no debía de ser buena persona, empezó a decir: “es que este tipo es, es, es…”, mientras comía una milanesa. Y se le ocurrió: “Es, es... un...  milanesa”. Y quedó “milanesa” como un insulto, pasó de sustantivo a adjetivo. Tal vez no sea un insulto, pero por ahí está. Hay usos de las palabras que después desaparecen, pero eso es propio del lenguaje hablado. A principios del siglo pasado se “labraba” un guiso. Cuando sacaban fotos de familia decían: “Vienen a tomarnos un grupo”. (Risas). La madre de mi cuñada, cuando mi cuñada se iba a dormir la siesta le decía: “¿A qué hora te hablo?”. Si vos ponés eso en un texto, es muy probable que no lo entiendan. Fijate qué pasó con el Quijote. Tuvieron que sacar una edición aclarando qué querían decir muchos de los términos que aparecen y que eran producto de la época. Esa es mi idea, quizás estoy equivocada. Lo que trato de hacer es de proteger el texto para que dure un poquito más. Igual, ya lo sé, en algún momento, ese lenguaje va a perder vigencia.

MM: ¿El lenguaje en general?

OD: El lenguaje con el que se escribe hoy.

MM: En una de las entrevistas, creo que fue Ricardo Mariño el que dijo que a él le gustaba medir la obra de los escritores como los alpinistas que ponen sus banderines en los picos más altos. Si vos tuvieras que decir cuáles son tus banderines, ¿qué elegirías?

OD: Un libro que se llama Sombras y temblores, y dentro de ese, el cuento que se llama “La mancha a la altura del tercer botón”. También elegiría Wunderding, poemas y “Casi me muero”…

MM: ¿Los poemas para niños o los poemas para adultos?

OD: Me gustan los dos. Tuve premios en la poesía para adultos, pero la poesía para chicos es más querida. En la de adultos, por ejemplo, la rima es virtualmente obsoleta. No la uso. Trabajo simbolismo, hay también otra poesía más intelectual, más fría. Y no es parte de mi personalidad hacer un extrañamiento con el texto, intelectualizarlo demasiado… Yo me meto hasta el cuello y no me importa.



MM: ¿Qué tenés ganas de leer? Ese cuento que dijiste que está en las altas cumbres está por ahí en la mesa, ¿querés que te lo traiga?

OD: Sí, ese, Sombras y temblores de editorial Quipu.
Bueno, les leo “La mancha a la altura del tercer botón”.
No bien pisó el andén, se dio cuenta de que el tren estaba por salir, así que apuró el paso.
Entró en el vagón, agitado. Dejó a su espalda un murmullo que le hizo recordar al de un enjambre de abejas. Había dos o tres asientos vacíos, entonces, se dio el lujo de elegir el suyo. Se decidió por el de la ventanilla. Tiró la carpeta a su costado y conservó los libros contra el pecho y después estiró las piernas. Sintió alivio mientras pensaba en que hacía poco que habían empezado las clases y ya estaba más que harto de ir al colegio.
Casi al instante, un temblor de ruedas debajo de él le indicó que ya arrancaban.
De reojo, miró el cartel de la estación “Paradero Cha... cari...”, pero no pudo terminar de leerlo porque vio la sombra: de pie, en el pasillo, un señor esperaba que retirase su carpeta del asiento. Tuvo ganas de dejarla donde estaba.
—Tenés que ser educado con todos, pero especialmente con los mayores –decían siempre en su casa.
Mientras bufaba para sus adentros, puso la bendita carpeta sobre sus piernas.
—Siéntese, señor –dijo.
Ahora, el mayor era el maleducado porque se sentó a su lado sin darle ni siquiera las gracias. Otro que nunca daba las gracias era Rodrigo, pero él no había esperado que se las diera. Nadie espera nada de semejante canchero. ¡No! ¿Qué? ¿Canchero? Un recanchero. Sí, eso... ¡un recanchero...! por culpa de él había salido tarde, por culpa de Rodrigo justamente.
—Mirá, nene, que no quiero cosas raras –había dicho su madre– no, no, nada de vender tus zapatillas, sí, es una lástima que te hayan quedado chicas... ¡Pero venderlas, no! Regaláselas, si querés, y espera un poquito que en cuanto pueda, te compro otras. Pero él no quería regalárselas, todos iban a decir que se las daba por miedo, o de chupamedias. No, no iba a darle las zapatillas, se las iba a vender.
¡Pam! La puerta del vagón se había cerrado de golpe. El chico buscó al guarda con la mirada, seguro que iría a pedirle el boleto, revisó su billetera y, al encontrarlo, respiró tranquilo. Allí estaba. Pero el hombre debería estar en otra cosa porque recorrió asiento por asiento, sin pedir ni controlar nada.
Su vecino parecía distraído, casi no parpadeaba y tenía los ojos fijos en un punto lejano. ¿En qué pensaría? Era un hombre opaco y barbudo y usaba sin ningún cuidado un traje azul, flamante. ¡Raro, el señor! Aunque, tal vez, lo mejor hubiera sido no vender las zapatillas, darlas, sí, eso hubiera sido lo mejor, darlas... se dijo sin dejar de lado el curso de su pensamiento anterior. Y ahora pensaba que había cometido un error.
—Traémelas, che, el lunes te las pago –dijo Rodrigo y se rió de costado.
Así fue como al día siguiente le llevó las zapatillas. A escondidas, se las llevó.
El hombre que se había sentado al lado suyo había conseguido que se pusiera nervioso.
Parecía de plástico. “¿Por qué no cambiás de lugar?” se preguntó. Miró a su alrededor, todos los asientos ocupados. Entonces decidió levantarse y salir del vagón.
Al caminar, sintió, bien arriba, en la nariz, el olor característico de los trenes: una mezcla de vaho a sucio y de hierro oxidado. Avanzó despacio siempre con los libros contra el pecho.
En el otro coche encontró un lugar vacío, pero una señora que parecía dormida había dejado unas flores medio marchitas encima del asiento y él no quiso despertarla.
Por fin, más adelante, consiguió donde sentarse. Se notaba que era hora de regreso porque el que no cabeceaba, se veía recostado con desgano en el respaldo.
Afuera todo era gris. Igual que adentro.
—Mamá, le regalé las zapatillas a un compañero –mintió, y, para tranquilizarla, agregó un nombre cualquiera.
—Me quedan bien –había dicho Rodrigo sin dejar de mirarse los pies.
—¿Me trajiste la plata?
Que no, le contestó, que al otro día. Pero tampoco le pagó al otro día, ni al otro, ni al otro, ni en toda la semana.
—¿Viste, che? –le preguntó Ariel, su compañero de banco– Rodrigo vendió tus zapatillas.
Afuera llovía, las gotas caían a borbotones contra las ventanillas.
—Cuando baje, me empapo –dijo en voz alta y al darse cuenta de que hablaba solo, bajó la cabeza todo colorado.
Pensó en las zapatillas, estaban nuevas. La puntera derecha se había desflecado un poco de jugar a la pelota, pero apenas, por lo demás, parecían nuevas.
Rabia le dio. Más que rabia.
—¡Quiero que me devuelvas las zapatillas o que me des la plata!
Rodrigo lo miró enseguida. Los pelos le caían como si fueran de goma sobre las cejas.
—Mañana te las pago –dijo desde su altura. Le llevaba más de media cabeza.
Al otro día, durante el recreo largo, lo buscó en el patio del colegio.
—Si no me las pagás ahora, a la salida voy a ir a buscarlas a tu casa.
El otro le palmoteó la espalda, golpes duros, secos, y le dijo que lo esperara a la salida nomás, que a la salida le pagaba.
Y lo esperó, por eso se le había hecho tarde. Por el canchero de Rodrigo había perdido el tren de las cinco y ahora tenía que ir en ése que hasta oscuro le parecía...
No se olvidaba de la hora, miró el reloj: seis y cuarto, ya debía de estar por llegar. Se levantó apurado y, siempre con sus libros, se dirigió a la salida.
El tren se detuvo y él trató de abrir la puerta, pero no pudo, parecía como soldada.
Entonces, con fastidio fue hasta la otra, tampoco. La sacudió con fuerza. Nada.
Hubo algo que lo alivió: el ver que ya no llovía.
Por las ventanas detenidas empezó a crecer una luz amarillenta, tranquilizadora.
En ese momento lo único que quería era averiguar en qué estación estaban detenidos.
Quería saber de cuánto tiempo disponía para pelearse con las malditas puertas.
Con los ojos desorbitados, pudo leer el nombre del cartel de la estación: Paradero Chacarita1.
A la salida... Había dicho el otro. Y él recordó. La escuela, la calle, Rodrigo, la sevillana, el pecho, la sirena, el pecho...
Ahora ya no le dolía, separó los libros. A la altura del corazón, justo a la altura del tercer botón, una mancha oscura aparecía en su camisa.
Paradero Chaca... rita. Entonces supo por qué no se abrían las puertas, por qué nadie hablaba allí. Con resignación, volvió a su lugar y echó la cabeza sobre el respaldo para descansar. Para descansar igual que los otros pasajeros. (Aplausos).

1 Paradero Chacarita. Nombre de una estación de trenes situada a unas cuadras del Cementerio de la Chacarita que se levanta en el barrio del mismo nombre, Chacarita, en la ciudad de Buenos Aires.

Les cuento de donde salió esta historia. Mi hijo estaba en primer año. Y tenía un compañero que se llamaba Rodrigo, que era un maleducado. En Lengua les pidieron que hicieran un libro, y vinieron a casa. Yo los “tallereé”, y sacaron un libro hermoso de cuentos de terror. El padre del chico era ilustrador, no me acuerdo el nombre. Y yo le dije que le pidiera al papá que también les diera taller para que ellos ilustraran. El papá hizo las ilustraciones él, no se las dio a hacer los chicos. Y me devolvió el libro todo desarmado para que yo lo encuadernara. Lo encuaderné, se lo di, se sacaron un diez. El chico pidió el libro prestado para mostrarlo en la casa, y nunca más vi ese ejemplar ni ese diez. Entonces le dije a mi hijo que no me lo trajera más. Y no lo hizo, pero me vino con el cuento de que quería venderle un par de zapatillas. Y pasó lo que dije en el cuento: no se las pagó. Tuve mucho miedo de que se agarraran y se lastimaran. Por suerte, terminó el año y no pasó nada. Unos meses después, me llama Silveyra y me pide un libro de terror. Yo no sabía qué escribir. Entonces, pensé en empezar a partir de mi último miedo. Y mi último miedo había sido ese.

MM: Bueno Olga muchas gracias por haber venido. Otro aplauso. (Aplausos).

OD: No, gracias a vos.

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