Retrato de artista
Tensado entre la genialidad y la locura, entre la exaltación de la creación plástica y el derrumbe espiritual y material, vivió y murió Vincent Van Gogh. La biografía novelada de Irving Stone es el texto que narra en primera persona los acontecimientos, sueños y deseos que atravesaron su vida. Libro de arena publica una reseña del libro que acerca la mirada íntima sobre el personaje, a ciento veinticinco años de su muerte.
Por Gabriela Vilardi*
Vincent Van Gogh fue y es un personaje que despierta las más apasionantes intrigas, la
más extraordinaria curiosidad y es dentro de su simpleza que todos aquellos
quienes gozamos de sus obras encontramos
un placer y una vitalidad difícil de expresar en palabras.
Me
gusta creer que sus obras son un reflejo de su alma movediza, inquieta,
vibrante, luminosa, aún en sus momentos más oscuros, casi imposibles de
recorrer y vislumbrar en su totalidad. Es justamente este afán de adentrarnos
dentro de su vida lo que también mueve a Irving Stone a inmiscuirse a las
etapas más felices y las más tristes de la vida de este excéntrico artista
holandés de finales del siglo XIX. Es en este relato donde se le permite a
Vincent, en primera persona, narrarnos algunos de los eventos que marcaron su
vida. Si bien de tanto en tanto el autor nos brinda indicaciones sobre la
percepción de otros, sobre el carácter o el semblante de Vincent, es él mismo
quien nos guía a través de su historia, dividida y articulada por los distintos sitios donde
vivió nuestro personaje. El viaje comienza en Londres, siguiendo
los designios de su familia trabajó allí como vendedor en una de las más
importantes galerías de arte de Europa, cuyo gerente era su tío. Será el desamor
lo que lleve a Vincent a la búsqueda de nuevos horizontes como así también el
disparador del constante cuestionamiento respecto a su futuro. Debido a esta
situación decidió cambiar el rumbo de su vida convirtiéndose en seminarista de la
iglesia reformista; siguió así el camino de su padre. Pero su proyecto no
prosperó ya que en el ínterin se inclinó más hacia la iglesia
evangelista, actitud muy criticada por su entorno. Una vez convertido en cura evangelista,
fue asignado a un pueblo minero muy pobre de Bruselas. Luego de un tiempo y
tras involucrarse quizás demasiado para el gusto de sus superiores fue retirado
de su cargo. Al encontrarse muy enfermo por la falta de alimentos debió
permanecer unos pocos meses más allí y fue en este momento cuando empezó a
bosquejar las personas que veía, las figuras que salían de la mina. Fue así que decidió que al retornar a Holanda le mostraría sus dibujos a Minheer Tersteeg, sucesor de su tío en la dirección de
las galerías, confiando que alguien tan versado en arte pudiera vender algunas
de sus pinturas o bien brindarle algunos consejos. Apenas este vio los dibujos,
su primera reacción fue negativa. En ellos aparecían los esfuerzos del
artista; mostraban el trabajo plástico, cosa poco apreciada en su momento, era leído como un signo de falta de habilidad. Le indicó, por ese notivo, tomar clases
con uno de los pintores holandeses de mayor éxito de ventas, Anton Mauve.
Vincent se trasladó a la Haya y comenzó con sus lecciones de pintura. En un
principio ambos artistas entablaron una muy buena relación maestro-alumno, pero
con el correr de los meses y la aparente imposibilidad de Vincent de acatar las
directivas de su maestro, se comenzó a generar hostilidad concluyendo todo con
una fuerte discusión iniciada por el mal carácter de Vincent. Las desavenencias
con su padre, la decadencia económica y las enfermedades recurrentes no
ayudaban al artista. Su hermano menor Theo lo socorrió y llevó de regresó a casa
donde retomó su actividad; los paisajes de Nuenen le proveyeron no solo de escenas para sus cuadros,
sino también de personajes: los trabajadores, los tejedores, las lavanderas.
“Su
antiguo amor por el dibujo volvió a embargarlo, pero ahora sentía también otro
amor: el del color”. Durante este periodo conoció a Margot, con quien buscó
contraer matrimonio sin el apoyo familiar. Ninguno imaginó la tormenta que se
desataría y el trágico final que acontecería: la decisión de Margot de terminar
con su vida. Este hecho hizo a Vincent romper con su mundo familiar definitivamente, para instalarse con
su hermano en París, donde pudo observar de primera mano los grandes artistas
del momento: Monet, Manet, Sisley, y rodearse de los representantes de
vanguardia: Toulouse- Lautrec, Seurrat, Gauguin, entre otros. La influencia
irresistible de esta ciudad lo llevó a obsesionarse con el color, con la luz de
los impresionistas del plein air, huellas que
quedaron luego plasmadas en sus lienzos. Su paso por la cuidad de las luces no
fue largo pero sí determinante. Gracias a Cezanne se trasladó a Arles, donde
llevó hasta las últimas consecuencias la pintura al aire libre, a tal punto que
a raíz de las quemaduras por el intenso sol de la región comenzó a quedarse
pelado y a ser el centro de las bromas de los locales que lo empezaron a llamar
el “pichón rojo”. Pintaba día y noche y cada vez le pedía a Theo, además del
dinero para sobrevivir, pigmentos, lienzos, diversos materiales y a su
vez le enviaba sus obras para que las tratara de vender.
La
autobiografía ficcionalizada muestra en este afán de pintar y de vivir de las
obras la cuestión de la profesionalización del arte que si bien se presenta con
fuerza no se consuma. Acerca al lector a la intimidad de los planes,
deseos, y sueños que supuestamente habrán cruzado la mente del personaje. Se nos ubica en un lugar de observación privilegiado. El plan de hacer una casa de
artistas donde estos pudieran vivir en comunidad, dándose consejos mutuamente y
cada uno ir desarrollando su habilidad fue parte de esa vocación y búsqueda de
vivir del arte. Paul Gaugin accedió al proyecto, pero la convivencia áspera con
Vincent Van Gogh terminó mal. El conocidísimo evento de la oreja de Van Gogh,
que se corta para enviarla al burdel en donde se encontraba Gaugin fue su
resultado. Su bajo grado de tolerancia de las bromas y críticas furibundas de
su obra lo hicieron, sin dudas, romper la relación con su pintor amigo y ver que su
proyecto se derrumbaba. La desesperación que esto provocara derivó en ese
acontecimiento crudo e increíble. Obligado por la policía a permanecer una larga
estadía en el psiquiátrico local no pasó mucho tiempo hasta que se quitara la
vida. Y su obra y su figura, no reconocidas en vida, son hoy un legado de
indecible valor.
Lo
increíble del texto de Stone es la invaluable oportunidad de acercarse, de
manera casi mágica, a entender todas las decisiones del artista, próximas por el discurso del yo como se presentan. Tras leer este libro se
nos da la posibilidad de sentir una empatía casi familiar con Vincent Van Gogh, y
su dolor y angustias se hacen carne. Se logra pasar de la figura del increíble
y loco artista, al del sensible y profundo hombre cuyos sueños terminaron por
consumirlo.
Lujuría
de Vivir
Irving Stone
Madrid, Emecé, 2001
*Gabriela Vilardi: estudia la
carrera de Artes en la UBA, y Van Gogh es uno de sus pintores favoritos.
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