Qué respiran los lectores con sus libros
Entrelazados los discursos, los géneros, las historias, las tragedias, aparecen textos que en el siglo XX supieron explotar y aprovechar la oportunidad de producir a partir de lo ya hecho por otros libros, otros géneros, otros discursos. Libro de
arena comparte las impresiones de sus fervientes lectores como forma de despedir el año, bajo la recomendación de una buena lectura que sirva para iniciar el próximo. En esta oportunidad se trata de la novela Respiración
artificial, de Ricardo Piglia, que construída sobre la base de la cita, la parodia y el pastiche consigue reunir armónicamente elementos disímiles.
Por
César Barbería*
¿Qué despierta en uno el
interés por averiguar algo? Es una incógnita difícil de resolver. Si queda
claro lo que nos atrae, el objeto, no queda clara la motivación. Muchas veces
ocurre que algo nos gusta y no sabemos por qué. Lo que siempre estuvo allí
frente a nuestra propia mirada pudo pasar inadvertido por completo durante
tiempo hasta que de repente, un buen día, de manera inesperada, nos atrapa con
el poder de una garra de la que no podemos soltarnos. Así me pasó cuando, revolviendo
mi biblioteca, me topé con un libro que hace tiempo se encontraba allí pero no
había llamado mi atención. Era Respiración
artificial, de Ricardo Piglia. Lo que me sorprendió fue encontrarme, en la
solapa del libro, con una encuesta reciente realizada entre cincuenta
escritores que señalaba que la novela había sido elegida como una de las diez
mejores de la historia literaria argentina. Decidí leerla. El texto se articula
sobre una sutil trama policial que sostiene la intriga alrededor de unos
papeles de supuesto valor histórico que, por una u otra razón, parecen
renuentes a ser leídos.
Lo interesante es cómo
Piglia logra entrecuzar la historia de la literatura con la historia del país a
través de la historia familiar que da movimiento al relato. También cómo
desanda la relación entre géneros discursivos y las normas del comportamiento. Hay
un vínculo entre el teléfono y la metamorfosis de los géneros literarios, como
tecnología que suplanta o modifica las relaciones sociales. Para el personaje
de Piglia el teléfono es el responsable de la extinción del género epistolar. La
correspondencia es un género perverso: “Solamente en las novelas epistolares la
gente se escribe estando cerca. Incluso viviendo bajo el mismo techo se mandan
cartas en lugar de conversar, obligados por la retórica del género, al cual
dicho sea de paso (al género epistolar) lo liquidó el teléfono, volviéndolo
totalmente anacrónico (habría que decir que con Hemingway se pasó del género
epistolar al género telefónico”; “… en el caso de Hemingway, más o menos, es de
la siguiente forma: ¿Estás bien? Sí, bien. ¿Vos? Bien, muy bien. ¿Una cerveza?
No estaría mal, una cerveza. ¿Helada? ¿Qué cosa? La cerveza ¿helada? Sí,
helada, etc…”; y lo mejor del caso es que la novela, al menos en su primera
parte, está organizada según la lógica de este discurso al que desmonta con citas
que irónicamente muestran su futilidad.
Bien, la historia es así:
Emilio es un escritor sin éxito. En busca de una historia para su novela se
topa con una mini tragedia familiar que, como toda mini tragedia, contiene a
todas las demás. Un tío, de nombre Marcelo Maggi, desapareció luego de robarle
el dinero de una herencia a su esposa, Esperancita, la cual pertenecía a una de
las familias tradicionales de nuestra incipiente nación que, como dice uno de
sus personajes, “no ha tenido siglo XVII”. Ese bochornoso final marcó para
siempre a la familia. Emilio trata de recuperar esa historia o, mejor dicho, trata
de recuperar los móviles de ese desenlace. Luego de un raid internacional y
enigmático, logra contacta a su tío que vive en una provincia mesopotámica. Comienza
el intercambio epistolar y es allí en donde aparece otro personaje, Luciano
Ossorio, el lisiado padre de Esperancita, que tiene una particular relación con
Maggi. Ambos comparten la devoción por saber qué le ha pasado a Enrique
Ossorio. Este, además de ser el abuelo de Esperancita y el padre que no conoció
Luciano fue el secretario privado de Juan Manuel de Rosas. Acusado de traidor,
emigra a Estados Unidos y es allí en donde reúne sus papeles privados que dan
cuenta de las entrañas mismas del poder.
Enigma, paranoia, complicidades
se entrecruzan en un intercambio epistolar que ubica a Emilio entre estos dos
personajes. La historia de esta nación fallida se percibe en cada uno de los
párrafos de las cartas que van y vienen, a veces hasta sin mucho sentido, sin
encontrarse.
Respiración artificial
Ricardo Piglia
Barcelona, Anagrama, 2001
*
César Barbería: vive en Vicente López, es devoto lector y amante del buen cine al que siempre busca conectar con la literatura que lo apasiona.
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