libros, perros, niños
Número uno: cómo un nombre puede contar lo que sentimos; número dos: cómo logra transformar lo que
sentimos o cómo logra emparejarse una expresión con el sentir o trastocarlo por
completo. Lo seguro es que es parte del misterio del lenguaje, es parte de una incógnita abierta, de una pregunta siempre
renovable. La escritora Florencia Gattari comparte con
Libro de arena un relato que recorre las
transformaciones de los nombres y de las relaciones de pertenencia que en ellos
se inscriben y que nos preguntan por nosotros mismos.
Por Florencia Gattari
1- Julián
Un
libro es un libro. Un perro es un perro. Un hijo es un hijo. Eso pienso yo, con
perdón de la tautología.
El
perro en cuestión es bajito y ancho, lento para moverse, quizá un poco ciego.
Perro de vieja, me digo. Anda por la calle y por la calle andamos nosotras: mi
hija y yo. Nos sigue. La nena lo acaricia, él le hace fiesta. Así caminamos,
ellos armando una espiral que avanza y retrocede y se enreda; yo calculando el
final de la escena, que es lo que hacemos los adultos, parece.
Ocho
cuadras nos sigue, espera con nosotras en las esquinas a que cambie el
semáforo, estoy tentada de decirle Dale la mano a mami para cruzar. Llegamos a
la puerta del departamento y mi hija dice que hay que dejarlo entrar. Que lo va
a llamar Julián. Está bien: eso es lo que hacen los hijos.
Acá es
donde las madres decimos que no, que por complete-usted-sus-razones no se
puede. Pero yo vengo de un día piojoso, mis reservas maternas son menos diez.
Abro la puerta y entramos todos.
Muchas
veces me dijeron que quería tanto a mi perra (Canela era mi perra en ese
momento y sí: la quería tanto) porque no tenía hijos. Y después tuve una hija,
y hubo lugar en mi afecto para las dos. La idea me parece una simplificación,
una gilada. Tampoco acuerdo con la expresión parir libros, no me representa, no
me siento así. Pero por otro lado, las escuelas adoptan libros y los humanos
adoptamos perros. Además de niños. Y el lenguaje no es ingenuo, se sabe. Uf.
Mi hija
entra a casa y con toda soltura dice: “el Shifu es tuyo y Julián es mío. Es mi
hijo”. Y entonces un hijo es un hijo y un perro es un perro, o un nieto.
2- Luca
Pasa un
mes con dos perros en mi casa. El Shifu es un capo, ni protesta. Julián se
acomoda debajo de mi escritorio, ese es el lugar que encontró. Yo me descalzo y
le apoyo los pies encima. Lo uso de suplemento, digamos, y de paso le hago
mimos. Así escribo. Parece funcionar para los dos.
Una
tarde vamos a la plaza: los dos perros, la nena, los patines, Christian, yo.
Cuando estamos volviendo, un muchacho que viene en moto por Directorio grita
¡Luca, Luca! El perro reacciona, se produce el encuentro.
El legítimo
dueño avisa que Luca anda por la calle, sí, pero siempre vuelve. Ponele una
chapita, digo yo como quien no quiere la cosa.
Hace
algunos años, en una serie de talleres que hicimos en el RUAGA(Registro Único
de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos), nos propusieron pensar qué
diferencia la filiación biológica de la adoptiva. Me pareció una pregunta
importante: hagan la prueba, ninguna respuesta es buena.
Pienso
que el proceso jurídico que llamamos adopción visibiliza muchas de las cosas
que en la maternidad/paternidad están naturalizadas, pero no son naturales.
Porque no hay biología que garantice nada si unos papás no adoptan a un hijo en
sus ganas, en su cosacotidiana, bah, digámoslo, en su deseo; si un hijo no responde a ese movimiento
dejándose adoptar, que es como decir: adoptando él a unos padres.
El caso
de Luca resultó ser una adopción simple (Sin destruir el vínculo con la familia
de origen.): quince días después estaba otra vez en la entrada de mi edificio.
El chico del tercero lo subió hasta mi puerta. Se te había perdido el perro, me
dijo. Le agradecí. Luca volvió a quedarse abajo de mi escritorio un par de
horas. Después Christian se lo llevó al dueño rock. Ponele una chapita, le
dijo. Yo empecé a pensar en escribir.
Un
perro es un perro, pero a veces en un perro hay una historia.
3- Sergio
Mientras
trabajábamos en el libro Perra lunar con Vivi Bilotti, se murió Canela. La
perra a la que yo quería porque no tenía hijos. Y entonces acompañar esa
historia hasta que entró a imprenta fue un poco como parir un libro, aunque no
es una imagen que me guste, como dije.
Canela,
Shifu, Julián-Luca-Sergio. En ese orden
Hace
unos días salimos a caminar. En la calle, de frente, venía una señora con tres
correas y tres perros. Uno me reconoció y me hizo fiesta. Luca, dijo Christian.
Sergio, dijo la señora.
Después
nos explicó que el perro andaba perdido y la había seguido. (Acá abro un
paréntesis y digo: no es lo mismo un perro suelto que un perro que está
decidido a tener una casa. Sergio no es exactamente un Adonis canino y tiene
tres.) Y ella lo dejó entrar. Christian le contó la historia de Luca, pero ella
dijo: ahora es Sergio. Y agradeció la indicación del lugar donde vivía el dueño
rock. Para esquivarlo, dijo, porque si él no lo cuida...( Ningún perro/ niño/libro fue herido
durante la escritura de este texto.).
Julia
Kristeva habla de la maternidad simbólica, entiendo yo, como una fuerza
generadora y vital, como una potencia enraizada en el cuerpo de los hombres y
de las mujeres. Que eso tenga como destino unos hijos (y unos hijos propios,
además) es una posibilidad entre otras. Dice "La civilización china –en el
taoísmo– define lo materno como el movimiento mismo, la corriente, la vía, ella
también sin nombre, anterior a todas las entidades y a todas las relaciones, un
proceso de emergencia en el seno del cuerpo propio"( Puede leerse algo de esto por ejemplo
acá: http://www.kristeva.fr/la-traversia-amorosa.html). Anterior a todas las
entidades y a todas las relaciones. Fa.
Y
entonces pienso: quién puede decir, quién puede decidir sobre qué o quién se
vuelcan los gestos del amor, los modos del cuidado de alguien, si sobre una
causa o un niño o más de uno o un perro o una forma del arte, o sus
combinatorias más insólitas, qué, en fin, se vuelve significativo para alguien,
tanto como para querer salir de sí hacia afuera y donarse. (Este relato no
pretende sugerir que todos deban tener hijos, ni que todos deban tener perros,
o libros, ni que deban no tenerlos, ni ninguna de las combinaciones posibles.
Tampoco que deba vestirse a los perros con capas y botitas y moños. Este texto,
en verdad, no pretende sugerir nada más que los farragosos devaneos mentales de
quien suscribe. ) Y me digo que somos
capaces de mucha vida. Los nombres que eso encuentra para cada quien no pueden
sino ser una pregunta, una construcción, en el mejor de los casos: una alegría.
Canela, Shifu, Julián-Luca-Sergio. En ese
orden
*Florencia Gattari: Nació el 20 de noviembre de 1976 en la ciudad de Buenos Aires, y aquí vive todavía, en el barrio de Flores. Estudió algunos años de Letras primero, y después la licenciatura en Psicología en la Universidad de Buenos Aires. Actualmente se dedica al trabajo clínico y a la escritura. Y compartió con Libro de arena este texto, que originalmente fue publicado en su blog: Tengo hasta ahí
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