Shunko
Intercambio de experiencias
de vida y de tradiciones, de puntos de vista, de intenciones y de saberes, eso es
lo que Shunko nos hace pensar que es aprender. Ese aprendizaje es el de una integración
en la que los personajes se relacionan para encontrar su lugar. Libro de arena publica el análisis y comentario de la novela
Shunko de Jorge Washington Ábalos, al que recuerda doblemente en el aniversario
de su muerte y como autor olvidado por los lectores, al que vale la pena regresar
y recuperar.
Por Ernesto Hollmann*
Hoy, 28 de septiembre, se cumple un nuevo aniversario de la muerte del gran escritor, científico y profesor universitario argentino, Jorge Washington Ábalos. Hace solamente ocho días además, se conmemoró el centenario de su nacimiento. Ábalos es un autor lamentablemente olvidado por gran parte de la docencia y los lectores de este país que lo vio crecer y desarrollarse en ese maravilloso arte de escribir cuentos, relatos, e inclusive, ensayos entomológicos (trabajó con dos grandes sanitaristas: el doctor Salvador Mazza y el premio Nobel Bernardo Houssay). En 1968 ganó la Beca Guggenheim.
También,
desde luego, escribió novelas. Algunos de sus títulos son pequeñas joyas de
nuestras letras: Terciopelo, Animales, Leyendas y Coplas, Shalacos, entre tantas otras. Nació en la
ciudad de La Plata y se radicó en Santiago del Estero durante gran parte de su
vida activa.
Me
ocupa hoy el análisis de un texto hermoso y emblemático de su escritura y de la
cultura quichuista santiagueña de la región de Puente Negro (cercana al Río
Salado). Me refiero a su gran novela, Shunko. La
edición de Shunko es de 1949 y en
1960 con guión de Roa Bastos y dirección de Lautaro Murúa se hizo una versión
cinematográfica que en su momento fue declarada por la UNESCO como patrimonio
de la humanidad; y que hoy puede verse completa y sin cortes en la red. En
Shunko es permanente el devenir del recuerdo, una carta precede al texto y
otra carta cierra la elipsis. Ambas están dirigidas a Shunko desde
el presente, ambiguo y lejano, de este maestro de escuela rural, que ya sólo es
una figura perdida en el tiempo. Y en
este devenir, los lectores asistimos al vaivén entre la “ignorancia” del alumno que todo lo aprende,
y al aprendizaje del maestro que
retrocede a ancestros de esa cultura tan antigua como la tierra, la quichua. Uno
aprende para conocer el mundo que lo rodea y el otro comprende lo arcaico como
una posibilidad de ser. Uno y otro confrontados. En este juego de doble
aprendizaje se centra la médula del relato. Con Shunko, el chango santiagueño,
aprendemos –los lectores y el maestro- lo más valioso de la existencia: la
vinculación con lo Sagrado, aquello que nos está vedado como meros habitantes
extemporáneos. Muy lejos de su cultura anhelamos algo de esa inocencia que
perdimos alguna vez y Shunko aprenderá que detrás de esa altiplanicie devorada
por el sol, existe otro mundo, uno donde él encontrará el lugar que necesita
para el futuro de su propia historia personal.
El
narrador abre el texto con una mirada sobre la planicie y la tierra yerma: “El viento norte trota por el campo (…) Los
quimiles erizan sus largas y delgadas espinas (…)Se lastima el viento al
desflecarse en la defensa agresiva del cacto(...). La sequía todo lo abarca, hay hambre y sed y sobre el suelo árido se agrupa un viejo
perro sarnoso llamado Tigre que duerme
su molicie junto al juego monótono de Shunko y su pequeña hermana. En un fluir
de encuentros los hermanos nos van descubriendo paulatinamente la poética
quichua y sus arcaicas leyendas. La miseria es su vida cotidiana, las ovejas
muelen la comida imposible a la espera de una lluvia que hace tres meses no
llega, el crepúsculo les dará la oportunidad del agua deliciosa que la majada disfrutará cuando
llegue a su cubil nocturno. Lo mismo
harán los niños pastores.
El
proceso de intercambio de saberes entre maestro y alumno, es lento y sumamente
enriquecedor; vendrán la enfermedad, la muerte y la resurrección. La vida será
la que dirima con sus misterios el porvenir de cada uno de ellos y de nosotros,
los lectores. Aprenderemos en qué clase
de mundo vivimos y también qué nos espera más allá de las planicies y quebradas
de Santiago del Estero.
La
memoria es el hilo que hilvana sutilmente
los acontecimientos, esa memoria que nos recuerda qué fuimos, qué somos y qué
seremos. El recuerdo es la potencia creativa de ese gran rompecabezas que nos
hace avanzar y retroceder en el complejo espejo que es el aprehender.
Al
promediar el relato “llega” el primer día de clase. Ese día Shunko descubre el
color de una bandera que no le satisface: él la quisiera de color rojo, pero al
recordar esto siente un calorcillo en el corazón cuando confirma con el
tiempo que el azul es el que lo hace vibrar. También descubre que es argentino,
que pertenece y es habitante de un país muy grande.
Otro
día, ve la imagen de San Martín, un esplendoroso general montado sobre un
caballo blanco en los Andes; a Belgrano que también era general pero más serio
y adusto; y a un viejo malhumorado
Sarmiento, cascarrabias y con cara de enojado. Y aunque todos son buenos y
benefactores de la Patria, él quiere ser como San Martín, montar un corcel
blanco para pelear su propia y heroica batalla.
Un
día irá a Santiago para hacer el servicio militar y descubrirá que los hombres
viven unos sobre otros amontonados en racimos de cemento, un poco como las
celdas que hacen las “lechiguanas”. Pero estas no son como las de los humanos;
estos viven todos “apretaditos” y no tienen tierra para caminar, sólo cemento.
La escritura “en condicional” implica una constante búsqueda del mañana, de un
mañana venturoso o no, que flota sobre la tierra y en cada línea de este
exquisito relato.
Después
de los primeros palotes, los niños empezarán a dibujar las letras de la lengua
castellana y con él vendrá la ávida lectura de Shunko que se enorgullece cuando
el maestro lo premia con el libro de grado superior. Con tinta roja el maestro
le indicará los deberes. Ese rojo que es la viva llama de la palabra que Shunko
construirá letra por letra, para
edificar su castillo de sabiduría. La construcción del rancho-escuela es otro
hito para la vivencia de los changos en el invierno que se aproxima; ya la gran
techumbre del algarrobo que ha servido de aula al comienzo del verano quedará
como guardián impertérrito de las ánimas que guardará con su celosa sombra.
La
poética de Ábalos nos construye una mansión de cielo y aberturas infinitas por
donde se cuela la mítica fábula; cada pájaro, cada animal y planta esconden en
su interior una saga de su acaecer. Y el universo todo es la viva esencia de un
bellísimo por qué. Así un eclipse
lunar es la muerte de la luna y el pueblo debe resucitarla al compás de los
morteros. El maestro descubre el arcano tras cada historia y piensa que debe
comprender la verdadera esencia de todo lo que lo rodea para poder transmitir
su propio bagaje cultural.
Un
día se hace silencio en el aula, y un
ruido particular sobrecoge a todos por
igual: es el alma de Ana –una pequeña que ha muerto despeñada por tratar de
salvar a un cabrito- . Dicen los chicos que viene por su libro de lectura:” –¡Maestro! Debemos quemar su libro para que
puedallevárselo”.- En la pesadumbre de los pupitres se escucha un verso:
“Ya no, Ana
Vieyra, sobre la adolescente
soledad de tus
manos sin orillas
amanecerá el
aire entre pastores.
¡Tu largo
corazón se ha vuelto río!
Sobre
el fuego, el libro se entrega a una danza y a una lectura de ceniza, para que
Ana pueda recibir en su corazón el fervor de la lectura que guardará para
siempre en su alma que se ha vuelto
parte del Río Salado.
Pienso
que Shunko debería leerse como texto
obligatorio en todas las escuelas del país, pero como sucede muy a menudo el
olvido tiñe con su nube tóxica a muchos de los que han sido nuestros grandes
escritores. Y no hagamos lista, ya que sería bastante larga y tediosa.
Antes
de terminar me gustaría hacer una breve comparación estética y temática con
respecto al film. La película de Murúa se parece más a un estudio antropológico
que al poético texto de Ábalos. El guión de Roa Bastos formula un alegato
socio-político carente de toda vinculación con la base que le da origen al
libro. Pese al esfuerzo que Murúa le imprime a gran parte de la estética
visual, (que por momentos alcanza grados de altísima belleza), Roa Bastos le
confiere una linealidad carente de vuelo poético. Casi se diría que es una
directa “vía de ferrocarril” que conduce inexorablemente a un callejón sin salida.
Se contraponen la idea de Murúa de visualizar lo místico de la tradición
quichua y su aparente ignorancia, con la férrea idea de Roa Bastos de que
prevalezca un contexto etnográfico en el que cada secuencia se abre a una
perpetua exposición de la marginalidad histórica. Ese no es precisamente el eje
central de la novela, cuyo epicentro es
la memoria y el recuerdo de un reverso que es la misma tierra santiagueña.
Shunko
Jorge W. Ábalos
Buenos Aires, Losada, 1970
*Ernesto
Hollmann: nacido en Buenos Aires el 23 de septiembre de 1947. Hizo crítica de
cine para las revistas Siete Días, Biógrafo y El Porteño. Ha publicado
Hierofanía de Samael (poemas), editado por Faro en 1992. Fue integrante del FLH en los años '70,
participó en el año 2008 de la película "Rosa Patria", de Santiago
Loza, dedicada a la vida y la poesía de Néstor Perlongher. Se han publicado,
además 12 poemas suyos en la antología Poesía Gay de Buenos Aires-Homenaje a
Miguel Ángel Lens, de Acercándonos Ediciones.
Bello libro y excelente comentario!! Gracias por recordarnos los grandes textos.
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