Más que nunca ¡vivitos y coleando!

¡Qué locos recuerdos los de la infancia! Y qué vívidos y presentes en la escena. Cuando el teatro abre sus puertas y el escenario hace presente una escenografía hecha con nada, un espacio vacío que completamos en nuestra imaginación, como los hacen los niños cuando sueñan despiertos el mundo tal y como ellos lo viven, seguro estamos dentro de una obra de Hugo Midón. Libro de arena comparte el relato de la vuelta a las tablas de los payasos más entrañables de la vida porteña y argentina: Vivitos y coleando I.



Por Eugenia Galiñanes


Decía Sábato que la patria es la infancia. Quizás hablaba de un lugar, del lugar donde nacimos o donde nos criamos, el lugar donde formamos nuestros primeros recuerdos. Pero hay otros lugares además de los lugares físicos. Hay lugares simbólicos, hay lugares imaginarios, hay lugares que son momentos, los lugares donde esos primeros recuerdos comenzaron a constituirnos en lo que luego fuimos. ¿Será que el patria donde nacimos hace a la infancia o será que la infancia hace a la patria de uno? Yo creo que un poco de las dos. Y de mi infancia una de las cosas que siempre se me viene a la mente son los payasos. No esos payasos feos del circo, que dan más miedo que otra cosa, sino los payasos que se vinieron con la llegada de la democracia de la mano de dos genios como Hugo Midón y Carlos Gianni, estos dos tipos que revolucionaron el teatro infantil convirtiéndolo en una usina de belleza, creatividad e ingenio.
Del sinfín de obras que estos muchachos montaron, las que más me llegaron al corazón fueron las de Vivitos y Coleando. Tengo flashes de meriendas delante de la tele viendo por Canal 7 los episodios de Vivitos que luego conformaron la primera obra, con Carlos March, Roberto Catarineu y Andrea Tenuta. Tengo vaga memoria de haberlos visto en el teatro de muy pequeñita y tengo pleno recuerdo de Vivitos 3 en el Paseo la Plaza, con Divina Gloria, Favio Posca, Carlos March y Ana María Cores, saliendo alucinada y yendo corriendo a pedirles a mis papás que compraran el casette. Y ese casette... pasó una y otra vez, infinitas veces, contando la historia interminable de una troup de payasos encantadores que tenían unas aventuras de lo más increíbles.
El tiempo pasó y yo crecí. Crecí forjada por esa música y esas historias. Crecí creativa y soñadora, crecí sensible e irreverente. Y en mi recuerdo siempre estuvieron esas narices rojas que durante tanto tiempo me hicieron tan feliz. Pero resulta que la vida da muchas vueltas, y resulta que ahora tengo sobrinos. Unos petisos hermosos que se las traen. Y resulta que este año repusieron Vivitos y Coleando 1 en el Teatro Picadero y yo me dije: los tengo que llevar, tienen que conocer este mundo, a estos personajes, estas canciones. La verdad no sé si ellos lo disfrutaron tanto como yo, pero yo volví a tener nueve años y a sorprenderme y maravillarme en cada escena. Con la entrada de los payasos a la sala cantando “Te quiero contar que después de tantos años volverse a encontrar es muy necesario”, se me saltaron las lágrimas de los ojos. Y si hace veinticinco años eso hablaba de un tiempo de luz en el que podíamos volver a mirarnos a los ojos después de transitar los años más oscuros de nuestra historia, hoy nos interpelaba desde otro lugar: veinticinco años después, ya sin el querido Hugo entre nosotros, con tres generaciones de espectadores, después de tantas cosas, siempre es posible, y no sólo posible sino necesario, volverse a encontrar.
Camar y Rocat (Carlos March y Roberto Caterineu -porque  el chiste de los nombres de estos personajes es que están formados por la primera sílaba del nombre y del apellido de los actores que los encarnan-) están más grandes que en mi recuerdo de ellos, pero están plenos y felices, tienen la misma desfachatada frescura que siempre los hizo únicos. La adorable Lauco (Laura Conforte) viene a reemplazar a Andrea Tenuta y lo hace maravillosamente: tiene una voz increíble y la energía necesaria para ser una verdadera payasa. Lo mismo puede decirse de los jóvenes payasos que acompañan a estos monstruos, se nota que Midón y Gianni han hecho escuela, y de la buena. Supieron tratar a los niños con la adultez necesaria y a los adultos con la niñez indispensable. Hicieron teatro para niños, para todos los niños, los de 2, de 10, de 30 o 70 años. Y sobre todo, supieron hacernos pensar, soñar, reír y emocionarnos.
Termino de escribir esta especie de crónica o celebración de la infancia, o de la patria de uno, con un nudito en la garganta. Y me dan ganas de volver a ir y volver a cantar con ellos que cuando yo siento que estoy atenta y preguntado por todas partes qué está pasando, me siento viva, vivita, vivita y coleando...!

*Eugenia Galiñanes: vive en Caballito,  fue y sigue siendo de Ferro hasta la muerte, estudia artes escénicas, es bailarina, docente, y fanática de sus sobrinos.

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