Tan alto no queda el cielo
Una fiesta es en sí
misma una historia breve que encierra algo para recordar. Es un evento único
que puede mostrarnos la fuerza del deseo, aunque haya que llegar
muy alto para ser parte. Libro de arena publica el cuento “Tan alto no queda el cielo”, que generosamente Iris
Rivera comparte para celebrar el mes de octubre.
Por Iris Rivera
Se cuenta que esa vez había fiesta en el cielo. Linda
fiesta. Lástima que el cielo queda alto. No era para cualquiera la fiesta, no.
Para los que vuelan, era.
Ni para los que caminan, ni para los que se arrastran, ni
siquiera para los que saltan. Pero ahí está, los sapos son de los que saltan. Y
el de este cuento, a más de saltarín era agrandado.
-Tan alto no queda el cielo que yo no llegue de un salto-
dijo el sapo desde el suelo. Y se lo dijo al cuervo, que estaba en una rama.
Este sapo era verde y tan lisito que ni una mancha tenía,
así como eran los sapos de antes. El cuervo, en cambio, era bien negro y dado
al canto de una forma que hasta guitarra tenía.
-Así que usté dice que llega de un salto al cielo. Pero mire
qué bien…- se le burló el cuervo.
-No es que lo digo, es que lo voy a hacer.
-¡Jruak! ¡Ese salto habrá que verlo!- Y el cuervo se aguantó
la risa porque era bicho escondedor.
Al rato, el cuervo se cambió de rama y ahí quedó el otro en
el pasto, hinchado como un sapo. Pero apenas perdió de vista al cuervo, medio
que se desinfló. Se había agrandado de más y ahora ¿cómo hacía?
Mientras tanto, el cuervo no se cansaba de repetir lo que el
sapo había dicho: tan alto no queda el cielo que yo no llegue de un salto. A cuanto
pajarito y pajarraco se cruzaba por ahí, se lo contaba, de tal forma que todos
los que vuelan fueron sabiendo lo que el sapo decía que iba a hacer.
Y llegó el día.
Pero cuando los emplumados levantaron vuelo, al sapo no se
lo veía.
-¿Y el sapo, Don Cuervo?- preguntaba más de uno.
- Habrá saltado...- se burlaba el cuervo.
El sapo había saltado, sí. Cuando el cuervo se preparaba a
volar, había saltado… adentro de la guitarra. El cuervo ni se enteró y se colgó
la guitarra al hombro. Le resultó más pesada, pero con eso de la fiesta ni
prestó atención. Y allá iba el cuervo, con guitarra y sapo, rumbo al cielo y a
la fiesta.
Así fue como llegaron los que volaban al banquete, que ni uno faltó.
Y todos lo rodeaban al cuervo preguntando por el sapo.
-Abajo no lo vimos…- gritaban los teros.
-Y acá tampoco está…- cotorreaban las cotorras.
Qué revoleos de plumas burlándose del sapo. Pero el sapo sí
estaba.
Cuando llamaron a la mesa, los que volaban se fueron
ubicando. El cuervo también entró al banquete y colgó la guitarra de una silla.
Y cuando todos levantaban las copas para el brindis, se oyó
un grito:
-¡Esperen que falto yo!
Y vieron caer al sapo en medio de la mesa.
-¡Pa… jarito!- chilló una urraca.
El sapo brindó, cantó y bailó toda la noche al ritmo de la
música que tocaba, con una bronca negra, el cuervo.
Cuando llegó la madrugada, los invitados empezaron a volver
a la tierra. La pucha… y el sapo ¿cómo volvía? Y bueno, se metió de nuevo en la
guitarra, pero el cuervo ya le desconfiaba y se dio cuenta. Eso sí, no dijo
nada. Cargó la guitarra al hombro, abrió las alas y empezó a bajar. Pero en el
medio de la bajada, dio vuelta la guitarra y cayó el sapo.
-¡Qué bien le va saliendo el salto…- gritaba el cuervo- …
por ahora!
Mientras caía, el sapo les avisaba a las piedras de abajo.
-¡Abran cancha! ¡Abran cancha!
Pero como las piedras no son de andar corriéndose, el sapo
se estrelló. Y el cuero, que era liso, se le llenó de machucones. Así que le
quedó cuero manchado, tal cual como ahora es.
Cuentos de por acá. Historias de pícaros y picardías.
Iris Rivera.
Buenos Aires, Edelvives, 2011
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