Un laberinto de fuego
Celebramos nuestro estar en este mundo; ceremonias, festejos y rituales se abren en sus múltiples posibilidades a la infinita actividad de invención humana. Motivos, razones, explicaciones cubren el vacío del enigma central que debe ser conjurado. En el mes de las celebraciones Libro de arena comparte textos que animan el fuego de esa creación tan singular y tan propia, los que avivan el ánimo y nos entusiasman con las mitologías, las ficciones, la literatura que nos viste y nos abriga.
Por Adriana Márquez
“El fuego, en
general, no es un objeto científico. Sigue siendo un objeto fantástico.”
Gastón
Bachelard
En el borde de la Tierra hay un dragón.
Una tortuga sostiene el mundo.
Si se llega al extremo se cae, vertical. Noventa
grados.
Las creencias sostienen al hombre en la Tierra.
Le explican su estar aquí. Su SER aquí. Nace así el mito, la leyenda.
Explicarse en el mundo es un laberinto con
dragón en el centro. Con Minotauro. Con enigma. Con el nombre que cada uno
elija: cada uno tiene su propio laberinto. Y se recurre a la ayuda cuando el
laberinto se vuelve avalancha. Algunos rezan. Otros ayunan. Otros caen en
abismos o espejismo. Ismos, distintos ismos. Algunos danzan cerca de un fuego.
O meditan. Tejen. Destejen. Entrecruzan.
En el borde del mundo hay un dragón. Su poder es
el fuego. Casi que es su único poder.
El fuego que alumbró los primeros rostros de los
hombres anochecidos en cavernas. La ceremonia del fuego que los/nos reúne desde
ese estar en esas cuevas (en el silencio primero y natural), desde las pieles, la
carne semicruda, el frío. Los ojos vidriosos de observar ese fuego que es calor,
cocción, rejunte, vida.
Mismo fuego que enciende maderos grandes para
fogatas o pequeños sahumerios para rituales caseros: encender palo santo, sándalo,
mirra, incienso, benjuí. Quien lo prende convoca, seguramente es un espíritu
que requiere sosiego. Convocar y sanar. Reunir. Congregar. Desatar pesadas
cuerdas de linajes pegados en la piel, invisibles, por medio del fuego mínimo y
el lento ascenso del humo que escapa del sahumerio.
Fuego benefactor para el abrigo; luz que
enciende oscuridad, que ilumina. Y fuego que incendia devastando. Fuego
sagrado. Temido. Fuego lento que hornea sabores. Que cocina la arcilla. Que
moldea.
Asistimos a distintas ceremonias del fuego: se prenden
las velas en el cumpleaños sólo para apagarlas (tres deseos. El ritual del
deseo). Se encienden los cuerpos de los amantes, otro ritual del deseo. Se
frotan, en pos de la chispa. Y más de una vez todo termina en cenizas.
Configurar un mundo. Luego, tratar de
explicarlo. Finalmente, intentar redimirlo; en rituales cotidianos o más o
menos sofisticados. O más o menos pretenciosos. O un poco creíbles.
Configurar un mundo, ver las grietas e intentar
curarlo. ¿Un hilo? ¿Un acto de fe? ¿Un fuego encendido en medio de tanta
oscuridad? Tal vez…
El hilo que la mano de Ariadna dejó en
la mano de Teseo (en la otra estaba la espada) para que éste se ahondara en el
laberinto y descubriera el centro, el hombre con cabeza de toro o, como quiere
Dante, el toro con cabeza de hombre, y le diera muerte y pudiera, ya ejecutada
la proeza, destejer las redes de piedra y volver a ella, a su amor.
Las cosas ocurrieron así. Teseo no
podía saber que del otro lado del laberinto estaba el otro laberinto, el del
tiempo, y que en algún lugar prefijado estaba Medea.
El hilo se ha perdido; el laberinto se
ha perdido también. Ahora ni siquiera sabemos si nos rodea un laberinto, un
secreto cosmos, o un caos azaroso. Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un
laberinto y un hilo. Nunca daremos con el hilo; acaso lo encontramos y lo
perdemos en un acto de fe, en una cadencia, en el sueño, en las palabras que se
llaman filosofía o en la mera y sencilla felicidad.
J. L. Borges: “El hilo de la fábula”
*Adriana Márquez: es Licenciada en Letras, docente del Taller de lectura y escritura en la materia Semiología (CBC - UBA). Publicó el libro de relatos De paso (2013, Editorial Simurg). Dicta talleres literarios.
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