Sandra Siemens: "A veces necesito escuchar las voces de los personajes, no meterme."
La inmigración vista a través de la historia de una niña a quien las circunstancias obligan a dejar su tierra natal proponen un punto de partida, la novela de Sandra Siemens, Lucía no tardes, para abordar el tema del nuevo ciclo de encuentros con escritores: "Literatura de inmigración". Libro de arena publica la charla que tuvo lugar el lunes 2 de mayo, en La Nube, a propósito de la presentación de la novela, con Sandra Siemens y las editoras
Cecilia Repetti y Cintia Roberts, que trabajaron junto a ella. Allí se habló de las motivaciones para escribir acerca del tema, de cómo es el trabajo a pedido, de cómo intervienen en él las perspectivas de quienes lo editan, cómo se concilian la escritura y mundo editorial en la producción del libro. El viernes próximo saldrá la segunda parte de la conversación.
Mario Méndez: Buenas tardes,¿Cómo están? Una alegría verlos acá, recomenzando. Tenemos la visita de Sandra Siemens, que nos visita por segunda vez. Pero con una novedad. Las veces anteriores hacíamos estos encuentros con autores, en los que recorríamos toda la obra. Esta vez, como el tema es “La Inmigración”, y a partir de ahí el trabajo que vamos a hacer con Lucía, no tardes, vamos a tener tiempo para recorrer exhaustivamente un libro. Por eso, además de a Sandra invitamos a Cintia Roberts y Cecilia Repetti que son editoras, que trabajaron con el libro y que van a trabajar con nosotros. Antes de empezar, por supuesto, como siempre el agradecimiento para Pablo Medina y La Nube, que siempre nos dan lugar. Muchas gracias, Pablo. Y recordar que es un nuevo ciclo de Bibliotecas para Armar. Un nuevo año en esto de estar promocionando los encuentros con la literatura. Esta es la presentación oficial.
Mario Méndez: Buenas tardes,¿Cómo están? Una alegría verlos acá, recomenzando. Tenemos la visita de Sandra Siemens, que nos visita por segunda vez. Pero con una novedad. Las veces anteriores hacíamos estos encuentros con autores, en los que recorríamos toda la obra. Esta vez, como el tema es “La Inmigración”, y a partir de ahí el trabajo que vamos a hacer con Lucía, no tardes, vamos a tener tiempo para recorrer exhaustivamente un libro. Por eso, además de a Sandra invitamos a Cintia Roberts y Cecilia Repetti que son editoras, que trabajaron con el libro y que van a trabajar con nosotros. Antes de empezar, por supuesto, como siempre el agradecimiento para Pablo Medina y La Nube, que siempre nos dan lugar. Muchas gracias, Pablo. Y recordar que es un nuevo ciclo de Bibliotecas para Armar. Un nuevo año en esto de estar promocionando los encuentros con la literatura. Esta es la presentación oficial.
Sandra Siemens: Me parece que te olvidaste de
decir que era el ciclo sobre la inmigración…
MM: No, no, lo dije. Igual
cortamos y empezamos de nuevo. Y esto se edita. Estamos para los medios además.
Esto es una primicia: así va a comenzar el ciclo de Tinelli. (Risas). La gran
sorpresa de Tinelli que va a ser “Bailando con la literatura” (Risas) la
empezamos hoy, acá en La Nube. Bueno, Sandra Siemens a acaba de ganar con Lucía, no tardes, el premio Destacado de
ALIJA, como mejor novela juvenil editada en 2015. Y repite, porque lo había
ganado en el año anterior con Tatuajes.
Es una ganadora serial de premios. Tiene otros. Por ejemplo, La muralla, ganador del Premio Barco de
Vapor, y el Norma Fundalectura…
SS: También una Mención en el Premio
Nacional de Literatura Infantil con El
último Heliogábalo. El hombre de los pies-murciélago fue White Ravens 2010.
Y La tortilla de papas 2015.
MM: Y no hablemos de tenis, porque
ahí sí que tiene muchos premios ganados. El primer premio de tenis de
literatura infantil de la Ciudad de Buenos Aires lo ganamos juntos…
SS: Sí. Ya después te lesionaste
MM: Y… una vez que gané el premio
no juego más, no doy revancha. (Risas). Bueno, Lucía no tardes queremos comentarla lo más exhaustivamente que
podamos, porque el tema con el que iniciamos el ciclo es “La Inmigración”. Lucía no tardes es una novela bellísima
que tiene como uno de sus ejes principales el tema de la inmigración. Y yo
invité a Cintia y a Cecilia, que son las editoras a la mesa, porque muchas
veces pasa en la literatura infantil y juvenil y también para adultos, que los
libros surgen de un comentario, un pedido, una iniciativa, una invitación de un
editor. Entonces vamos a empezar con la cocina. A las tres les pregunto,
ustedes ordénense como quieran: ¿Cómo es que empieza Lucía no tardes, antes de ser este bello libro?
SS: Fue culpa de Cecilia, que me
llamó y me pidió que escribiera un libro con el tema de la inmigración. Y yo
primero le dije que no, y después que lo iba a pensar. Y cuando le dije que iba
a intentarlo me dijo que menos mal, porque ya estaba casi en catálogo. (Risas).
Para mí era un tema que si no hubiese sido por esa invitación, no lo hubiera
escrito nunca. Porque yo no tengo historias de familia que tengan que ver con
la inmigración. No tengo historias de abuelos… Yo vengo de un repollo. (Risas). Hay familias que tienen cosas muy
vivas, que son fuertes. No era un tema que a mí me tocara particularmente.
Salvo por mi suegro, hijo de inmigrantes, que durante años estuvo pidiéndome
que escribiera un libro sobre su vida. Y yo tomé notas pero no podía. No era
algo que me motivara, entonces nunca lo escribí. Pero sí escuché y grabé las
historias de sus vidas, de cuando eran chicos, de cómo vivían. Y cuando empecé
a hacer el intento para este libro, por primera vez empecé a hablar con gente,
a buscar historias reales. Hablé con la mamá de una amiga mía que vino de
Italia cuando era chica, y que me contó una historia que ella recordaba: que su
abuelo, cuando ella iba a tomar el barco, le había dado para tomar agua de su
sombrero. Esa imagen me pareció muy poética, me quedó grabada. Después hablé
con otras personas que me contaron otras historias. Por ejemplo, la de una niña
de ocho o nueve años que venía de España. Y en la familia nadie sabía la
verdadera historia de esa hija. Vinieron los padres pero dejaron una hija allá
y en la familia no sabían nada. Era algo de lo que no se hablaba. Y eso se
repitió con toda la gente con la que yo hablé. Había gente que me contaba parte
de la historia. Y me di cuenta de que todas esas historias eran fragmentadas.
Unos tenían una visión y otros tenían otra. Y nunca se completaban. Porque
tampoco eran historias que se contaran. Eran historias con secreto. Esta
historia de esta nenita que mandan sola de España para acá, que fue un poco lo
que me sirvió para escribir esta novela, por ejemplo. Hablé con gente que me
contaba historias y me preguntaba qué iba a hacer yo después con eso. Ahí me di
cuenta de que me estaban entregando cosas muy importantes de sus vidas. Me
estaban contando historias que eran carne y que también eran secretas.
Obviamente les dije que iba a hacer algo novelado, que nada iba a aparecer con
los nombres reales, ni siquiera iba a respetarlas. De hecho hice un cruce con
varias de esas historias. Y me encontré con un mundo que me apasionó. La verdad
es que escribir este libro fue muy movilizador. Tal vez por estar manejando
historias verdaderas de gente que te las daba, que te entregaba su memoria. Y
después pasó de todo con esta novela. Me costó mucho encontrar la voz del
personaje, tampoco sabía cómo se iba a estructurar, qué es lo que iba a contar.
Tenía una idea de lo que iba a contar y de que iba a haber otro personaje, y
una mañana estaba escribiendo y dije: “Tac. Se me terminó la novela. Se
terminó.” Me faltaba toda una parte de las que yo había pensado que iba a
escribir con otro personaje, ¿te acordás?
Cintia Roberts: Levanté el teléfono y me dice: “se me terminó la novela”. Le dije que me la mandara en ese momento. Me parecía muy corta. Y ella me decía que se terminaba ahí.
SS: Ahí me di cuenta de que ya
estaba, de que se había terminado. Y pasó también algo muy grato, que fue
trabajar con Cintia porque hubo una comunicación, una comunión inmediata. Yo
supongo que ella también se enamoró del texto, y eso es importantísimo. Que un
editor se enamore de lo que escribís. A veces la llamaba para comentarle algo
que me parecía y me decía que justo estaba por escribirme para decirme lo
mismo.
CR: Nos escribíamos en el medio de
viajes: “Estoy emocionada con tal párrafo”. “Yo estoy en la misma situación”.
Se hacía muy íntima la lectura.
SS: Sí. Fue una coincidencia muy
llamativa. Muy mágica.
MM: Para los que no están en la
cocina editorial, porque hay dos editoras acá… ¿Cuál fue la diferencia del
trabajo que hicieron ustedes?
Cecilia Repetti:
¿Qué
decirles? Yo estoy a cargo de un fondo editorial, de un catálogo que no se
construye simplemente con obras que a uno le llegan. Hay que ir pensándolo con
mucho tiempo, mirándolo, cuidando la línea editorial, viendo qué temáticas hay,
qué temáticas faltan, qué le gustaría tener, qué géneros le gustaría tener. Ya
veces parece algo prohibido decir que uno llama y encarga algo. Recién pensaba
en qué sinónimo podía usar para la palabra “encargar” para qué no sonara
fuerte. Pero uno es responsable de ese catálogo y quiere tener propuestas
interesantes dentro de su propia línea editorial. Y así es como el año pasado
sacamos una colección de teatro porque no teníamos nada de texto teatral.
También al ver la narrativa del El Barco de Vapor faltaba algo de inmigración,
así como teníamos mucho de otras temáticas históricas. Yo sabía que era un tema
importante, que no estaba y que quería darle algún realce. También se empiezan
a cruzar las necesidades que un catálogo tiene de un autor, de ponerlo en
valor, o de tratar de que aparezca de alguna forma determinada. También como
editor uno sabe cuáles son las fortalezas de sus autores. Y pasó que la llamé a
Sandra como habría podido llamar a otro autor para que escribiera algo sobre el
Bicentenario. (Risas). Son cosas que ocurren. Hay otro autor que está acá
presente que escribió sobre inmigración, y que se fue para el lado de los
tomates escribiendo una obra sobre inmigración que es de ciencia ficción…
MM: Vamos a decirlo. Sebastián
Vargas, que también va a ser parte de este ciclo de inmigración, escribió otra
bellísima novela, que se llama Son
tumikes, y en otro encuentro voy a preguntarle si fue o no a pedido, porque
es ciencia ficción. Es una maravilla cómo enfocó la inmigración, pero eso es
para otro encuentro. ¿Qué esperabas vos con lo de Sandra?
CR: Con Sandra teníamos un premio
que es La muralla, otro bello libro
que es Querido Blog, habíamos hecho
poesía con Animales en verso, y que
anda muy bien, La doncella roja, que
fue uno de los primeros libros que publicamos cuando entré, otro bello libro
que les recomiendo. Y lo que yo me imaginé, concuerda con lo que está diciendo
Sandra. Pensé que a lo mejor se animaba. Algo para Serie Roja. Y pasó esto que
cuenta, que primero me dijo que no. Pero yo no tenía el imaginario de los
inmigrantes que llegaban y se quedaban en Buenos Aires, sino que me imaginaba a
Sandra en Wheelwright, en la provincia
de Santa Fe, y la inmigración de toda esa gente que fue a trabajar, la mano de
obra agrícola… Me imaginaba que ahí las historias debían estar muy puras por
más que Sandra tuviera su propia historia… No contaminadas…
SS: No tengo ni un inmigrante para
contar… (Risas).
CR: Seguro que si vas y preguntás
ahí hay un semillero y hay algo que se puede rescatar. Yo tengo una deformación
profesional, porque durante muchos años hice textos escolares, entonces tenía
información de ese mundo agrícola. Y varias veces que nos pusimos a charlar me
dijo que le parecía que estaba bien rescatar ese mundo, y lo hizo genial. Lo
hizo allá y lo hizo acá. Primero me dijo que no y después que sí. Y un buen día
me llamó y me dijo que tenía algo escrito. No me acuerdo si eran treinta o
cuarenta páginas…
SS: Algo así.
CR: Y para mí fue un privilegio.
No me asustan los borradores ni las semillas incipientes. Hay gente que no
descubre eso, que en seguida se asusta y ve desorden. Y justo esta es una
novela muy fragmentada a la que hay que reconstruir como un rompecabezas… Y me
pareció que estaba buenísima. Pero tardé en contestarle. Porque me acuerdo de
que tenía ese material ahí y no sabía qué hacer. Porque no era Serie Roja, como
yo había pensado. Pero tampoco quería dejarlo ir. Estábamos con una cuestión de
tiempo, ojo, esto no es determinante, porque a mí me gusta dejar sedimentar las
cosas, porque van encontrando su cauce. Y tomando distancia, que es cuando uno
se vuelve objetivo, me di cuenta de que esto era para Gran Angular. Y ahí le
dije que me ella había hecho lío, que no era para Serie Roja, porque es muy
fuerte toda la problemática. Y porque me parecía que tenía un nivel de
discursivo y una profundidad narrativa que ameritaba otra cosa. No quiero decir
que no iban a poder leerla los chicos más chicos, sino que los lectores más
grandes podían descubrir todas las lecturas posibles que tiene. Así que me
mandó eso y después llamó y pidió ayuda. Y qué mejor que continuar el trabajo
con el texto.
MM: Me quedé con algo interesante que dijiste, esa idea de que lo
iban escribiendo…
Cintia Roberts: Sí, fue una construcción de
una lectura muy cuerpo a cuerpo con Sandra. De pronto me llamaba y me decía que
tenía una historia y un collar. ¿Te acordás de la historia del collar, que no
quedó? Retazos de la memoria que íbamos recolectando, que ella me iba contando,
intuyo que esperando alguna opinión. Yo me sentí muy partícipe, porque fue una
novela que me llegó cuando apenas era unas pocas páginas, de modo que yo fui
colaborando en la lectura.
CR: En ese sentido Sandra permite
el diálogo con el otro, y eso es bárbaro. Es una suerte la que tiene uno en
poder colaborar…
SS: Lo que pasa es que también…no
dijiste algo muy importante, y es que me llamaste y me dijiste: “Tenés que
escribir una novela sobre inmigración. Tenés quince días.” (Risas).
CR: Sí, pero después pasa que…
SS: Me dio dieciocho. (Risas).
CR: Le llevó un verano.
SS: Me pasé un verano entero,
enero y febrero me pasé metidísima en la novela. Fue una escritura muy intensa.
Me acuerdo de que cuando terminé, tenía el libro listo y tenía que pensar los
agradecimientos, iba a Rosario en auto, manejaba mi marido y yo iba paveando,
mirando por la ventanilla, y de golpe me largué a llorar y fui llorando desde Wheelwright hasta Rosario
sin poder parar. Y creo que fue eso de tener mucha cosa contenida, de emoción
contenida. De pensar en todas esas personas. Incluso, empecé hablando de mi
suegro, de que nunca escribí su vida, y se lo dedico a él, porque todo lo que
me contó también está dando vueltas en este libro.
CR: Eso es principio constructivo
en la obra, Sandra. La tensión. El secreto. Lo no dicho, que genera inquietud y
tristeza, está presente en toda la obra.
MM: Y además se mantiene.
CR: Sostiene el texto.
SS: Creo que hay cosas… Bueno… vos
ahora estás como entrevistador pero a veces sos escritor.
MM: A veces… (Risas).
SS: Viste que hay cosas que uno no
las piensa, que exceden el momento de la escritura y uno a veces las retoma
después. A mí me pasó que mucha gente de mi pueblo leyó el libro. La otra vez
estaba cargando nafta y el chico de la estación de servicio me dijo que había
leído el libro. Y cuando le pregunté si le había gustado me dijo que sí, y que
lo había leído dos veces. Me dijo que le había encantado y que cuando lo leía
se acordaba de la historia de su familia aunque no tenía nada que ver. Eso me
pasó muchas veces. Me hicieron ese mismo comentario. Que cuando lo leían se
acordaban de historias de sus familias, aunque eran otras. No sé qué habrá
pasado en el libro, por eso digo que a veces uno no es muy consciente, pero
debe haber alguna fibra ahí que toca alguna cuestión de la esencia de toda esa
gente que llegó y se acomodó como pudo, con tantas dificultades en esos
lugares. En mi zona, que es la que está ahí. Es un comentario que me llamó la atención
porque fue repetido. Todos tienen historias familiares que son distintas pero
en las que pensaron mientras leían la novela.
MM: Texto y Contexto, ¿no?
CR: Todos venimos de la
inmigración… Hoy estaba releyendo algunas partes… Mi abuela se casó con mi
abuelo pero vino cinco años después. Y mientras leía esa parte del barco,
trataba de imaginarme a esa abuela que venía con miedo a la Argentina a ver qué
encontraba. Incluso a encontrar un marido que ni conocía.
MM: O que había cambiado. En El mar que nos trajo, de Griselda
Gambaro está eso. Es maravillosa. Vos también sos de Santa Fe, Cintia. ¿De un
pueblo?
CR: Sí, soy de Reconquista.
MM: ¿Y también hay una historia
fuerte con la inmigración?
CR: Muchísima. Esto de los tambos,
de la hechura de quesos, de lo que carece uno cuando llega. Eso me tocaba en lo
más íntimo, porque vengo de familia de campo que las ha pasado todas, con una
abuela que viene dejando atrás la guerra así que, claramente... Allá además hay
mucho italiano, mucho. Había mucha intimidad en esa lectura.
MM: Voy a meterme en el libro,
como decía al principio, ya que vamos a ver uno solo de los muchos que tenés.
Antes, una que no quiero perderme, ¿qué hizo ese pobre hombre cuando te pusiste
a llorar en la ruta todo el viaje? Es un santo varón. ¿Chocaron? ¿Se estacionó?
SS: No, me ignoró. (Risas). Porque
yo le decía: “No es nada, estoy bien”. Se ve que esos dos meses de
escritura fueron tan intensos, que
cuando me aflojé, me aflojé.
MM: Ese es un capítulo aparte. Un
día habría que entrevistar esposas y maridos de escritoras y escritoras. Ver
cómo sobreviven. Y las familias…
CR: Esa sería la verdadera cocina.
MM: Voy a empezar por el
principio. Ya lo mencionaste pero quiero leerlo. Sandra le dedicó esto a su
suegro. Y dice: “Quiero dedicarle este
libro a Esteban Matiasevich, el abuelo de mis hijos. Durante algunos años me
pidió que escribiera la historia de su vida. Las palabras a veces son tozudas y
caprichosas y finalmente nunca lo hice. Tampoco ahora. Pero él fue el viento
que hizo avanzar esta novela.” Ya empezamos con la emoción de entrada. ¿No?
¿Qué dijo Esteban?
SS: No… Justamente Esteban ahora
está muy perdido y no puede enterarse ni siquiera de que le dediqué el libro.
Pero bueno… ¿Viste cómo se van anudando las emociones?
MM: Es así. La novela empieza en
Italia. Lucía es una niña que vive con su abuela, con Amelia, y empieza
duramente. Yo voy a hacer algunos spoilers
porque se supone que tenían que traerla leída, así que… (Risas). Amelia, que es
una abuela divina, que la entiende, con la que juega, que le cuenta una y otra
vez el mismo cuento de los tres cerditos y el “lupo catttivo”, algo muy fuerte
y que vuelve al final… Amelia se muere.
SS: En la segunda página. (Risas).
CR: En la tercera la deja sin comida.
MM: Vamos parte por parte. Porque
evidentemente se juega en esta novela, y se jugaron Cecilia como editora y la
editorial en general, para poner algunos temas, incluso sexuales. Esto para el
próximo bloque. Este es un tema que no suele aparecer y acá aparece clara y
bellamente. Decía entonces, Lucía, que ya es huérfana porque la cría su abuela,
se queda huérfana del todo y va a parar a la casa de un abuelo postizo (después
descubriremos si es o no es), Donato, que es divino, y una vieja de mierda.
Terrible, es una cosa insufrible…
SS: Una cucaracha.
MM: Es terrible. Y en el medio
esto durísimo que recién decía Cecilia, y que decías vos al principio, nada
casualmente, de que venís de un repollo. En el medio una escena de esas, en la
página diez, por ahí, la del cuchillo…
CR: ¡Página tres!
MM: “Busco
un bebé entre los repollos de la huerta del abuelo Donato. La abuela Amelia me
dijo que los bebés nacen de los repollos. No entiendo cómo hizo mi papá para
nacer. Ni de qué repollo nací, porque mi abuela Amelia no tenía huerta. Pero no
pregunto porque ella me pidió que nunca preguntara.”
El secreto, ¿no? Estas cosas que mantenemos ocultas y que muchos inmigrantes de
Europa, y de Chile y de Paraguay, de Bolivia y de todos lados han traído. En la
crianza de muchos de nosotros hay de esos secretos… “Nada, Lucía. Nunca preguntes nada. ¿Entendido? Cuando vengo a vivir a
la casa del abuelo Donato encuentro una huerta con repollos. Eso me da
tranquilidad. Vigilo los repollos durante días. Cuando creo que ya están lo
suficientemente grandes como para tener un bebé, busco el cuchillito de hacer
injertos del abuelo Donato. El abuelo injertó todos los árboles del huerto: el
ciruelo, el nogal, el naranjo. Sólo él sabe hacer injertos, es un cuchillito
muy afilado que guarda en el cajón de arriba del aparador. Recorro los repollos
pero no veo ningún bebé. Pienso que deben estar escondidos bien adentro y corto
uno. Tan acostumbrado está el cuchillito de injertos del abuelo Donato a las
ramas duras y fibrosas, que corta las hojas del repollo como si fueran de aire
y sigue, rápido, hasta mi ojo derecho y lo corta al medio también. Como al
repollo. Agnese me lava con agua y me tapa el ojo con un pañuelo, y me lleva a
Fogia, porque en el pueblo no hay médico. Pero tardamos demasiado, dice el
médico.” Y ahí corto. ¿De dónde surge esta escena? ¿Fue algún relato que se
fue cruzando? ¿Solo imaginación? ¿Cómo lo trabajaste?
SS: Esta escena la contó la mamá
de una amiga mía que es la misma que me contó la escena del sombrero. Ella vino
de Italia, de Anzano. Y se cortó el ojo con un cuchillito cuando era chica. No
perdió la visión pero bueno, yo armé esa historia. Es una novela que al ser tan
breve, la escritura fue especial. Cada libro es diferente, y esta escritura fue
muy ajustada, muy paso a paso. Muy de estar toda una tarde con un párrafo.
También hay una dimensión que traté de trabajar, una dimensión poética en el
lenguaje. Esa nena va a tener que ver el mundo ya como descalabrada, ya como
pisando mal el mundo que le espera. Eso pasa de entrada.
CR: Es doble, porque no solamente
ella no ve, sino que está atada a lo que le dejan ver. El fragmento de su
propia realidad. La irá reconstruyendo después en todo caso.
MM: Además en el final no sabemos
cómo lo van a reconstruir, porque ella llega con el secreto.
SS: “Castigo di Dio”, dice Agnese cada vez que me cambia el parche. Yo
aprendo a mirar el mundo con un solo ojo”.
MM: “Castigo di Dio”. Ahí hay otro
tema que quería recorrer. Supongo que más allá de mi intolerante calificación
de esta señora, de Agnese, que vos como autora un poco tuviste que quererla.
Entenderla. Hay una carga ahí. Porque la madre de Agnese también tiene una
carga de religiosidad, de censura, de tabúes… ¿Eso de dónde salió?
SS: Eso salió de leer, de hablar. De investigar sobre Anzano, que es donde se sitúa la acción, que no conozco… Podría ir…
CR: Sí, puede ser…
SS: Era un pueblo chico en ese
momento y creo que sigue siendo chico. Yo vivo en un pueblo chico y sé cómo son
esas cosas, hay una mirada muy juzgadora de los demás. Ahí están esas mujeres
como Agnese y su madre…Hay una frase que también me la dejó pasar Cecilia, muy
amablemente: “Come santos, caga diablos.”
Esas personas que para afuera son muy religiosas, muy cumplidoras, muy de misa
diaria y que después son capaces de las atrocidades más grandes.
CR: Anunziata, la abuela dice: “Putana como la tua mamma”.
MM: Sí, también, de entrada. Tira
toda la carne al asador y nos pone a esa nena descalificada y marcada porque es
la hija de una madre que todavía no sabemos dónde está. Y esta Anunziata cuando
la ve hablando con un chico en el pueblo le dice eso: “Putana como la tua mamma”.
CR: Agnese para mí es un personaje
bien interesante, porque tiene una madre tan severa, como Anunziata, pero tiene
una hija como Bruna que se permite romper el karma familiar.
MM: Lo que pasa también es que en
el medio está la guerra que es el otro tema al que la novela le entra.
CR: Ese marido que fue dos veces a
la guerra y que la segunda volvió como ido…
MM: Eso lo vamos a ver también.
SS: Uno novela a partir de algo y
después inventa. Esa historia que me contaba la gente con la que yo hablé, no
sabía cuál era el origen de esa nenita que venía en barco y que llegaba.
Mencionaban a la tía pero no hablaban de
ella. Y no se sabía si la mamá de esa nena la había tenido de soltera, y
después había venido y acá se había casado con otro, si se habían casado y la
habían dejado… nadie sabía y nadie tenía la historia completa. Pero había algo
oscuro, algo secreto, algo que no se podía decir. Y eso a mí me habilitó para
imaginar esa historia. Dura.
MM: Durísima. Hay equilibrios que
manejás, como buena narradora que sos. En esta casa espantosa en donde ella va
a vivir está Donato. Es el marido de Agnese, es un viejo que estuvo en la
guerra. La guerra acá aparece mucho. Aparece antes y después. Y Donato tiene
algo que uno no espera en un personaje que es un viejo. Tiene un amigo
imaginario. Eso es maravilloso. Donato se vino de la guerra con Gero, que es su
amigo imaginario, y lo tiene al lado todo el tiempo…
CR: En ese diálogo se deposita
toda la sensibilidad del abuelo. Es sumamente interesante lo que sucede ahí…
MM: Y es generoso. Donato envía su
generosidad a través de este amigo imaginario que tiene siempre un plato demás.
¿Eso es pura imaginación?
SS: Sí. A veces imagino algo.
(Risas). Yo quería mostrar a ese
personaje que vuelve de la guerra, como tantos que vuelven destrozados de la
guerra, o incompletos. Y me pareció una linda manera, una manera tierna. Tenía
que poner algo de ternura en tanta dureza. A veces necesito escuchar las voces
de los personajes, no meterme, y supongo que me apareció la voz de Gero
hablando. Como las de esos que hablan solos. Que hablara con este otro que
también era una parte de él.
CR: Yo me imaginaba un compañero
de la guerra.
SS: Sí, probablemente.
MM: Claro. Que lo ayudó, que le
salvó la vida o algo…
CR: O que Gero tiene su propia
tragedia. Haber muerto en la guerra terriblemente y que Donato haya querido
ayudarlo… Eso me pasó como lectora.
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