Sandra Siemens: "Venían en el mismo barco los buenos y los malos, víctimas y victimarios."
La
segunda parte de la charla con Sandra Siemens continúa la charla acerca de la
intimidad de la construcción del texto, de los personajes, de sus relaciones,
de su desarrollo en la novela Lucía no tardes. Para ilustrar los conceptos referidos se leyeron fragmentos del texto. La autora y las editoras, Cecilia Repetti y Cintia Roberts, revelaron el
trabajo conjunto que llevaron a cabo en la producción y edición del libro, en la selección de cada detalle incluida la imagen de la portada. Libro de arena publica
la última parte de la charla que tuvo lugar el lunes 2 de mayo, en La Nube, a
propósito de la presentación de la novela que aborda el tema del nuevo ciclo de encuentros con escritores: "Literatura de
inmigración".
CR: Sí, tenía marcadas algunas
cosas de Agnese, que en el único momento que se ríe o que está feliz es cuando
va a tomar la foto: “Se saca ese luto y
se pone el vestido a lunares negro y blanco con el cuello bordado. Y se saca el
pañuelo negro y se recoge el pelo, y se pinta los labios de rojo. Aunque para
la foto se queda derechita. Yo me doy cuenta de que está floja, liviana, como
si flotara, como si estuviera feliz. El fotógrafo nos saca dos fotos. Agnese le
pide una copia más de cada una para guardarse ella. En una foto estamos los
tres juntos. Y en la otra yo sola. No sé para qué Agnese le va a mandar una
foto mía a su hija que no me conoce. Cuando volvemos a la casa el abuelo Donato
se saca el traje y el sombrero. Agnese el vestido a lunares y yo el mío a
cuadros. Colgamos todo de nuevo en el ropero”.
MM: Esa es parte de las claves que
va tirando. Para qué la foto a la mamá, esa mamá que vamos a descubrir después.
La hija de Agnese. Y en el final de esta primera parte que se llama “Lucía
allá”, Lucía se viene sola. Tiene que subirse a un barco solita, una nena de
nueve o diez años, tan inocente que hasta hace poco creía que los chicos nacen
en un repollo. Una nena de los años ‘40.
CR: Que sube al barco y necesita
creer en un amigo imaginario…
MM: Ahí es donde la ayuda,
maravilloso, ese abuelo que es Donato…
CR: Hace un acto de renuncia…
MM: Le hace un regalo impresionante:
“El abuelo Donato y Agnese me acompañan a
tomar el barco.” Esta es la primera de estas intervenciones de Donato tan
bellas que vos recogiste de ese relato. “El
barco sale de Génova y para llegar a Génova hay que ir en tren. Tengo sed. “Vas
a tener que aguantarte, Lucía”, dice Agnese. “Falta mucho todavía”. El tren
está parado en una estación, pero el silbato avisa que ya está por partir de
nuevo. El abuelo Donato se levanta y habla algo con el guarda. Lo veo por la
ventanilla. El traje negro y el sombrero de salir. Camina hasta una fuente y
vuelve rápido para subir de nuevo al
tren. Viene con el sombrero en la mano, lleno de agua. “Fresca”, de dice. Y me
acerca el sombrero para que tome. Yo hago tacita con las manos. Me la tomo toda”.
Ese viejo divino, que está un poco ido,
poco después, cuando Lucía, que es su nieta, va a subir al barco, hace esto: “Estoy asustada. El abuelo Donato me abraza.
Tiene el sombrero en la mano. Está húmedo todavía. “no llores”, me dice con los
ojos llenos de lágrimas. Agnese me estira el vestido que me arrugó el abuelo y
me da un beso en la frente. “Pórtate bien”. Quiere que me vaya rápido. Está
apurada porque el abuelo Donato se pone a hablar con Gero y ella no quiere que
lo vean. Está inquieta como Marguerita cuando se viene la tormenta.
(Marguerita, la cabra) “Dale esta carta a
mi hija cuando llegues”. “Lucía”, me llama aparte el abuelo Donato. “¿Qué?”
“Gero se va contigo”, me dice casi sonriendo. “Él te va a cuidar. Ya no tienes
por qué tener miedo, piccolina”. “Pero abuelo…”. “Está decidido”, me dice. Y se
encaja el sombrero húmedo en la cabeza. “Gero te espera en el barco”. Da
para llorar un buen rato, ¿no? (Risas). Eso es muy bello y conmovedor. Uno lee
esta novela con un nudo en la garganta.
SS: Que es otra novela mía.
MM: ¿Qué cosa?
SS: Un
nudo en la garganta.
MM: Esa no lo leí…
SS: Sí, la leíste. Leímos un
fragmento la vez pasada cuando vine.
MM: Tenés razón. La del dibujo.
Maravillosa. No me acordaba el título. La de la nena que dibuja el chancho
violeta.
SS: Claro.
CR: Ese fue el primer relato que
me contó Sandra cuando me dijo que tenía la novela. Me dijo que tenía
fragmentos, retazos de memoria y que tenía eso. Esta escena de Gero…
MM: La de Gero que se va. Es muy
bello. Así daba gusto empezarla. Después, como suele pasar en estas historias
partidas de inmigración, el contexto cambia y el texto va a la Argentina. Al
campo. A esto que pensaba Cecilia cuando le propuso a Sandra la novela. El
campo, estos italianos que están viviendo duramente pero con esperanza en el
campo argentino. Y entre los nuevos personajes aparece Vittorio, que también es
muy querible. Un tipo reservado, un hombre un poco a la antigua, que no expresa
mucho sus sentimientos, que ve cómo sus amigos de juventud se van casando. Es
un inmigrante, que no sé si no consigue novia acá, o si no busca, no tiene
suerte, lo que sea. La cuestión es que junta plata y un día se vuelve solo a
Italia, y ahí le cambia la vida cuando conoce a Bruna. Y Vittorio y Bruna se
instalan ¿en Santa Fe? ¿Vos te imaginaste Santa Fe? No lo dice…
SS: Sí. Yo hablé con una persona
que fue la que me contó todo lo del tambo, el trabajo en el tambo y todo eso.
Un viejo divino de ochenta años, que tiene una memoria maravillosa y además
tiene ganas de contar. Ese tambo estaba cerquita de donde vivo yo. Cerca de
Melincué. Y me contaba cómo vivían y cómo había llegado él, cómo hacían los
quesos, cómo los repartían… Me contó absolutamente todo. Así que lo imaginé en
ese lugar.
SS: No. Yo necesitaba armar ese
personaje que se casara con Bruna, en un matrimonio como el que decía Cecilia
de los abuelos. Un matrimonio un poco arreglado, yo necesitaba ese personaje
que fuera el esposo de Bruna sin preguntar nada. Eso tampoco está dicho pero sí
sugerido, que Vittorio acepta a Bruna con todos sus secretos. Con sus
silencios. Nunca pregunta nada.
MM: No pregunta pero intuye y
además protege. Cuando Bruna tiene necesidad de irse a la laguna a mirar el
agua, a llorar, supongo, o simplemente a hacer un poco de duelo…
SS: Él la respeta. Él sabe que hay
algo que no conoce pero la quiere…
CR: La deja ser, también. Porque
hay un personaje que dice que cómo ella va a ir a vender al pueblo estando
además embarazada… Y él alienta eso…
SS: Sí
MM: Bruna reconstruye su vida con
Vittorio y con esta nueva familia. Esos familiones que viven en una casa que
está pegada a la otra, en el campo, y es una reconstrucción con una pata coja.
Ella sigue sufriendo por lo que dejó, por lo que le falta.
CR: Y esa falta se hace carne cada
vez que nace un hijo. Sigue faltando la leche. A ella le falta leche como
madre. Sigue llorando. Hay un vacío que está contenido en esa trama.
MM: Es verdad. Hasta que un día,
unos años después se anima a pedirle a su marido que venga la huérfana. Y
Vittorio acepta, cuando podía no hacerlo para las reglas de la época.
CR: Pero Vittorio lo cuestiona en
su diálogo interno. Cuando se interroga que por qué se lo preguntó delante de
todo el mundo y no en una situación íntima, de charla. Es que Bruna lo hace
delante de todos, como al pasar, como para que él no pueda decir que no.
SS: Claro. Él acepta, pero
sabiendo que hay algo que él desconoce. Y no pregunta.
CR: El narrador se pone en la piel
de Vittorio, y cuestiona eso. Se pregunta por qué, si ya tienen más hijos, ella
quiere traerla.
SS: Sí. Después él es testigo de
la felicidad de Bruna al reencontrarse con su hija. Y también eso es muy
significativo.
CR: En el nerviosismo de él
durante toda la noche hay algo que está latente, sabe que hay algo importante
para su mujer y él se lo concede.
MM: Y recibe una recompensa que es
muy bella. Y que está muy bien contada. “Isabella
había cocinado para todos, pollo frito con ensalada de radicheta de la huerta.
Y de postre, peras con queso. El calor se había levantado más pesado todavía
después de la lluvia. Los chicos tenían permiso para bañarse en el tanque
después de la hora de la siesta, para que pudieran hacer la digestión. Si no
dormían, al menos tenían que estar en la sombra de los eucaliptos. Podían jugar
a las bochas o a la taba, pero sin molestar a los mayores. El Vittorio entró a
la habitación a oscuras. La Bruna había cerrado las ventanas y los postigos
para que la sombra trajera algo de fresco. Se sacó la camisa. Seguía siendo
flaco como cuando era un muchacho. El cuerpo de Vittorio era fino y blanco,
menos los brazos, la cara y el cuello morenos, curtidos de trabajar al sol. La
Bruna apoyó sus manos sobre el pecho de su marido y por primera vez desde que
estaban juntos le dijo “Te quiero, Vittorio””. Esa es la recompensa que
merece este hombre que acepta a au mujer con lo que trae, y que después la
protege y le concede ese deseo.
CR: La libera a ella también. Que
se reencuentra con su hija y hay otro mundo hacia adelante.
MM: Hay una recomposición, sí. Y
en el medio, y creo que esto no podía faltar en una novela sobre la
inmigración, está el viaje. El viaje de aquellos años que no era como los viajes
de ahora. Todos hemos oído hablar de las largas travesías, del Hotel de
Inmigrantes, de los chicos que se perdían… Otra coterránea de ustedes, Lidia
Carreras, en El juramento de los
Centenera, habla específicamente de la nena que se pierde en el viaje.
Bella novela. No la invitamos a Lidia porque nos quedó lejos y no venía para la
Feria. Y en el medio de este viaje de Lucía hay dos escenas muy fuertes. Ella
se hace amiga de otra inmigrante, Bárbara Borello, que viene embarazada, y como
no se ha privado de nada en la novela que es breve pero contundente…
CR: No es compasiva con sus
personajes…
MM: Para nada, Bárbara era como un
reparo para Lucía que es una huérfana que viaja solita, que es una nena. Todos
están esperando en el barco pero ella más que nadie el nacimiento del hijo de
Bárbara… que se muere y que hay que tirar al mar. Y Bárbara queda ahí. Y como
si fuera poco, en este viaje hay una línea apenas esbozada, que se recupera al
final, que es la de Milo. No me acuerdo del apellido. Es un croata, que es un
ex asesino. No se sabe bien…
SS: Esa es una parte de la novela
que yo pensaba escribir, y que después me di cuenta de que era mucho, y de que
lo que yo quería contar se había terminado. En la escena en la que Vittorio va
a buscar a Lucía que llega. Y cuando ella llega y ve que en la habitación hay
tres camitas, fue como recuperar esa imagen de los tres chanchitos. Ella llegó
a su casa y había una cama esperándola. Y ahí me cerró la novela. Pero había
toda otra zona que formó parte de la investigación histórica, que fue bastante
compleja porque como la novela es breve y había que contar y situar mucho, de
la guerra, de todos los movimientos, ahí Cintia me sacó, me bochó, me peló…
MM: ¿Hablabas de la represión y del cautiverio de Benicio?
SS: No, no llegué a contarlo. La
situación de Italia en la guerra era compleja. Estaba dividida. En el norte
peleaban entre ellos. En el sur muchos eran partisanos que estaban peleando en
la resistencia. Muchos partisanos además pelearon en la resistencia de la ex
Yugoeslavia contra los croatas. Muchos italianos murieron en Croacia, de una
forma atroz. Y hubo toda una parte de la investigación que me movilizó mucho y
dejé de lado, que es la de los campos de concentración croatas que fueron
peores que los de los nazis. Historias tremendas. Iba a escribir una parte con
esa historia, pero la dejé para otra novela. Sí sugería que el personaje se iba
a morir en Yugoslavia a manos de los ustachas, que eran los carniceros croatas.
Como las SS pero de Croacia.
CR: Entonces todo siguió el
principio constructivo de la novela, que era que estuviera latente. Eso estuvo
en la construcción y en la investigación, y ella quería que estuviera, porque
tuvo alguna razón y porque lo constituía al personaje, que es Benicio. Lo más
significativo para mí de ese final es cuando dice que: “La carta era de un tal Ivo Drozak. Comenzaba así: “No quieras saber
todo lo que pasó en Jasenovac. Lo que los ustachas hicieron ahí no es humano.
Es monstruoso”. Eso es todo lo que se dice de la carta que recibe.
MM: Sí, pero deja la línea de ese
Milo, ese jerarca de los ustachas…
SS: Claro. Porque después de la
guerra muchos de los ustachas vinieron e la Argentina vía Vaticano. Porque eran
ultra católicos. Y muchos obispos participaban de ese movimiento.
CR: Lo que decidimos ahí fue que
primara la impunidad con la que esa gente viajó. Acá estamos frente a una
novela y lo que sucede se narra casi cinematográficamente: el encuentro entre
Lucía y Milo, el asesino de su padre. Pero eso sucedió, fue así de impune y así
de real.
SS: No ahondé en eso porque era
mucho, pero me llevó bastante tiempo de búsqueda de información, de
documentarme, de buscar datos, de corroborar que los datos históricos fueran
los que tenían que ser, y me pareció que era verosímil que Lucía viajara en el
mismo barco. ¿Por qué no? Y esa imagen de la inmigración que tuvimos. Quienes
vinieron a trabajar y quienes vinieron escapados de la guerra. En el mismo
barco los buenos y los malos, víctimas y victimarios. Todos al nuevo mundo. Igual
que con los nazis. Me pareció que era una imagen que quería contar.
MM: Cintia lo definió bien porque
es un flash, es una escena cinematográfica. Apenas Milo con sus dientes de oro,
no sé si uno o más. Un personaje oscuro, siniestro, aunque en el barco no se
sabe nada.
SS: Además, en el barco, él es muy
amable hablando con Lucía. Un señor muy amable…
MM: Sí, pero uno que ha leído,
sospecha que en el brillo de esos dientes de oro hay una cosa siniestra.
Después nos enteramos de que es parte de la muerte del papá de Lucía. De
Benicio. Y luego tenemos, porque seguimos acá…
SS: Cuenta tanto drama que me
parece que a la gente no le van a quedar ganas de leer.
MM: Pero es esperanzador.
SS: Es que es tan corta la novela…
CR: Es para leerla una o dos veces,
porque está llena de indicios.
SS: Como el señor de la estación
de servicio…
MM: Ya sé ustedes, que están aquí…
pero si yo fuera uno de los espectadores y no la hubiera leído correría a
leerla aunque me hayan contado gran parte de la trama. Lo que estoy contando
son hilos y la novela es muy grosa.
CR: Tiene un valor literario muy
grande…
MM: Por algo acaba de ganar el
Destacado de ALIJA. Los premios los entregan los jurados: Eduardo Abel Gimenez,
María Wernicke, Cecilia Bettolli y Daniela Azulay. Se va a entregar (pasamos el
aviso, el viernes a las 20:30 en la Sala José Hernández de la Feria). Vamos a
seguir vendiendo un poco más la novela. Después tenemos una bellísima historia
de amor, que es cuando Bruna y Benicio se conocen en el pueblo. En el pueblo no
ha quedado más que un hombre joven, Benicio, que encima es lindo.
CR: Una se lo imagina muy lindo.
Es para conquistar a las lectoras mujeres jóvenes…
MM: Era el único además. Por eso.
Era el muchacho más lindo del pueblo y lo dejan ahí cuidando los víveres.
Italia estaba dividida, como dijo Sandra, y el ejército oficial lo deja a cargo
de los víveres.
CR: Una tarea miserable. Tener que
matar de hambre a tu gente.
MM: Las mujeres jóvenes y viejas
del pueblo, y los chicos, reclaman la comida que él les quita para el ejército,
y tiene que hacer más de policía que de soldado. Y la detiene a Bruna por un
tumulto…
SS: Por llevarse un balde de
harina y no querer entregarlo.
MM: Detiene a Bruna en el calabozo
del pueblito y quedan los dos solos. Además son dos chicos. Él tiene diecisiete
o dieciocho años y ella catorce o quince. Se conocen de antes. Y Bruna tiene un
carácter muy fuerte y él está un poco amedrentado y a la vez entusiasmado con
ella. La pone presa durante dos noches. Y ahí se atreve, Sandra, y lo cuenta
muy bellamente, a algo que algunos autores decimos que no se suele narrar en la
novela juvenil. Pareciera que en la novela juvenil no hay relaciones sexuales y
que cuando las contamos lo hacemos como para que alguien las sospeche.
SS: Hay muchos repollos.
MM: Demasiados repollos.
CR: Pero Sandra se las ingenia eh…
SS: “Benicio tenía dieciocho años y Bruna dieciséis. Se conocían desde
niños. Bruna tenía siete cuando Benicio la descubrió robando higos que el calor
de la siesta había agrandado, en el patio de la iglesia. Para que no la
delatara ella compartió su botín. Y los dos terminaron con dolor de panza y
diarrea. Benicio debía andar por los doce o trece aquella tarde al lado del
río, también a la hora de la siesta, en verano. Estaba acostado de espaldas en
el pasto con su gata, Note, sobre la panza, y de golpe aparecieron miles de
maripositas blancas. Note se enloqueció y empezó a saltar tratando de atrapar
alguna. Saltaba y se retorcía en el aire como una bailarina de ballet. Bruna
buscaba hongos. De lejos vio a Note que parecía volar, negra, negrísima en
medio de una nube blanca de mariposas. Se acercó sigilosa y se acostó al lado
de Benicio a mirar el espectáculo. Después, cuando las mariposas se fueron y
Note se durmió, agotada, se quedaron hablando. Benicio le contó cómo había
llegado su gata a la casa, y después siguieron hablando de cualquier cosa
mientras masticaban tallos de manzanilla. Pero la guerra había cambiado las
cosas. Ahora él era la autoridad. Y ella, la sublevada. Cuando Benicio se
acostumbró a la luz sucia que entraba por la ventanita, caminó hacía Bruna y
puso una silla frente a ella. “¿Tenés hambre”, le preguntó. “Te estás
burlando”. Benicio se sacó la chaqueta y se puso a preparar la mesa casi con
alegría. Olivas azules, queso de cabra,
pan. Y abrió una botella de vino casero, espeso y oscuro. “De haber sabido que
así trataban a los presos me hubiera…” “No a todos los presos”, la interrumpió
Benicio. Y la miró de una manera que hizo que Bruna sintiera que la cara se le
incendiaba de golpe. Comieron en silencio, porque lo que tenían que decirse era
demasiado cenagoso. Bruna lo miraba con recelo. ¿Por qué había aceptado ese
puesto? ¿Por qué esa vergüenza? ¿Por qué no marchaba al frente con los demás
hombres del pueblo? A la vez, agradecía que no fuera así. ¿Qué haría si no
podía verlo cada día? Lo trataba con arrogancia pero sus ojos decían otra cosa.
¿Alcanzaba a ver Benicio lo que decían sus ojos? Sus palabras siempre
provocadoras, afiladas como cuchillos, certeras, aplomadas. Cuando no hablaba,
no parecía una muchacha de dieciséis años. Pero por dentro Bruna se sentía
rompible, mariposa, luciérnaga, hojita de hierba. Benicio estaba enamorado de
Bruna desde que eran niños. Esa seguridad, esa manera insolente de pararse, de
hablar, de mirarlo. Bruna lo perdía. En ese mismo momento solo su cerebro lo
frenaba. Si no hubiera sido por su cerebro, sus piernas se hubieran atrevido a
acercarse. Y sus manos, excedidas, hubieran amasado el perfume de sus rulos
enrojecidos. Su cerebro y la guerra lo frenaban. La guerra estaba en el medio y
él podía sentir perfectamente el desprecio de Bruna. Era como una cortina de
lluvia entre los dos. Gris. Fría. Pesada. Igualmente, Benicio estaba contento.
Esa tarde, mientras esperaba la llegada de los refuerzos para encarcelar a las
ciento veintidós mujeres del pueblo, una idea había empezado a hacerle ruido en
su cabeza. Tomó un trago de vino y sin mirarla dijo: “Podría desertar”. Bruna
tampoco lo miraba. Sus ojos enfocaban hacia la pequeña ventana que daba al
patio de la cárcel. Un balde de agua helada. No le contestó. Y Benicio siguió
hablando. “Las lágrimas de San Lorenzo”, dijo Bruna después de un rato,
señalando el cuadrado de cielo oscurecido en la ventana. Benicio buscó una
manta, y los dos salieron al patio. Se acostaron boca arriba, con el cielo
encima. Hacía calor. El pueblo era un manojo de silencios. SE quedaron dormidos
mirando cómo el cielo se llenaba de estrellas fugaces. Pero durante un tiempo,
antes de dormirse, dejaron de mirar. Benicio, porque le dio la espalda al
cielo. Bruna, porque Bencio la cubría por completo. Más que la noche.”
(Aplausos).
MM: Eso que pocas veces aparece.
“…Benicio la cubría por completo. Más que
la noche.” Está contado muy bellamente, muy poéticamente.
CR: Hay otra escena también, en La doncella roja, en la que están los
personajes, y no me acuerdo bien, pero decía que se fueron hundiendo uno en el
otro…
MM: Un poco subida de tono sos,
Sandra. (Risas).
CR: Y hay otro, “Futuro”, que está en Diez en un barco, la antología de premiados, que se los recomiendo.
MM: Y vamos terminando con el
Encuentro pero también con el libro. Dos cosas. Lucía viene a la Argentina.
Vittorio acompaña a Bruna a buscarla. Hay un reencuentro muy emotivo en el que
todavía la narradora no nos dice nada. Queda entre líneas el secreto. Y lo más
importante: Lucía todavía no lo sabe. No entiende porqué Bruna le da un beso
corto en la mejilla y uno largo en la frente y en el ojo cortado. Y en el
último capítulo, que es de apenas una página, que es “Lucía acá”, Lucía ya
instalada, vos encontraste que ya era el final. Que era el “porcelini” que
había escapado del lobo, que tenía ahí su lugar, junto con los dos hermanos.
CR: La tercera cama. Además, me
parece significativo que ella describe la casa que se construye, que es la que
construye Vittorio. Las dos primeras casa que se derrumban son la de la primera
abuela y la segunda. Me acuerdo de que Sandra me llamó y me dijo que iba a
terminar ahí. Llega y termina.
CR: Debería continuar “Lucía acá”…
CR: Tuvimos una tapa un poco
polémica hasta que encontramos la foto que nos gustaba, y que nos gustaba
mucho. Yo siempre digo que termina ahí pero que el futuro está acá, reflejado
en el inicio, en la tapa. Y se ve el futuro de Lucía, también puede ser el de
Bruna, si seguimos pensando…
MM: Claro. Ella llegó, espera no
hacerse pis en la cama en ese lugar reconstruido…
CR: Sí, y hace su vida en ese
lugar de Santa Fe, en ese lugar agrícola, en el campo…
CR: Es la única que habilita el futuro.
SS: Porque es lo único que está
contado en presente.
CR: En el juego de repensar la
tapa, veo que en un momento nombrás a la primera abuela, a Amelia, a la que le
gusta usar vestidos a lunares y florcitas. Y ella en un momento piensa: “Ahí va
el vestido de florcitas”.
SS: Claro, porque las otras
mujeres estaban vestidas de negro…
CR: Lucía de alguna forma usa el
vestido de la abuela.
SS: Sí y acá, cuando dice: “Me meto en la cama y rezo. Rezo para no
mojarla. Porque las sábanas son suaves y frescas. Y es mi cama. “Esta es tu
cama, Lucía”, me dice Bruna. También rezo por el lupo. El lupo cativo que hizo
desaparecer la casa de madera y la casa de paja. Rezo para que no llegue nunca
a esta casa. Rezo para que se haya perdido, para siempre, al cruzar el mar.”
Creo que también es ese pasado que va a quedar en secreto, el que ella deja
allá para empezar de nuevo. Cuando terminé esa frase dije: “Acá terminó el
libro”.
MM: Es un momento difícil
encontrarle un final a las cosas. Está bueno que te haya venido una especie de
iluminación: “Acá se acabó”.
SS: Sí. A mí se me terminan
enseguida las cosas. (Risas). Siento que ya está.
MM: Al final hay una serie de
agradecimientos. ¿Querés comentar algo de los agradecimientos?
SS: A toda esta gente, la mamá de
una amiga o esta persona que me contó lo del trabajo en el tambo. Es toda gente
conocida. Y bueno, también a mi suegro Esteban, a las hermanas de él, que me
contaron cosas que no están en la novela, pero que me sirvieron para estar
ubicada en cómo era vivir. Me acuerdo de que ellas me contaban que tenían dos
vestidos. Se ponían uno y lavaban el otro y después se lo cambiaban. Y de cómo
era el trabajo, cómo trabajaban las mujeres en el campo, que parían en el
campo. Mucho de lo que está acá tiene un germen que es verdadero.
CR: Lo de los nombres de los
hijos. Eso de darle un nombre al primero y al segundo, que es inesperado,
ponerle “Segundo”. O vestir de santo a un hijo porque ocurrió un milagro, y era
una promesa y las promesas se cumplen.
SS: Todas esas voces son
verdaderas. Noveladas.
MM: Esto decíamos, del texto y el
contexto. Ahí se nota toda la investigación, lo que no se escribió pero se
leyó.
CR: Después tuvimos que ir
haciendo un trabajo como con una aguja al crochet. Esa parte de la Historia ir
enredándola con esos personajes. Vittorio cumple el día que a Benito Mussolini
lo ahorcan en la plaza del pueblo. Partes del contexto tenían que estar
ancladas en la historia de los personajes. Había dos planos.
SS: Eso fue lo más complicado.
Toda la parte histórica. Por un lado era necesario, pero por otro se hacía
demasiado engorroso porque se iba de la novela. Fue difícil hacer ese recorte.
Pero me parece que más o menos quedó.
MM: ¿Más o menos? (Risas). Bueno…
¿Quiere el estimado público hacer alguna pregunta que a mí no se me haya
ocurrido? Está abierto para preguntar.
Asistente: Vos contabas que ibas
escribiendo cada párrafo, ¿las correcciones las ibas haciendo por párrafo? ¿O
la escritura fue por un lado y la corrección una vez que tenías la novela
hecha? ¿O un poco y un poco?
SS: Fue un poco y un poco, porque
además de ser fragmentaria hago un trabajo de tiempos verbales. Había que ver
qué iba en presente y qué no. Hay muchos juegos de tiempo, de ir y venir, de
reponer… Al no ser una historia lineal, había que elegir una escena y en esa
escena tenía que haber algún elemento, que repusiera lo no dicho. Fue un
trabajo más minucioso.
Asistente: ¿Y la estructura de fragmentos separados por espacios en blanco también lo tenías pensado de entrada?
SS: Sí, eso fue así de entrada.
Arrancó así. En realidad la primer parte que mandé, no es la primera parte que
quedó en la novela, sino que es la historia de amor de Bruna y Benicio.
CR: Dentro de los fragmentos hay
ciertos apartados. El trabajo era cómo iba a transcurrir el tiempo en esos
apartados. Si los fragmentos iban a tener el Tiempo Presente y el Tiempo
Pasado. Y después decidimos que el Presente era para Lucía, y que cada apartado
establecería un desplazamiento que era “Lucía allá”, “Lucía en medio” y “Lucía
acá”, que habilitan un desplazamiento en el tiempo. Y después la presentación
de los personajes del pasado de Lucía que son dos bloques que están en el medio
de ella.
SS: Y un orden para el lector.
CR: Y la tercera que son los
puntos de vista de los personajes que están alrededor de ella… Vittorio, Bruna…
SS: Y otra cosa que también tuve
en cuenta y que no sé si salió porque nadie me lo dijo (Risas), yo quería que
fuera una novela muy sensorial, trabajé mucho las imágenes sensoriales…
MM: Te lo iba a decir. (Risas).
CR: Es una novela de sutilezas. Me
acuerdo de que era como un trabajo de relojero.
SS: Yo escribo corto y
generalmente no pongo de más, pero a veces pongo de menos…
CR: Por ejemplo, la historia de
Vittorio está contada en el medio de todo su trabajo diario con los quesos, el
hacer los chorizos, hay todo un arte ahí entrelazado.
Asistente: Yo quería preguntar algo acerca del eje que elegiste, el eje de la inmigración. Cecilia te convoca, primero decís que no, después cambiás de opinión, ¿Cómo estaba gravitando en vos una tradición que es de la literatura infantil en novelas que son muy fuertes, como la que nombró Mario o la de Andruetto? Yo en un momento encontré en el intercambio de pregunta/respuesta, encontré un intertexto con Stefano. Como que hay algo en la memoria que no sabemos si está repetido en realidad, o si lo repite la memoria…
SS: Es que hay mucho de eso,
claro. Es obvio que están esas cosas, pero traté de no pensar. Además, porque
no tuve tiempo, porque Cecilia no me dio tiempo. (Risas). Le dije a todo el
mundo que no podía hacer nada de nada porque tenía que escribir. Traté de
contaminarme lo menos posible. Yo sabía que Lidia había escrito El juramento de los Centenera, la voy a
leer ahora. No la leí antes. Traté de que no se me pegara nada. Pero esto que
decís de los diálogos salió de la voz del personaje. Esos pequeños diálogos me
permitían sugerir sin contar. Es una novela bastante económica en cuanto a
lenguaje. Y esos diálogos que tenía con la abuela Amelia primero y después con
Donato, y también con Agnese, me permitían mostrar el personaje a través del
diálogo. Las respuestas de Agnese siempre tan parcas, tan secas, tan duras, son
una manera de mostrar el personaje sin tener que describirlo.
CR: De hecho hubo uno de los
lectores que preguntó por qué Lucía no decía más, por qué no decía lo que
sentía…
SS: Sí, yo dije que no iba a decir
nada más.
CR: Es que Lucía es una niña. Uno
dice lo que siente, atravesando la vida. Y Lucía lo dice, pero no de un modo
verbal. Lo dice con el gesto, lo dice con el cuerpo, con no poder contener y
haciéndose pis.
Asistente: Da para película.
MM: Seguro. Estela…
Estela: Quisiera saber, como no venís
de una historia personal con inmigrantes de manera directa, ¿de dónde te
enganchaste para aferrarte con este tema? Tiene que haber habido algo que te
determinara a decir: “Sí, quiero”.
SS: Yo siempre creo que la
escritura tiene algo de mágico. Que cuando uno empieza a escribir hay algo de
magia, de búsqueda, de cosa desconocida. Yo me metí de lleno, sin red a buscar
información sobre esto, y creo que lo que me conmovió fue eso que contaba al
principio. Que las personas con las que hablé me entregaran su memoria de esa
manera. La persona que me contó lo de la tía. Esa nenita que había venido sola
en barco, después llamó a otros miembros de la familia para que me contaran lo
que sabían. Cada uno tenía su parte de la historia. Y unos decían que la nena
había estado en un orfanato porque tenía una cadenita. Y otros decían que no, que
era imposible, porque otro pariente había ido y había hablado… Era una mezcla
de cosas contradictorias y además nadie quería meterse en eso, pero para ellos
era algo groso. Te lo entregan porque uno es escritor y para que hagas… Después
se sumó un montón de gente que quería participar y contar historias hasta que
dije basta. (Risas). Es algo que es gracioso, pero que tiene su peso, porque te
están dando parte de su historia. Te están dando su memoria para que vos hagas
algo con eso. Eso me conmovió mucho. Y creo que tiene que ver también esto de
no haber contado una historia familiar…
Asistente: Es como un secreto que ellos
no pueden decir y vos sí, por ser de afuera.
SS: Claro. Por ser de afuera. Y
además…el pacto era que tuviera cuidado con lo que iba a contar. Que esto iba a
ser una novela, que no iba a poner los nombres verdaderos. Y a nivel
emocional creo que jugó mucho el no
haber podido escribir la historia del abuelo de mis hijos. Él quería que
contara lo dura y maravillosa que había sido su vida. Que no tenía nada, y que
trabajó en el campo, que hizo todos los trabajos, trabajó de bicicletero, en la
cosecha, de hojalatero. De todo y que ahora estaba muy bien. Ahora que completé
algo que tiene que ver con lo que él quería que yo contara, no puede leerla.
Eso jugó en mí. De hecho, creo que es la primera vez que pongo algo personal.
Que dedico algo de manera tan personal, salvo, claro, a mis hijos. Hay algo de
mi vida que está en juego. Creo que fue eso. Mantuve una tensión emocional muy
fuerte cuando escribí esta novela y me
sorprendió porque no era algo que yo hubiera elegido para contar.
Asistente: Un comentario nada más: me
pareció muy logrado que la única voz en primera persona fuera la de Lucía. Es
muy interesante. Cuando se discute cuándo una novela es para jóvenes, me parece
que esta novela logra eso desde esa voz que es la única que narra en primera
persona. Habla una chica joven pero de niña. Eso está muy logrado. La focaliza
en el lugar en el que después la puso Cecilia. En esa colección.
SS: Sí. Además, la elección del
presente permite lo que decía Cintia: contar desde esa mirada en ese momento.
Que no es la misma que si la contara desde un pasado cuando es más grande. Está
mirando el mundo abajo y habla desde ahí.
MM: Bueno, le hemos sacado todo el
jugo que pudimos. La verdad es que es una novela que se presta para que uno
pueda exprimirla. Es contundente, como dijimos al principio.
SS: Es de llorar…
MM: Mucho. Y otra cosa que es
importante y que me parece que no ha pasado en este ciclo y que es muy
habitual, es que se vea esta cocina del trabajo con las editoras y que también
se lo ha permitido un modo de trabajo como el de Sandra que no es el de todos.
Hay otros escritores que llevan sus libros absolutamente cerrados.
CR: Son modos de Sandra que
permitió eso y que permite el trabajo que hicieron con Cintia que fue bárbaro.
Sobre todo cuando el editor tiene la responsabilidad de que no se noten los
bordes, y era una tarea compleja y difícil, en la que había que ver que los
indicios estuvieran, los juegos temporales, y todo ese trabajo que se hace y
que no se conoce mucho. Acá hay mucha gente y lo sabe. Sandra lo permite eso.
SS: Soy más buena… (Risas).
MM: Ese va a ser el título de la
entrevista: “Soy más buena…” (Risas).
CR: Es un premio para el editor
estar colaborando desde ese lugar.
CR: Pero en general, leer el
original es siempre un premio.
MM: Bueno, acá terminamos. Un
aplauso para las invitadas. Gracias
Las tres: Gracias a ustedes.
(Aplauso final).
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