La maldición de Baudelaire
En homenaje
a los 150 años de la muerte del escritor que inauguró la poesía moderna,
Charles Baudelaire, compartimos esta pincelada que recuerda su vida y su obra.
Autorretrato. 'Baudelaire bajo la influencia del hachís'. Colección particular.
Por Amanda Suárez.
Charles Baudelaire nació un 9 de abril de 1821
en París y murió el 31 de agosto de 1867.
Tuvo una
relación conflictiva con su madre y su padrastro, fue expulsado de la escuela
secundaria, era cliente frecuente de prostíbulos, bares, fumador de opio,
habitué de galerías de arte y ambientes bohemios. Trabajó como crítico de arte
y literatura, tradujo a Edgar Allan Poe y E.T.A Hoffmann. Dilapidó su fortuna.
Pero es
reconocido por ser el rey de los poetas malditos, poeta de lo oscuro, pionero
de la modernidad.
En 1857
cuando se publicó Las flores del mal,
considerada su obra cumbre y una de las fundadoras de la literatura moderna, la
crítica del diario Le Figaro fue
lapidaria: “Nada puede justificar a un
hombre de más de treinta años después de haber dado a publicidad un libro lleno
de semejantes monstruosidades”. Once días después de su publicación,
secuestraron todos los ejemplares del libro e iniciaron una causa penal en
contra del autor. El veredicto fue: “Charles
Baudelaire, Poulet Malassis y de Broise han cometido el delito de ultraje a la
moral pública y a las buenas costumbres, y se les condena como autor y como
editores respectivamente a la supresión de los pasajes que contienen expresiones
obscenas o inmorales de los versos Nº 20, 30,39, 80, 81 y 87”. Además,
tanto el autor como los editores, fueron obligados a pagar una suma de dinero
en concepto de indemnización. La sentencia y la censura serían revocadas
noventa y dos años después, el 31 de mayo de 1949.
Baudelaire
observa el cielo con los pies en el infierno, busca lo ideal en ambientes
sucios y oscuros, nombra lo que siempre fue negado y por eso es condenado a
habitar el paraíso de los malditos para siempre.
Lo
recordamos con el poema “Spleen”, del libro Las
flores del mal.
Tengo más recuerdos que si tuviera mil años.
Un voluminoso mueble de cajones repleto de balances,
versos, billetes dulces, proceso y romances,
con pesados cabellos enrollados en cartas de pago,
guarda menos secretos que mi triste cerebro.
Es una pirámide, una inmensa cueva,
que contiene más muertos que la fosa común.
—Yo soy un cementerio aborrecido de la luna,
donde como los remordimientos, se arrastran largos gusanos
que se encarnizan todos los días en mis muertos más queridos.
soy un viejo budoir lleno de rosas marchitas,
donde yace todo un batiburrillo de modas caducadas,
donde los pasteles plañideros y los pálidos Boucher,
solos respiran el olor de un frasco destapado.
Nada iguala en longitud las cojas jornadas,
cuando bajo los pesados copos de los nevados años
el enojo, fruto de la triste falta de curiosidad,
toma las proporciones de la inmortalidad.
—En lo sucesivo sólo eres ¡oh materia viviente!
un granito rodeado de una ola horrorizada,
amodorrado en el fondo de un Sahara brumoso;
una vieja esfinge ignorada del mundo descuidado,
olvidada en el mapa, y donde el humor bravo
sólo canta a los rayos del sol poniente.
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