“Libros” de Fernando Aramburu



En esta historia, atravesada por el dolor del dos familias a raíz del conflicto en el País Vasco, uno de los personajes desde muy niño intenta encontrar un refugio en la literatura. Libro de arena publica Libros, un capítulo de Patria, la última novela de Fernando Aramburu. 

A Gorka, por lo años en que pegó el estirón, le dio por la soledad. A sus hermanos se les veía poco en casa; él no salía más que para ir a la ikastola. ¿El motivo? Los libros, o como decía su padre con surcos cavilosos en la frente, los putos libros. El chaval había contraído la fiebre de leer.
La inquietud cundía en sus padres. No exactamente a causa de los libros. ¿Entonces? Por tantas horas de encierro en la habitación, también los sábados y domingos, a menudo hasta que llegaba Joxe Mari y le mandaba apagar el flexo. Hijo raro, murmuraban. Y Joxián:
-Qué pena que no tenga una ventanita en la  cabeza para mirar dentro.
De noche, en la cama, el matrimonio conversaba en voz baja.
--¿Ha salido?
-¡Que´va! Ha estado toda la tarde leyendo.
-Tendrá algún examen.
-Ya le he preguntado y dice que no.
-Los putos libros.
Una mañana, en la cocina, parada delante de él, su madre se entretuvo observándolo mientras el chaval desayunaba. Encorvado sobre el tazón, el pelo grasiento, las manos huesudas, acné. Miren se mordía la lengua, pero al final se lo tuvo que soltar.
-Oye, ¿tú no tendrás problemas psicológicos?
Catorce años. Sus amigos venían a buscarlo y él ni siquiera salía a recibirlos. Qué qué le pasaba , que si estaba enfermo o se había enfadado con ellos. Con el tiempo dejaron de venir. Y Joxian se angustiaba.
-Cago en diez. Este hijo.
Se acercaba a él. le ponía una mano amistosa en el hombro. Le ofrecía doscientas, trescientas pesetas.
-Anda, vete a pasarlo bien.
-Aita, no puedo.
-¿Quién te lo prohíbe?
-¿No ves que estoy leyendo?
-Venga, que te dijo fumar.
- Que no, aita. No insistas.
Algunas veces, Joxian, entre solidario y curiosos, le preguntaba:
-¿Qué lees?
- Es de un escritor ruso. Va de un estudiante que ha matado a dos mujeres con un hacha.
Joxian no salía de la habitación confundido, preocupado. Catorce años, todo el día metido como un monje en casa. ¿Esto es normal? Así pensando, se paraba en el pasillo, fijaba una mirada escrutadora en un objeto, no importaba en cuál: en la estampa de Ignacio de Loyola, en el armario empotrado, en un picaporte, en cualquier cosa que le resultara comprensible a simple vista, y durante unos instantes buscaba en el objeto no sabía bien qué, un orden , una respuesta, una explicación a lo que no entendía. Hasta que no llegaba al Pagoeta, no se le borraba del pensamiento la imagen de Gorka inclinado sobre el libro, sobre el puto libro.
Por la noche, a Miren en la cama:
-O es muy inteligente o es bobo. Yo no sé a quién ha salido.
- Si es bobo, a Ti.
-Estoy hablando en serio.
-Yo también.
Y el caso es que luego sacaba unas notas escolares mediocres. Claro que no tan flojas como las de Joxe Maro en sus tiempos de colegial. Joxe Mari y el deporte, sí; Joxe Mari  y el trabajo manual, también; pero Joxe Mari y  los estudios (le ocurrió lo mismo más tarde con las asignaturas teóricas de la empresa metalúrgica donde hizo el aprendizaje) eran como el agua y el aceite, lo que no le impedía burlarse de Gorka.
-Anda, no me jodas. ¿Tanto libro para aprobar matemáticas e inglés de churro?
Arantxa fue quien transmitió a su hermano pequeño la afición por la lectura. ¿Y eso? Es que de vez en cuando, por el cumpleaños, por el santo, por navidades o porque sí, le regalaba tebeos; pasados los años, algún que otro libro. Cosa, por cierto, que también hizo con Joxe Mari, pero sin resultado. Aquí, al decir de Arantxa, venía a cuento la parábola famosa de la semilla y la tierra árida y la fértil. Joxe Mari era un yermo intelectual. En Gorka, tierra propicia, germinó la pasión por la lectura.
Hay más. Arantxa, siendo Gorka pequeño y ella apenas una niña de nueve o diez años, gustaba de leer en voz alta a su hermano, los dos sentados en el suelo, o él en la cama y ella a su lado, cuentos tradicionales; también historias de la Biblia en un libro con ilustraciones, adaptado al entendimiento infantil.
Por los días en que el niño se recuperaba del atropello de la furgoneta, Arantxa tomó la costumbre de ir a la biblioteca municipal en  busca de lectura para él. Gorka ya leía entonces por su cuenta, bisbiseando las palabras, y empezaba a tener gustos definidos: Julio Verne, Salgari, pronto las novelas bélicas de Sven Hassel, así como otras de espías y detectives, todas ella en ediciones económicas de bolsillo.
Más adelante, sin contárselo a sus padres, ¿para qué? Arantxa le fue prestando sus propios libros, una treintena que guardaba en una caja de cartón encima del ropero. Novelas de amor sobre todo, además de un Guerra y paz en versión resumida, Fortunata y Jacinta y seis o siete de Álvaro de Laiglesia que a Gorka no le hicieron tanta gracia como a ella, pero así y todo las leyó con agrado.
Y cuando sus padres empezaron a afearle que se quedara en casa leyendo en vez de ir a la calle a divertirse con los amigos, Araxnta le dijo a solas, con voz de misterio, que no hiciera caso.
-Tú lee todo lo que puedas. Reúne cultura. Cuanta más, mejor. Para que no te caigas en el agujero en el que están cayendo todos en este país.
Agujero o no, Gorka se entregaba a la lectura con pasión y Joxe Mari cuando lo veía con un libro en la mano se burlaba:
-Oye, ya que estás, ¿podrías leerme las líneas de la mano?
Una noche, cada uno en su cama, le habló con acritud:
-Más te valdría dejarte de novelas y sumarte a la lucha por la liberación de Euskal Herria. Mañana hay manifa a las siete. Espero que no faltes. Algunos amigos míos ya me han preguntado dónde te metes. Mientras los de tu cuadrilla dan la cara, a ti ni se te ve. ¿Qué les digo? No, es que se ha vuelto delicado y se pasa el día leyendo. Mañana  a las siete te quiero ver en la plaza.
Y Gorka fue, qué remedio. A dejarse ver. Saludó a este, saludó al otro, y Joxe Mari, que era uno de los que sostenía la pancarta a la cabeza de la manifestación le guiñó un ojo. Gorka, confundido con la masa juvenil, coreó consignas con moderado entusiasmo. De la misma manera, puño en alto, como los demás, cantó el Eusko Gudariak. A las ocho de la tarde ya estaba en casa leyendo. 


Patria
Fernando Aramburu 
Barcelona, 2016, Tusquets.

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