Leonardo Oyola: "Hay que desconfiar del escritor que no baila"

En la primera parte de nuestra charla con Leo Oyola, conversamos acerca de su recorrido por la literatura como lector y como escritor. Habló de sus comienzos en Isidro Casanova, de su experiencia en los talleres de su maestro, Alberto Laiseca,y de la modificación que provocó la literatura, hasta en la intimidad de su familia. Se refirió, además, al momento en el que, después de haber renunciado a un trabajo de ocho horas, decidió dedicarse  únicamente a la escritura de sus cuentos y sus novelas.



Mario Méndez: ¿Qué tal? Buenas tardes. Ya los saludé a casi todos, pero vamos a hacer el saludo formal. Acá estamos en un nuevo encuentro del Programa Bibliotecas para Armar, del ciclo Literatura sin Fronteras. Es un enorme placer estar acá con el amigo Leo Oyola. Como siempre, leemos un poco de la biografía. Y como siempre que empiezo con la biografía, insisto con algunas preguntas de entrada. En esta que yo tengo, dice que es colaborador de las versiones argentinas de las revistas Rolling Stone y Orsai, ¿eso sigue siendo así?

Leonardo Oyola: No. (Risas). Ante todo, muchas gracias. Gracias por venir, más en un día tan frío. Fueron dos oportunidades muy grandes que tuve. De parte de los chicos de la revista Rolling Stone, sigue todo abierto, pero estoy priorizando la escritura de ficción. Y Orsai fue otro proyecto hermoso, dirigido por otro colega, Hernán Casciari, que terminó en el año 2013. Y durante el 2012 nos pidieron a tres escritores, a Pedro Mairal, a Carolina Aguirre y a mí, que hiciéramos un folletín, porque eran seis números al año, era bimestral. Que escribiéramos algo que habitualmente no nos publicarían. Fue un desafío muy lindo, y terminó. Lo que pasa es que me gusta que quede en la biografía porque es gente que ayudó en su momento, y mucho, más a los que nos dedicamos solo a escribir, y son cosas de las que estoy orgulloso de haber hecho.

MM: Por eso siempre digo que cuando empieza la biografía hay material para cortar. Dijiste: “un folletín de algo que normalmente no me publicarían”. Vos andás en ese límite casi siempre. Muchas veces has tenido, no quiero decir la suerte, porque no es una suerte, diría la justicia de que te publicaran libros que normalmente son difíciles de publicar. ¿Opinás lo mismo?

LO: Trato de no pensar en ese tema. Sí de que tuve la suerte de que cayeron en buenas manos, y que pudimos laburar una cantidad de cosas que son interesantes. Por ahí, uno atiende más a los proyectos que fueron los que nos convocaron. Justo Orsai, te convocaba pero te decía que deliraras, que hicieras lo que veías que iba a ser más difícil. Incluso que les exijas a tus lectores. Y hay otros lugares en los que entregás el manuscrito, y te dicen: “Nosotros necesitamos esto”, y lo charlamos de otra manera. Así y todo, en ese laburo, esa cosa de edición ha estado buenísima. Y me parece también que es bueno hablar de esto, porque no creo que ahí se nos estén cortando las alas a nosotros, sino todo lo contrario. Se está redondeando una historia que nos va a hacer felices a todos los que estamos ahí. Además, al haberme formado en el taller literario, estoy muy acostumbrado a que se meta mano en el texto. Lo digo como piropo, no como que sea manoseado, para buscar las cosas que después van a ser mejores para la historia. Y lo que siempre respeté hasta ahora es dejar todo en la historia. Me parece que es lo más importante.

MM: Bien, ahí hay otra línea para tomar, que tengo anotada como una de las cosas que quiero disfrutar de esta chala. Te formaste en un taller, nada menos que con Alberto Laiseca.

LO: Sí.

MM: Alguno de tus libros está dedicado al maestro, y me gustaría que nos cuentes, porque también era un escritor que andaba por esos bordes, de la literatura difícil de publicar. Los Soria, y otros títulos…

LO: Si vos y yo estamos hablando acá, fue porque un día, el 13 de febrero de 2003, me animé a empezar un taller con él. Y fue un maestro híper generoso, nos mostró todas las cartas que había en esto, nos mostró qué es lo dulce y qué es lo amargo, y sobre dónde teníamos que apoyarnos para no perderle el gusto a la escritura. Porque si no, muchas veces, si pretende otra cosa más que escribir, cae en frustraciones, cuando uno está ahí en soledad… Laiseca nos decía que nosotros teníamos que ir y compartir lo de cada uno, que ahí teníamos que pasarla bien. Y no porque tuviéramos que llevar un texto jocoso, porque ibas a comulgar con esos, tus primeros lectores, que eran tus compañeros de taller, y ni más ni menos que Laiseca, los sentimientos que estabas volcando en la ficción. Las grandes enseñanzas de él, es para que se haga un libro. Y así y todo, me parece que tampoco se podría transmitir lo que emanaba cara a cara, en esos momentos. Él decía que al libro no le podías exigir nada, sino que por el contrario, sos vos el que le debe al libro, el que debe terminarlo y de la mejor manera posible, de acuerdo a lo que quería la historia, a lo que vos tenés para dar, y al momento en el que lo estás escribiendo. Porque inevitablemente, cada uno de los libros es el momento en el que uno se sentó a hacerlo. El gran error que uno ve a veces en colegas que recién están arrancando, es que piensan que están escribiendo un libro para ganar tal premio. O para que se lo hagan película. O para ser famoso. Están más seducidos por una cierta fama de un mundillo literario que es así de chiquito, y se olvidan para qué nos pusimos a escribir. Para mí, el momento en el que me puse a escribir fue tan placentero como leer, descubrir nuevos autores. Hoy, poder decir que descubro nuevos colegas. Todo eso salió de ahí, de la casa de Lai, de los encuentros con él esos jueves, esos otros días que también fuimos yendo, durante cuatro años, y lo que siguió después, hasta que él se nos fue.

MM: O sea que la premisa de Laiseca, que era la de pasarla bien, la lograron.

LO: Sí. Si bien éramos de diferentes talleres éramos contemporáneos, porque Lai vivía básicamente de los talleres, después tuvo la suerte de lo de I Sat, pero no largó los cuentos…

MM: Esos cuentos que contaba…  ¿Cómo era Laiseca con las devoluciones? Me da mucha curiosidad y calculo que a la gente también.

LO: Él era como un maestro muy socrático. Te hacía la devolución arrancando con alguna pregunta sobre alguna cosa, y lo que él sabía y privilegiaba, era que uno había dejado de hacer un montón de cosas para escribir. Jamás te iba a  venir con los tapones de punta, la patada al pecho o algo así.  Él te iba a decir que era buenísimo que hubieras escrito, pero que por ahí el texto adolecía de una cosa o de otra.  Buscaba mucho las palabras para hacer la devolución, y sobre todo tenía muy en cuenta la persona con la que estaba ahí. Uno se daba cuenta de eso. Mientras sostenías el taller en el tiempo, más te ibas exponiendo y más mostrabas quién eras en tus textos de ficción. Amén de todas las charlas previas  que tiene cualquier taller literario, antes de arrancar con las lecturas, de saber cómo fue la semana de cada uno, las cosas mínimas de la vida del otro, es en los textos en donde uno más se está reflejando. Laiseca era muy cuidadoso y muy cariñoso con eso. Y para los que después terminamos dando taller, esa fue una marca muy importante. Porque uno tiene un mal día, hace una mala devolución y le  tira al otro algo poco feliz, y puede alejarlo de la escritura. No era ni ahí condescendiente. Si había que seguir laburando, había que seguir laburando. Era firme. Las veces que lo vi enojado, tenía que ver con los períodos de sequía, con los períodos en los que uno no estaba escribiendo. Si había algo personal detrás, ahí te jorobaba. Si uno le decía: “Mirá, Lai, no me senté…”, ahí se enojaba. Cuando eran períodos sostenidos, que vos sabés que uno los tiene. Incluso yo que me dedico solo a esto, también. No es que pueda sostener semanas escribiendo constantemente. Me parece que eso era lo principal de él, lo que más te motivaba. Cuando escribí la primera, El tigre harapiento, yo iba con él los jueves a la noche. Y un lunes a mediodía me llamó al laburo. Yo me asusté, pensé que le había pasado algo. Y él me dijo: “Leíto, ¿cómo le va? ¿todo bien? Le quiero comentar algo. Estuve pensando en lo que leyó el jueves. El caballito del inspector Valls, no puede llegar de La Boca hasta Mataderos. Más, al galope. Tiene que hacer una escala por lo menos en Flores o Floresta y cambiar de caballo. Porque si no, el caballo se muere. Y yo le aconsejo que no mate un caballo en una novela, es mala suerte. Piénselo eso. Pero bueno, lo quiero mucho, lo veo el jueves”. Cortó, y yo me quería poner a llorar. Porque pensaba en cuántos tipos tiene él… y en que hasta el miércoles a la tarde no podía escribir. Porque de acuerdo a los laburos que tenía, yo me había organizado para trabajar los domingos y los miércoles. Y si podía, me levantaba un poco más temprano, antes de ir a laburar, para tocar esas cosas. Fui inmensamente feliz y amargo a la vez en ese momento. Porque estaba en un trabajo que no quería hacer, porque cada vez me ganaba más el tema de escribir. Yo quería dedicarme de lleno a escribir. No quería hacer otra cosa, y los mandatos sociales y familiares impiden esa cosa. A mí, igual, lo que me pasó es que toda la suerte que me fue esquiva en todos los otros aspectos de la vida, la tuve junta acá, en lo literario. No creo que alguien que deje todo por ponerse a escribir pueda salir y sostenerse. Es muy difícil. Yo tuve la suerte de que me contrataran los españoles, se empezaron a vender, empezar a darme cuenta (porque nunca quise tener agente), de cómo moverme yo, y en el medio equivocarme mucho, en unas cuantas decisiones. Pero para mí, desde que empecé a cobrar, fue un orgullo que todo lo que hiciera o todo lo que me comprara viniera de tal libro. Siempre saber que algo fue por una cuota de Chamamé, o que algo fue por un cuento de una antología. Cada cosa me llenaba un montón, hasta que en un momento dejás de verlo así. Pero repito, he tenido esa suerte, veo cómo son los ciclos y sé que en algún momento va a empezar a bajar. Y todo eso, como decía, de la relación con él.




MM: ¿Y qué hacías en esa época en la que solamente escribías domingo y miércoles? Me da curiosidad… ¿De qué laburabas?

LO: De todo un poco. Tenía un laburo principal en el que cambiaron los directivos, cambió el gobierno también en ese momento, y terminó muy mal. Terminó mal el trabajo, terminaron varios compañeros despedidos, y lo que me impusieron en esa vorágine antes de renunciar fue hacer terapia. Fue la primera vez que hice terapia, y hasta ahora fue la única. Me hubiera gustado poder pagarla en algún otro momento en el que creo que la necesité, pero no podía. Ahora, sí. Y el tema fundamental con la terapeuta fue desdramatizar el momento y vivirlo como una oportunidad. “Vos siempre laburaste y vas a conseguir otro trabajo. Pero si lo que vos querés es escribir, es ahora el momento en el que te tenés que focalizar en eso”, me dijo. “Porque si no, vas a volver a laburar de ocho a seis y no vas a volver a agarrar eso”. Y yo ya tenía publicado un libro, tenía un segundo y estaba laburando un tercero. No es que me dijo esto en la primera sesión, se dio una situación de confianza, después de un par de meses y en un momento lo  visualicé, tal cual lo habíamos charlado. Y me di cuenta de que lo único que quería hacer era eso. Tomé esa decisión, a mi pareja no le gustó una mierda, (risas) mis viejos tampoco lo entendieron. Mi papá estaba acostumbrado de toda la vida a fichar. Mi viejo ya hace varios años que está jubilado, pero se sigue levantando automáticamente a las cinco y cuarto. Entonces cuando le tiré eso no lo entendió. El único que me bancó muchísimo fue mi hermano. Porque me dijo que yo había sido un tibio toda la vida, que nunca me había jugado por algo de lleno, y que por primera vez me vio en la mirada, que estaba decidido.

MM: ¿Tu hermano mayor?

LO: No, menor, pero es como que vamos rotando. A veces le pongo los puntos yo, otras, el a mí. Nos llevamos solo un año y tuvimos siempre el mismo grupo de amigos hasta que hace diez años me vine para estos lados y empecé a curtir todo lo que es lo literario nada más. Él me bancó mucho. Porque además está lo que es la figura del escritor. Levanta muchas fantasías. Depende de quién lo vea. Cuando nosotros teníamos los quilombos en el laburo, y estaban las marchas y los que iban a renunciar, y había compañeros que me preguntaban por qué yo estaba ahí marchando con todos, si yo ya me había salvado porque ya había publicado un libro. Y yo por dentro pensaba que no sabían de qué estaban hablando. De hecho, por la primera edición de El tigre… jamás vi un peso…

MM: Cuantos escritores empiezan  pagando sus ediciones…

LO: Tal cual. Era un asunto. Cuando a mi viejo le dije que me llevaban a España, mi mamá se puso re contenta, mi hermano también… Pero, viste esa cosa que uno tiene con el papá…  MI viejo desde que era adolescente me hace una seña con dos dedos para que salga de la casa, para charlar los dos solos. Cuando le cuento lo de España, me hace la seña, salimos, y me dice: “Bueno, me alegro de que le cuentes esto a tu mamá, pero vas en cana, ¿no? (Risas). “¡No! ¿Cómo que voy en cana?” Y me dice: “Dale, boludo, está bien que mamá sufre del corazón y está bueno que no se entere”. Y yo le decía que en serio me llevaban a España. “Decime así te llevo cigarrillos aunque sea”. (Risas). Le dije que me llevara a Ezeiza. Era todo un tema. Era la primera vez que volaba, iba a estar bastante tiempo afuera, y cuando ya estaba en el último tramo de la escalera mecánica, miro para atrás y lo veo a mi viejo que estaba cogoteando… (Risas). Tenía la fantasía de que iba a doblar, iba a tomarme el 86, iba a bajarme en Ezeiza…  Y me hermano iba bajándole cosas de Internet y le contaba. Era una época diferente a esta en la que todo es tan instantáneo. Mi viejo maneja el Whatsapp. ¿Sabés lo que costó eso? Y mi papá pensaba que mi hermano armaba todo.

Asistente: ¿Qué edad tenías?

LO: Esto fue en el 2008. Tenía treinta y tres, treinta y cuatro. Después, cuando me vio con Sasturain, que tenía “Ver para leer”, que iba después de Gran Hermano, mi viejo se hacía el boludo. Y decía que veía a Sasturain porque antes veía Gran Hermano… Y me decía que si estaba con ese Papá Noel de la tele, era porque estaba en algo que estaba bueno. Era la manera en la que él tenía de legitimarlo. Cosas de ellos, que no tuvieron instrucción, laburaron desde chicos. Mi viejo terminó la primaria, pero mi mamá, no. Mi viejo después agarró el hábito de la lectura.

MM: ¿Te lee tu viejo?

LO: Sí, lee todo. Lo primero que pudo leer completo fue Chamamé. Intentó El tigre… y no pudo. Y cuando leyó Chamamé me dijo que así tenía que escribirle al pueblo. Que tenía que hablar como hablaba la gente. Le faltaba el hábito de la lectura. Hoy, lee de todo. Me pide libros prestados. Me pone muy contento que me lea él.

MM: Qué bueno…

LO: Pero aparte… él se escandaliza, toda la vida me dijo que me cuidara, que no fuera en cana… Y de las pocas veces que estuve en una comisaría, la primera fue con él y con mi abuelo. (Risas).

MM: ¿Esas cosas de pelea en la cancha?

LO: Sí, algo así. Hay un cuento que está en Nunca corrí, siempre cobré, que lo había hecho para Página 12. Son esas cosas de la vida en el campo. Parece que el amor de la vida de mi abuelo fue una chica a la que hicieron casar con otro. Y que cuando estaban en un cumpleaños de quince, casamientos, entre obrero, en los galpones él quería sacarla a bailar, ella amablemente le decía que no, y venía el marido…

MM: Y terminaban a las piñas…

LO: Y sí. Eran primero ellos dos, después, con los años, ellos y los hijos, y justo esa vez estaba yo y mi viejo me dijo: “Vení que vamos a pelear”, me inflé. Estaba re contento, no lo podía creer. Y me llenaron la cara de dedos, fue una de las peores palizas de mi vida. Me mataron… (Risas). Me gustaría contarlo de otra manera, poner que peleé a lo Chuck Norris cuando lo estaba escribiendo, pero nada…

Asistente: ¿Tuviste revancha?

LO: No, qué mierda. Ni la pedí. (Risas). Fue en Tucumán. Mientras me estaban estrangulando me decían “porteño”. Y yo les decía: “Yo soy de Casanova”. Andá a explicarles la diferencia con los  bonaerenses. Para ellos son todos porteños.

MM: Bueno, voy a seguir con la biografía, viste que la voy interrumpiendo… Sus cuentos han sido seleccionados en varias antologías (de una de ellas vamos a hablar en el final),  y medios gráficos de la Argentina, México, Francia, y España. Las primeras novelas… vos me dirás si son las primeras… Santería y Sacrificio…

LO: No, la primera es Siete y el tigre harapiento…

MM: ¿Qué salió en dónde?

LO: En Gárgola. Y después la reeditó Alfaguara.



MM: Bueno, pero vamos a hablar de Santería y Sacrificio, aunque no sean las dos primeras. Porque ahí nos decía Nacho hace un rato que estaba esperando la tercera. Contanos qué son Santería y Sacrificio, y por qué estamos esperando la tercera.

LO: En el año 2008 se publica una serie de novelas, pero a nosotros nos contratan en el 2007, de una editorial nueva que se llamaba Negro Absoluto. Después se siguió llamando así la colección, y la editorial se llamó Aquilina. Vinieron y nos contaron como un cuentito. La dueña en ese momento era una argentina que estaba radicada en Inglaterra en ese momento. Ella cumplió veinticinco años de casada. El marido le preguntó qué quería de regalo y ella le dijo que quería poner un sello de policiales. Porque ella decía que le daba bronca cuando era chica, que cuando donaban libros donaban la literatura de género, porque la consideraban literatura menor. Ella estaba vinculada al laburo televisivo y cinematográfico, y respetando la historia, siempre había querido hacer policiales pero decía que la escritura no era lo de ella. Entonces, nos contrataron a seis escritores para que hiciéramos novelas seriadas de un personaje particular. Nos daban una característica, y de acuerdo a eso  teníamos que decidir qué hacer. En ese momento, de los seis, yo era el único escritor desconocido. Osvaldo Aguirre, Elvio Gandolfo, Ricardo Romero, Federico Levin, Juan Terranova y yo. La cuestión es que Ricardo le había dado mis cosas a Sasturain, porque era el editor de Gárgola, fue mi primer editor y luchó mucho para que yo estuviera, porque yo iba a poder hacerlo.  Entonces yo no pude elegir. Me pidieron que hiciera una parapsicóloga en los noventa. Le di muchas vueltas y presenté un proyecto. Además, Laiseca, según él, también era parapsicólogo. (Risas). Una vez tuvimos una compañera que era parapsicóloga en serio, y discutían constantemente, y ella nunca volvió. No sabemos qué pasó. Esperemos que esté viva.  Yo todavía estaba en el taller de Lai, y si tenía que ponerme a investigar sobre una parapsicóloga, abstraer cosas… además de que me era un mundo ajeno… sí me animaba a hacer una bruja que tiraba cartas, porque de eso conocía…

MM: En el barrio siempre hay.

LO: Les propuse jugar con eso y me dijeron que les encantaba. Les propuse hacerlo en una villa en La Matanza, después propuse en la villa 1-11- 14, y también me dijeron que no. Me dijeron que tenía que ser más acá, en Capital, específicamente. Yo en ese momento estaba viviendo en la casa de Ricardo. Como él vivía por San Telmo, iba mucho a caminar a la Reserva Ecológica, algo que mantengo, para tomar aire puro, oxigenar, y todo eso. Y ahí, un vendedor de un carrito me contó que eso antes había sido una villa, donde ahora está Puerto Madero, se llamaba Puerto Apache. Me contó unas historias lindas, les tiré eso, me dijeron que sí, y ahí le dimos para adelante. Ellos te contrataban por tres novelas que tenían que tener el mismo personaje, y cada una ser auto conclusiva. Y la verdad es que te pagaban muy bien.

MM: Un poco “Argentina año verde”… Que te contraten para tres novelas…

LO: Sí, y para empezar te pagaban el cincuenta por ciento, y cuando estaba listo, el otro cincuenta. Te liquidaban la primera edición. Cuando vi cómo era el asunto de la guita me hice el loco, y les dije que les iba a hacer una historia que continuaba de libro a libro. No como los otros, que hacían una historia que cerraba. Y que además tenían que ser cuatro novelas y no tres, porque cuando vos tirás las cartas son cuatro hileras, y tenía que ver con eso. La señora me dijo que sí. Hice lo que hacen todos los colegas aunque no lo digan: te dan el anticipo, lo haces mierda y después llorás y pensás en qué vas a escribir ahora. Y fue bien, pero después empezaron a aparecer otras cosas, y estoy debiendo Aquelarre…

MM: Y la cuarta…

LO: Sí. Una vez que te va bien empezás a salir de noche y es difícil volver a escribir. (Risas).

Asistente: ¿Juan Sasturain estaba involucrado en este proyecto?

LO: Sí, él es el director de la colección. Son hermosos los prólogos que nos ha hecho a todos, me ha hecho algunos de los piropos más lindos que me han hecho en mi vida.

Asistente: ¿Cómo vino la invitación?

LO: Convocaba Ricardo. Muchos colegas estaban en otro proyecto, en otra cosa. Había como una urgencia, y es todo un tema hacer un libro de un año para otro. Yo me venía dedicando a esto, y un poco el trato que teníamos con Ricardo era que él me daba techo y comida, pero que yo escribiera.

MM: Hablando de esos piropos a los que se refería leo, Sasturain, en la contratapa no me acuerdo si de Santería o de Sacrificio, dice de Leo que es “un narrador sin red ni techo aparente”. Me parece que es una buena definición, y un elogio. Eso de que no hay techo ni red, ¿por qué suponés que no hay red?

LO: Porque tratás de no repetirte. Podés estar en los mismos universos, las mismas temáticas, incluso el mismo registro de voz, los mismos personajes, pero en la nueva novela tratás de ir para un lado que con esta nueva novela que estás escribiendo no transitaste. Siempre pasa cuando iniciás el viaje que es  que es escribir una nueva novela, convivís ese tiempo con esa nueva historia y estás pegado a la anterior. Hasta que puedo reescribir, y ver cómo voy a subir la apuesta, o como voy a hacer esto o algo que parezca nuevo, pasa un tiempito. Uno ya tiene el ejercicio, la memoria muscular, lo que vos quieras, te podés sentar y hacerlo de oficio, pero eso me parece de lo más fulero que hay cuando se habla de lo nuestro. Hacerlo de oficio. Lo otro, es que la tenés que vivir. Tenés que vivir la historia, te tienen que pasar cosas. Y lo que yo aprendí en esto es que tenés que entregar cuando lo sientas. A vos también te debe pasar que entregás, y después pedís que te la devuelvan porque te falta, seguís laburando otras cositas previas a la edición, pero se acabó, porque siempre está ese miedo.

MM: Sí, pero se corta porque si no, no entregás nunca.

LO: Totalmente.

MM: Y ya que estamos hablando de proyectos y pedidos… Viste que este ciclo es “Literatura sin Fronteras”. Ni vos, ni Guillermo Martínez, ni el próximo invitado, que es Figueras, están identificados con la literatura infantil y juvenil, ¿Cómo fue que te convocaron para escribir literatura infantil y juvenil? ¿Cómo fue ese proyecto, esa experiencia?

LO: A mí me pasa que me busca un colega que en ese momento también era editor, Antonio Santa Ana, el autor de Los ojos del perro siberiano.

MM: Estuvo acá.

LO: Él me dijo que iban a lanzar una colección para el Bicentenario, y que a él le gustaría que yo estuviera ahí, que su proyecto era sumar un par de escritores conocidos, pero que no estamos asociados comúnmente con lo infantil ni con lo juvenil. Y me dijo que mis malandras de El tigre harapiento y Hacé que la noche venga (que son novelas policiales pero también históricas), si bien tenían una cosa de desamor y más salvaje, en un punto los veía como nenes grandotes. Me tentó, no solo por la confianza que él tenía, sino porque además en la colección también está Claudia Piñeiro, y con ella se dio una linda amistad desde el comienzo, y después estaba Norma Huidobro, Liliana Bodoc, a quien admiro muchísimo. Iba a ser la oportunidad de sentarme un par de veces con ella. A diferencia de El tigre… y de Hacé que la noche venga, que las investigaciones históricas las hice yo, me ponían a mi disposición a un historiador. Eso estuvo re bueno para que me concentrara más en la ficción, y con el historiador laburar el verosímil.

MM: ¿Quién estaba ahí? ¿Lorenz?

LO: No, Maggio. Matías Maggio. Eso fue muy lindo, se dio una relación de confianza muy buena con él. Y lo jodí hasta que se enojó y me dijo: “Basta loco, si al final estás haciendo una novela  en la que aparece el diablo. ¿Para qué querés tanta historia?”. Ese nivel de confianza hubo. Porque, de repente hay  escenas en conventillos y aparecen otro tipo de preguntas. Porque hoy hay un montón de cosas que tenemos incorporadas, pero en ese momento, un espejo, por ejemplo, ¿era un objeto de valor o podía tenerlo cualquier persona? A ese nivel pudimos laburar acá. De las tres históricas que hice, Bolonqui es la que tiene un rigor, un verosímil con lo histórico, porque está todo ese laburo de Mati. En las otras dos, es hasta donde yo llegué y algunas cosas en las que hice la vista gorda, en forma adrede.

MM: Para los que no lo tienen se los recomiendo mucho. Bolonqui está ambientada en 1910, cuando se cumple  cien años de la república y además el cometa Halley amenaza con “la fin del mundo”…

LO: Exactamente. Y era jugar con eso y con Matías aparecieron figuras de poetas y de cantantes de tango. Y si bien es una música a la que no pude entrarle, a pesar de que aparece en varios libros míos y de que hay gente que me dice que el tango me espera, que ya me va a llegar.  Me gustaba mucho el tema de las voces, del lunfardo, meter eso ahí. Me metí mucho con los tangos reos y era ese juego. Los protagonistas de Bolonqui, aunque a uno le falseo la edad, vendrían a ser los que después fueron Álvaro Yunque y Julián Centeya. Los nombres verdaderos de ellos son Arístides Gandolfi Herrero, y Amleto Enrique Vergiati…

MM: Eso se me escapó…

LO: Sí. En algún momento, en un diálogo les pongo a ellos dos unas frases de sus poesías y sus letras. En realidad, a Arístides. A Amleto no lo hago hablar.

MM: En el primer encuentro, que fue sin invitados, yo les leía para meternos en la historia. Y ahora que tengo ahí a Carolina, que es profesora en un colegio secundario…

LO: ¡Ah! Yo te conocía de otra vida, vos eras reina y yo te adoraba. (Risas).

MM: Está muy bien eso.

LO: Esa es la literatura que da esas oportunidades… (Risas). Julián Centeya era un gran piropeador.

MM: El primer lunes yo les leía sorprendido, la parte en la que el pibe le dice a su padrino que estuvo en un quilombo. Bolonqui no es de lío, sino de quilombo. Y participaba de la duda. Carolina se animó, pero no muchos profes se animan a tomar estos temas en colegios secundarios.

Asistente: Yo estoy en una biblioteca popular, y recién  ahora me doy cuenta de que está como libro para adultos. Mañana voy y lo cambiamos.

LO: Puede ser…

Carolina Baigorria: Lo trabajé con chicos de catorce años…

MM: Lo leyeron tus alumnos…  y vos Leo, ¿qué experiencia tuviste en el trato con los colegios?

LO: Ahora es un poco hablar con el diario del lunes, porque está todo lo que pasó con la película, los premios, y otras cosas que son como un aval para eso. Pero los primeros profes que les hicieron leer mis cosas a los alumnos, se comieron algún reto, alguna carta de algún padre, algún tema…Y los profes por ahí dan cosas mías por ese nivel coloquial que tienen los personajes que los vuelven cercanos, o los libros que son más matanceros los daban ahí, porque los chicos enseguida se identifican con eso entonces después les es más sencillo dar otros textos. Un poco lo que le pasó a mi viejo con Chamamé… El pibe por ahí se engancha con esto que es lo primero que lee, y después, sin la imposición de una primera lectura, un texto clásico que por ahí es más exigente. Por eso, Nunca corrí, siempre cobré se lo dediqué a los dos primeros profes que dieron lo mío  por fuera del programa, incluso a veces leyéndoles a los chicos, porque a veces el precio de los libros, los de las editoriales grandes, son privativos cuando uno va a una librería. Más que solidarizarme con el profe, estar ahí, por si querían que charláramos con la gente cuando les hacían estos tirones de orejas o esas cosas… Me parece triste que les pase eso, no solo porque es un texto mío, sino porque son profes que no perdieron el hambre. Y por favor, que esto no suene ególatra, ni nada por el estilo, lo que yo pienso es que un profe que se anima a salir de su rutina aparentemente inalterable, y que está pensando en ese grupo en particular y toma ese riesgo con un libro, está haciendo más de lo que se le exige laboralmente.

MM: Tal cual.

LO: Lo está haciendo de corazón, por la vocación y por ese grupo determinado de chicos. Entonces… mirá si no vas a estar soldadeando ahí. En el caso particular de Bolonqui, fue muy loco, porque Antonio me contrató, supo hacer lo necesario para que yo hiciera mi show y al final me dice que los tres capítulos finales no son así, y que las motivaciones no son así. Le pregunté que cómo no iban a ser así las motivaciones si se llama Bolonqui y todas esas cosas, y me dice que si ponemos que los chicos quieren ganar el torneo de truco para terminar debutando, el libro no va a entrar a la CONABIP. Y yo le dije que eso hubiera hecho yo a esa edad si se venía el fin del mundo. (Risas). Además, había un montón de anécdotas re lindas sobre lo que pasaba en el Callejón del Deseo por el temor a la muerte con lo del cometa. Ahí me di cuenta de algo que estaba bueno, que es lo de tirar el ancla con un tema por el público. Uno, como escritor, tiene que pensar en la historia. Después de ahí, hay que laburar y uno labura porque lo fueron a buscar. No es que Bolonqui era un proyecto mío, que cuando lo llevé estaba cerradito y quería que se publicara así. Me pareció que eso era atendible y que estaba bueno. Lo otro que me encantó también, y que me ha dado mucha satisfacción en lo personal (de hecho, por algo estamos hoy con vos acá), fue que para escribir Bolonqui empecé a leer muchas literatura infantil y juvenil actual, porque yo por ahí tenía algún vago recuerdo de algo que leí a destiempo (porque yo empiezo a leer vorazmente a los dieciséis años y no largo más) entonces me gustó ver esas cosas. De hecho, nos habíamos tratado poco, pero cada vez que nos habíamos encontrado yo sentía que vos me habías dado mucho. También este juego de Sopapo en el que lo meto a mi sobrino, y cosas     que le leía a él. Una de las cosas que más le habían gustado era de Los buscadores del Tuyú. Por eso lo meto ahí. Acá las cosas que se hacen son re grosas y re locas. No tienen nada que envidiarle a nadie. Tenés un OVNI como Sergio Aguirre en Córdoba, al que lo republican. Un montón de gente… Gente con una sensibilidad como la de Paula Bombara… Todo eso se debió a un colega y editor que me dijo que me animara a hacer eso. Me parece que está bueno que en la profesión pasen estas cosas.


MM: Te devuelvo el piropo, ya que estamos con Centeya. Cuando aparecieron los personajes de Los buscadores del Tuyú, en el comentario de Sopapo, me sentí homenajeado.

LO: Veía eso en el pibe, que era lo que me pasaba a mí. En la edad escolar hay muchas obligaciones, y hay pocas cosas en la escuela que te parten la cabeza. A mí eso me pasó con las historias. Matemática en el secundario me le llevé los cinco años. A mí me interesaba mucho más leer que los ejes cartesianos. “¿La pendiente es negativa o positiva, Oyola?” “¿Eh?”… (Risas). Un hombre A sale del punto C a tal hora. A los cuarenta minutos, un hombre C sale del punto B y lo cruza al hombre A. ¿Por qué? Y bueno… el hombre A va en una Siambretta y el otro en una camioneta…No sé… le mete más rápido. (Risas). No servía para coordinar eso, me dispersaba enseguida. Los protagonistas de Los buscadores del Tuyú también creen en eso, en la utopía de un tesoro, de ir a buscar algo. Cuando sos chico lo que más querés es la aventura. Ojo, se encuentra también la aventura en la Matemática, pero yo no la encontré.

MM: Sí. Acá vino Guillermo Martínez, que la encontró.

LO: Totalmente. Gran escritor Guillermo Martínez. Quiero decir algo públicamente con respecto a él. Yo tengo la teoría de que hay que desconfiar del escritor que no baila. Realmente, cuando ves cómo baila un escritor, así es como escribe…

MM: ¿Guillermo Martínez baila?

LO: Guillermo Martínez es nuestro John Travolta. (Risas).

MM: ¡No! ¡Mirá vos qué sorpresa! (Risas).

LO: Todo hace. Pero sobre todo, destaca su pareja. Todo un caballero.

MM: ¿Dónde los viste bailar? ¿En el Foro del Chaco?

LO: No, en un cumpleaños en el que me contrataron para pasar música. La rompió, la rompió. No sabés lo que era.

Asistente: Una pregunta terrible… ¿cómo bailás?

MM: Yo soy muy bueno bailando.

LO: Con los pies te dice “te quiero”. (Risas). El único drama que él tiene es que es gallina. (Risas).

MM: ¿Y vos sos, como muchos de tus personajes, buen bailarín de rock?

LO: Yo soy como Whoopy Goldberg en Ghost. Dejo que entre en mí Patrick Swayze, y conmigo…”Dirty dancing”. Yo soy el Patrick Swayze del Oeste.

MM: ¡La vara bien alta!

LO: Totalmente. Si Martínez es Travolta, yo soy Patrick Swayze.

MM: Yo me voy a buscar alguno. Voy a pensar quién puedo llegar a ser…

LO: A ver… esperá… totalmente… Él es nuestro Kevin Bacon. (Risas).

MM: Me encantó. No podemos dejar de hacer una pasada por tu gran éxito, que es Kryptonita. ¿De alguna manera te cambia la vida?

LO: Sí, mucho. La verdad es que si uno considera que todos los libros son hijos, todos me han dado muchas cosas a diferente nivel. Lo que pasa es que desde lo comercial, y desde lo que tiene que ver con la visibilidad, los dos que más me dieron fueron Kryptonita y Chamamé. Sobre todo Chamamé, que me termina dando la confianza ciega de que me voy a morir haciendo esto. De escribir y de bancar, pase lo que pase. Uno sabe que, aunque parezca una frase hecha, la vida es una rueda. Que te toca en distintos lugares. Y que cuando te toca abajo, mejor que sigas girando. Que pase lo más rápido posible. Chamamé me dio eso, y me dio lo de decir: “Soy escritor”.

MM: Es el que te lleva a España y no a Ezeiza… (Risas).

LO: Claro. Yo ya tenía escrito y publicado El tigre harapiento, pero con Chamamé me empecé a ver de otra manera, empecé a ver otras posibilidades, incluso, después de lo que fue todo lo europeo. Porque antes de ir allá hice el pasaporte por primera vez, y cuando tuve que poner la profesión, ya hacía un año que me estaba dedicando solo a escribir. Y dije: “Qué mierda… voy a poner que soy escritor”. Y desde ese momento lo sostengo. Había dos señoras en el Registro Civil y una se puso re contenta: “¡Sos escritor!”, “Sí, señora, soy escritor”.  La otra dijo: “Bueh…”. (Risas).

MM: ¿Viste que al principio da vergüenza? Decir “Soy escritor…”

LO: Es por las expectativas que pone el otro. Yo sé de entrada qué voy a decir. Jodiendo ahora te digo lo de Patrick Swayze. No te puedo decir que soy Piquín, que es un bailarín profesional… No. Soy escritor.

MM: Sí, más vale, pero cuesta. Me acuerdo de que durante muchos años, cuando iba a un hotel y me pedían la profesión decía “docente”. Ahora sí, me animo.

LO: Pero tenés que poder. Son tus laureles. Peleás con eso,  es lo que hacés…

MM: Sí. Entonces decíamos que Chamamé te lleva a España, y te da  esta convicción. ¿Y Kryptonita?

LO: Kryptonita me hace jugar más de local acá. Gracias al rodaje de la película empieza una vorágine de lectores que llegan a Kryptonita. Anterior a eso, acá los que más se leían eran justo el juvenil e infantil. Pero eso tiene otro tipo de circuito, con lo escolar y todo eso.

MM: Tal cual. Igual, Kryptonita ya se leía y había mucha circulación de boca en boca antes de la película. Primero, cuando lo eligen el mejor libro en la Feria en el 2011, yo sabía de Kryptonita y de Chamamé, pero más que nada de Kryptonita, antes de haberlo leído. Lectores amigos en los que confiaba, que me decían que tenía que leerla.

LO: De eso, lo más lindo es cuando empiezan a recomendarlo entre colegas. A la vez, es un círculo muy acotado… Ojo no reniego para nada de eso, el tema es que lo que aprendés acá es lo del lector liso y raso. Nosotros, porque nos dedicamos a esto tenemos una velocidad de lectura,  otro encuentro con los libros que va desde otro lado. Yo me pongo a pensar eso. La persona que lee cuatro o cinco libros al año nada más, y entre esos elige uno mío, le estoy re agradecido. Y más con el tema de los precios. Todos saben lo que vale un libro, y cada uno sabe lo que vale de manera personal para cada uno. Yo a mi vieja no le voy a contar que me compré una edición increíble de King Kong, que encima me hicieron precio por ser escritor y que me salió seiscientos pesos. A ella le da un patatús si se llega a enterar de que gasté seiscientos pesos en un libro. Pero la entiendo por la realidad de su día a día. Nosotros, como escritores, sabemos que es algo que tenemos que tener, que queremos tener por algo. Inclusive, como un mantra, como algo que te va a traer buena onda. Además, por algo vale eso. Con Kryptonita lo que fue genial fue ese tema: que me lleva a universidades privadas,  a una unidad penitenciaria, a escuelas… Y ni hablar cuando empezó lo de la película. 


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