La marca de Ethan Frome
El pasado 11 de agosto se cumplieron 80 años de la muerte de la gran escritora neoyorquina Edith Warthon. Libro de arena la recuerda con una reseña de su gran novela Ethan Frome, publicada en 1911.
Por María Pía Chiesino
Cuando nos enfrentamos a la lectura de Ethan Frome, una de las grandes novelas de Edith Warthon, nos encontramos con un protagonista marcado por la desgracia. No hablamos de una marca metafórica: Frome es rengo, tiene cincuenta y dos años pero parece mucho mayor, y tiene “un rostro lúgubre”.
El narrador protagonista que abre la novela, un recién llegado al pueblo de Starkfield, en Nueva Inglaterra, intenta averiguar las razones de esa marca atroz, evidente apenas cruza a Ethan Frome en la calle. Y se encuentra con un punto en el que su curiosidad se ve imposibilitada de avanzar: los personajes que podrían explicar qué fue lo que le ocasionó la desgracia, reconocen que el hombre ha tenido una vida desdichada. Hasta se apiadan de eso. Pero no cuentan de dónde proviene la marca de esa desdicha.
La marca de Ethan Frome que es la que atraviesa toda la novela, es la marca de la culpa. Casado por gratitud y por inercia con Zeena, una mujer años mayor que él que lo ha ayudado a cuidar a su madre moribunda, unos años después se ha sentido obligado a acompañarla a ella, que se queja de permanentes problemas de salud.
Con esta excusa, Zeena maneja los hilos de la vida doméstica a su antojo. Con mano de hierro, si lo cree necesario. Y eso incluye la resolución de llevar a vivir a la casa matrimonial a una joven sobrina lejana que ha quedado huérfana, Mattie Silver, para que la ayude con los quehaceres domésticos sin pagarle un peso.
Con la entrada de la muchacha, se cuela algo que la mujer no puede manejar, que es el paulatino enamoramiento de su sobrina y su marido, Ethan Frome. Un vínculo latente, que no termina de hacerse explícito, que tensiona las relaciones en la casa, y que está marcado por la gran protagonista de la novela: la culpa.
Es por esto que los personajes contienen sus sentimientos de manera permanente. En una ocasión, Ethan va a buscar a la muchacha a un baile en el pueblo. Llega temprano, la ve bailando y disfrutando con jóvenes tan libres como ella, que incluso se ofrecen a acompañarla a su casa cuando termine la fiesta. Se muere de celos mientras observa, pero espera. Decidido a respetar la decisión que ella tome. Convencido de que él no tiene felicidad alguna para ofrecerle. Ella no les presta mayor atención y se va con él. Incluso le dice que esperaba verlo al salir. Pero en la caminata de regreso a la casa, el hombre se limita a disfrutar el roce de sus brazos mientras cruzan el bosque bajo la nieve.
En toda la novela hay una sola noche en la que están solos en la casa. Zeena está en un pueblo vecino, visitando a un médico, y tardará un día en regresar. Esa noche, Mattie se permite la que será la única transgresión concreta: prepara una riquísima cena para los dos, y sirve las verduras en una fuente de cristal que la dueña de casa jamás utiliza.
Un regalo de bodas, guardado en un sitio inalcanzable. Un objeto que no se disfruta. Como no se disfruta nada de lo que se relaciona con ese matrimonio desdichado.
La noche en la que Ethan y Mattie están solos en la granja, tiene todos los ingredientes para ser perfecta o casi: la tranquilidad, una cena deliciosa, la chimenea encendida, la ausencia del único personaje que introduce malestar y tensión en la vida cotidiana. Todo se desenvuelve pacíficamente, hasta que el gato se trepa a la mesa, y tira al piso la ensaladera de cristal, que se hace pedazos. El azar será el culpable de que comience el fin de esa historia de amor que no termina de concretarse. Todos los sucesos posteriores, son consecuencias de este accidente doméstico.
Cuando Zeena regresa y descubre “el desastre”, la asociación no es explícita pero es inmediata: en su ausencia, Mattie usó un objeto prohibido, reservado quizá, para alguna gran ocasión. No hace falta demasiada suspicacia para advertir que hay un trasfondo de otra prohibición mucho más densa que una fuente rota: la relación amorosa con su marido, en su ausencia. El uso de ese objeto bello para agasajarlo en una cena a solas, es toda la elocuencia que la mujer necesita para actuar.
Por su parte, la expectativa por la posibilidad de ese amor era el único sentimiento que hacía que Ethan sintiera cierta felicidad. Ethan aceptó no estudiar en su juventud, porque la economía familiar le exigía ocuparse de la granja. Aceptó casarse con una mujer a la que no amaba, porque se lo imponían la soledad y la gratitud.
Cuando Zeena decide expulsar a Mattie de la granja después del episodio de la fuente, con verdadero dolor, Frome acepta la decisión de su esposa. Zeena es “una mujer enferma”, y en el tironeo interno que el hombre siente, gana la culpa. Está dispuesto a olvidarse de la muchacha.
Pero sigue asuminedo riesgos, en este caso el de llevarla personalmente a tomar el tren en lugar de dejar que la acompañe un peón. En ese camino, toman prestado el trineo de un vecino, y dan un paseo corto hasta la orilla de un lago, al que siempre se prometían ir. Y ahí, ella le confiesa que lo ama desde que llegó a la casa, un año atrás.
A pesar de esto, encaran el último tramo del camino de la montaña en el trineo, a toda velocidad. La consecuencia va a ser el accidente que va a marcar el futuro de ese triángulo de personajes, obligándolos a compartir la casa y la desgracia por el resto de sus vidas. El resto de su existencia estará atravesado por las recriminaciones y por la culpa.
Mattie, postrada, ha dedicado esos veinte años a reclamarle a Zeena las desatenciones de las que la hace objeto. Ocupa ahora el lugar de “la enferma de la casa”. A los malestares que la mujer decía sentir en el pasado, los enfrenta con su parálisis. Y les gana, por supuesto. ¿Quién puede estar peor que una mujer que se salvó de morir en un accidente terrible en plena juventud, y quedó postrada?
Ethan Frome carga también con esto, que lo envejece prematuramente, y que lo lleva a ser el personaje callado y sombrío a quien los vecinos aprecian, pero a la distancia.
En el último escalón de una vida desgraciada, se encuentra el tabú de la relación prohibida con la sobrina de su mujer. Nadie en Starkfield arriesgará una carta a favor del amor de Fromme y de Mattie, con el que hubieran traicionado a “una pobre mujer” enferma como Zeena.
Mattie tendrá su castigo con la parálisis. Él, con la desdicha de seguir adelante con esa vida que sigue imponiéndole situaciones en las que no podrá decidir nada, ni le permitirá pensar en la felicidad.
En, Una mirada atrás, su autobiografía, Edith Warthon relata en cierto momento, una charla con su amigo, el profesor Norton, catedrático de Harvard, en la que éste le advertía que: “ninguna gran obra de imaginación se ha basado jamás en pasiones ilícitas”.
Edith Wharton
Editorial Alba
Año 2007
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