Fragmentos de Antonio, de Guillermo Saccomanno

Después de la muerte de su amigo Antonio Dal Masetto, Guillermo Saccomanno se hizo cargo del cuidado de la edición de su última novela. Además, publicó Antonio, que es su despedida, a ese amigo que ya no va a leerlo. Además de los recuerdos de los años de amistad, el libro es una hermosa elegía narrativa, en la que abundan las reflexiones sobre la práctica literaria.


“Te conocí a través de la literatura. Tu primera novela. Un viaje de iniciación. El camino, el sur. La Patagonia. Debía de tener dieciséis años cuando te leí. Vos me llevabas unos cuantos. En esa época de la visa diez años de equivalen a unos cuantos. Pero había una distancia, una mayor. La novela estaba dedicada: A mi hijo Marcos. La distancia era también una diferencia. Vos eras padre y yo un pibe. Volví a leer esa novela hace un tiempo. El gesto beat en una prosa sin remilgos. No obstante la sequedad, no carecía de lirismo. Era posible escribir en nuestra lengua de otra manera. Se podía confluir en la ficción lo que uno vivía. Ráfagas de imágenes, me acuerdo: el viento entra por las ventanillas de un tren hacia el sur cada vez más lejos de la ciudad. En esa novela contabas el sur como experiencia formadora. Después, cuando éramos amigos -no quiero adelantarme-, comprobamos que en el sur teníamos amigos y conocidos en común. Tal vez deba ahora buscar esa novela, ver qué me evoca. Estar sentado en el estribo del vagón, dejar que el viento duro y el sol lo envuelvan a uno”. (pág. 20)

“Pasa mucho tiempo desde tu primera novela hasta la publicación de la segunda, la que salió de la caja. Desde fines de los 60 hasta los 80. Tu editor fue Ricardo Piglia. Un relato de errancia y búsqueda por una Buenos Aires sofocada en un verano durante la dictadura. Nunca nombrás la dictadura. No hace falta. Se respira el pavor, el infierno. Es la historia de alcohol y absurdo de un hombre que se busca sin saber qué busca. Sólo lo sabrá, en el final, al subirse a un tanque de agua y encerrarse en él”. (pág. 27)

“Más tarde: lo que te decía de los después. La impresión de que no tenemos mucho tiempo. En la pared pusiste un cartelito: Justificá el día. Acaso no trata de esto tu gesto de acariciar la computadora antes de sentarte a escribir. Acaso no trata también de lo mismo eso que me repetís: Lo que no escribas vos no lo va a escribir nadie. Ideas de lo corta que es nuestra vida, un pasaje. Luciérnagas en la oscuridad, pienso. La misma idea, el mismo sentimiento. A menudo la escritura es un vértigo, la necesidad de decirlo todo ahora, ya. Y también está la desesperación al corregir, al volver atrás: darse cuenta de que no siempre se puede expresar mejor lo que ya se dijo de una manera. Pero no se puede volver atrás. No en la vida. Sin embargo no transmitís la turbulencia de tu desesperación. Tus modales, cautos. Tus frases, mesuradas. Sólo el entusiasmo del alcohol puede a veces hacerte hablar más rápido, hablar que en los últimos tiempos se volverá pausado, lento. (págs. 28-29)

“Entre todo lo que te unió con Miguel, el pasado campero, venir de abajo, rajarse temprano del pago chico para ganar la ciudad, prevaleció siempre el gusto por la aventura. A los dos les gustaban las novelas de aventuras. Se habían formado leyendo esas ediciones baratas que informaban cómo eran los paisajes exóticos, escenarios que, fantaseados desde la llanura les alimentaban la imaginación. Cuando se conocieron, ya en las redacciones, poco después de que él publicara su primer libro de cuentos, se propusieron que cada uno iba a escribir una novela de aventuras. A mí me hubiera gustado escribir El libro de la selva, me contaste. Miguel me sacó ventaja. De un saque escribió más de cien páginas. Al acordarme pienso también en lo poco que publicó. No más de tres libros. Pero en ese poco está Rulfo. A Miguel le pegó fuerte conversar con Rulfo. Por eso, más tarde, cuando le insistíamos que escribiera, contestaba eso: Yo no escribo, reedito”. (págs.32-33)

“Atardece en el bosque. Escribo en la parte trasera de una cabaña que alquilo en el pinar del norte. Además de pinos, ciruelos, acacias, álamos y eucaliptos, hay cantidad de plantas cuyo nombre ignoro pero vos, con seguridad, debías conocer. Hay que observar la naturaleza, me decías. Siempre enseña algo. Tu literatura no permitía el paisajismo. Pero como la naturaleza, siempre enseñaba algo que uno por lo general ignora. Y que no tiene por qué saber. El secreto es que el lector se dé cuenta de eso sin que uno se lo señale, me decís. A esta hora del anochecer el sol se desplaza detrás de los eucaliptos. Los pájaros cantan más bajo y espaciado. Esta es la hora en que conversamos. Durante el día también me pregunto de qué vamos a hablar cuando sea la hora. Anochece más temprano. En la naturaleza observamos que las estaciones se adelantan. En los últimos días de febrero la luz es otra, más limpia y menos intensa. Las hojas empiezan a alfombrarlo todo. El viento es más frío ahora. Tu literatura es una literatura de la experiencia. Aunque mucha de tu narrativa, los cuentos, transcurren en la ciudad, registrás los cambios en el paisaje, reflejan las lecciones de Pavese. En los bares del Bajo hablábamos de sus diarios. El rumor de las hojas, el viento. Escuchemos los últimos pájaros”.

“Cada vez que la escritura se detiene regresa la pregunta acerca de su razón de ser. Imagino que l respuesta la encontraré en el dejarme llevar por el rumor de la lapicera en la hoja del cuaderno mientras cae la tarde, le presto atención a ese sonido, mientras cantan espaciados los pájaros del bosque. Desconfianza del lenguaje. Qué significa cae la tarde, este rato largo, y su extensión, lo reconozco, la frase es subjetiva, la luz se vuelve insinuación de las sombras, entonces me pregunto si atardece o anochece. Anochece es más penumbra, el alma deslizándose en una melancolía que se parece a la nada. La angustia ataca sin un motivo aparente. Me pregunto si el motivo está en la ceguera que impone la oscuridad, no ver la caligrafía terca. Huyo del bosque, bajo a la playa, camino contra el viento de la noche. Viene del sur.”


Antonio
Guillermo Saccomanno
Seix Barral, 2017.

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