“Qué onda, man, soy Frankenstein”

Compartimos estas palabras sobre Frankenstein, Mary Shelley y los monstruos actuales, que nuestra amiga y habitual colaboradora Silvina Rodríguez, docente, librera y divulgadora de la literatura en general y de la LIJ en particular, emitió en su habitual columna mensual “Pastillitas de la LIJ”, que se emite en el programa “La fábrica de cuentos” todos los viernes a las 19 por radio “La desterrada” (www.ladesterrada.com).



Por Silvina Rodríguez

Imaginemos por un momento la situación: en 1816 una pareja compuesta por un poeta y una joven escritora son invitados por Lord Byron a pasar unos días del verano en su villa en Suiza. Se arma una especie de concurso entre los que allí estaban, una noche tormentosa de junio (así lo cuenta la misma Shelley) para escribir historias de fantasmas, lo que incitó, inspiró, llevó a Mary a su novela. El título completo de este texto, un exponente claro de la narrativa gótica, es Frankenstein o el Prometeo moderno (recordemos que, según la mitología griega, Prometeo era uno de los titanes que le robó a Zeus el fuego para dárselo a los mortales. En ese sentido, el Dr. Frankenstein sería el que juega a ser un dios dándole vida a quien no la tiene).

Sigamos imaginando: una chica de 18 años, quien ni siquiera es todavía una escritora, crea esta novela, la cual se publica dos años después. Un hecho curioso hoy pero no para principios del x. XIX es que aparece como anónimo y mucha gente la atribuye en su momento a Percy, su marido. Imposible pensar en aquel entonces que esta historia habría sido pergeñada por una mujer. Además, con un alcance que hizo que se convirtiese en un mito que perdura hasta nuestros días.

Digo, con qué sentido estaríamos recordando al pibe del tornillo en la cabeza a estas alturas si no fuera porque pasó a ser un clásico del terror, y que inaugura en buena medida lo que hoy conocemos como ciencia ficción.

Ahora bien, a doscientos años vista, el grandulón no ha envejecido para nada, por el contrario, se lo ve rejuvenecido en reversiones varias (“Frankenstein se lleva el pastel” y “Frankenstein se hace un sandwich”, ambos del estadounidense Adam Rex, editados en español por Océano,  y aun locales, por ejemplo “A Frankenstein se le fue la mano” de Fabián Sevilla, de ed. Salim). O también en formato novela gráfica (por ej. de la uruguaya Latinbooks), que hace que dulces niñitos de no más de ocho o nueve años pretendan ya, en forma perentoria e inmediata, desasnarse sobre la historia del muchacho en cuestión.

En alguna medida, se inaugura una categoría de monstruo diferente, es el que proviene de partes de distintos cadáveres, y al cual le da vida el científico que lo crea. La pregunta es:

Para los chicos de hoy, la generación Z, que ven todos los días “The walking dead” o “Stranger things”, ¿el bueno, romántico de Frankenstein califica como monstruo?
¿Qué o quién es un monstruo para ellos? ¿El que tiene dos cabezas, tres ojos, y una pierna? ¿Los zombies, los muertos vivos? ¿Un alien?
Dicho en buen criollo: ¿qué leen hoy los de menos de doce cuando leen el Frankenstein de Shelley? ¿Es todavía para ellos gótico, terror, ciencia ficción? O es solo una más de las historias inventadas que consumen diariamente, sin que les produzca los efectos espeluznantes de nuestras mocedades, aun cuando les siga pareciendo interesante. O sea, si entra por la puerta ahora alguien que les dice, como en mi título: “Qué onda, man, soy Frankenstein”, ¿no pensarán acaso que es un disfraz de Halloween? No se pierda el próximo capítulo.


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