Fragmentos de Escribir, de Henry Davis Thoreau
En nuestra entrada habitual de textos que se refieren a la lectura y la escritura, compartimos algunos fragmentos de Escribir, de Henry David Thoreau.
Un libro realmente bueno apenas atrae favor sobre sí. Es tan verdadero que me enseña algo mejor que a leerlo. Pronto habré de dejarlo a un lado y empezar a vivir según sus indicaciones. No concibo cómo se las arregló su autor para terminar de escribirlo; esa capacidad debe ser el último rasgo del genio.
Cuando leo un libro indiferente, me parece lo mejor que puedo hacer, pero el volumen que me inspira apenas me deja tiempo para terminar sus últimas páginas. Se desliza entre mis dedos mientras leo. No crea una atmósfera en la que podamos leerlo, sino una atmósfera en la que sus enseñanzas puedan llevarse a la práctica. Me da tanta riqueza que lo dejo con el menor de los pesares. Lo que he empezado leyendo debo terminarlo obrando.
Por eso no puedo quedarme a oír siquiera un buen sermón, ni siquiera para aplaudir al final, sino que he de estar a mitad de camino de las Termópilas antes de que eso suceda.
Cuando alguna broma o fraude recorre la Unión en la prensa, me da a conocer un hecho que ningún libro de geografía o de viajes contiene, cierto ocio e indiferencia que colma la sociedad. Es una pieza de información de más allá de los Alleghanies que sé cómo apreciar, aunque no la espere. Lo mismo ocurre en la naturaleza. A veces observo en ella una extraña trivialidad, casi apatía, que lleva a la belleza y la gracia. Las fantásticas y caprichosas formas de la nieve y el hielo, las innumerables colinas que exhiben la huella de los conejos…
(19 de febrero de 1841)
Hay una especie de verdad y naturalidad doméstica en algunos libros que es muy rara de encontrar y que, sin embargo, parece bastante asequible.Tal vez no haya un sentimiento elevado, ni expresiones pulidas, sino que se trata de una charla descuidada y campestre. El escolar raramente escribe tan bien como habla el granjero. Lo doméstico es un gran mérito en un libro; está cerca de la belleza y del arte elevado. Algunos sólo poseen este mérito; unas cuantas expresiones domésticas los salvan. Lo rústico es pastoral, pero la afectación es meramente civil. El escritor no logra que su experiencia más familiar acuda graciosamente en ayuda de su expresión y, por tanto, aunque vive en ella, sus libros no contienen ninguna imagen tolerable de su entorno y de la vida sencilla. Muy pocos hombres podrían hablar de la naturaleza con sinceridad. No le hacen ningún favor; no dicen una sola palabra que la beneficie. La mayoría se queja mejor de lo que habla. Podríamos obtener más naturaleza pellizcándoles que dirigiéndonos a ellos. Lo que interesa es la naturalidad, y no sólo el buen natural. Prefiero la hosquedad con la que el leñador habla de sus bosques, que maneja con la misma indiferencia que su hacha, al entusiasmo melifluo del amante de la naturaleza.
(13 de marzo de 1841)
No jugará con su trabajo quien tiene que cortar leña y guardarla antes de que caiga la noche en los cortos días de invierno, sino que cada golpe resultará provechoso y resonará sobriamente por el bosque. Así resonarán sus versos y hablarán al oído cuando, al anochecer, el poeta escriba las entradas del día.
A menudo me han sorprendido la fuerza y la precisión del estilo al que recurren hombres muy ocupados cuando se les pide que hagan ese esfuerzo. Parece como si su sinceridad y sencillez fuera lo más importante que hubiera de enseñarse en las escuelas, aunque debería decir, sin embargo, que no en las escuelas, sino en los campos, en el servicio real. El escritor envidia con frecuencia la propiedad y el énfasis con que el granjero llama a su yunta, y confiesa que si esas palabras se escribieran superarían sus elaboradas frases.
(5 de enero de 1842)
Escribir (Una antología)
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