Mary Shelley, una desobediente en La desobediente, de Paula Bombara
Por Mario Méndez
¿Cómo surgió la idea original de La desobediente?
A fines de 2018, mientras escribía La fuerza escondida, volví a leer Frankenstein, de Mary Shelley (la primera lectura la hice en la adolescencia) y me asombró darme cuenta de que en los mismos años en que aquí mujeres como Juana Azurduy buscaban la independencia del Virreinato del Río de la Plata, luchando tanto en campos de batalla como en calles y despachos del gobierno, en Europa una joven inglesa estaba escribiendo esta novela. Así que mi relectura fue con un ojo enfocado en las peripecias de Viktor Frankenstein y otro, en el contexto político, económico y social en el que fue escrita. Creo que esa lectura, hecha con fines académicos, influyó en que gestara otro personaje femenino que avanza y progresa desde los márgenes: así como Killari se forma a la luz de Juana en La fuerza escondida, Florence se forma a la sombra del profesor Waldman en La desobediente.
¿Cómo fue el camino de su construcción, desde la idea, la propuesta editorial y al fin verla publicada?
Silvina Díaz, que era editora de SM en 2018, me preguntó qué clásico era mi favorito y yo, sin dudar, le contesté “Drácula”. Pero también le conté, en una conversación sobre personajes clásicos, que pensaba incluir en mi tesis de doctorado un análisis sobre Viktor Frankenstein. No estaba en mis planes hacer ficción con Frankenstein, pero salí de ese encuentro reflexionando sobre esto pues cuando Silvina me preguntó por qué no, no tuve un argumento muy firme al respecto. De todos modos, en aquellos momentos estaba absolutamente dedicada a Juana y a Killari.
Meses más tarde, cuando ya había entregado La fuerza escondida y estaba leyendo material teórico para cumplir con los requisitos de ingreso al doctorado, advertí esa correlación temporal de hechos históricos que te comentaba en la pregunta anterior. Me acordé de un libro que había leído y me había encantado: La mujer que escribió Frankenstein, de Esther Cross. Volví a leerlo y, sentí el deseo de investigar un poco más sobre el proceso de escritura de Shelley. El relato de cómo se le ocurrió el argumento -que la propia Mary hace en el prólogo de su versión de 1831- me llevó al original de 1818 y de él, me inquietó el “detalle” de que fue publicado sin firma, por consejo de su esposo y de su padre, que creían que no sería bueno que se supiera que esa novela la hubiera escrito una mujer. Todavía no tenía idea de que escribiría La desobediente, pero ubico en ese momento una cuestión que me despertó curiosidad (¿cómo habrá sido el momento en que la convencieron de no firmar su obra?). Ahora que ya la escribí, me parece que la idea de que la primera voz narradora fuera la de un patriarca también tiene que ver con esa primera inquietud. Aprendí de la gran Hebe Uhart que cuando queremos interaccionar con hechos históricos tenemos que buscar por dónde entramar nuestra ficción con lo ya conocido. Los personajes profesores, Waldman y Krempe, fueron creados por Shelley, pero ella no profundizó demasiado sobre el mundo académico y científico de la universidad de Ingolstadt, así que cuando me embarqué en este proyecto decidí poner mi foco sobre ellos y, tangencialmente, sobre Viktor y su criatura.
En 2019, con una idea de lo que quería hacer, me reuní con María Fernanda Maquieira, la editora de Loqueleo y le presenté el proyecto. No tenía nada escrito, pero algo parecido había sucedido con Lo que guarda un caracol y ambas quedamos muy contentas por el modo de trabajo que encontramos, así que apostamos a repetir la experiencia. Investigué y escribí durante un año, más o menos, y les mostré el primer borrador -a María Fernanda y a Lucía Aguirre- poco tiempo después de declarada la pandemia, en 2020. Fue un proceso de escritura y corrección intensamente disfrutado, mechado con conversaciones sobre el Sars-CV-2 y la covid19, temas ineludibles, dada la coyuntura.
¿Qué te pareció el trabajo de ilustración de tapa de Raquel Cané?
Exquisito. Ya habíamos trabajado juntas cuando salió Lo que guarda un caracol y no hubo dudas de que era ella la persona indicada para componer la imagen de la portada. Las editoras le pidieron un retrato y ella puso su arte en marcha. Creo que la tapa resume de un modo muy bello lo que la novela dice y también, parte de lo que no dice. Que se vea en su obra la influencia de Magritte y ese juego de incertidumbres me conmovió mucho. También, que colocara una calavera entre las manos de Florence y así, sumar la pregunta “¿ser o no ser?”. Y ese dedito, metiéndose en el hueco del ojo… Me encantó.
¿Qué expectativas tenés con respecto al camino que tomará la novela, en este año tan particular?
El deseo que siento al compartir lo que escribo sigue siendo el mismo: plantar preguntas y cosechar sorpresas. En este caso, me encantaría que siembre ganas de volver a leer Frankenstein. Por lo demás, aprendí a no esperar nada particular de los rumbos que siguen mis libros. Ya veremos. Confío en Florence.
No es la primera vez que en tu obra ciencia y literatura se entrecruzan. ¿Alguna reflexión acerca de esos encuentros en tu obra literaria?
En mi vida ciencia y literatura son inseparables. Forman parte del aire que respiro y están presentes a toda hora. Alivian mi curiosidad, que suele convertirse en un animal salvaje y demandante en muchas ocasiones. Ahora me animé a “entrar” en el complejo campo de las ciencias sociales. Apenas estoy dando los primeros pasos y ya me está haciendo revisar muchas cuestiones en relación a la lectura y a la observación del mundo. Laura Devetach habla de vivir en “estado de poesía”. No me atrevo a afirmar tal cosa en mi caso, pero sí sé que me habita la sensación permanente de sorpresa ante los fenómenos naturales y sociales, y que estudiar ciencias la estimula y la satisface al mismo tiempo.
¿Qué es lo que más te gusta de haber escrito La desobediente?
Por un lado, es lo más cerca que puedo estar de una conversación con Mary Shelley. La escritura de la novela y el análisis académico de Frankenstein son excusas para estar más cerca de ella. Disfruté mucho reflexionar sobre la mejor estructura para mi relato y dejar fluir esas voces que no son para nada rioplatenses. También disfruté la parte compleja de la escritura de época, la investigación, la exploración del lenguaje, escribir con la cabeza de un pater familia científico, tener en cuenta que los imperativos de hoy no son los mismos que los de principios del siglo XIX y no censurar el accionar de los personajes, respetar sus ambigüedades y su modo de resolver los problemas.
Por otro lado, es muy gratificante honrar la memoria de nuestras primeras científicas con esta novela en un año en el que quedó expuesto ante los ojos de toda la sociedad la importancia de las mujeres en el campo de las ciencias. Los informes de salud diarios de Carla Vizzotti, el primer test serológico contra el Sars-CV-2, desarrollado por el grupo de investigación liderado por Andrea Gamarnik, las evaluaciones sociales de Nora Barrancos y Adriana Puigróss a lo largo de todo el año, las innovaciones tecnológicas textiles logradas por Ana María Llois y equipo, la efectividad y eficiencia de los cientos de laboratorios de análisis clínicos de los hospitales y clínicas de todo el país dirigidos por bioquímicas mujeres, son muestras de lo que una científica comprometida con su trabajo y su deseo logra día a día.
Por último, y ya que la estamos homenajeando, ¿qué te gustaría decirnos acerca de la vida, la obra y la lucha de Mary Shelley?
Desde la primera vez que leí Frankenstein interpreté que en esta novela Mary habla de sí misma. Tal vez porque la leí siendo adolescente y me sentí identificada con la criatura. La leí con una indignación que reflotó cuando volví a leerla en 2018: ¿qué pretendía Viktor que hiciera su criatura al crecer, si él la abandonó apenas nacida? Mary Shelley disparó esa pregunta hacia la lectora que era en ese momento, y la lectora que soy ahora, la retomó. Como creadoras, Mary y yo somos responsables de nuestras criaturas literarias. Y como tales tenemos que darles la libertad de fluir, ir y venir por el tiempo y las distancias, sin renegar de ellas. Mary, trece años luego de haberla escrito, cedió a requerimientos editoriales para conseguir un lugar en una colección popular, algo que necesitaba imperiosamente pues su situación económica y laboral era muy precaria. No lamentó haberlo hecho pues le permitió revisar lo que quería decir y dejó claro que la esencia de la novela era la misma. Yo encuentro en esa afirmación, que no por nada es la frase final de su prólogo a la edición de 1831, un llamado a volver a la obra original, que se ocupó de dejar a resguardo y actualmente está a disposición de quien quiera leerla en el sitio http://shelleygodwinarchive.org/
Respecto a la lucha feminista de Mary, continuó la de la generación de su madre, Mary Wollstonecraft, autora de la Vindicación de los derechos de la mujer, escrito en 1792. Y luego de Mary, las mujeres de artes y ciencias tomar –porque nuestra primera opción no son las armas sino las palabras– continuamos, generación tras generación, atravesando el siglo XIX, el XX, el XXI. Avanzamos a veces en secreto y otras, todo lo contrario; a veces, con pasos cortos hacia atrás y otras, firmes hacia adelante, en la búsqueda de la igualdad, el respeto y la equidad de derechos. Hay muchísimas formas de hacer resonar lo logrado y lo por lograr. La literatura y las ciencias nos ofrecen algunas de esas formas. Me interesa seguir esta senda que iniciaron a fines del siglo XVIII mujeres como la mamá de Mary y Olympe de Gauges. Ojalá mi escritura sea parte del entramado de voces que se transmite de generación en generación para que esta búsqueda continúe hasta lograr una sociedad verdaderamente igualitaria en todos los aspectos de nuestras vidas. Sin dudas, la voz de Mary Shelley lo es y lo seguirá siendo.
La desobediente
Paula Bombara
Loqueleo, 2021.
Achalay Doña Paula! Su decir es necesario pa' seguir andando y respirando a lo Frankestein.
ResponderBorrarBuenísima la entrevista!
ResponderBorrarExcelente
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