“¿Hay un nuevo libro en yiddish para leer?” Conmemoramos al genial escritor Isaac Bashevis Singer
A treinta años de la muerte de Premio Nobel Isaac Bashevis Singer, lo recordamos con esta nota de Diana Tarnofky.
Por Diana Tarnofky
En
este aniversario número treinta, de la partida física de Isaac Bashevis Singer,
quisiera acercarles el prólogo, el prefacio y un cuento de un libro maravilloso
escrito por él Cuentos Judíos de la Aldea de Chelm.
Deseo
que las propias palabras del autor, nos transporten y nos brinden la atmósfera
de estos cuentos tantas veces narrados en la oralidad. Tal vez sea un modo de
escuchar ese magnífico idioma “yiddish” lleno de texturas y colores, ya que lo
componen sustancias de varias lenguas diferentes. Sentir la ilusión de
continuar escuchando las voces de ese tiempo, y en esa música, visitar paisajes
geográficos y humanos.
Las
ilustraciones que son parte de esta edición bellísima, tienen el sello
extraordinario y luminoso de Maurice Sendak.
Para
acercarnos a la atmósfera de la Aldea de Chelm y de estos cuentos, comparto
aquí unos párrafos del prólogo escrito por Ana María Shua en el libro El pueblo
de los tontos. Humor tradicional judío.
(…)
Jélem (generalmente aparece escrito como Chelm) es un pueblo que tiene
existencia real. Queda en Polonia, al sudeste de Lublin. Vivía allí una
importante comunidad judía.
Chelm
o Jélem, sigue existiendo, pero los judíos no. Fueron barridos por el
Holocausto y por eso entre los cuentos de Jélem no vamos a encontrar ninguno que
hable de submarinos o computadoras. Los cuentos de Jélem llegan apenas hasta el
tren y el barco de vapor(…)
(…) No
debe haber habido ningún escritor de habla yiddish que no haya intentado su
propia colección de cuentos de Jélem. Entre ellos está , por supuesto, el
Premio Nobel Isaac Bashevis Singer, que ha recreado varias de estas historias,
convirtiéndolas en cuentos de autor. Y que ha inventado además, sus propias
historias de Jélem , que ya no pertenecen a la tradición folklórica, pero se
basan en ella. (…) Cuentos para ser contados. Cuentos cortos, simples, listos
para pasar de una boca a la otra (…)
Que disfruten de la lectura!
Prólogo del libro “Cuentos judíos de la Aldea de Chelm”
El
escritor judío Isaac Bashevis Singer nació en una pequeña ciudad polaca el año
1904, y muy niño se trasladó con su familia a Varsovia. En aquel entonces
territorios estaban bajo el dominio del zar de todas las Rusias, y la opresión
del zar, unida a la violencia de los progroms (incursiones contra los judíos),
aumentaban el espíritu de ghetto, de modo que los judíos vivían en un mundo
cerrado, y veían el mundo exterior, el de los cristianos, como un mundo dañino,
peligroso y hostil. El padre de Isaac Bashevis era rabino (sacerdote) y tenía a
su cargo la institución que el propio Singer describe como una “mezcla de
tribunal de justicia, sinagoga, casa de estudio y hasta consulta de
psicoanalista”. Su infancia y adolescencia transcurren pues en un ambiente
profundamente religioso y tradicional y, en la juventud, cursa también estudios
rabínicos. El año 1935, cuando la expansión del nazismo- que poco después
exterminaría a la casi totalidad de la población judía de Polonia-se está
haciendo más y más amenazante, Singer se traslada junto con su hermano mayor a
Estados Unidos. En Nueva York, al principio, se siente incómodo y
extraño:
“…me veía convertido en un personaje anacrónico, y mi traje comprado en
Varsovia, con sus anchas solapas y sus hombreras abultadas resultaba ridículo”.
Sin embargo, Estados Unidos será su patria definitiva, y allí publica, en el
transcurso de los años, más de treinta libros. En 1978 obtiene el Premio Nobel
de Literatura.
Isaac
Bashevis Singer escribe sus libros en yiddish, que es la lengua hablada por los
judíos del centro de Europa y que consiste en un dialecto del alemán, mezclado
con palabras rusas, holandesas, francesas, inglesas, rumanas, hebreas y
latinas. El Estado de Israel ha adoptado como lengua el hebreo, y el yiddish
parece un idioma destinado a desaparecer, pero Singer, en broma, justifica su
uso explicando que de pequeño era el idioma en que él le hablaba a las vacas y
dice: “Me gusta escribir historias de fantasmas, y para eso nada va mejor que
un idioma moribundo. Cuanto más muerta la lengua, más vivo el fantasma. Los
fantasmas adoran el yiddish y, por lo que puedo juzgar, lo hablan bastante
bien…Estoy seguro de que el día de la Resurreción millones de cadáveres se
alzará de sus tumbas hablando yiddish, y su primera pregunta será: “¿Hay un
nuevo libro en yiddish para leer?”
Prefacio
“Cuentos judíos de la Aldea de Chelm”
Los niños se preocupan tanto como los mayores por el paso del tiempo. ¿Qué le ocurre a un día después de que terminó? ¿Dónde están todos nuestros ayeres con sus alegrías y sus penas? La literatura nos ayuda a recordar el pasado con sus diversos estados de ánimo. Para el cuentista, el ayer todavía está aquí, como lo están los años y las décadas que transcurrieron.
En
los cuentos el tiempo no desaparece. Tampoco desaparecen los hombres y los
animales. Para el escritor y para sus lectores, todas las criaturas siguen
viviendo eternamente. Lo que ocurrió hace mucho tiempo sigue siendo todavía
actual.
Es
con ese espíritu que he escrito estos cuentos. En la vida real, muchas de las
personas que describo no existen ya, pero para mí siguen estando vivas, y
confío en que habrán de hacer gracia al lector con su sabiduría, con sus
extrañas creencias y a veces con sus tonterías. Dedico este libro a los muchos
niños que no tuvieron oportunidad de crecer, debido a las guerras estúpidas y a
las persecuciones crueles que devastaron ciudades y aniquilaron a familias
inocentes. I B S
El
cuento de la abuela
Es
muy divertido jugar al dreidel, que es una especie de trompo de lados planos.
Pero los niños deben irse a dormir. Eso es lo que dijo la abuela Leah. Y los
niños le pidieron que primero les contara un cuento.
Había
una vez un padre que tenía cuatro hijos y cuatro hijas. Los hijos usaban
melenas y las hijas usaban trenzas. Puestos uno al lado de otro, parecían
peldaños de una escalera. Era la fiesta de Hanukah, y después que se
encendieron las velas, todos tuvieron su dinero de Hannukah y se sentaron a
jugar al dreidel , olvidándose de que era la hora de acostarse. El padre y la
madre les recordaron
que
se hacía tarde. Pero los niños que estaban ganando querían ganar más, y los que
estaban perdiendo querían recuperar lo que habían perdido. Repentinamente,
golpearon a la puerta. Entró un joven que tenía patillas y un bigote retorcido.
Vestía una capa bordeada con piel de zorro, un sombrero con una pluma, botas
altas con espuelas. Estaba cubierto de nieve, pero parecía alegre y
despreocupado. Se había perdido en la tormenta, dijo. ¿Podría quedarse allí
hasta la mañana?
Había
dejado fuera su trineo. Era un trineo adornado con marfil repujado, y arrastrado
por cuatro caballos blancos cuyos arneses brillaban de pedrería. Los chicos
apartaron a los caballos, los llevaron al establo y les dieron heno y avena.
Preguntaron al huésped si tenía hambre. “Como un lobo” , replicó. ¿Querría
jugar con ellos al dreidel? “Con mucho gusto”, dijo, y se sentó con ellos a la
mesa.
Comió
tortitas con canela, bebió té con mermelada y lanzó anillos de humo desde su
pipa de ámbar. Apostó monedas de plata y las perdió. Puso monedas de oro y
también las perdió. Para todos el dreidel caía siempre en Gimel; para él caía
siempre en Nun. Perdió y reía; perdió de nuevo y hacía bromas. Bebió vino y
aguamiel, y su bolsillo no parecía tener fondo. Llegó la medianoche y la hora
de acostarse fue olvidada. En la noche ladraron los perros, cantó el gallo,
cacarearon las gallinas, graznaron los cuervos, se escuchó a los gansos y a los
patos. En el establo los caballos relincharon y golpearon el suelo con sus
cascos .
-¿Qué
pasa hoy con los animales? -preguntó el mayor de los muchachos.
En
ese momento miró a la pared y notó que había sólo ocho sombras en lugar de
nueve. El intruso no tenía sombra. Ahora todo estaba claro. Se sabe que el
demonio no tiene sombra. El huésped no era un hombre, sino un demonio. Cuando
el reloj dejó escuchar trece campanadas, ya no quedó duda de quién era el
intruso.
El
intruso vio por las caras asustadas de los chicos que su secreto había sido
descubierto. Se incorporó con una gran carcajada, sacó su lengua hasta su panza
y creció al doble de altura. Aparecieron cuernos desde detrás de sus orejas, y
ahí quedó hecho un diablo. Antes de que nadie pudiera decir una palabra,
comenzó a girar como un dreidel, una vuelta y otra, y la casa giraba con él. La
lámpara de Hanukkah osciló y los platos cayeron al suelo, que se sacudía como
un mar tormentoso. El diablo dejó oír un silbido. Aparecieron ratones, y
algunos duendes de capas rojas y botas verdes comenzaron a girar en una rueda
riendo y gritando. De pronto el diablo abrió unas alas, los atrapó a todos
juntos diciendo “Cook-a -doodle-doo”, y la compañía entera desapareció.
El
oro y la plata se convirtieron en polvo,
en
la nieve había un nrastro de herrumbre,
se
fue el tesoro del banco,
nada
quedó excepto el heor del diablo,
guedejas
de duendes en el cabello infantil,
la
mugre del diablo estaba por doquier.
Bien,
el diablo se ha ido,
con
sus caballoos y su trineo.
qué
lástima, qué vergüenza,
noche
de Hanukkah uy un juego del diablo.
Este
es el cuento que contó la abuela Leah mientras tejía un calcetín para su nieto
menor.
-Abuela,
abuela, cuéntanos más- rogaron los niños.
Pero
la abuela Leah besó sus cabezas y dijo que era hora de dormir.
-Mañana,
chicos, será otro día. Habrá otra vela en el candil de Hanukkah, nieve fresca
en el prado, y yo os contaré otro cuento.
https://images.app.goo.gl/H41Ye8BXh4rZWWuH8
Agradecemos
las imágenes del libro compartidas en esta ocasión a la publicación realizada
por la Biblioteca Juanito Laguna UTE, aquí dejamos el enlace junto con el
primer fragmento de uno de los cuentos más bellos de este libro "La cabra
Zlateth “.
https://www.facebook.com/juanitolagunabiblioteca/posts/782313705202513
Para
seguir leyendo
Encontrarán
una versión hermosa de este cuento en el libro “El árbol de los flecos” escrito
por Perla Suez, que lo tituló “Aarón y la cabra “
En
esa voz escrita, se puede leer-escuchar:
“Estos cuentos que les entrego los heredé de mis padres. Son parte de un pasado que no quiero que se pierda. Los he reescrito agregándoles de mi propia vida. Hay en ellos mucho de mis sueños. Las voces de mis padres nutrieron mi mente, sus voces transparentes, amadas, que me contaban estas historias desde muy niña(…) Se los confío con la certeza de que si los disfrutan los cuidarán con el corazón, contándolos aquí y allá, a sus hijos y a los hijos de sus hijos”.
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