Hugo Mitoire: “El premio más grande era que mis lectores se asustaran”

Para el mes dedicado al terror, el cuento popular, la leyenda transmitida de boca a oreja, de generación en generación, elegimos como lectura principal a este best seller del noreste argentino, el chaqueño Hugo Mitoire, radicado en Misiones, y enormemente leído en esas dos provincias, tanto como en Formosa o Corrientes. Y para cerrar el ciclo nos dimos el gustazo de entrevistarlo. Hablamos de los orígenes de su literatura, de su pasado como cirujano, de la relación de los cuentos terribles con su hijo Franco, que hoy es ya un muchacho. Y la pasamos realmente muy bien.


Mario Méndez: Acá estamos con las y los habituales participantes del Laboratorio de análisis y producción de LIJ, que habitualmente se hacía en La Nube, dándonos el lujo que nos permite la virtualidad de estar en simultáneo con Hugo Mitoire, en Oberá, Misiones. Fíjense que él está en camisita y nosotros estamos todos emponchados. Y está María Susana Ríos, una querida amiga a la que me acordé de avisarle medio tarde, que es del Plan de Lectura de Formosa, que vino acá a escucharnos. Bienvenido, Hugo, es una alegría tenerte acá. Nos conocimos en Formosa, en una presentación en la Feria del Libro de Formosa. Después, ya un poco más amigotes nos encontramos en la Feria del Colegio Piacentini, en Resistencia, y nos fuimos a comer y después a tomar un café a la casa de tu editor.


María Susana Ríos: Mario, está mi compañera del Plan de Lectura, Claudia Andrea Casco. Admiradora de Hugo, también. 


MM: Bienvenida Claudia. Una alegría tenerte acá. También me acuerdo de que lo tuve a Hugo, jugando yo de local, en un hotel en Mar del Plata, junto con Franco Vaccarini. Me parece que era en unas Jornadas de Jitanjáfora, o en un Feria marplatense. 


Hugo Mitoire: ¿En el Festival Azabache?


MM: En el Festival Azabache. Ahí está. Bueno. Hugo es nacido en el Chaco, en Margarita Belén, y está radicado en Misiones hace mucho tiempo. Es best seller en el Litoral: Chaco, Formosa, Misiones y Corrientes. Los chicos lo conocen mucho más que a Stephen King. Está por presentar su noveno volumen de Cuentos de terror para Franco, además de otros libros como Los ojos de Mariel, como Cuando era chico, y como Cuentos de la panadería y otros cuentos de terror que le editó Longseller en Buenos Aires. Los demás libros, la mayoría, son editados por Librería de la Paz, que es una librería y editorial muy grande de Resistencia, que supongo, tiene sucursales en el resto del Litoral, en Corrientes, o Misiones…


HM: La Librería de La Paz, como muchos saben, tiene muchas sucursales. La distribuidora está en Resistencia, y es la que me abrió la puerta cuando yo tímidamente empecé. Mis primeros libros los edité con un sponsor local, incluso para mi primer libro me ayudó el Círculo Médico de Oberá. Yo todavía ejercía como médico en esa época. Ellos fueron un apoyo para ese primer librito. Después para el segundo o tercero lo conocí a Rubén Bisceglia, y empezó en forma masiva la edición. Primero de a mil, luego, de a cinco mil, de cada título. Después, hay una característica que el editor me dijo que es muy buena, y que yo no sabía. Y es que, el libro que más se vende todos los años no es el último sino el primero. El volumen número uno de los Cuentos de terror para Franco es el libro que todos los años se vende más que ningún otro, por más nuevo que sea. Él me dice que eso es bueno, porque va traccionando a los otros. Yo qué sé cómo funciona la economía de una editorial, pero bueno, esta es una pequeña característica de los libros que tengo editados. 


MM: Es lo que en el mundo editorial llaman un “long seller”. Está largo tiempo vendiéndose, y es cierto que tracciona a los demás. Ese primer libro, Cuentos de terror para Franco l, ¿de qué año es? 


HM: Del año 2004. El del Pombero. El del pomberito ese, cuando yo saqué mi primer libro no tenía ni ilustrador ni nada. Edité todo en Editorial de los Cuatro Vientos, de Buenos Aires, Y un dibujante de ellos me hizo un pomberito, pero se ve que ellos no tienen ni remota idea del Pombero. Y era un Pombero medio tonto, medio estúpido. No le asustaba a nadie, no iba a comer a nadie, no iba a chicotear a nadie y bueno, ya estaba. Se publicó así, Pero después, cuando fui a mi nuevo y actual ilustrador, Maco Pacheco, le puso una cara de sátiro al Pombero y las características ya cambiaron. Qué importante que es que la ilustración acompañe el sentido de lo que vos escribís, de lo que vos estás queriendo expresar. Asustar, en este caso. Tiene que ir una cosa con la otra. No podés estar hablando de algo atroz y que te dibujen una mariposa volando tranquilamente. Así no va.


MM: ¿Siempre es el mismo ilustrador para los Cuentos de Franco


HM: Sí, sí. Siempre el mismo. Salvo en el libro editado con Ediciones B (Crispín Soto y el Diablo), y con Longseller (Antología de terror), en todos los restantes, el ilustrador es Maco. 


MM: El origen de los Cuentos de terror para Franco es un niño, o era un niño, porque esto es como Harry Potter, que empezó siendo un chico de once años cuando lo llaman a Hogwarts, y termina siendo profesor del mismo colegio. Me decía Hugo, antes de empezar, que ahora está en la cocina teniendo esta charla con nosotros, porque Franco ya no es un niño, está por recibirse de ingeniero y está trabajando en la otra habitación. ¿Cómo surgieron los Cuentos para Franco? ¿Cómo se te ocurre a vos, que sos un médico cirujano, ponerte a escribir cuentos de terror? 


HM: De la manera más inocente y espontánea que se te pueda ocurrir, que es simplemente por el pedido de un hijo. En esa época yo ya vivía en esta casa, en esta misma cocina desayunaba. Yo trabajaba normalmente, y cómodamente como cirujano general. Me iba muy bien, y estaba, por decir una palabra bastante trillada: “satisfecho con mi situación y con la perspectiva que tenía”. Tenía un buen trabajo… Todas las noches, cuando nos íbamos a dormir, Franco iba primero a mi pieza, me daba un libro, y me pedía que le leyera alguna historia. Un fragmento, o un cuento completo, lo que fuera. Todas las noches yo le leía un rato y después se iba a su pieza a dormir. Y una noche, ya tendría ocho o nueve años, me dice: “Hoy no quiero que me leas nada.” “¿Y qué vamos a hacer?” le digo… “Inventame una historia de cuando eras chico.” Y le digo: “Bueno, ¿algo gracioso?”, “No, no quiero nada gracioso. Quiero algo feo, que me dé miedo y que no me deje dormir”. Me acuerdo de esa especificación que me dio. Eran tres cosas que tenía que cumplir: feo, que le diera miedo y que no lo dejara dormir. Para ser preciso… estábamos los dos tirados en la cama mirando el techo. Eran las diez, o las once, más o menos. A mí me agarró un poco de sorpresa y me tiró para atrás, porque empecé a recordar cosas. De hecho, yo fui un niño campesino. Viví en el campo un tiempo. En un pueblito otro tiempo. Siempre estuve en ambientes rurales donde siempre hay cosas raras que se alimentan y retroalimentan. Y lo primero que se me vino a la cabeza, y creo que fue el primer cuento que narré oralmente, fue el del Pomberito. Porque del Pomberito tenemos historias para hacer dulce en el nordeste. Cada uno conoce por lo menos veinte historias del Pombero, así a vuelo de pájaro. Entonces le empecé a contar. Yo iba inventando sobre la marcha, en la semi penumbra y me di cuenta de que él empezó a acercar su cuerpito al mío, y después me tocaba, y después me abrazó. Y después ya me estaba abrazando más fuerte, y de hecho yo disfrutaba de eso. Él quería un cuento feo y yo estaba logrando eso. Y en un momento me dice: “Bueno, callate ya”. Me acuerdo de que yo, a propósito, le dije: “Bueno, ahora andá a dormir a tu pieza”. “No, yo me quedo a dormir acá”. Se quedó a dormir conmigo esa noche. Y los tres años siguientes durmió conmigo en la pieza, Hasta los doce años. No quería que yo cuente eso delante de sus compañeros. “No vas a andar por ahí haciéndote el pavo, contándole a mis compañeros que yo duermo en tu pieza”. (Risas). A los once, doce, no dormía conmigo en la cama, pero traía su colchón y lo tiraba al suelo, al lado de mi cama. Cosa de asegurase que si venía el Pombero o algún monstruo, tenía cierta ayuda. Así que ese fue el inicio. Fue un juego de padre e hijo que a cualquiera se le puede ocurrir. Y el clic fue al día siguiente; se fue a la escuela a la mañana, volvía contento y me dice: “Hoy les conté a mis compañeritos el cuento de anoche y les gustó. Así que esta noche inventame otro”. Y entonces se transformó en un juego, pero ahí ya estaba preparado mentalmente, porque me lo dijo al mediodía. Entonces me preparaba para la noche. Todo era narración oral. Yo no escribía una palabra. Todas las noches ese jueguito. Él les contaba a los compañeritos y volvía y se reiniciaba la cosa. Después de dos o tres semanas, decidí escribir como si fueran borradores, o ayuda memorias de esos relatos muy chuscos, muy sencillos que yo le contaba a él. Y ahí, cuando empecé a hacer eso, como que se me habilitó alguna neurona o un sector del encéfalo, que tiraba para el lado de escribir y escribir. Y eso me llevó a otro drama, ya existencial, que era que en un momento yo ya no quería ir a trabajar más, no quería ir al sanatorio, no quería ir al hospital, no quería ir a la facultad, y solamente quería estar acá en casa escribiendo. Después ya me puse a pensar que si no trabajaba de médico me iba a morir de hambre. Porque mi trabajo era de cirujano. Cuando lo empecé a hablar con mis familiares, todos rechazaron rotundamente la locura que estaba a punto de cometer. Y mi mamá, con esa bondad de toda madre me dijo: “¿Por qué no hablás con un psicólogo, Hugo?”. No me lo dijo irónicamente, sino realmente preocupada, porque yo estaba derrapando por la ladera de la vida, digamos. Yo, con toda sensatez, no le hice caso a nadie, y dejé todo nomás. (Risas). Fueron años duros, porque tuve que vender un departamento, para subsistir. Y después, un hermano que también es médico anestesista, (los anestesistas ganan mucha plata), me ayudaba todos los meses como si yo fuera un estudiante. Él es menor que yo, y todos los meses me mandaba plata para que yo sobreviviera. Yo en ningún momento me dediqué a la literatura pensando que iba a ganar plata. Creo que a nadie se le ocurre eso. Me dediqué porque me gustaba y punto. Iba a poner una hamburguesería o algo así para sobrevivir, pero quería tener la cabeza descansada, y no estar atiborrado de cosas de cirugía y de complicaciones, y que me llamen a cualquier hora. Y a los tres o cuatro años de haber empezado, más o menos en el 2008 o 2009, fue cuando empecé a publicar con La Paz, Ahí se hacían tiradas muy grandes y la ganancia era importante. Como para que yo pudiera sobrevivir con la literatura. 


MM: Así que tuviste a tu hermano menor de mecenas, aguantándote un tiempo. 


HM: Siempre se lo agradezco, sí. 


MM: Vos no habías escrito ficción hasta ese momento. ¿O sí? ¿Algo en la secundaria? 


HM: Mirá, rastreando en mis antecedentes literarios, lo único que escribía, antes, cuando estaban las revistas Humor y Sex Humor, eran cartas de lectores, y siempre me las publicaban. Yo escribía disparates. “Cómo eliminar a una suegra” y cosas así. Eran cosas que se me ocurrían. Y me acuerdo de que muchos compañeros míos, médicos, me decían. “¿Por qué no te dedicás a escribir, vos?”. Y yo no les hacía caso. Es como si a cualquiera de ustedes le preguntaran por qué no se dedican al fútbol porque van a ser como Maradona… Una cosa así… Yo no le hacía caso a nadie. Y, de hecho, nunca le hice caso a nadie. Escribía esas cositas, pero sin ninguna intención, más allá de sacarme las ganas nada más. Y punto. Además de eso, otras cosas, no. Lo único que escribía eran historias clínicas, trabajos científicos, pero todo muy estructurado, como te imaginás. Nada que ver con esto. Pero subyacentemente… Yo era muy lector, desde chiquito, Y de hecho tuve maestros contadores de historias que eran mi tío, mi abuelo, mi papá... Mi papá sí era muy lector. Los otros no, pero eran muy fabuladores. Y eso me hipertrofió mi lado del encéfalo propicio para los cuentos. Fue una mezcla medio rara, que se fue formando y fermentando hasta llegar hasta acá.



MM: Entonces estaba lo que subyacía, las cartas a Humor. Me acuerdo de que estaba la cartaza de la quincena y la cartita tontuela. Uno siempre tenía terror de que lo publicaran ahí, con los tontuelos. Pero el proceso no es fácil. Empezaste a contar las historias que venías atesorando, ¿fuiste a un taller? ¿Hacías borradores y corregías? ¿Cómo fue ese proceso? 


HM: No, yo nunca fui a un taller, ni a círculos literarios ni nada. Cuando yo empecé a escribir, cuando estaba en pleno proceso de escritura de esos primeros cuentos, y después, cuando yo mismo empecé a tentarme con publicar, era como si vos, vos, Marito, estuvieras leyendo medicina y dijeras: “Yo me voy a largar a operar apéndices, si total, acá está, en el libro”. Así me sentía yo cuando, escribiendo, se me ocurrió publicar. Era como meterse al quirófano sin saber por dónde se agarra el bisturí ni saber cortar. Así yo me sentí, pero le pegué la atropellada, y después veíamos lo que pasara. Y publiqué ese primer librito con la editorial De los cuatro vientos, de Buenos Aires. El volumen uno. Y lo presenté acá, en una Feria del Libro de Oberá. Increíblemente se vendieron todos. Yo mismo le llevé los libros al único librero que había acá. Y él me pidió más, y le contesté que no tenía, que se habían terminado. Eran doscientos o cuatrocientos, no me acuerdo cuántos eran. Después me encontraba con algunas personas con las que nos conocíamos de acá, de la ciudad y que habían comprado el librito para sus hijos, y me decían algo que a mí me llenaba de orgullo y satisfacción: que desde que los chicos habían empezado a leer esos cuentos, dormían en su pieza. Del miedo. Eso, para mí, fue lo más maravilloso. El premio más grande era que se asustaran. Yo solo quería eso, que se asusten. 


MM: ¿Y vos te acordás de tu infancia, cuando te contaban esos cuentos, también te pasaba eso de no poder dormir de asustarte? ¿O no?


HM: Sí, sí, yo me acuerdo. De hecho, yo relato muchas historias, muchas anécdotas, con mis tíos, con mis abuelos, alrededor de un fueguito, en el campo. En este último libro (que se publicará ahora en julio), del que te mandé los títulos de los cuentos, hay uno que se llama “La corrección”. Yo no sé si todos los citadinos que están presentes saben lo que es la corrección. Aparte de la corrección ortográfica que conocemos todos. La corrección es una banda de millones y millones de hormigas, que cada tanto atraviesan los campos comiéndose todo. Todos los bichitos que hay, todo lo que está a su paso. Yo eso lo llevé a un extremo ya, en el cuento. Pero hay historias terribles con respecto a la corrección. Y ahí yo cuento que esa historia está basada en conversaciones con mis tíos del campo. Ellos iban contando las historias que yo replico en el cuento. Es una suerte y una lástima que en esa época no había celular, para habernos tomado una selfie, alrededor del fuego, en el campo, a la luz de un candil, tomando mate, o mi tía tomando su copita de anís. Esos eran momentos extraordinarios, a mí me fueron forjando esas cosas, en mi faz literaria. 


MM: ¿Puede ser que se le llame también “la marabunta”? ¿O es otra cosa?


HM: No, la marabunta son las langostas. Cuando pasa la marabunta es cuando pasan las langostas, que también es otra plaga. El año pasado hubo una acá en Corrientes que eran unas langostas “tamaño baño”, digamos. Unas langostas grandísimas. Otro terror, la langosta.



MM: Había un cuento muy simpático, “La corrección de los corderos”, de Fernando Sorrentino, que es un delirio. Plantea esto mismo de las hormigas, yendo así, en una banda terrible, pero con corderos. Uno no se imagina que los corderos se coman todo a su paso. Acá María Rosa pregunta por “la atropellada”. Explicá vos que es la atropellada, Hugo. 


HM: En mi concepción, la atropellada es hacer algo en forma espontánea, a tontas y a locas. Mandarse, como dicen los chicos. Sin pensarlo mucho, alocadamente, podría ser la definición, o el sinónimo de “atropellada”.


MM: Viene del campo, supongo. Como cuando atropella un toro…


HM: Sí, sí, exactamente. 


MM: O sea que vos le debés mucho a esos tíos contadores, a tu viejo y a la zona rural…


HM: En ese mismo libro habrás visto que hay un cuento que se llama “Espíritus que han partido”, que tiene un segundo título, “Conversaciones con espectros”. En ese cuento yo imagino una charla con los cuatro personajes/personas que fueron mi abuelo, mi papá, el hermano de mi papá, mi tío Aldo, y mi primo Sergio. Los cuatro muertos, por supuesto. Ellos fueron determinantes en mi vida. También en mi vida médica, porque mi papá fue el que me impulsó a ser médico. Él vivía hablando de la medicina, diciendo que era lo más noble que había, que el médico ayudaba a la gente, salvaba vidas. Él tenía solamente séptimo grado y era un campesino. Le hubiese gustado estudiar, pero no había posibilidades, vivía en el Chaco bien profundo. Yo era el hijo mayor y escuchando tanto eso, terminé siendo médico. Pero lo más importante es que él me estimulaba mucho la lectura. Y los otros, mi abuelo, mi tío Aldo, fabulador como no hay otro, y mi primo, que era más o menos de mi edad y con el que vivía aventuras, fueron determinantes en mi formación literaria se podría decir, a pesar de que ninguno de ellos era literato. Fueron tan importantes como haber leído cientos de libros, por las cosas que ellos contaban. Bueno, como le digo a los chicos, a mí eso me fue llenando de pajaritos la cabeza. Eso, más la lectura y un sinfín de cosas que obran por el mecanismo de la asociación de ideas… Fueron saliendo estas cosas. 


MM: Y a tu coterráneo, Landriscina, ¿lo escuchaban en tu casa? ¿Vos lo escuchabas de pibe?


HM: No tanto. A mí, la verdad es que no me gustan los chistes. Me gusta el humor, sí, pero como dice Dolina, para sembrar el humor, para largar una humorada es preciso primero tender o describir un ambiente sombrío. Y en el momento exacto dar el golpe de efecto con el humor. Él dice, incluso, que muchas novelas universales que hoy son famosas a lo mejor tuvieron la intensión de describir una cosa seria, para largar la humorada en algún momento, y después el escritor se olvidó de largar la humorada, y terminaron como novelas serias. Yo pienso más o menos lo mismo. Que repetir chistes (todos conocerán las pavadas que hay en la televisión, como concursos de chistes), es una cosa de la que creo que a los tres minutos todo el mundo se aburre. Es como dice, otra vez, Dolina: “la vida, sin sal, es horrible, pero la vida llena se sal es insoportable”. El humor es la sal de la vida, dice él, y así uno tiene que dosificarlo. 

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