Carta de vinos, de Armando Tejada Gómez

Hoy se cumplen 30 años de la muerte de Armando Tejada Gómez. En el mes en el que Libro de arena repasa la literatura de la provincia de Mendoza, en la que nació hace 95 años, lo recordamos con su poema Carta de vinos, incluido en el libro Canto popular de las comidas, premiado por Casa de las Américas en 1974.



Armando Tejada Gómez- Carta de vinos

1

Con la sombra del año, con el tiempo 
que envejece al otoño en la madera, 
madura al rojo el corazón del vino 
fraguado en calendarios de paciencia. 
La ciencia milenaria de su alquimia 
no admite sino el cálculo del clima 
cuando el mosto recobra el movimiento 
y en su fermentación hierve la vida. 
Enmelada de abejas va la tarde, 
fundándole regiones de dulzura, 
como una jubilosa flor del aire 
dormida en el vivero de la espuma. 
El vino va del verde a lo morado, 
tornasol de la rosa, transparencia 
donde la luz es sólida un instante 
y el aroma un lugar de residencia. 
El hombre sabe a vino. El vino a hombre. 
Es un secreto a voces el misterio. 
Desde lo más remoto vienen juntos 
rompiendo las ventanas del silencio. 
La memoria del vino, es la memoria 
del labrador de pámpanos y estrellas 
que un día, ya de pie, mató al olvido 
y se vino a zancadas por la tierra. 
El antiguo pastor de las edades 
guardó los cereales, la herramienta, 
llevó la vid con él sobre los siglos 
para ver regresar la primavera. 

2 

Reúne nombres de región y abuelos, 
inalterables formas y apellidos, 
el Pinot gris de los atardeceres, 
el Borgoña nocturno, el Medoc sísmico, 
ese trago de Riessling luminoso 
que llena la alegría de estampidos 
o el Cabernet de umbrías soledades 
que aturde el corazón como un gemido. 
En la mesa solar del medio día 
el Lambrusco del año parpadea 
y queda demorado, propiciando 
el entresueño de la sobremesa. 
A veces llega con el gusto verde 
al ruidoso fragor de las tabernas, 
a las celebridades tumultuosas 
y enciende las hogueras de la fiesta. 
El vino tiene un orden. Él conduce 
los infinitos duendes de la vida: 
con carnes, tinto, con mariscos, blanco. 
Es el otro sabor de las comidas. 
Y cuando llueve el corazón y el año 
y arde la leña trémula del día, 
el vino, compañero y solidario 
moja el sollozo y la melancolía. 

3 

Pero, a veces el vino, prisionero de sombras, 
sale con la navaja del lucro, simulado, 
destituido del sol de su nobleza 
a maniatar los pobres inermes de los barrios. 
Corrompe la alegría en los ruines boliches 
donde violan su estirpe las tinturas y el agua 
para estragar al hombre del jornal y enturbiarle 
la raída inocencia que padece su canto. 
Sale del vino un puño. Sale un grito. Le sale 
la mala luz del odio, la artera puñalada. 
Amanece en las celdas donde orina el desprecio 
y llora roncamente su lágrima de espanto. 
El vino mata al vino en la casa del pobre: 
entra el domingo y salen las mujeres llorando. 
Los niños desnutridos bostezan el asombro 
y desde las tinieblas, solloza el desamparo. 
Yo lo he visto en el monte, violento como un hacha, 
beberse la quincena y amanecer vinagre. 
me ha dolido en las carpas de los cosechadores 
y en los rudos obrajes forestales del hambre. 
De noche, en las tabernas de los puertos del mundo, 
canta las afonías de los coros canallas. 
Prostituido en la risa de la mujer caída 
al hondo mudridero del sexo desterrado. 

Ahí anda en cueros, lúbrico y a mitad de camino 
del animal y el hombre, aullando, en cuatro patas, 
etílico y sombrío, triste macho cabrío 
cavando hacia lo oscuro la condición humana. 

Hay que cuidar al vino usurero abstemio 
que castra en las bodegas su magia milenaria 
que, como un dios remoto, libera la alegría 
en lo que el hombre tiene de campanario y pájaro. 
Hay que salvar al vino de los brujos metálicos 
que humillan y adulteran su índole de sangre, 
para que vuelva puro a la mesa del hombre 
y le llene la casa de júbilo fragante.





Canto popular de las comidas
Armando Tejada Gómez
Boedo, 1974.

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