Lecturas de Poe

Aunque parezca que no, los textos cambian con los lectores y las lecturas. Los textos, siempre iguales a sí mismos, son, a la vez, siempre otros. En ocasiones resulta imposible separar la mirada, aislarse del contexto, evitar hacer traslaciones del estado de ánimo a la lectura, y así hacer nuestras interpretaciones más personales. Libro de arena publica una nota de lectura sobre cuentos de Edgar Alan Poe, con una mirada personal.



*Por Lisandro Quiroga

Los textos permanecen inmutables con el paso del tiempo; pueden pasar siglos pero ese párrafo que tanto nos impactó seguirá siendo el mismo. En tal caso el que los reformula, le saca nuevas conclusiones o interpretaciones es el lector que a su vez queda siempre a merced de la influencia de su contexto que hace que un mismo libro sea, en realidad, muchos. Por lo tanto, releer ciertos textos es siempre un ejercicio recomendable y además un buen pretexto para reencontrarse con algo que en su momento nos conmovió.
Hace unas noches atrás, por ejemplo, me dieron ganas de Poe. Era una noche perfecta y quería distenderme leyendo al precursor de la literatura norteamericana y así lo hice. Disfruté mucho de “El gato negro”, sobre todo cuando el autor se sumerge en la natural injustificación de la perversidad. El personaje de esta short story se encontraba perplejo ante una necesidad, tan interna como baja, de actuar mal por el solo deseo de ejercer el mal. Así, se la agarraba con un pobre gato de nombre Plutón que nada le había hecho más que darle cariño y compañía; allí el acto perverso, cuanta más fidelidad ofrecía el felino más violencia recibía por parte de su dueño. El pasivo y sufrido animal, al cierre de este episodio, se las ingeniará para darle el golpe de gracia a este enrevesado hombre que disfrutaba con su martirio y sojuzgamiento.
Me imaginé una y otra vez la situación, me quedé en ella y luego me puse a navegar por ella ¿Cómo no relacionarla con la peculiar relación que se da en muchas ocasiones entre la multitud y el líder o la líder? Pero fue cuando abordé el segundo cuento que asocié el tema anterior de la perversidad con la política o con las formas que ha asumido lo político en la actualidad. En el clásico y magnífico cuento “La Carta Robada”, Edgar Allan Poe deja al desnudo la personalidad del político moderno, desnuda las miserias de este singular espécimen obsesionado por la conservación del poder por cualquier medio; en este caso a través de la extorsión.
Noche, Edgar Allan Poe, tópicos interesantes como perversión y conservación del poder por cualquier medio. Aquí empiezo a introducir la influencia que ejerce el contexto al momento de leer. Evidentemente, me encontraba leyendo sus cuentos con una clave política, acosado por la actualidad que nos abruma. Dudé un instante acerca de la pertinencia de realizar un abordaje de este tipo; pensé que podía ser muy forzado pero de pronto recordé que este poeta y literato había tenido un paso por la política, que había sido parte (y carne) de los incipientes partidos políticos “americanos”, paridos desde el vamos como máquinas electorales. Al leer este cuento percibí un dejo aromático; efectivamente había un aroma a política que me dio cierta seguridad para avanzar en esta interpretación. 
El tercer cuento fue el que me hizo atar cabos. En realidad, se trata de una pequeña historia que, sin lugar a dudas, aborda elípticamente a la política y a la incomprensión total de sus reglas por parte de sus contemporáneos, al fin y al cabo sus remitentes. Se trata de “Manuscrito hallado en una botella”, un desarrollo magistral acerca de lo que debería ser un derrotero por el sendero del final ¿cuáles serían las vicisitudes de un pesimista protagonista atravesando por este camino sin retorno? ¿Cómo sería ese último trayecto?, ese que uno atraviesa como ahogado por una gélida angustia capaz de provocar derroches de resignación. Si bien estoy muy lejos de reverenciar la figura de Domingo Faustino Sarmiento, debo traerlo como ejemplo cuando al final de su intervencionista vida siente que todo lo que observa es una imagen decadente de lo que alguna vez imaginó. La Argentina seguía siendo un criadero de vacas y de moscas. En la banca que ocupó en la última etapa de sus días probablemente atravesó por esas crepusculares sensaciones, estaba en la cubierta de ese mismo barco retratado por Poe cuyo destino era el final y mientras se escuchaban discursos que fondeaban en el Congreso su atención reposaba en la preparación de ese mensaje que pondría dentro de una botella ante el inminente sacudón que haría naufragar definitivamente a su país. El protagonista del cuento de Poe se encuentra en un barco en el que no se halla, ni lo hallan. Es invisible ante el resto de los tripulantes que, según él, son hombres incomprensibles. No entiende lo que hacen, ni por qué lo hacen. Hay como un engranaje superior, que pone todo a andar, que no resiste intervención alguna y que funciona por sí mismo. Si uno habla no lo escuchan, si uno hace no lo notan. El único acto racional permitido es la resignación, no obstante toda la ira contenida del personaje será canalizada en ese único momento, cuando escriba su mensaje final para colocar en una botella. Cuando la sociedad no se halla como fundamento de la política esta ruptura hace que todo el juego político no sea más que eso, una lúdica ficción. Es en ese momento cuando las sociedades transitan invisibles por la cubierta de un barco que les resulta ajeno. Pero la oscura nube se disipa cuando esta multitud invisible deja de serlo en ese momento final, cuando escribe un mensaje para poner dentro de una botella con la esperanza de que alguien escuche y así comience otra etapa.



*Lisandro Quiroga: es politólogo y disfruta, en sus ratos de ocio, de las lecturas relacionadas con su formación.

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