Mario Méndez: "Creo que los libros mejoran con las ediciones."

Aclamadas por el público y por la crítica, vuelven las charlas con escritores de literatura infantil y juvenil. Esta vez el protaginista es: Mario MéndezEntrevistador entrevistado y entrevistado no por uno sino por varios entrevistadores, que, además, son ellos mismos, también, conocidos y prestigiosos escritores en el campo de la Lij. Libro de arena publica la primera parte del encuentro que se realizó en La Nube, el lunes 3 de noviembre de 2014. Allí, Paula Bombara, Andrea Ferrari, Sebastián Vargas y Sandra Comino hicieron una radiografía completa de Mario, quien contó acerca de su vocación como escritor, de los referentes, de la intimidad de la escritura y la publicación, y de la definición de literatura infantil y juvenil. También habló sobre las dificultades de las decisiones que ha tenido que tomar como editor, de los éxitos y fracasos, entre muchos otros temas. La segunda parte saldrá el viernes próximo.



Mario Méndez: Buenas tardes. ¿Cómo están? Es raro, hoy. Gracias por venir con semejante día. Casi son más los entrevistadores que el público. Gracias a los amigos que vienen acá a entrevistarme, Paula, Sebastián, Andrea y Sandra. Y Flor, que se quedó allá en segunda fila. Hay lugar acá… Gracias también a la gente de siempre de todos los lunes. Es un lindo compromiso. Es raro. Suena un poco a autobombo, por eso yo no quería, pero como este lunes quedaba libre porque se adelantó lo de María Inés, acá estamos. Bueno, ya hice la presentación. Soy juguete del destino.

Paula Bombara: Vamos a leer tu biografía, como solés hacer vos. Mario Méndez nació en Mar del Plata en 1965, aunque vive en Buenos Aires desde 1985. Es maestro, escritor y editor. Como maestro, ejerció su profesión principalmente con chicos en situación de calle. Coordina diferentes programas para el Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, en bibliotecas populares, centros culturales y comedores comunitarios. Estudió Realización Cinematográfica en la Escuela de Cine de Avellaneda y Edición en la Universidad de Buenos Aires. Escribe, fundamentalmente, para niños y jóvenes. Aunque también ha escrito guiones de cine e historietas, una novela, y una colección de cuentos de fútbol para adultos. Publicó, entre  otras, las novelas, El monstruo de las frambuesas, El monstruo del arroyo, Cabo Fantasma, que ganó el Premio Fantasía de narrativa en 1998, Pedro y los lobos, El vuelo del dragón, El regreso de los  dragones, El regreso de los innombrables, El tesoro subterráneo, Brujas en el bosque, La aventura de La Juanita, Dos veranos, Los secretos del domingo, Los buscadores del Tuyú, El aprendiz, Ana y las olas, El viejo de la biblioteca y Vuelta al sur. ¿En cuántos años los escribiste?

MM: En veinte. Casi veinte.

PB: Publicó además una cincuentena de cuentos entre los que se destacan: “El partido”,  mención en el concurso “Amnistía te cuenta tus derechos” , organizado por Amnistía Internacional Argentina en 1997 y “Notas”, tercer premio en el concurso de cuentos organizado por la Universidad de Mar del Plata en 1984. Algunos de sus cuentos se encuentran reunidos en los libros El partido y otros cuentos, Noches siniestras en Mar del Plata, El extraño y otros cuentos, Camino rojo y otros cuentos inquietantes, La niña momia y Gigantes. Este último libro recibió el premio Destacados, de ALIJA, en 2011. Y también, en ¿Quién soy? Relatos sobre identidad, nietos y reencuentros, en el que Mario participa con el cuento “Querido Melli”, que recibió en Gran Premio ALIJA en 2013.

MM: Compartimos.

PB: Compartimos el Gran Premio ALIJA 2013. Bueno, ya te hago  la primera pregunta que es, ¿Cuánto de tu experiencia como maestro aparece en tu carrera autoral?

MM: Enormemente, porque hasta que no empecé a ejercer como maestro, nunca había escrito literatura infantil ni juvenil. Es más, la conocía muy poco. En el profesorado no había. Creo que lo único que leímos fue Caramelos surtidos, un libro de la editorial Orión que tenía cinco o seis cuentos. Y yo conocía a Horacio Quiroga, a María Elena Walsh, y no mucho más. Como maestro tuve que empezar a leer y unos años después de estar ejerciendo se me ocurrió la primera idea, que fue El monstruo de las frambuesas. A partir de ahí empecé a escribir para niños y para jóvenes.

PB: ¿Lo probaste con tus alumnos?

MM: No. El monstruo de las frambuesas no. La verdad es que no tenía ni la menor idea. Lo probé con amigos y a todo el mundo le gustaba. Se los llevé a los cuatro o cinco que se aguantaban leer algo que era para chicos, con cierto temor. Tengo un amigo, Marcelo, que es completamente duro, y que en un momento pensaba que la literatura infantil no era literatura. Y lo leyó y le gustó. Así, varios más. Me fui a Aique. Me pidieron una sinopsis, me preguntaron para qué grado creía que era. No sabía qué había qué hacer… porque no sabía para qué grado era. Así que me fui. En Sudamericana me daban el mes siguiente como fecha para leerlo, y fue hace veinte años. (Risas). Entonces dije no, y  caí con el manuscrito de del Quirquincho y estaba Adela Basch, que es como un hada madrina de varios de los que andamos dando vueltas en la LIJ. Me acuerdo de que me convidó un mate, e mostró un pilón de cosas que tenía para leer, me pidió que lo dejara y me dijo que me iban a llamar. Y al año me llamaron.

Alejandra Erbiti: Voy a contar una intimidad  de Adela del otro lado. Estaba intentando escribir una novela y estaba trabada. Y me manda con Mario Méndez. Y me dice que Mario un día había llegado con su manuscrito, que ella lo había recibido y le había dicho que tenía un pilón para leer. Qué pensaba que él se habría ido con la idea de que “nunca más”. Y que ella lo leyó y que le había encantado. Y que así decidió publicarlo. Es el otro lado de la historia.

MM: Gracias. Esa no la sabía.


Andrea Ferrari: Esta idea de escribir, ¿estaba previamente en vos? ¿De chico tenías ese deseo dando vueltas?

MM: No, de chico no. De adolescente, sí. En segundo o tercer año, creo que lo primero que escribí, y que después fue modificado y arreglado, y está en Camino Rojo, es un cuento que se llama “El medallón de Ayax”. Que está por ahí la hojita de carpeta… Me saqué un ocho, porque me bajaron puntos  por errores ortográficos (Risas), y después de eso, hasta quinto año, que hice en el ’83, con la democracia y todos esos aires. Yo quería ser Cortázar,, como casi todo el mundo. Y ahí empecé a escribir unos cuentos bastante malos, para adultos. Después empecé a estudiar Letras, ya pensando en que iba a ser escritor, pero no para chicos, no tenía ni idea.

Florencia Gattari: Mario, de El monstruo de las frambuesas, de la que recién hablabas, yo leí la de Quirquincho, en la que está ese texto que es muy lindo, en el que decís que tenés veintiocho años, y que lo esperaste y que estás muy contento de leerlo… y no parece para nada una primera obra. Es un texto muy solvente. Y yo me preguntaba cómo es tu escritura en relación con ese primer texto ahora. Si ha cambiado mucho o no… ¿Qué pasó en el medio?

MM: Creo que ha mejorado. Gracias por lo de solvente, para hablar de una primera novela.

FG: Es una palabra dicha con cariño. Realmente, no parece una primera obra de alguien.

MM: Leía mucho. Robé un poco, como corresponde. Lo que robé fue la estructura. Anahí Roselló que trabajaba en Del Quirquincho, me dijo una vez que consideraba que El monstruo de las frambuesas era una especie de “Hobbit telúrico para niños” (Risas), cosa que me pareció elogiosa. Y además ella descubrió que yo tomé la estructura de El hobbit. La estructura de héroe en grupo, capítulo a capítulo ellos tienen que ir venciendo un escollo, tienen una misión que cumplir. Empezaba en orden cronológico. Después, cuando lo escribí,  que no tenía computadora, (casi nadie tenía computadora) era en el año ’92 o ’93. Entonces pasé el tercer capítulo al principio, después retrocedí…, después volví, y así.

Sebastián Vargas: En relación con esto yo tenía una pregunta. A partir de los cuentos de Noches siniestras… que me gustan mucho. No sé si los leyeron, son cuentos de terror. Me hacen acordar mucho de Poe y de Quiroga. Y en general, el miedo aparece a partir de una última frase que es como un “cross a la mandíbula”, como diría Arlt, porque a partir de esa frase se resignifica todo el cuento. Y el miedo queda flotando después de que el cuento se acaba. A partir de esto quería preguntarte ¿quiénes son tus maestros para el cuento y quiénes considerás que son tus maestros para la novela?

MM: Bueno… ¿yo hago estas preguntas? (Risas). Quiroga, sí, sin duda. En Noches siniestras… hay como una idea. Por ejemplo, el cuento “De regreso”. Y a Poe lo tengo bastante leído. Curiosamente, no soy lector de cuentos de terror, salvo infantiles y juveniles. O sea que podría decir que hay gente de la que he tomado cosas  tras leerlos que son contemporáneos nuestros. Dos escritoras que me gustan mucho son Ana María Shua y Lucía Laragione. Tratado universal de monstruos, Amores que matan, Los devoradores, de Ani Shua. De eso hay algo en los cuentos Y en las novelas, la verdad es que no sabría decirte.

Sandra Comino: Yo asocié con “Rareza”, que hay influencia de Gustavo Roldán…

MM: Sí, ese es el único, y hay claramente como un homenaje. Bueno, en Amauta, que es una editorial nuestra, con el amigo Jorge Grubissich, habíamos publicado Nube, que es un libro para primeros lectores. Con animales que protagonizan. No tiene el “aire Quiroga”, porque además es en África. Nube es un hipopótamo. Pero en esa serie queríamos agregar algo en esa serie, y deliberadamente escribí al estilo Roldán o Villafañe, con el sapo mentiroso y la ronda de animales contando historias en la selva misionera, o chaqueña.

PB: Una pregunta que nos surgió a varios amigos fue acerca de la versatilidad y la variación de géneros y de extensiones. ¿Cómo lográs eso? ¿Te lo proponés? ¿Surge a pedido? ¿Surge como desafío personal?

MM: La verdad es que hay una escuela con los cuentos, que es el pedido, y que funciona como un taller. Cuando te dicen que necesitan un cuento de no más de mil quinientos caracteres, que hable sobre los lugares de la casa…

PB: Pero es muy especial, porque si a mí me piden eso, les digo que no puedo, porque  me agarra un miedo terrible.

MM: Aprendí a hacerlo de a poco. Lo de la extensión, calculo que me lo da la necesidad del texto.

SC: Esa versatilidad de la que hablábamos tiene que ver con la cantidad de géneros distintos: está lo siniestro, está lo fantástico, está lo romántico, lo policial. Te has movido con mucha comodidad en distintas aguas…

PB: Las adaptaciones de los mitos…

MM: Espero que no sea como el pato, que hace de todo pero todo mal. (Risas). Supongo que deviene de oficio adquirido con tiempo y mucha lectura muy variada. Cuando los chicos en la escuela me preguntan qué leo, les digo que la verdad es que leo de todo. Entonces escribo de todo.

SV: ¿Hay algún género que te guste especialmente o que te haya costado? Por ejemplo El aprendiz, que es una novela histórica… Yo escribí una novela histórica también. Y me preguntaba cuál habría sido tu relación con la investigación histórica, con lo ficcional en relación con los hechos. Porque en tu novela se ve una integración muy armoniosa, no parece forzada la inclusión de los hechos históricos.

PB: Ana y las olas, también.

MM: El aprendiz es la única que es absolutamente histórica. Ubicada directamente en el pasado. Y eso sí fue un pedido. Era la Colección Bicentenario, de Alfaguara, y surgió un poco por casualidad. Yo había escrito, y no me habían querido publicar, antes que El aprendiz, El viejo de la biblioteca. En esa novela hay una historia de dos curas del virreinato y un libro prohibido que se llama Los tres impostores, y que es un libro que Borges dice que circulaba en la Edad Media, y que fue una gran humorada, era el libro más sacrílego posible, porque los tres impostores eran Moisés, Jesús y Mahoma. Y el libro no existía. Yo tomé esa idea y hay un cura que  viene de España al Virreinato a buscar libros prohibidos, y supuestamente este libro está en Buenos Aires. Yo llevé ese libro un poco a la Villa Ciudad Oculta, y otro poco en el pasado. Y en Alfaguara no le encontraron la vuelta, les parecía que la parte de la villa era demasiado “light”, entonces lo endurecí un poco, pero todavía no les satisfacía. Entonces me llamó María Fernanda, que estaba por sacar esta colección donde está El aprendiz, y me propuso que tomara la idea de la historia de los dos curas, que dejara lo otro, y que llegara con la historia de los curas hasta la Revolución de Mayo. Y yo no quise. Pero lo que le dije fue que si ella quería, podía escribir una novela histórica. Y se ve que estaba obligada a decirme que sí… (Risas). Entonces me fui a casa y empecé. Se me ocurrió que fuera algún héroe de segunda línea.. Entonces se me ocurrió Vieytes, que sabía que había tenido una jabonería.

AE: Y que le decían “el loco”.

MM: No, ni siquiera. Sabía que era el jabonero Vieytes, me puse a investigar y me encontré con que había tenido un diario. Ahí me pareció perfecto. Inventé  al aprendiz que quiere ser periodista. Y aprende a leer a escribir. Lo histórico es una cosa que se me ha dado bastante. En Cabo Fantasma, en Ana y las olas, que le gusta Garibaldi… eso también me gusta.

AE: Y en ¿Quién soy?,  también.

MM: Sí, historia reciente.



Asistente: ¿Cómo nace Ana y las olas?

MM: Nace de un viaje hace muchos años. El verano en el que escribí El monstruo de las frambuesas, me fui a Florianópolis. Era la época en la que convenía ir. Yo era maestro, y me pasé un mes en Brasil, así que era barato, se imaginan. Y un día nos fuimos desde Florianópolis hasta Laguna, que tiene una ciudad antigua y la ciudad nueva. Yo no sabía quién era Anita Garibaldi. Y ahí me encontré con el Museo. Como el portugués se deja leer, entendí lo que decía de la vida de Anita, y me dije que algún día iba a tener que escribir algo. Y pasaron como quince años. Quiso ser un guión de cine, cuando estudiaba cine. Para adultos. Un poco al estilo de La amante del teniente francés. Había tomado esa idea y no anduvo. Quiso ser una novela para adultos y no llegó. Y un día se me ocurrió la idea de este señor viudo que vuelve con su hija quinceañera. Y el juego con Anita y Ana. Las dos Anas: Ana Dolmen y Anita Garibaldi.

Asistente: Hasta veinte páginas antes del final podría haber sido una novela para adultos. Porque si la parejita moría, podía ser para grandes.

MM: Sí, o si tenían relaciones… (Risas). En fin, salió de ahí, de esa visita. Inventé a Lucinho… Ahora (toco madera a ver si me da suerte), gracias a Florencia Esses que me conectó, la está leyendo una editora de Brasil.

P: ¿Lucinho es un personaje inventado?

MM: Lucinho es un invento, sí.

SV: ¿Tenés varios proyectos a la vez, o empezás algo y tenés que terminarlo?

MM: En general, si es novela, tengo que terminarla. Puedo en el medio, escribir un cuento que se me ocurra, o algo a pedido para un manual.

SV: ¿Y cuándo empezás ya tenés toda la estructura en tu cabeza o no sabés cómo va a terminar lo que empezaste?

MM: La mayor parte de las veces, sí. Empiezo con una idea, escribo el primer capítulo, si me gusta el primero y el segundo. Si me parece que va a dar, ahí me siento a pensar la estructura. Ahí armo un esqueleto que me permite manejarme. No fue así con El monstruo de las frambuesas, que era mucho más estructurado, era un esqueleto de hierro. Pero bueno, uno se va soltando.

SC: Sandra Siemens nos mandó esta pregunta. ¿Cómo es tu primera aproximación a una novela? Esa primera etapa en la que la novela empieza a tomar forma. ¿Cómo trabajás en ese momento?

MM: Es el momento más grato, porque tenés una idea y decís: “Esta sí”. Porque ideas puede haber montones, después empezás a ver que algo no va a servir, si lo contás seguro que no sirve (Risas), entonces empiezo a escribir. Por ejemplo, tengo una que va a salir el año que viene. Es una historia de adolescentes en situación de calle, que son usados por un laboratorio para pruebas de medicamentos trampeando los protocolos. Les pagan, pero los tienen medio encerrados.

AF: ¿Cómo se llama?

MM: No sé, la presenté en un concurso y quedó en las gateras. Se hubiera llamado La casona de los experimentos. Pero ahora no sé cómo se va a llamar. Esta historia se va desarrollando con estos chicos y una maestra, pero en el medio hay un detective. Cuando me di cuenta de que la idea era triple, que eran tres historias, fui armando la estructura, y esta vez lo hice con letras. Algo que no suelo hacer. Eran A, B, y C, la historia de los adolescentes, la historia del detective y la historia de la maestra que lo contrata. Se van juntando. Entonces, había capítulos que eran AB + C. Otro que era solo AB, y así.

SC: Es una rayuela.

MM: Sí.

PB: ¿Y vos pensás que ese proceso con los años de oficio fue cambiando?

MM: Sí, fue cambiando mucho. Hay otras que tampoco tienen una estructura así. Son más lineales.

SC: En Ana y las olas, un capítulo es de Anita y el otro de Ana. Son como capas…

MM: Claro.

SV: En Cabo Fantasma también está eso. Esas vueltas de tiempo…

SC: Y en El viejo de la biblioteca también. Uno los vincula. Yo no te había leído todo, todo. Pero ahora que me metí más, había una cosa de querer seguir leyendo. Hoy decía: “¡Pucha, lástima que es hoy!”, porque voy a seguir leyendo. (Risas). Me dio esa sensación de que creás climas. Y no solamente en la novela, porque en los cuentos también. Por ejemplo, en Noticias del amor  también hay un cuento histórico o relacionado con el pasado, y otro de actualidad. Y eso yo lo veo en varios libros. Viste que a veces te preguntan si lo hacés consciente, y no te das cuenta.

MM: Muchas veces no soy consciente. Pero esto de los altos en el tiempo es algo que me gusta. Quizás, relacionando con una pregunta que me hicieron antes, lo que podría notar de “progreso” desde El monstruo de las frambuesas hasta las últimas novelas, es que hay una mayor destreza con las estructuras.

Rosana (esposa de Mario): Hay una novela que Mario escribió con otros tres autores, La Katana perdida. En esa novela los otros autores escribieron en forma lineal y Mario entregó una historia fuera del tiempo en el que los demás autores cuentan. Justamente en el pasado.

PB: Quizá tu manera de escribir es distinta por tu relación con el cine. ¿Puede ser?

MM: Quizá. Cuando me presentaron Brujas en el bosque, hace un montón de años, la gente de Jitanjáfora, en Mar del Plata, hizo una especie de texto de presentación, en una especie de revistita que entregaban. Y la chica que lo presentó, profesora de la Universidad de Mar del Plata dijo que había un ida y vuelta con el montaje cinematográfico. Puede ser…

PB: Entonces vamos a hacerte la pregunta que tenemos sobre cine. (Risas). ¿Vos eras maestro cuando empezaste a estudiar cine?

MM: Sí.

PB: ¿Y cómo surgió esa inquietud? ¿Por qué tomaste esa decisión?

MM: En ese momento  yo alquilaba un departamentito en el Abasto con un amigo maestro también, que se puso a estudiar Psicología. Y me insistía con que tenía que estudiar algo. Que teníamos que aprovechar que ser maestros nos daba algo de tiempo y hacer un estudio universitario. Y yo no encontraba nada. Había probado Letras, me aburrió. Pensé en el cine, que me gusta mucho, y en el medio escribí El monstruo de las frambuesas que fue publicado antes de que terminara la Escuela de Cine. Ahí se definió que no me iba a dedicar al cine sino a la Literatura. La otra cosa que importó fue que estudié algo que me daba armas para escribir. Podría haber estudiado Periodismo o Historia. Pero siempre pensando que la prioridad era escribir. No había publicado nada aún pero ya escribía.

PB: O sea, que el lenguaje cinematográfico y el literario fueron creciendo juntos, trenzados desde el comienzo.

MM: Sí. Yo creo que sí.

AF: ¿Y en esa época no pensabas en la Edición, todavía? ¿Eso surgió después?

MM: No, eso surgió mucho después. En el ’98 me anoté para estudiar Edición, con Jorge Grubissich. Me acuerdo porque por ahí anda Martina, y fue en  la carrera que yo  anuncié que mi mujer estaba embarazada de Martina. Segundo cuatrimestre del ’98. Pero la terminé como en 2003 o 2004, fue una carrera que hice “per codere”, de grande y haciendo una o dos materias por cuatrimestre, muy tranquilo.

PB: ¿Y ahí ya pensabas en  que ibas a publicar?

MM:  No. Tenía cuatro o cinco libros publicados…

PB: ¿Te peleaste con algún editor y dijiste “ahora voy a tener una editorial y vas a ver”? (Risas).

MM: No, la verdad es que quería conocer. La otra vez, corrigiendo la entrevista a Antonio Santa Ana, me cuenta que de chico le preguntaban que quería ser de grande y él decía: “Libros”. No quería hacer, quería ser libros. Tenía claro que su vida pasaba por los libros. Yo creo que eso estuvo siempre.  Uno no lo decía pero estaba. Con lo único que soy ordenado es con los libros, es lo único con lo que hay una pasión desde siempre. La carrera de Edición tenía que ver con vivir con y de los libros.

AE: Me gustaría retomar dos cosas que dijiste y que se dijeron. Como preguntas. Por un lado, los autores que te influenciaron. Mencionaste a Borges, creo que te gusta. No sé si te gusta mucho William Faulkner, por esa cosa de ir y venir en el tiempo, una cosa medio cinematográfica. Algo que Soriano también tenía.

MM: Soriano, sí. Borges sí, por supuesto, me encanta.

AE: Borges incluso hace un decálogo, medio en joda en el que está prohibido jugar con el tiempo como hacen Faulkner y Borges.  Y una cosa que me quedó flotando y que quería que contaras, a la hora de elegir qué va a servir y qué no, tengo curiosidad por saber cuánto hay de resistencia frente a un texto que pensás que no va a andar. Y cuánto hay de distancia.

MM: Te contesto las dos. Faulkner, no. Lo he leído muy poco. Sí García Márquez, mucho, que es como un discípulo de Faulkner. Borges sí, mucho también, pero por suerte, esquivé la copia. Tantos buenos escritores se perdieron por eso... Y aferrarme a las ideas, no. Cuando veo que no sirve, lo dejo.

AE: Lo que yo quiero saber es qué ves cuando ves que no sirve.

MM: Me da un poco e bronca, pero lo dejo. Lo que veo es algo que a mí no me gusta. Y es olfato. Si no me gusta a mí, no les va a gustar a los lectores. Son cosas que quedan, porque no las tiro, ¿para qué? Si total casi no ocupan lugar en el disco. Las dejo ahí.

SC: Te sale el editor…

MM: Pasado un tiempo, a veces lo leo de vuelta y sale algo.

AE: ¿Te ha pasado?

MM: Sí, me ha pasado. No hace mucho, con una leyenda que había escrito, que no me gustó, que iba a ser quizá para un proyecto de Amauta, que tampoco le gustó a mi socio, y lo discutimos y quedó ahí. Hasta que pensé que podía ser la base de una novela y fue. Está ahí en avance.

SC: ¿Qué te pasa con la reedición, cuando ya está editado?

MM: Ah, eso me da una bronca… (Risas). Cuando leo en voz alta en una escuela, y veo los errores…

PB: ¿Te vas corrigiendo cuando leés?

MM: Y, sí. A veces cuando me piden que lea en la escuela…

PB: ¿Antes de publicar no leés en voz alta?

MM: Sí, pero no una novela. Un cuento sí. Generalmente tomo como víctimas a mi mujer y a las nenas y les leo. Y al leer encuentro los errores, es fácil encontrar las cacofonías, las cosas que suenan mal, o cuando te quedás sin aire porque está faltando una coma, un punto o algo. Pero con las novelas, no. Porque son largas. Y las leo ya impresas, pero no en voz alta. Y después, si me toca leer un capítulo a veces encuentro errores.

AF: ¿Lo corregís para la reedición?

MM: No te dan mucha posibilidad. Así que prefiero no verlo. Y me olvido rápido.

AF: Yo quería retomar el aspecto autobiográfico. Mencionabas que estaba Martina por ahí… Veíamos cómo aparece lo autobiográfico en tus libros. En Vuelta al Sur aparecen las chicas. También en El genio de la cartuchera. Se dice por ahí que en Noticias del amor hay algún romance…

MM: Eso no tenían que preguntarlo. (Risas).

SV: Tu trabajo con chicos en situación de calle aparece, también.

AF: ¿Vos te proponés esto? ¿O esos elementos autobiográficos, familiares aparecen cuando estás escribiendo? ¿Qué reacción hay una vez que se publica, en tu mundo?

PB: En tu mundo familiar…

MM: Por suerte hasta ahora no ha habido malas reacciones. Tenía mis temores con Vuelta al Sur. Como tampoco va a leer esta entrevista, lo digo. Mi viejo no lo  leyó. Yo casi todo le doy a mi mamá. Y a Rosana y las nenas, y a otros parientes. En Vuelta al Sur, la figura del padre en esa novela, es un dibujo a partir de algunas cosas de mi viejo, pero no es mi viejo. Y no me parecía que se encontrara en un personaje que no le hace justicia. Entonces no, no se lo quise dar. A mi vieja sí, le pedí permiso. Porque tomo historias… esa novela es la más autobiográfica. En realidad, no autobiográfica, porque no es mi historia. Biográfica familiar. Está El regreso de los dragones, que para mí es un libro que no tuvo éxito porque está fallado, en algún sentido. El vuelo del dragón, que me gusta y anda bien, los chicos lo leen, tuvo después una segunda parte, El regreso de los dragones, que desapareció, que ya no se publica más. Acá Pablo lo tiene, pero también tiene cosas antiguas. Y ahora, va a salir una segunda parte real, que está bien (me parece a mí) que se llama Orff, una aventura en la montaña. Y ahí sí entra lo biográfico, a pesar de que son cuentos maravillosos. El dragón y la dragona tienen una dragoncita, y lo escribí más o menos en la época en la que nació Martina. Es más, se llama Martt, la dragoncita. Son dragones. Obviamente, no iban al jardín maternal. Violeta aparece en otros, en El genio de la cartuchera, “El acto” es un cuento que escribí a partir de un episodio que ella vivió en su escuela. Siempre tomo cosas.

PB: ¿Y siempre pedís permiso?

MM: No. A mis hijas, no. El autoritarismo empieza por casa. (Risas) Con Vuelta al Sur, sí, porque eran cosas muy sensibles, muy personales. Entonces le di cosas a mi hermano mayor y a mi vieja. Lo leyeron los dos y entonces me sentí libre.

PB: ¿Y después de leer la novela? Además de decirte que les gustó o no, en el trato, ¿hubo algún cambio?

MM: Hace mucho que no me hablan. (Risas).

PB: ¡A eso iba!

MM: No, no, bien. Están orgullosos. Además, ser personaje es fuerte, verse como personaje. El otro día, Cecilia Repetti me contaba lo del terremoto en Chile. Y contaba que Villoro la pone a ella con nombre y apellido en uno de los capítulos. Hubo un Congreso de Literatura en Chile, justo cuando fue el terremoto. Entonces Villoro, escritor mexicano, la toma a ella y a algo que dijo y da nombre y apellido. Y me decía lo fuerte que es verse como personaje. Y acá, encima, no es un episodio, como puede ser un terremoto.  Es la vida, o parte de la vida de mi hermano. Entonces se la leí en manuscrito, le gustó mucho, y hace propaganda. Él vive en el Sur. Cuando fui a Madryn fue a la librería  y dijo que el de la dedicatoria era él. (Risas).

FG: Una cosa más que a mí me pasó leyéndote, leyendo varios textos al hilo, es que me impresionó porque vos tenés una cantidad de personajes adultos. Eso no es una cosa tan frecuente en la literatura infantil y juvenil. No el adulto que está como mentor, o como acompañando. Como protagonista. Ese fue un rasgo que yo encontré y otro que yo llamaría “la zona de la diferencia”. De tamaño, o de situación social… y puntos de encuentro que vas generando entre personajes muy distintos. En El monstruo de las frambuesas también está.  Distintas razas… En “El partido”, también.

MM: Se ve que tengo una cosa de nexo, no sé, lo estoy pensando ahora... Es mi forma de ser. Tiendo a conectar…

PB: Sos docente, el cine también, el trabajo con los pibes de la calle.

MM: Puede ser  que haya un interés en conectar cosas que me interesan.

SC: Incluso, los libros en algún punto dialogan. Leyéndolos en conjunto, yo sentí eso.

AE: ¿Hay algo del editor también?

MM: No, no mezclo. Si bien me he auto-editado, como hice con El monstruo de las frambuesas, porque tenía los derechos y quisimos largar con eso. Pero cuando escribo, en general no suelo dar nada a lectura antes. Es difícil para uno mismo ver los errores. Pasan montones de cosas…



SC: ¿Cómo editor tenés un límite temático cuando te traen ficción?

MM: Humm (duda).

SC: ¡Esa es mi venganza! (Risas).

PB: Ahora defininos LIJ… (Risas).

MM: Sí y no. Uno de los límites es económico. Nos presentamos para obtener un subsidio porque teníamos el proyecto de publicar en una serie de novela juvenil “osada”. Eran tres novelas que nos gustaban. Una, sobre el exilio interior de un adolescente que se ve implicado en una desaparición, un poco por casualidad. La novia tiene que rajar del país, y él  que es medio bocón, dice una inconveniencia en el colegio y empieza a ser perseguido. Hay algunas escenas fuertes de tortura, de persecución, de soledad, tiene dieciséis años y tiene que andar por el interior. Esa la escribió Jorge. Una de Melina Pogorelsky que a mí me gustó mucho, que era sobre un pibe que tenía que definir su identidad sexual, que es casi claramente  una identidad homosexual, y no hay mucho de eso en la literatura infantil y juvenil. Me gustaba mucho. Y la tercera era de Ruth Kaufmann, una historia de una familia muy rara, con una abuela que era bailarina de tango y el enamoramiento de una adolescente de uno de los recolectores de basura. Era un proyecto para las tres novelas. No nos dieron el subsidio y dijimos: “no”. ¿Por qué? Ahí está la parte dura de la realidad editorial. Eran libros que podían sostenerse con una inversión que no fuera nuestra, o con una posible venta posterior al Estado. Porque en los colegios no iban a andar. Iban a entrar en algunos, pero en la mayoría de los colegios no se atreven a leer una novela sobre un adolescente gay, o de la piba que se enamora del recolector de basura y se escapa con él en un camión. No iba a andar económicamente. Entonces le pusimos freno, a ver si venían buenos tiempos. Todavía no han venido, pero por suerte, por ejemplo, la de Melina va a salir. Creo que va a salir en Edelvives, que es una editorial grande, transnacional… me pone muy contento. La de Jorge anda en lectura en otras editoriales, y Ruth dijo que iba a seguirla escribiendo, porque era medio breve. Los límites a veces te los impone el contexto. De otra cosa de la que trato de pasar como editor es del “más de lo mismo”. Creo que hay un crecimiento enorme, está claro que hay muchísimos más autores publicados, más editoriales, editoriales grandes que arman su sección infantil. Como todo crecimiento, es desparejo. A veces hay poco cuidado. Uno nota que en algunos casos se publican libros que merecerían más trabajo. O que en una editorial más cuidadosa, no hubieran pasado ciertos parámetros de calidad, por así decir. Pero en general, la mayoría de las editoriales pequeñas que están publicando nuevos libros, son una especie de ventana que interactúa con las editoriales grandes. Permiten nuevas voces y nuevos temas, a veces no tienen tantos compromisos institucionales o miradas desde el extranjero. Creo que el panorama es alentador. Lo único que a veces me asusta es que haya tanta editorial, porque me parece que el mercado no da para tanto. En marketing se diría que la empresa editorial es de barreras muy bajas para entrar, y también de barreras muy bajas para salir. Muchos proyectos duran uno o dos años y desaparecen. Ese es el riesgo que se corre.

PB: Y el hecho de dirigir la colección Crecer Creando y a la vez dirigís las colecciones de Amauta, ¿Cómo lo integrás?

MM: Es un tema. A veces es difícil. Porque las dos editoriales son muy parecidas. Ahí, lo que me sirve bastante es el contrapeso con Jorge. En Amauta, realmente decidimos entre los dos. No es únicamente mi impronta. En Crecer Creando yo fui el que inventó la colección, elegí los doce primeros títulos. Y ahora, Daniel López, el encargado de la editorial también opina y tenemos un intercambio, pero en general las decisiones son más personales. Aunque parezca raro, puede haber más exclusividad en los gustos en Crecer Creando que en Amauta.

PB: Y el tema de tener una identidad como editorial… ¿En Amauta ustedes piensan en eso o es algo que no les preocupa?

MM: Sí. Hay dos o tres puntos. Uno es el de tener apertura para nuevos escritores y nuevos ilustradores. De treinta y un libros que tenemos hay, por lo menos, siete u ocho que son de autores que escribieron o ilustraron por primera vez con Amauta. Eso es una línea.

PB: Es como el semillero de Argentinos Juniors…

MM: Claro. Es un poco la idea de devolver. Creo que Adela hizo eso en Del Quirquincho, y eso que era una editorial consagrada. Nos abrió las puertas a muchos autores para nuestra primera publicación. Yo trato de leer todo lo que me ofrecen. A veces no puedo. Hay mucha gente que escribe. Tampoco quiero hacer perder tiempo. Cuando sé que no hay fondo para editar, les pido que hasta el año siguiente no me los manden, o que los lleven a otra parte. Trato de leer mucho, y si puedo, publicar todo lo que nos parece de calidad, más allá del nombre del autor...

AF: ¿Te ha pasado de decir que te equivocaste en alguna decisión editorial? Haber rechazado un libro que después anda…

MM: ¡Uf! Sí. Pensé que me iban a preguntar sobre lo publicado. (Risas). Si eso me pasa no voy a decirlo. Nosotros le rechazamos a Nico Schuff, y nos reímos, Hugo Besugo, que vende un montón y que además quedó muy bien editado. Me acuerdo de que lo rechazamos con un argumento con el que Nico estuvo de acuerdo: se resolvía un caso policial de una manera muy sencilla. Y Grubi, que es muy preciso con las cosas policiales y las claves, lo señaló. Él estuvo de acuerdo, agradeció y dijo que iba a revisarlo. En el interín, se lo llevó creo que a Norma, cuando estaba Natalia Méndez de editora. Al tiempo lo vimos publicado, y cuando le comenté a Natalia, me dijo que había visto esas cosas, pero que no le había importado. No le parecían importantes en un policial para primeros lectores. Y es un exitazo. Bueno, que va a hacer…. Al mejor cazador se le va la liebre. Quizá la de Melina, el del pibe en busca de su identidad sexual, sea un exitazo tremendo que se lee en todas las escuelas, y nosotros dijimos que no iba a ser así.

AF: ¿Cómo se siente ser un editor editado? Cuando te editan a vos, confrontás los criterios de edición de otro. ¿Te pasa que rechazás más esos criterios por ser editor?

MM: No. En general, soy un escritor bastante simpaticón. (Risas). Cada tanto, como creo que a todos nos pasa, si leo cuatro o cinco notas en un capítulo me hincha un poco, hay una que la rechazo, porque sí, y pienso que seguro que hay una que está mal. (Risas). Pero en realidad  creo que los libros mejoran con la edición.

PB: ¿Y si no vienen marcas?

MM: Es raro y es un poquito preocupante. Porque a veces uno piensa que lo están publicando porque les sirve para el catálogo y que no hay una lectura muy fuerte. Depende de la editorial. En algunas jamás va a pasar eso. Y en otras, se puede sospechar. En general, siempre hay alguna marca, y me parece que mejora los libros, así que acepto las sugerencias. Y algunas las rechazo, como lo que les conté de El viejo de la biblioteca. Lo endurecí, porque me pareció que era piola el comentario inicial, de que así como estaba, debería ponerla en un barrio o un pueblo porque no era la villa. Cuando aún fue más fuerte, aún no bastaba para la lectura, respetable, de los lectores de la  editorial, ahí dije que no quería hacerle otros cambios. Y anda muy bien en otra editorial. Hay que aprender a tolerar rechazos. Tengo varios libros que fueron rechazados en una editorial y publicados en otra y al revés.

PB: ¿Y cuando son libros de cuentos? ¿El orden de los cuentos lo discutís con tus editores?

MM: Dejame pensar… En Noches Siniestras… hubo mucho trabajo de edición. Ahí tengo que reconocer un gran trabajo sobre todo de Sandra Bianchi que hizo la edición externa. Dos o tres de esos cuentos venían de los cuentos de manuales, que son un poco más light, porque son de terror, y en un manual para eso hay ciertas reticencias. En esto que decía Sebastián del golpe a la mandíbula, en uno que se llama “Juego nocturno”…

SV: Es el que más me gusta.

MM: ¡Gracias!, ese cuento se llamaba “Joroba”, y terminaba en que lo burlaban al molesto que los embromaba con el jueguito del chancho. Pero no aparecían las manos en la espalda y eso. La sugerencia de la editora fue que le faltaba una vuelta más. Que no asustaba suficientemente, no tenía el peso del terror, le faltaba algo. Y se me ocurrió eso. Pero se me ocurrió con el empujoncito de los editores. Escucho a mis editores.

FG: Laura Escudero me preguntaba el otro día si los cuentos de Noticias del amor y los de Gigantes los escribiste como un conjunto, si fueron contemporáneos. O si fueron cosas que fuiste juntando.

MM: Se fueron juntando en ambos casos. Yo tenía la idea de los cuentos de Gigantes, cuando salió el de Leer es Genial, en 2001 o 21002. Y presenté una carpeta en Alfaguara no con los cuentos de Gigantes de hoy, pero sí un libro con cuentos de gigantes. Y una editora externa (estaban tapados de trabajo, salieron cincuenta y cuatro libros) me dijo que necesitaban para Antologías. Dos de esos cuentos están en antologías diferentes de aquella colección. “La Figantesca”, había sido publicado en Cuba en un libro que se llama Del ángel en la tina. Tenía dudas con el último que parecía para chicos más grandes, “El gran Sándor”. Pero a Laura Giussani que era la editora, le gustó y quedó.

PB: ¿Y en este caso los reeditaste, los aggiornaste?

MM: Sí, siempre que tengo la oportunidad de revisar, reviso, mucho. Por ejemplo, Dos veranos, que ya no está más en Sudamericana. Cuando agotemos el libro, que lo estamos vendiendo a través de Amauta, lo vamos a editar nosotros. Y seguramente va a haber un montón de edición y de reescritura. Con Brujas en el bosque pasó lo mismo. Si tengo la oportunidad, reescribo.

AF: Claro. A eso me refería hoy  cuando te preguntaba. A lo mejor, cuando cambiás de editorial es inevitable no revisar.

MM: Se da justo la posibilidad de tocar cosas. Todo se puede mejorar.

AF: Está bueno. A veces, cuando pasa el tiempo, uno revisa. Pero para mí, está bueno. No tendrías que revisarlo mucho. Como autor, debés ver cosas que uno como lector no percibe. No es tan obsesivo el lector.

MM: A veces el lector hace una lectura rápida, y no se da cuenta de cosas que nosotros vemos.

AE: Lo que pasa es que el autor y el lector tienen distinta fantasmática. Lo que para vos es crucial puede que el lector no lo advierta. Una coma…

Asistente: ¿Te ha pasado que por una cuestión de extensión del libro la editorial te pida que cortes algunas partes?

MM: No. No me han pedido que recorte o que achique. Sí, para los cuentos de manual. Porque me amoldo, sé cuál es el objetivo. Te piden mil quinientos caracteres, a veces te dicen que les mandaste mil seiscientos, que normalmente pasan, pero que tienen una caja muy cerrada…

SV: ¿Por cuestiones temáticas te pidieron que sacaras alguna escena?

MM: Me han pasado cosas raras, que son esas que te quedan en el anecdotario. Un cuento del Virreinato, en el que había una esclava que cebaba mate, y que era un poco la protagonista, me preguntaron si podrían no poner “esclava”. ¿Qué iba a poner? ¿Empleada no asalariada venida de África de manera involuntaria? (Risas).

AE: ¿No te pasó que te pidan un cuento fantástico que no tenga ni hadas ni brujas?

MM: A veces pasa. Te piden que no haya duendes, por ejemplo. Hay escuelas donde no se aceptan… Pero en general, en las novelas, no por una cuestión temática. Sí por algún detalle pequeño. Hay cosas en las que tienen razón y cosas en las que no.

Asistente: Me ha pasado, no con literatura infantil, de leer novelas de autores conocidos, que son interesantes hasta un momento cercano al final, y que, de pronto se termina… Y es como que no tiene una continuidad…

MM: Vos sospechás que le dijeron: “Hasta acá”. No tenemos más papel. (Risas).

Asistente: No quieren un libro que en el momento de venderlo sea muy costoso…

MM: Fuera de chiste, eso puede ser. A la industria editorial le cuesta afrontar el costo de un libro que es un ladrillo, porque es algo que quizá no recupera. Almudena Grandes, como está consagrada, se puede dar el lujo de escribir ochocientas páginas o mil páginas. Y se lo dio Rowling, después de que fue exitosa con los primeros tomos. El primero era un libro de tamaño normal. Una vez que ella instaló que los chicos podían leer quinientas páginas, salieron estas sagas.

Asistente: Me contó una amiga que vive en Inglaterra, que ella empezó a oponerse a que la editaran. Que fue un error, y que por eso hay libros que son más gordos, porque ella no quería que cortaran nada.

MM: Puede ser.

PB: ¿No será que también sucede que hay un apuro por publicar y entonces no se le pide al autor que sea más exigente con lo que escribe?

MM: A veces puede pasar, sí.

PB: ¿Te ha pasado que sientas que te sobran páginas o que te faltó tiempo?

MM: No, sinceramente, no me pasó.

PB: ¿Y te ha pasado que te presionen con los tiempos en alguna editorial?

MM: Tampoco. Porque en general no he tomado compromisos “para tal fecha”. Rara vez me han dicho “queremos incluirte en el catálogo del año siguiente”. Esas cosas no me han pasado. Normalmente, escribo y llevo.

PB: ¿Y en el caso de la novela para el Bicentenario?

MM: La escribí rápido y la llevé.

PB: Eso es el oficio, Mario.

MM: Puede ser. Pero no hubo problemas, no tuvieron que decirme que me apurara porque se pasa el 25 de Mayo… (Risas),  Salió antes y fue muy bien.

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