Luis María Pescetti: "Todos los libros se entregan con una cuota de expectativa y susto. "
¡Broche de
oro para las charlas en La Nube! La entrevista a Luis Pescetti en La Nube, el 17 de noviembre de
2014, fue la última del ciclo de "Encuentros con autores de literatura infantil
y juvenil". El conocido escritor, músico, poeta, mantuvo una entretenida charla
conducida por Mario Méndez en la que habló de todos los detalles referidos a
sus inicios como escritor, de la intimidad de sus obras, del particular lugar
del lector que constituyen los niños, de sus exigencias y requerimientos. También se refirió a la devolución que
tiene como autor y la velocidad creciente que las nuevas formas de comunicación
le imprimen a este fenómeno. Libro de
arena publicará
la segunda parte de este imperdible encuentro el viernes próximo.
MM: Buenas
tardes. ¿Cómo están? Es un placer cerrar el ciclo de este año con la visita deLuis Pescetti, para quien pido un aplauso. (Aplausos). Siempre digo, cuando
vienen nuevos amigos a este ciclo, que hay que agradecerles doblemente, porque los
amigos viejos no se pueden escapar, pero los nuevos no tanto. Con Luis nos
hemos conocido solamente por mail. Es la primera vez que vamos a charlar personalmente,
así que le agradezco muchísimo la presencia. El lunes pasado estuvimos hablando
mucho de su obra, repasando algunos de sus libros. Como ves, Luis, hay muchos
maestros, narradores, gente a la que le gusta la literatura infantil,
bibliotecarios, que son el público que nos sigue hace ya varios años. Hay
muchos amigos. Bueno, Luis, ya el público lo sabe pero hay que empezar un
poquito por la biografía. Como todos saben, Luis Pescetti es músico, es poeta,
es escritor, ha dirigido programas de TV y de radio en la Argentina, en Brasil,
en Cuba, en España, en México. Ha obtenido, por su trabajo como músico y como
escritor, muchos premios internacionales. Es un consagrado, sin dudas. ¿Cómo se
lleva uno con esto?
LP:
Mirá,
el primer premio es poder vivir de esto. Vivir de lo que a uno le gusta.
Justamente hoy escribí un poema sobre esto de “vivir bajo la lente”. Se lleva
muy bien y más o menos. Muy bien, porque a uno le gusta y trabaja por el
aliento, para compartirlo, para ver el rebote. Y más o menos, porque el rebote
hace que la expectativa de la mirada de los demás empiece a pesarte. Y uno
convive con eso. Yo digo que el aplauso te va pastoreando. Y el pastoreo es
bueno, pero cuando uno quiere cambiar de camino te pesa abandonar el aplauso o
ponerte en riesgo. Hoy en día, con esta facilidad de twittear (yo no tengo
Twitter), postear en Facebook, o en un blog,
o un whatsapp, todos los actos son compartidos enseguida, y con una
expectativa de respuesta bastante inmediata. Todos los actos están sujetos a
ser leídos o compartidos en otra mirada. Cada vez son menos las zonas que no
tienen otro lector. Mientras trabajaba el poema me puse a pensar, y la verdad
es que siempre pasó. Siempre uno le dedicó a los actos, a los ancestros, a los
padres, a la pareja, a la mamá… La gente le dedicaba los actos al soberano, al
emperador, a quien fuera, y esperaban aplauso, perdón, cariño… Nada más que
hoy, eso es inmediato. Pero soy novelista. La respuesta es esa. (Risas).
MM:
Recién,
entre bambalinas, hablábamos de Unidos
contra Drácula, Luis me preguntaba si había podido leerlo: por supuesto, lo
charlamos el lunes pasado. ¿Qué expectativa tenías con un libro de poesía para
este grupo etáreo, aunque sea difícil decir para qué edad se escriben los
libros? Ahí viene el café de Pablo. (Se acerca Pablo Medina, nuestro anfitrión
en La Nube).
LP:
A
Pablo recién lo conozco, no había tenido el gusto… (Risas). Nos conocemos desde
el ’87, en el Plan Nacional de Lectura.
Pablo
Medina: No,
antes. Yo te oí cantar…
LP:
¡Ah,
es verdad! Pablo es el que me presentó a Gianni Rodari con Gramática de la fantasía. Gracias a eso empecé a hacer mis primeras
prácticas. Ahí empezó nuestro idilio. (Risas). Eso fue en el ’81.
MM:
Bueno,
como vos decís en el prólogo de Ámame eternamente y vamos viendo, ha pasado mucha agua bajo muchos puentes. ¿Cómo
es la expectativa hoy? ¿Parecida? Presentás un libro como Unidos contra Drácula, y está el reconocimiento del premio
“Destacado”, de ALIJA, ¿cómo te llevás?
LP:
Van
dos preguntas sobre la fama. (Risas).
MM:
Sí,
después cambio.
LP:
¡No!
No siempre se hacen preguntas acerca de “cómo se convive con”, y entonces está
bien. Todos los premios se reciben con cierta cuota de ingenuidad, en mi caso.
Pude mantenerla. Y todos los libros se entregan con una cuota de expectativa y
susto porque el lector nuestro, no es un lector deudor, como puede ser un
lector adulto, con un libro destinado a adultos, en el que hay una trayectoria
intelectual, una trayectoria ética… Hay tanta trayectoria que te empezás a
quedar engrampado con un montón de abrojos. El chico no nos debe nada. Si le
gusta, le gusta, y si no, va a ser ardua la lectura, si es obligatoria. Por más
que haya muchos libros y cosas así. Y más en el caso de Frin, que es un poco más difícil. Porque, ¿qué se puede decir de
dos chicos de diez años después de que se dieron un primer e inocente beso?
Poco. Ya está. En todo caso, la decisión del tercer Frin, que me llevó varios años. Porque la verdad… son dos chicos
de diez años que tuvieron un acercamiento al encantamiento y chau. Ya está. Y
gustan de otro, o quieren a otro. Por eso decidí que Alma y Frin representaban a dos chicos reales, o representaban al
ideal del amor. Al amor como mito. Y lo decidí…
No deje de leer… (Risas). Acá lo prestan.
MM:
También
lo venden. No está de más decirlo. Normalmente, la gente que viene, después
pide que se les firmen libros, y muchos los compran acá. ¿Y no nos adelantás
nada, acerca de qué decidiste vos?
LP:
Te
adelanto cómo lo decidí. Primero, tanteando y escribiendo. Y cada vez que me
sonaba medio forzado o raro, o me imaginaba a Alma y Frin como en los años maravillosos, y como que en el curso
natural de las cosas, ella se alejaba. Al hacer el ensayo imaginario, me
imaginaba que por parte de los lectores iba a haber un sentimiento de traición
y de desencanto. Si cada uno se enamoraba de otro chico, o si uno se enamoraba
pero el otro no. Y entonces, ¿cómo siguen? ¿Cómo hacés una novela con el
intervalo de tiempo que necesita, en una edad tan temprana? ¿Cuántas cosas
pueden pasar que sostengan la expectativa, la incertidumbre del curso amoroso?
Es muy delicada la paleta de acciones y de emociones. Entonces, en Lejos de Frin, mandé a uno a vivir
lejos. Los padres se separaban y se lo llevaban. Frin fue escrito para la radio, lo escribía entre miércoles y
jueves y lo leía todos los domingos. Y enseguida tenía un rebote. No había blogs en esa época, en el ’97, o ’95.
Pero enseguida tenía el primer rebote de la gente de la radio. Veías las caras
de expectativa cuando iba avanzando el relato, y eso me entusiasmaba para
escribir. Y cuando escribí el final, escribí uno primero, muy dramático. Y
termino de leer, y los miro, y estaban todos como diciendo: “Nada que ver”.
(Risas). Y volví para atrás y rehice todo el final, porque era un moño lo que
había escrito. (Risas).
MM:
Qué
buena la devolución inmediata…
LP:
Sí,
un privilegio.
MM: A veces, con el tema de las sagas, como es el caso de Frin, se rompe un poco esto que decías acerca del deudor. Acá el chico ya leyó uno o dos… y hay que cumplirle.
LP:
Así
me dijo un chico que me escribió en el blog.
Hacía poco que había salido Lejos de Frin,
y me dijo: “Van tres meses que no escribís nada”. (Risas).
MM:
“Ponéte
a laburar” (Risas). Ya que pasamos por las sagas, ¿con Natacha cómo es?
LP:
Natacha es
más episódica. Yo en Natacha puedo
elegir. No sé cuánto les gusta que hable de lo técnico del asunto… Yo siento
que tengo la opción de elegir que sean capítulos absolutamente independientes.
Ningún capítulo tiene una ligazón con el conjunto. No puede haber
incoherencias. No puede tener un perro en uno y decir en otro que nunca tuvo un
perro. Pero no hay ninguna obligación de historia que se desarrolla. Pueden ser
capítulos independientes con una historia que se desarrolla en cada uno, que es
absolutamente redondo en sí mismo. Leés y ahí ya tenés un caramelo. En el otro,
tenés una receta por entregas: acá está la harina, acá están los huevos, acá
está el agua, y después tenés la torta. O como en Querido diario, una suerte de ilación de cabo a rabo. Fue otro
juego. Cuando empezó Natacha, yo
estudiaba música, composición. Y me gustaban las invenciones a dos voces de
Bach, en las que las dos son melodías. Entonces pensé en la manera de hacer lo
mismo en literatura. Dos personajes sin que haya uno por encima del otro. Tenía
que escribir todo sin un narrador que hiciera de colchón armónico. Estudié Filosofía
para niños, también. Y me nutrí de las dos ideas.
MM:
¿Filosofía
para niños estudiaste en México?
LP:
Sobre
todo en México. Fui a hacer un curso a
New Jersey, donde estaba Matthew Lipman, el que inició esto, y lo conocí a
través de Gloria Arbonés, que trajo la Filosofía para niños a la Argentina.
Después me compré media tonelada de libros.
MM:
¿Y
ya te interesaba la Filosofía en general?
LP:
No,
fue a partir de eso.
MM:
¿Y
en Unidos contra Drácula?
LP:
Unidos contra
Drácula,
para mí, está escrito como un almacén de campo. Va el papá, compra una bolsa
grande de yerba y semillas, la mamá compra otra bolsa de no sé qué, y el chico
unos juguetes. En ese sentido, es un libro que tira a abarcar diferentes edades
y diferentes experiencias vitales. Con que se lleven diez textos, ya estoy
hecho. Diez textos uno de diez, diez textos uno de quince, diez textos uno de
veinte…
MM:
Entiendo.
¿Y cómo resolviste eso con las editoras?
LP:
Tenía
el antecedente de Nadie te creería,
que fue el primer libro hecho así. Y fue el primer libro en el que me lo
concedieron, porque les había ido bien a los otros. Y para nuestra sorpresa, a Nadie te creería le fue muy bien. La emocionalidad es infantil en los dos
libros, en el sentido de que hay una emocionalidad muy básica. Emociones muy a
flor de piel, mucho lirismo, no hay un rulo que intente hacer un ordenamiento
de las emociones. Son: “Quereme”, “Tengo miedo de estar solo”, “No quiero ser
rechazado”, “Me gusta mi cuerpo”, “No me gusta mi cuerpo”, son emociones
elementalmente básicas. “Quiero llamar tu atención”, “Quién me mira”, en ese
sentido son infantiles. Como podemos tenerlas después en la vida adulta, pero
están planteadas de manera muy elemental. Hubo un lindo momento, cuando a todo
eso, que es un paquete de poemas y textos escritos, hubo que darle un orden,
una secuencia. Y yo me imagino la dinámica de un show. Uno tiene que enganchar,
el otro sostener, el otro baja, el otro levanta. Y la intensidad emocional va
ondulando a lo largo de todo el libro. Entonces tiro todos los textos sueltos
al suelo, me pongo en medias o en patas y voy escribiendo: “Esto es caliente,
frío, caliente, frío, muy íntimo…”. Y los voy reordenando hasta que siento que
el recorrido es natural.
MM:
¿Esto
es literal o es una metáfora?
LP:
Es
literal. Es una manera de estar con otra forma de pensamiento que no fuera tan
lógica.
MM:
La
imagen es muy bella… La de tirar los papeles…
LP:
Es
lindísima. Hacerlo es lindísimo. Quité todo del estudio y lo hice así. Porque
hay que tener la visión panorámica de todo el libro. En cualquier caso. Poemas,
cuentos… Una vez estuve con García Márquez. Un gran conversador. Y entre una de
las muchas cosas que dijo, estaba que “el novelista que pierde la visión de
conjunto de la obra está perdido”. Y me quedó esa frase, y es algo así. Y dijo
otra que les va a gustar a los que quieren saber de técnica. Lo dijo un poco
para presumir, pero tenía con qué. Dijo que estaba escribiendo con mucho
entusiasmo, y que se había levantado. Y que para escribir había que tener una
disciplina de boxeador, pero no para sentarse, sino para levantarse. Y dijo:
“Para no agotar el impulso”. Es muy sano y muy inteligente decir eso. Escribir,
y en un momento, parar, para encontrar el impulso y el entusiasmo al otro día.
MM: Desde lo editorial, cuasi técnico, vos venís con este “almacén de campo” que es Unidos contra Drácula, ¿y cómo es que lo ponen en la Serie Azul, de Alfaguara, para chicos a partir de doce años, si vos creés que cinco textos son para los que tienen diez, otros para los que tienen catorce…?
LP:
El
conjunto de la lectura tiraba para arriba. Esto es una opinión mía que creo que
la editora comparte, María Fernanda Maquieira, que es impecable, y es que creo
que los chicos tienen una lectura “aspiracional”. Es más fácil que un chico de
diez lea algo que es para uno de doce, que al revés. Entonces, poner un poquito
para arriba el libro es suficiente. De todas maneras, es una sugerencia. Es
como cuando hacía el programa de radio… había cosas para distintas edades. O
como cuando hago el show. Hay chistes que los chicos ni los pescan, y otros son
de una ingenuidad rayana con lo bobo. Pero ¿qué pasa? El que no lo pesca, ve al
que se ríe, y se contagia. Y con esto pasa igual. No hay que escribir “con rating”. No podés tener treinta de rating todas las páginas. Es un tire y
afloje. No te tenés que quedar sin riendas. Te lo dice uno que les tiene miedo
a los caballos. (Risas). Respeto, por hacerme quedar bien.
MM:
A
ver... Cartas al Rey de la Cabina, es
un libro muy hermoso, muy poético, vale decirlo. El lunes pasado les comenté
que vi un espectáculo muy bello, con Juan Quintero. Me quedó la duda, y la
compartí con la gente, de cuál es el público lector de ese libro.
LP:
Y,
ustedes… (Risas). Siempre me lo traen a firmar personas de diecinueve o veinte
para arriba.
MM:
Toca
el tema de los sentimientos elementales…
LP:
Pero
más apasionado.
MM:
¿Y
de dónde sale la idea?
LP:
De
una temporada de lluvias en México, de emociones de amor tremendamente líricas,
muy fuertes. Pero me llevó como cuatro años resolverlo. Tenía toda la historia
avanzada, tenía las cartas, y no tenía el final. La historia la íbamos sabiendo
por el que recibe las cartas. Paloma escribe las cartas, era todo lírico, pero
me faltaba el final. Hasta que en la vida real, a una conocida le pasó que se
le fue el amor. Ella cortó una relación porque la mano no venía bien, pero no
hubiera querido cortarla ella, fue un desamor activo, pero se enojó mucho, y
con razón. Como es un libro escrito en la voz de una mujer, yo había leído Lila y Flag de John Berger, que me gusta
mucho. Es una novela con un vuelo poético muy grande. Estaban las canciones de
Chico Buarque cantadas por una mujer, y a mí me gustaba intentar algo en la voz
de una mujer. Pero en ese caso, o por lo menos en mi caso, tendés a idealizar
la voz del otro. Me faltaba enojo. Y no es que no conozco el enojo femenino.
(Risas). A ver si tengo el celular apagado… (Risas.) Entonces, al final, cuando
Paloma ve esta incertidumbre en la apuesta de él, se enoja, y es la que dice:
“Basta, no te busco más”. Y eso define al que ama. No tomen decisiones en base
a lo que acabo de decir. (Risas). Van a hacer estropicios.
MM:
En
Ámame eternamente…, hay una cosa de
aconsejar al lector, en tono de humor, acerca de cómo vivir con la pareja.
LP:
Sí,
el primer consejo, por ejemplo, que es: Habiendo otra persona para leer, no le
haga caso a este libro. Pero es un juego, todo el libro, a partir del título, Ámame eternamente y vamos viendo, es un
juego acerca del “Me da susto el compromiso”.
MM:
Hay
algunos de los títulos que quedaron en el camino, como “Mejor en pareja que mal
acompañado”, o “La pareja es cosa de uno”… (Risas). También te dedicaste mucho
al humor y el lunes pasado nos reímos mucho con este libro, Copyright. Mirá los años que tiene… y lo
compré usado. ¿Cómo fue trabajar con Jorge Maronna?
LP:
Muy
fácil, y una delicia. Yo en esa época vivía en México, y él viajaba mucho por
Les Luthiers. Entonces, cuando coincidíamos, y nos encontrábamos en México o en
Argentina, hacíamos lo que se llama la
“escaleta”, que son los grandes pasos de una historia. El personaje que llega,
se encuentra con el antagonista… los grandes pasos. Y después, ya cada uno en
su casa, teníamos una rutina, que era la de escribir quinientas palabras cada
uno. Y ese es quizá uno de los logros del libro, que tiene un solo narrador y
no se notan las costuras. Yo escribía quinientas palabras y se lo mandaba a él.
Los dos sabíamos cómo era la escaleta. Entonces, cuando uno lo recibía, entre
lo que el otro te dejaba y lo que los dos sabíamos se avanzaba. Y cuando
volvíamos a encontrarnos, corregíamos. Fue muy divertido, porque por una parte
sos el autor, y por otra tenés curiosidad por saber qué te mandó. Y como yo
sabía que a Jorge le daba pudor escribir escenas subidas de tono, siempre se
las dejaba. (Risas).
MM:
¡Qué
bueno eso! ¿Y te reías?
LP:
Sí,
sí. Me reía mucho. El libro empezó por una salida a almorzar con Jorge, en la
que me dice: “Mirá, escribí esto”. Y decía: “En un lugar de La Mancha, el
coronel Aureliano Buendía recordaría esa mañana en la que Gregorio Samsa
despertó convertido en un horrible insecto”. (Risas). Y se me ocurrió la idea
de un plagiario.
MM:
Es
que es muy buena la idea. ¿Cuánto tiempo les llevó?
LP:
Más
o menos dos años.
MM:
¿Y
el libro tuvo éxito?
LP:
Relativo.
Le fue bien como novela, pero ni se compara con ningún libro infantil. Fue
publicado en España, México y Argentina. Le fue bien.
MM:
Claro.
Además del placer de haber escrito con Jorge que es muy talentoso. ¿Son amigos
desde hace mucho tiempo?
LP:
Amigos
desde hace menos, pero nos conocemos desde el año ’81.
MM: Para seguir con lo de adultos. Tengo este bellísimo libro que es El ciudadano de mis zapatos. Muy disfrutable, lográs hacer reír, hacer llorar, acongojar al lector.
LP:
Una
vez un chico me dijo, en relación a Frin,
me escribió: “Yo vi la parte del beso, pero contá más”. (Risas). Quería que lo
explicara técnicamente. Cómo era. (Risas). Eduardo Abel Gimenez tenía una
página muy linda, en la que tomaba cosas de Internet, y una de las que había
tomado era de unos que habían hecho un corto sobre el beso, y hubo jóvenes de
toda Latinoamérica y del mundo lo tomaban como ejemplo de cómo era besarse. Y
tenía miles de comentarios. (Risas). Una locura. Estaban los que decían:
“Dejaos llevar y todo ocurrirá”. Y los que decían: “No, no, técnica, técnica”,
y te explicaban lo que tenías que hacer con la lengua. (Risas). Había algunos
que daban unos consejos que si llegás a hacer eso, ahogás a la otra persona.
(Risas).
MM:
Una
interrupción… ¿Viste este escritor sueco, que es también dramaturgo? En África
y en Suecia…
Asistente:
Mankell.
MM:
Ese,
Mankell, ¡gracias! Henning Mankell cuenta que lo pararon unos
muchachos en una playa, en África, y le preguntaron sobre el beso, porque
parece que no es parte de la costumbre
cultural africana. Y lo que querían saber era quién cierra los ojos primero.
LP:
Bueno,
esos son los temas de la literatura infantil a partir de los diez, once años.
MM:
Te
preguntaba sobre El ciudadano… ¿Es
biográfico?
LP:
Tiene
partes que son biográficas y partes que no. Algunas son biográficas en sentido
literal, de lo que se entiende, y otras que son biográficas en un sentido
emocional. Es cierta la emoción. Esquivo ser más preciso porque me parece que
no hace falta. No lo hace ni más ni menos veraz.
MM:
Lo
cierto es que cuando hay que transmitir congoja la transmite, y tiene partes
muy, muy graciosas. La parte de la colimba, o cuando toca en Villa Gesell…
LP:
Cuando
quiere conquistar a la walkiria…
MM:
Claro.
Lo de la misa a domicilio…
LP:
Uno
vive las cosas más vergonzosas y ridículas. (Risas). Si las contara sería
increíble. En Alma y Frin cuento
cosas vividas y otras que me contó un amigo u otro u otro. Y hay cosas que
conté, como por ejemplo, la de cuando llegan a la casa y hay un avispero. La
persona que me la contó, se reía, y después me decía que se había dado cuenta
de que yo había cortado el relato en un punto, porque si lo seguía no se iba a
entender nada. Y era que al auto del padre, que se había quedado, lo arrastró
un tractor, y mientras lo arrastraba se les metió una rama, y le gritaban al
del tractor que parara porque la rama se les incrustaba. Era todo muy
increíble. Y entonces uno elige. A mí, la anécdota cruda, cercana, me resulta
más difícil de manejar. Por eso me resulta más amable la literatura o la
poesía. Porque ponen una distancia con la anécdota cercana. Yo no escribo
“muera quien muera”. Me da tanto pudor la vida cotidiana, el encuentro y el
reencuentro con las personas, que no puedo ponerlas como personaje.
MM:
El
lunes pasado hablábamos de Caperucita
Roja tal como se lo contaron a Jorge, y les contaba que lo uso en las
clases de Introducción a la Actividad Editorial en la facultad, para mostrarles
cómo en la lectura el significado de los textos termina en el lector. Me parece
que vos trabajás maravillosamente con esto. El papá lee una cosa y Jorge
entiende otra.
LP:
La
escritura de ese libro, en realidad, es la del guión del dibujo.
MM:
¿Y
cómo trabajaste con O’ Kif?
LP:
Yo
vivía en México y no había e mail. Le mandé todo el texto y él me mandó algunas
ideas por fax. Yo le iba indicando algunos cambios, y ya cuando se captó eso,
no hubo problemas.
MM:
Es
como un guión de historieta.
LP:
Es
una historieta.
MM:
¿Te
gusta a vos este libro?
LP:
Sí,
cómo no.
MM:
A
los estudiantes en la facultad, que quizá ni se acuerdan de la literatura
infantil, les encanta. Se ríen mucho.
LP:
Aparte,
es un ejercicio muy fácil que puede hacerse con cualquier situación en la que
haya una conversación y el globito de cada uno.
MM:
Tal
cual.
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