Para llegar al Quijote
En este día de homenaje
al libro, y de homenaje a Cervantes, qué mejor que recordar a la novela
fundacional de la literatura española, el monumental, inigualable, Don Quijote de la
Mancha. Horacio Clemente escribe una nota especial para Libro de arena que cuenta de su relación con el Quijote, ya que,
como adaptador de la novela, y como fervoroso lector, Horacio tiene con el
ingenioso Hidalgo una relación muy cercana. Y quizás, también, porque en él hay
mucho de noble y quijotesco.
Por Horacio Clemente*
Cuando
cerca de mis primeros veinte años traté de convertirme en poeta, yo había leído
prácticamente nada, pero como quería ser
escritor traté de aprender y de cultivarme. Lo que nunca pude hacer fue
aprender idiomas extranjeros; lo intenté varias veces, con el inglés y algo con
el francés, y en todas las oportunidades abandoné. De manera que mi única forma
de leer, de hablar y de escribir, era y
es en castellano, un castellano de Buenos Aires, por supuesto, ese que uno
escucha y aprende a poco de nacer y
amplía con el tiempo, el que se nos hace carne en el hogar, en la escuela
y en la calle.
Ahora
bien; mi hermano, que me llevaba trece años y era poeta (perteneció a la
“Generación del 40”), cuando le mostré mis primeros versos de juventud me aconsejó leer a los clásicos españoles.
Por ese tiempo España seguía siendo muy
importante para los intelectuales argentinos, y si uno de los nuestros era
admitido como buen escritor por los españoles, ya estaba consagrado. Hice caso
a mi hermano y leí a esos maestros, no solamente a los poetas, sino a los que
enseñaban versificación, gramática, sintaxis y retórica castellanas. Y aunque
mis poemas fueron siempre en verso libre, con esas lecturas amé sonetos y
romances y enriquecí mi lengua materna —que para mí no resulta
una manera simbólica de decir, sino una forma real de mamar—.
Leí también el Quijote, dos o tres veces, y cuando tuve hijos, a ellos les leí
de chicos una buena cantidad de capítulos, adaptándolos verbalmente para
facilitarles la comprensión. Y aclaro que no soy descendiente de hispanos, sino
de itálicos calabreses.
Mucho
no puedo recordar de todo lo que pasaba por mi cabeza hace quince años cuando
escribí la adaptación; sí que la concebí como una novela en sí y no como si se
tratara solamente de resumir la obra o de contar su argumento. Traté de hacer
una recreación. Entonces, cuando Mario Méndez quiere que explique qué sentía
mientras la escribía, qué vivencias, experiencias y finalidades tenía, me doy
cuenta de que lo que más me sucedía en aquella instancia era entusiasmarme con
las aventuras narradas por Cervantes, pero,
también, con la fantasía de que estaba escribiendo casi como él. Y con
él, pues en mi texto incluyo, textualmente,
muchos dichos, frases y párrafos tal como él los escribió y los
entremezclo con los míos. En una palabra: traté de copiarme de su escritura,
con la que me sentía a mis anchas, y entremeterme en ella con la mía. Lo hice
por mi propio interés y placer y también para que quienes no hubiesen leído la
obra original tuvieran algo así como una introducción a esa obra y su estilo;
fantaseaba, ya que me consideraba apto para ello, con que mi adaptación les
animara a leer el verdadero Quijote. No era poca la ambición, pero así lo viví.
Claro
que no estuve solo y puedo decir como que escribí a libro abierto. Mantenía a
mi lado tres ediciones diferentes del
Quijote, las tres prologadas y anotadas por distintos especialistas que me
sirvieron para comparar versiones y especialmente para internarme en el
contexto de la obra y comprenderla. Una suma de sabiduría que atenuó mis
lagunas. A la par miré tres versiones cinematográficas del Quijote: la rusa, la
española que fue serie de televisión y la dirigida y protagonizada por Orson
Welles. Además de leer ensayos sobre Cervantes y biografías. Y todo esto, creo,
y aunque no lo explicite detalladamente, puede dar una idea de la fiebre, de la
preocupación, conque escribía.
Finalmente,
algunos detalles marginales y más fuera de lo estrictamente literario: a pesar
de que fue ODO la editorial que me encargó la obra y me pagó un generoso anticipo a cuenta de
Derechos de Autor, a pesar de la cantidad de ilustraciones de Oscar Rojas a quien la editorial había encargado los
dibujos y a quien abonó religiosamente, no fue ella la que publicó mi
adaptación. Eso ocurrió cinco años después cuando, con la autorización
desinteresada de ODO, se la ofrecí a
Astralib, una editorial constituida en cooperativa. Astralib la publicó y la
ilustró con parte de los dibujos que Oscar Rojas había realizado para ODO. El
libro fue bien aceptado por los libreros y lo expusieron con muy buena
predisposición. Se publicaron
críticas favorables que, me parece, aún pueden encontrarse en
internet. Pero ASTRALIB no pudo subsistir y a pesar de que tenía un catálogo
que se iba acercando a los cincuenta títulos, a los cuatro meses cerró. Me devolvieron
los Derechos, me liquidaron regalías por lo que habían vendido y me entregaron
algunos ejemplares. Según me contó uno de sus integrantes, ASTRALIB no les
alcanzaba para vivir y cada uno buscó otra forma de subsistencia y se
separaron. Yo también seguí mis propios caminos y ya no nos vimos más. Quizá
nos siga enlazando, tanto a ellos como a la gente de ODO y a mí, el recuerdo
del entusiasmo que pusimos para culminar la tarea. Todo, una especie de
quijotada probablemente.
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