Para llegar al Quijote

En este día de homenaje al libro, y de homenaje a Cervantes, qué mejor que recordar a la novela fundacional de la literatura española, el monumental, inigualable, Don Quijote de la Mancha. Horacio Clemente escribe una nota especial para Libro de arena que cuenta de su relación con el Quijote, ya que, como adaptador de la novela, y como fervoroso lector, Horacio tiene con el ingenioso Hidalgo una relación muy cercana. Y quizás, también, porque en él hay mucho de noble y quijotesco.


Por Horacio Clemente*

Comencé a escribir la adaptación del Quijote a mediados de mil novecientos noventa y nueve y  a pedido de la editorial ODO; se trata de una obra que realicé por encargo. Hoy, algo más de quince años después, Mario Méndez me sugiere que cuente, por escrito, cuáles fueron mis vivencias mientras la escribía. Voy a empezar desde mucho más atrás en el tiempo.
Cuando cerca de mis primeros veinte años traté de convertirme en poeta, yo había leído prácticamente  nada, pero como quería ser escritor traté de aprender y de cultivarme. Lo que nunca pude hacer fue aprender idiomas extranjeros; lo intenté varias veces, con el inglés y algo con el francés, y en todas las oportunidades abandoné. De manera que mi única forma de leer, de hablar y de escribir,  era y es en castellano, un castellano de Buenos Aires, por supuesto, ese que uno escucha y aprende  a poco de nacer y amplía con el tiempo, el que se nos hace carne en el hogar, en la escuela y  en la calle.
Ahora bien; mi hermano, que me llevaba trece años y era poeta (perteneció a la “Generación del 40”), cuando le mostré mis primeros versos de juventud  me aconsejó leer a los clásicos españoles. Por ese tiempo España seguía siendo  muy importante para los intelectuales argentinos, y si uno de los nuestros era admitido como buen escritor por los españoles, ya estaba consagrado. Hice caso a mi hermano y leí a esos maestros, no solamente a los poetas, sino a los que enseñaban versificación, gramática, sintaxis y retórica castellanas. Y aunque mis poemas fueron siempre en verso libre, con esas lecturas amé sonetos y romances y enriquecí mi lengua materna que para mí no resulta una manera simbólica de decir, sino una forma real de mamar. Leí también el Quijote, dos o tres veces, y cuando tuve hijos, a ellos les leí de chicos una buena cantidad de capítulos, adaptándolos verbalmente para facilitarles la comprensión. Y aclaro que no soy descendiente de hispanos, sino de itálicos calabreses.
Mucho no puedo recordar de todo lo que pasaba por mi cabeza hace quince años cuando escribí la adaptación; sí que la concebí como una novela en sí y no como si se tratara solamente de resumir la obra o de contar su argumento. Traté de hacer una recreación. Entonces, cuando Mario Méndez quiere que explique qué sentía mientras la escribía, qué vivencias, experiencias y finalidades tenía, me doy cuenta de que lo que más me sucedía en aquella instancia era entusiasmarme con las aventuras narradas por Cervantes, pero,  también, con la fantasía de que estaba escribiendo casi como él. Y con él, pues en mi texto incluyo, textualmente,  muchos dichos, frases y párrafos tal como él los escribió y los entremezclo con los míos. En una palabra: traté de copiarme de su escritura, con la que me sentía a mis anchas, y entremeterme en ella con la mía. Lo hice por mi propio interés y placer y también para que quienes no hubiesen leído la obra original tuvieran algo así como una introducción a esa obra y su estilo; fantaseaba, ya que me consideraba apto para ello, con que mi adaptación les animara a leer el verdadero Quijote. No era poca la ambición, pero así lo viví.
Claro que no estuve solo y puedo decir como que escribí a libro abierto. Mantenía a mi lado  tres ediciones diferentes del Quijote, las tres prologadas y anotadas por distintos especialistas que me sirvieron para comparar versiones y especialmente para internarme en el contexto de la obra y comprenderla. Una suma de sabiduría que atenuó mis lagunas. A la par miré tres versiones cinematográficas del Quijote: la rusa, la española que fue serie de televisión y la dirigida y protagonizada por Orson Welles. Además de leer ensayos sobre Cervantes y biografías. Y todo esto, creo, y aunque no lo explicite detalladamente, puede dar una idea de la fiebre, de la preocupación, conque escribía.
Finalmente, algunos detalles marginales y más fuera de lo estrictamente literario: a pesar de que fue ODO la editorial que me encargó la obra y  me pagó un generoso anticipo a cuenta de Derechos de Autor, a pesar de la cantidad de ilustraciones de Oscar Rojas  a quien la editorial había encargado los dibujos y a quien abonó religiosamente, no fue ella la que publicó mi adaptación. Eso ocurrió cinco años después cuando, con la autorización desinteresada de ODO,  se la ofrecí a Astralib, una editorial constituida en cooperativa. Astralib la publicó y la ilustró con parte de los dibujos que Oscar Rojas había realizado para ODO. El libro fue bien aceptado por los libreros y lo expusieron con muy buena predisposición. Se publicaron  críticas  favorables  que, me parece, aún pueden encontrarse en internet. Pero ASTRALIB no pudo subsistir y a pesar de que tenía un catálogo que se iba acercando a los cincuenta títulos, a los cuatro meses cerró.  Me devolvieron los Derechos, me liquidaron regalías por lo que habían vendido y me entregaron algunos ejemplares. Según me contó uno de sus integrantes, ASTRALIB no les alcanzaba para vivir y cada uno buscó otra forma de subsistencia y se separaron. Yo también seguí mis propios caminos y ya no nos vimos más. Quizá nos siga enlazando, tanto a ellos como a la gente de ODO y a mí, el recuerdo del entusiasmo que pusimos para culminar la tarea. Todo, una especie de quijotada probablemente.

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