Luis Pescetti: "Hay que tener una enorme autoridad, en el sentido de la confianza, de que lo que vas a decir merece ser dicho."

La segunda parte de la charla con Luis María Pescetti retoma la conversación acerca de otra de las actividades y pasiones del escritor: la música, las letras de las canciones, las historias que cuentan, cómo las cuenta. En la entrevista en La Nube, con Mario Méndez, también habló de la importancia del humor que contrarresta el aburrimiento, del sentido común y de la necesidad de quebrarlo, de lo lógico y lo absurdo. Además, respondió a las preguntas sobre cuáles son las estrategias de escritura a las que apela para fomentar la creatividad. Para finalizar el encuentro, y a modo de agradecimiento, el autor leyó un poema construido sobre una anécdota acerca de los miedos.


MM: De lo que no hablamos nada todavía es de la música que es otra de las facetas importantísimas de tu trabajo. ¿Vos empezaste como músico?

LP: Empecé como profesor de música, como estudiante de música, estudié armonía, composición, piano… algo de canto… Pero sobre todo volcado a la canción que es lo que más me gusta. El género canción. Incluso como oyente.

MM: ¿Y como creador?

LP: También. Vos me preguntaste al principio de la charla cómo me llevo con todo. Y eso es lo que no es fácil. A veces uno está haciendo un poema o una canción por necesidad. Pero después esa necesidad no es la misma. Se agota, o no está. ¿Cómo escribís otra canción? O ¿cómo escribís una canción después de ocho discos? ¿Qué canción? Entonces sos conocido “como” tal cosa. Te hacés conocido como el que se pelea con los chicos o les hace bromas a los chicos… Es muy fácil irse por ahí… Y es muy riesgoso irse por ahí. Yo ya tengo la edad que tengo, llevo actuando los años que llevo actuando… No podés seguir jugando al rebelde. Y menos desde un lugar de autoridad como es el del reconocimiento. Ahí hay que “tunear” todo muy delicadamente. Además, también escribo como papá. Una de las últimas canciones que hice es “Dejame acá”. Iba haciendo una de esas caminatas que uno hace, para despejarse un poco, pase frente a una escuela, (esto lo cuento en el show) y veo una señora que va corriendo atrás de un chico. Y el chico se aleja. Y me alarmó. Y entonces de pronto el chico dice: “Chau mamá, chau mamá”. Y ahí me tranquilicé, y entendí que no quería que lo vieran con la mamá frente a la escuela. La mamá lo miró y le dijo que lo miraba hasta que entrara. Y el otro la miraba como si le hubiera dicho: “Pis, caca”. (Risas). Le pegó derecho, se metió en la escuela y ni se dio vuelta a ver, y ella quedó como una madre desconsolada en la calle. Entonces la canción dice (canta): “Mamá, no es que me avergüence de ti, no es que me avergüence de ti. Sólo no quiero que vengas conmigo, déjenme a una cuadra, les pido. (Risas). Cuando la escribí, la primera versión, en el estribillo decía: “Qué nabos, qué nabos, qué nabos, los chicos que son”. Y no me sonaba orgánico. Me parecía que ponía todo el énfasis en la mirada de un adulto sancionador. “Los chicos hacen tal cosa, son unos pescados”. Porque después los necesitan a los papás. O los buscan. En esa edad, entre los diez y los dieciocho (risas), los esquivan y los buscan indistintamente. Y se me ocurrió otro estribillo. Para hacer cantar a los chicos y a los papás, y dije: “Hijo, soy tu mamá, hija soy tu papá, de la mano te llevo a la puerta y me quedo a mirar. Dame un besito”. (Risas). Con lo cual los chicos gritan: “¡AAAAHHHHH!”. A mí no me importa. Vos hacé tu papel que yo hago el mío. Y ahí quedaba parejo. No había moraleja ni moralina, están los dos en la escena sin que el narrador editorialice. Me parece que lo mejor que podemos hacer como narradores es dar un buen reflejo. Ya que uno se ve, corrige o cambia. No es lo mismo salir vestido con espejo o sin espejo. Puede parecer una imagen muy zonza. O en la terapia de pareja o cuando charlás con un amigo. Cuando lo contás, ya corregís la anécdota. En relación con los chicos, más aún. Con tanto código que tienen los chicos. Como decía Umberto Eco hace veinte años: no es que hay profusión de mensajes, lo que hay es profusión de códigos de lectura. Los chicos ahora están muy entrenados, entonces uno puede confiar en que si les presenta las dos escenas, o la escena que sea, si uno se las presenta sin trucos, noblemente, sin inclinar la balanza para un lado o para el otro, como lo estaba haciendo yo al principio, sacan las propias conclusiones. Y evitás que te rechacen por “editorialista pesado”. O por moralista.

MM: Contar la historia y no la moraleja.

LP: Claro. Vos presentás las cosas, y obviamente estás editorializando. “Los chicos hacen tal cosa y los papás hacen tal otra”. El solo presentar un tema tan cotidiano, sin exponer una línea de valores o sin inclinar la balanza con una orientación pedagógica, ya es una editorialización. En Latinoamérica, especialmente tendemos a hacer muchas declaraciones de principios (ustedes lo verán en el género de la canción). La canción anglo suele contar anécdotas muy pequeñas, intrascendentes, como Molly Malone, una vieja canción irlandesa. Hace tantas declaraciones de principios, como estrategia, no funciona. Puede ser valioso, pero no quiere decir que funcione como canción. Funciona para declamar los valores que vos tenés, para agrupar a tu tropa, para sentirte reivindicado, pero no cumple con la función principal, que no sé muy bien cuál es, pero no creo que sea declamativa. Lo voy a decir como una receta que les va a servir para toda la vida (risas), tomen nota, como dijo Fontanarrosa en el Congreso de la Lengua. Me da un poco de vergüenza hasta usar una palabra, pero tiene que ser una función catártica-comprensiva. Con perdón. Catártica, en el sentido de que esa experiencia tiene que producirte alivio, y comprensiva, porque tiene que dejarte mejor que antes de leerla o de oír la canción. Con otra luz sobre la experiencia que te tocó vivir. Tiene que producir alivio humano, que es lo que todos queremos. En las declamaciones, es como si yo dijera: “¡Bienvenido a la Argentina, somos un país de bien, tatatata!”, mientras te estoy recibiendo en el puerto. (Risas). Eso no te alivia la experiencia. No te hace sentir incluido, comprendido. Siempre cuento anécdotas de un maestro de San Martín de los Andes que admiro mucho, que se llama Marcos Dellepiane. Lo presentan en un segundo grado, y la directora, muy piola, dijo: “Marcos es maestro, sabe muchos juegos, es muy divertido… lo único, chicos, es que tiene fea letra”. Los chicos hicieron: “¡Guau!”. Imaginate que vos sos un inmigrante y cuando llegás al país te dicen: “Te presento a tu tutor para los próximos meses de asimilación al país. Lo único, no le hagas caso con las recomendaciones de salidas porque va a unos antros impresionantes”. (Risas). Te lo hace más creíble al tipo. Te lo acerca. Y más querible. Entonces empieza la clase, y antes de  empezar a escribir en el pizarrón, se da vuelta y les dice: “Chicos, en serio tengo fea letra”. Y se acerca una petisa y le dice: “Marcos, no te preocupes. Mirá nosotros…”. (Risas). Ya está. ¿Qué costaba? La forma más alta de la autoridad. Esta anécdota, para mí, es la canción cuando no es declamativa. La otra, se apoya en el ideal, en la reivindicación de nuestros derechos. Más allá de que sean valores con los que podamos estar completamente de acuerdo, creo que fracasa su objetivo. Hay otras formas más eficaces para la declamación. Y otras más eficaces para la canción… ¡¡¡¡¡¡¡Faaaaaaaa!!!!!! (Risas). Alpargata de domingo que le dicen. Andá a opinar distinto… (Risas).

MM: Y en la canción infantil argentina, ¿tenés algún maestro? ¿Notás influencias de alguien?

LP: Yo me nutrí mucho de la canción para adultos. Y entonces, cuando empecé a componer admiraba, estudiaba y traducía a Georges Brassens. Estudié como cuatro biografías de él. Usé como cuatro versiones diferentes de las adaptaciones de sus canciones al español, y además estudiaba francés. Conociendo su biografía, lo que él pensaba de Dios, entonces, cuando él lo nombraba, le daba mi propia voltereta. Esa y las canciones tradicionales. Yo cantaba en un coro de canciones alpinas piamontesas y esas eran muy fuentes. Obviamente, todo el cancionero que había para la escuela. Cuando empezás a trabajar, tenés que estar cincuenta minutos frente a un grupo y eso es una eternidad. Y si son chiquititos, que no podés decirles que saquen una hoja es peor. (Risas). Entonces yo les daba actividades y actividades, canciones y canciones. Esas eran mis principales fuentes de inspiración y de admiración.

MM: Anotar que hay que buscar y leer a Brassens.

LP: Sí. Que es un moralista invertido, en el sentido de que sus canciones son acerca de personajes que no parecen ideales, que son todo lo contrario de lo ideal. Pero él se inspira en la canción tradicional francesa. Hace moral en el sentido más alto de la palabra, con el personaje más pobre o con el personaje al que peor le va, el más humilde. Tiene una que se llama “El flautista”. (Canta en francés). Cuenta que va a tocar música al castillo. Y que por la gracia de sus canciones el rey le ofrece un blasón, un título honorario. Y él le dice que no puede aceptarlo, porque en su clave, y en la llave de su flauta, se le va a hinchar el LA. Y va a empezar a sonar mal. “Y en la pequeña zona de la que yo vengo van a decir: el flautista nos traicionó”. Y en cada verso le da una razón. Pero es un flautista. Un músico ambulante que va al castillo. Y es él, el menor de la ecuación, ante el rey, el que da la lección moral. Yo quiero mantener mi independencia frente al poder, no acepto tus dones, no acepto tu gracia. Imaginate si llegás a traducirle eso al Ministerio de Cultura de cada país. “No acepto tu beca. Me comprometería”. (Risas). “No acepto tu pasaje, porque me comprometería”. Es eso. Y estás dando una lección moral con el más débil de la ecuación.

MM: De Moc y Poc no hablamos casi nada. Estos dos señores…

LP: Ellos agradecen… ¿Cuando hacemos un alto? Me da mucho pudor aburrirlos.

MM: No, no. Para nada.

LP: Una de las razones por las que me hice comediante es por mi pudor a aburrir. Cada tanto meto un chiste porque quiero saber si están despiertos. (Risas).

MM: Yo creo que están despiertos. (Risas). De Historias de los señores Moc y Poc también hablamos el lunes pasado. Leímos un par y nos reímos mucho. ¿De dónde salen estos dos?

LP: Son de la misma época en la que estudiaba Filosofía para niños, por un lado, y por el otro, porque quería llegar al absurdo, y no soy de una tierra pródiga en realismo mágico. Como Pablo bien conoce, soy de una zona de inmigrantes italianos de la provincia de Santa Fe. Del Piamonte, lombardos, a mí me cuesta imaginar orgánicamente algo que lleve al realismo mágico. Y me pesa. Soy crítico con eso. Y encontré el camino de llegar al absurdo, a fuerza de ser insistentemente lógico. Hay un momento en el que si el sentido común sigue derecho, derecho, derecho, es un absurdo. Es una demostración por el absurdo, del absurdo de la lógica del sentido común.



MM: ¿Y con los chicos cómo te va, cuando vas  a entrevistas y eso?

LP: En los últimos años ya no voy tanto a entrevistas. En parte, porque me volví más canuto y disfruto mucho de estar en mi casa escribiendo o tonteando con la compu. Y en parte porque algunas veces las entrevistas en escuelas se convertían en un show. O no sé si un show, pero en una cosa demasiado grande, y perdía la relación uno a uno. En un grado o dos vos podés conversar. Cuando se suman tres o cuatro se convierte en algo muy grande. Ya dos grados es bastante. Y la relación con los chicos me nutría mucho.

MM: A los chicos les gusta mucho. Lo he trabajado y lo he leído en la escuela con amigos.

Asistente: ¿Y lo entienden?

MM: Sí, lo entienden y se ríen. Porque a veces el humor de los chicos no es tan simple. ¿Y en qué proyectos estás?

LP: Ahora me quedé un poco como el Pato Donald cuando se le termina la montaña. Esta suele ser una época del año en la que me quedo así. No es lo que más disfruto, pero no tengo un proyecto en mente. En todo caso, el proyecto más redondo que tengo es el taller digital que hago en mi blog, en el que voy escribiendo ejercicios. Pero no es un proyecto de escritura de ficción o de poesía. Mientras tanto, voy escribiendo poemas, leo, invento alguna canción, pero todo así medio “desflecadamente”. Vengo de un show en México, en la Feria del Libro Infantil del DF, y me voy a la Feria del Libro Infantil de Guadalajara, voy a tocar con la banda ahí. Después tengo un recital con el Negro Aguirre en Paraná, de música y poesías. A mí me cuesta estar sin escribir, pero a veces no tengo de qué escribir, la verdad es esa. Cuando terminé uno de los Natacha, yo estudiaba literatura con una profesora cubana que vivía en México. Siete años estudié con Nara Araujo. Y cuando terminé el libro le pregunté qué hacía y me dijo: “Niño, leer”. Para los piamonteses la actividad no productiva no es fácil. (Risas).

MM: Diría Istvan, que también es de tu pueblo, que te sale la piamontesada.

LP: Exactamente.

Asistente: ¿Por qué El pulpo está crudo?

LP: Fue mi primer libro publicado, junto con Naranjas y marcianos. En esa época estaba Graciela Montes en Del Quirquincho, y Canela en Sudamericana. Con una alta confianza en mí mismo mandé los mismos textos a las dos. (Risas). Por suerte se conocían y se repartían. Pero me olvidé de ponerle el título, y en el mismo momento me fui a Cuba. Estaba comprando el pasaje y me confirmaron que salía el libro, año ’89. Y viajé a Cuba, en esa época, por el Plan Nacional de Lectura, Adela Basch me hizo el favor de ir a ponerle agua a las plantas de mi casa. En un momento la llamé para ver si estaba todo bien, y me dijo que Graciela le había dicho que me había olvidado de ponerle el título al libro. Y en esa época en Cuba yo estaba contando un chiste que era muy popular, que había gustado mucho que era el de: “Mozo, mozo, el pulpo está crudo”. (Risas: el chiste es gestual: se agarra la cara con los cinco dedos de una mano, como si el pulpo se hubiera escapado del plato y se le hubiera prendido en la cara). Y le dije que le pusiera El pulpo está crudo. Se lo dije por teléfono. Yo era maestro de escuela en ese momento, y las comunicaciones telefónicas con Cuba eran carísimas. Y entonces Graciela Montes en la primera edición puso que los lectores con ese libro iban a poder enterarse de muchas cosas, pero no de por qué se llamaba así. (Risas). (Le alcanzan la primera edición y lee) “El pulpo está crudo, vertiginoso, divertido y absurdo. De lo que no podrá enterarse jamás es de por qué el autor le puso el título que le puso. Ese es su gran secreto”. Lo ilustró Sergio Kern, que ahora está en Barcelona, por la edición del libro de las cartas de Cortázar.



Asistente: ¿Qué te gusta leer?

LP: Sobre todo novela, la novela psicológica es la que más me gusta. No policiales. Y ya. No sé qué más decir de lo que me gusta leer… El primer Saramago, que son cuatro o cinco novelas antes de la de los ciegos, Ensayo sobre la ceguera. Kundera… John Berger, en algunas novelas… David Lodge, que es un novelista inglés de una intuición psicológica muy grande, pero de un humor finísimo y delicadísimo. No creo ser un gran lector, honestamente. No soy erudito como lector. Estoy muy lejos. Sí creo ser un gran conocedor de las mecánicas de la creación. Mi papá era mecánico. Soy un buen conocedor de la mecánica del acto creativo. Por tendencia introspectiva y por muchas razones aprendí mucho de eso. Y para compensar lo otro y no caer en la falsa modestia, creo que puedo dar buenísimas clases sobre la dinámica de un espectáculo. Pero estoy lejos de ser un erudito.

Asistente: ¿Por qué te gusta hablarles a los maestros?

LP: A los maestros y a los papás… qué sé yo, trabajás para chicos, a veces escribís cosas de contenido adulto, no lo sé muy bien, pero te puedo dar una buena razón, y es porque los siento muy compañeros, muy laderos. Sobre todo a los maestros de escuela pública. Los maestros en la Argentina son gente de mucha vocación. Hay salames, como en todo, pero, ¿me vas a decir que no hay salames en la abogacía o en la medicina? No se puede medir a un gremio por la peor parte. Y cuando salen buenos, son buenos. Entonces, para mí es un interlocutor muy compañero.

Asistente: ¿Podés hablar del acto creativo? Lo que desees…

LP: A ver, ¿quisieras orientarme un poquito? (Risas). Siempre que me invitan a hablar, salvo en este caso, me pregunto cuál fue la intuición de la invitación, porque eso te orienta mucho en relación con la razón por la que te invitan. Hace un tiempo me invitaron a hablar para profesores, y a poco de charlar me dijeron que hacía un tiempo había muerto uno de los chicos de la escuela, y que estaban tratando de hacer actividades que hablaran de la vida y de lo vital. Y yo les dije que si ese era el móvil, siempre iba a haber algo que iba a terminar apareciendo más explícita o fantasmalmente de ese tema. Perdón por dar este ejemplo que es de un dramatismo que excede a nuestro encuentro, pero de alguna manera, en una invitación hay un conocimiento que es la expectativa de una respuesta. Entonces, sin exponerme en lo más mínimo, ¿hay alguna intuición en tu pregunta?



Asistente: Creo que el acto creativo es misterioso. Entonces, cuando te definís como un gran conocedor del acto creativo, me interesa.

LP: Él no quiere que yo me ande haciendo el que le revuelve el misterio. Quiere seguir creyendo en el misterio, porque hubo un dejo afectuoso…

Asistente: No, perdón… Me llama la atención que alguien sea tan conocedor del misterio del acto creativo.

LP: De los mecanismos de la creación. Me dijiste que hablara de lo que yo quiera. Denme un segundo, voy a tratar de responder… el acto creativo es un acto de una gigantesca confianza.  Hay que tener una enorme autoridad, en el sentido de tranquilidad y solvente confianza, de que lo que vas a decir (y acá ya estoy desarrollando y se pierde todo) es necesario, es  bien escuchado, merece ser dicho y desarrollado. Eso, hacia afuera. Y hacia adentro, tomá un pensamiento o un sentimiento tuyo que no esté hecho para deslumbrar a nadie, porque cuando uno quiere deslumbrar de alguna manera se desnaturaliza un poquito, porque hace un triple salto mortal con lo que te imaginás que al otro lo va a deslumbrar… Y andá a saber qué es lo que va a deslumbrar al otro. Y a la vez, cuando uno busca deslumbrar, y este es el caso de los hijos, que pescan que estás queriendo deslumbrarlos y tu palabra pierde autoridad. Entonces, tomás cualquier pensamiento, o sentimiento o idea que no esté dirigida a deslumbrar a alguien, y le decís: “Adelante, pase”.

Asistente: Muchas gracias.

MM: Eso de la enorme confianza ya es el título de la entrevista. Es muy bueno.

LP: Es que te va ganando, porque ¿desde dónde me paro yo en un escenario y digo lo que hay que decir o me pongo a jugar? Esa autoridad yo la cuido mucho, porque soy muy frágil. Tengo una lista muy larga de situaciones en las que no actúo. No actúo ante niños solamente, no actúo ante instituciones privadas, no actúo en shows privados, de empresas, familias o shows personales, ni hablar. Hay un montón de situaciones en las cuales no actúo, porque me sentiría disminuido en mi confianza o mi autoridad.

MM: También hay una cosa de confianza en el que va a leerte.

LP: Ahí me mataste, porque confiar en el que te va a leer… a esta altura yo confío más en mis recursos que en el lector imaginario. Y me das un buen motivo de escritura con esto que acabás de agregar. Eso de imaginar un lector no está mal.

MM: ¿Alguna pregunta más?

Asistente: Los chicos que hacen “Tiempo Libre”, ¿se te acercan para pedirte canciones o cosas así?

LP: No tengo un espacio que permita recibirlos. Las ofrezco vía Internet.

MM: El lunes lo dije para los que estábamos, pero hoy hay muchísimos más. La página de Luis es de una enorme generosidad. Hay canciones, textos, cuentos…

Asistente: Algo que no es habitual, y que se aprovecha mucho con los chicos en el trabajo. Algo para agradecerte personalmente.

LP: Gracias.

MM: ¿Alguna pregunta más?

Asistente: Una inquietud. ¿Cómo podríamos nosotros estimular la creatividad en el niño?

LP: Esa es la pregunta que yo hubiera dado automáticamente a la pregunta de tu compañero. Una vez yo estaba dando una charla como ésta pero en el norte, y quien me presentó, muy bien intencionadamente dijo: “Yo les digo que sean creativos”. Y yo miraba a todos esos estudiantes del magisterio, y pensé. “Los mató con esto”. (Risas). Es como si te agarrara tu marido y te dijera: “Yo te digo que seas atractiva”. (Risas). ¿Qué me estás diciendo con eso? O la mujer al marido: Yo te digo que seas atractivo”. Y yo te digo que te vayas a la… (Carcajadas). Ahí pensé rápido y le dije que pensaba que la creación poco tenía que ver con la imaginación, y que tenía más que ver con el oído. Y que se me ocurrían dos ejercicios para decirles a sus alumnos, para hacer todos los días, y el día que no tienen ganas, no. El primero, anotar algo que les hubiera llamado la atención del día anterior. Y el segundo, si tuvieran la capacidad de que se cumpliera un deseo mágico, cuál pedirían. ¿Por qué todos los días? Porque si tenés un deseo mágico, y ciento ochenta días de calendario escolar, al cuarto día pedís que te regalen un caramelo, total… ¿Y por qué razón esos dos? Porque si es algo que te llamó la atención en el día de ayer, tenés que guiar a todos los chicos para que eso que te llamó la atención no esté sujeto a miedo a burlas, a deslumbrar a los otros chicos… Y cuando sacás toda la influencia de tus lectores sobre lo que vas a contar, lo que te llamó la atención, es algo que no sabés por qué te llamó la atención. Eso. ¿Y qué voy a hacer con esa pavada? Eso. El primer entrenamiento es estar atento a lo que cautivó tu atención. Finalmente, una obra después no es más que un gran desarrollo, mayor o menor, de algo que te llamó la atención. Eso por una parte. Y por otra, porque al pedir un deseo mágico, si trabajás en zona de alto poder adquisitivo va a tener un efecto, y si trabajás en zonas carenciadas va a tener otro. No es lo mismo en un yacht que en zonas suburbanas, donde van a tener que vencer el miedo a verse expuestos ingenuamente. No van a querer ser ingenuos ante los ojos de los demás. Vos tenés que guiar que ninguno se burle. Y por otra parte van a  tener que avanzar en un territorio en el cual uno es muy frágil, y se expone mucho, que es el de expresar sus deseos. Aun cuando los expresás mágicamente, quizá sea una trampa, pero los estás expresando. ¿Cuánto avanza uno si se pregunta que querría si pudiera conseguirlo mágicamente? No das dos pasos sin pisar el palo. El chico te abre el corazón y chau. No te podés esquivar tres días de clase. Y a la cuarta clase, o mentís o decís la verdad. Y si decís la verdad (y no estás obligado) te deja muy expuesto. En los dos casos de los que hablamos, el de la hiper-estimulación y el de zonas carenciadas, hay que defenderse del horizonte de expectativas. Te liberás de tu horizonte de expectativas. Por lo que sea. Por pares, por lo que se esperaba de vos, por lo que se espera por tus condiciones, por lo que se espera de tus recursos… Una vez fui a una escuela rural en Córdoba, hice algunas preguntas, les pregunté qué querían ser,  y uno de los chicos, que se levantaba con los padres todos los días a las cuatro de la mañana para ayudarlos a cosechar, me mira y me dice: Astronauta. Me lo dijo con una sonrisa irónica, como diciendo: “A ver ¿qué me respondés?”, pero a la vez, en la mirada, miraba en serio. Capaz que era cierto lo que me estaba confesando. Entonces, no escuché nada. Este silencio es porque ya me entendieron. Cuando alguien te da crédito para un deseo mágico… Deseo mágico: una hora de charla con mi mamá. No hizo falta ser muy creativo. ¿Verdad? Pero sentí en ustedes la confianza de poder decirlo.

Asistente: ¿Por qué tu último libro se llama Unidos contra Drácula?

LP: Al igual que Carta al Rey de la Cabina y Nadie te creería, son libros muy líricos, y el título es porque un amigo, Miguel, me contó en una charla en casa, que cuando él tenía diez años le tenía mucho miedo a Drácula. Pánico. Un miedo que no lo dejaba dormir en las noches… Ese sería otro recurso de escritura y de creación. Tomá cualquier emoción, y quitale todos los recursos de la vida adulta para “torearla”. “A ver si me aceptan este trabajo en la oficina”. Quitale todos los recursos que te harían sentir seguro, confiado, y escribilo así. O exagerado de recursos infantiles de confianza en tu habilidad y poderes. Y ahí tenés el texto. “Si este no me lo acepta yo consigo hablar con el dueño de la empresa”… Y entonces mi amigo me contó de ese miedo que no lo dejaba dormir. Pero, si él invitaba a su hermanito, de cinco años, a que se cruzara a su cama podía dormir tranquilo. Y él dice que sabía que su hermano no podía salvarlo de Drácula. Pero estaba acompañado y así no tenía miedo.



MM: ¿Nos vas a leer algo?

LP: Leo esto y con esto les agradezco. Esta es la anécdota que él me contó, y este es el poema:

A los diez años le tenía miedo a Drácula,
y a un montón de cosas más,
pero mucho: a Drácula.
De noche, en la oscuridad y el silencio del cuarto,
no pegaba un ojo
si no pasaba a mi hermanito
de cinco años a mi cama.
Así dormía plácidamente.
Él jamás hubiera podido defenderme
de Drácula; pero
era el miedo a que venga el miedo.
Y contra el miedo
que desata el miedo que el miedo me da,
lo mejor es no estar solo.
Entonces y siempre,
entonces y siempre.
Entonces
y siempre.

MM: Muy bueno, Luis, muchísimas gracias.


LP: Gracias a ustedes.

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