La excepción de Bradbury
El nombre Ray Bradbury evoca inmediatamente la ciencia ficción, los viajes intergalácticos, los plantetas increíbles, las máquinas impensadas, los tiempos remotos de un futuro inaccesible. Nombres como el de Bradbury son casi un sello, una garantía de aventura, de imaginación, de fantasía. Por eso Libro de arena no puede sino recordarlo en su natalicio aunque esta vez en la excepción de un texto que no es de ciencia ficción. Acompñado del comentario de María Pía Chiesino publica un fragmento de "El vino del estío" y brinda en su homenaje.
“-Tom-dijo Douglas-, prométeme algo, ¿sí?
-Prometido. ¿Qué es?
-Eres mi hermano y te odio a veces, pero no te separes de mí, ¿eh?
-¿Me dejarás entonces que ande contigo y los mayores?
-Bueno…sí…Quiero decirte que no desaparezcas, ¿eh? No dejes que te atropelle un coche y no te caigas en algún precipicio.
-¡Claro que no! ¿Por quién me tomas?
-Y si ocurre lo peor, y los dos llegamos a ser realmente viejos de cuarenta o cuarenta y cinco años, podemos comprar una mina de oro en el Oeste, y quedarnos allí, y fumar y tener barba.
-¡Tener barba, Dios!
-Como te digo. No te separes y que no te pase nada.
-Confía en mí.
-No me preocupas tú-dijo Douglas-, sino el modo como Dios gobierna el mundo.
Tom pensó un momento.
-Bueno, Doug-dijo-, hace lo que puede.”
Por María Pía Chiesino
El vino del estío es la primera novela en la que Bradbury no habla del futuro. No encontramos viajes espaciales, como en Crónicas Marcianas ni distopías como la de Farenheit 451. En esta novela se cuenta la vida de una familia en un pequeño pueblo norteamericano. Una familia que fabrica vino a partir de la recolección de las flores de diente de león. En la elaboración del vino participan todos. Desde los chicos que cosechan las flores hasta los padres y los abuelos, que las prensan para sacarles el líquido, elaborar el vino y envasarlo para todo el año.
Quizá por el ámbito rural en el que la novela transcurre, y por la charla entre hermanos, se encuentren resonancias de Tom Sawyer. Pero de Twain a Bradbury hay un trecho. Y más allá de los ecos que puedan reconocerse, los niños Spaulding son queridos y protegidos por su familia. Aún cuando estén jugando en el campo, no se escapan de tías que los golpean, hermanos que los “delatan” o maestros que los avergüenzan. Y participan, además, de ese ritual familiar de la elaboración de vino.
El ritmo de la novela se corresponde con la tranquilidad de la vida pueblerina. Así, el proyecto de Douglas Spaulding de construir una Máquina de la Felicidad, tiene la misma importancia que su deseo de comprarse las mejores zapatillas de la vidriera, o que las de sus peleas con su hermano menor.
En el fragmento anterior, el mismo Douglas propone implícitamente una tregua a su hermano, respecto de las peleas. Douglas está creciendo y se da cuenta claramente, de que la vida sin su hermano sería insoportable. Se trata de un miedo infantil e injustificado. Tom es un chico sano, y no tiene por qué caerse a un precipicio o dejarse atropellar por un coche.
Es muy tierno cuando habla de “lo peor” que puede pasarles. Esa referencia a ser “realmente viejos” a los cuarenta años y dedicarse a la minería. Y así como tiene miedos irracionales, propios de su edad, también hay un punto que permite justificar ese miedo, y que es “el modo como Dios gobierna el mundo”.
Douglas está creciendo. Por momentos es absolutamente ingenuo, y por momentos desconfía de Dios. No es poca cosa. Como tampoco lo es la respuesta de su hermano, que le atribuye limitaciones nada menos que a la divinidad.
Ray Bradbury
El vino del estío
Buenos Aires, Minotauro, 1984
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