Pablo De Santis: "Creo que las interpretaciones de un texto pueden ser diferentes, pero que la escritura siempre tiene que ser clara."
En la segunda parte de la charla con Pablo De Santis realizada en mayo en la Biblioteca Nacional en el marco del ciclo "Encuentros con autores de literatura infantil y juvenil", el escritor habla sobre su relación con el género policial, el gusto por la reflexión y la afinidad con el mundo de la filosofía, la realización de proyectos fílmicos basados en sus textos, y sus inicios como lector. Libro de arena publica el final de la entrevista con el autor de La traducción, El inventor de juegos, Páginas mezcladas, que contó con la coordinación de Mario Méndez en la actividad organizada por el Programa Bibliotecas para armar.
El custodio Dan tardó en responder:
Mario Méndez: Acá, además de
los que solemos venir los lunes, hay algunos invitados del ciclo de los
miércoles que te contaba, que damos un ciclo de cine y literatura policial, y
bueno, te usé de ejemplo y les leí algunas de las cosas que publicaste sobre la
novela de enigma. Pero por lo que leí, te gusta tanto el policial negro como el
de enigma. ¿O no?
Pablo De Santis:
Sí,
sí. A mí me gusta de todo. Yo creo que hay siempre una especie de cierta
injusticia con algunos autores de policiales que son autores extraordinarios, y
que por alguna razón misteriosa no pertenecen a la literatura. Por ejemplo, a
mí me encanta P.D. James, la escritora inglesa, que es una mujer muy mayor, que
creo que después de los ochenta años empezó a escribir sus mejores novelas. Con
los escritores por lo general pasa al revés. Las primeras novelas son muy
buenas y vamos perdiendo calidad con los años, pero P.D. James después de los ochenta
años empezó a escribir unas novelas extraordinarias.
MM: Y de enigma. No
policial negro.
PDS: De enigma.
Generalmente ubica las tramas… Hay una que me encanta que se llama Pecado original, que está ubicada en una
vieja editorial inglesa, está todo el mundo editorial retratado en esa intriga.
Todos los crímenes tienen que ver con el litigio que hay en esa vieja
editorial… y que es muy atractivo por el tema de la editorial, que es un ámbito
que uno conoce. Bueno, en otra, una clínica privada… Otro es en un viejo
seminario católico… Otro en un faro… Siempre hay un ambiente en el que los
personajes viven cierto encierro que siempre es algo muy atractivo. Por más que
uno lo haya visto muchas veces, hay algo en eso que a uno le gusta porque la
novela en sí es un género que necesita encerrar a los personajes. Entonces,
creo que la novela policial, es un género que decidió hacer de ese ejemplo algo
verdadero y claro.
Asistente: Sí. Perdoná… en
tus novelas para chicos y adultos, hay cuestiones filosóficas. ¿Tenés lecturas
filosóficas?
PDS: Me gusta. Mi
esposa es Doctora en Filosofía. Se dedica a estudiar Filosofía, así que tengo
cierta familiaridad por cercanía. Y en casa hay muchísimos libros de Filosofía,
también, por mi esposa.
Asistente: Sí, porque es
como que los personajes se detienen y siempre hay alguna reflexión. En El inventor de juegos, cada dos o tres páginas hay una reflexión
bastante profunda. Y yo le contaba a Mario Méndez que tuve un alumno que estaba
en primer año, que era el único libro que quería leer. Lo había leído en la
escuela primaria, lo llevaba al taller de lectura que había en primer año. Y en
ese momento yo no le presté tanta atención. Y ahora, al leerlo, le encontré un
montón de cosas…
PDS: Sí. A mí me
gusta meter las reflexiones pero no mías, sino que pertenezcan como al mundo de
los personajes. Y me gusta, a veces, inclusive como desacelerar en momentos de
acción. A veces, cortar la acción. Porque yo creo que en el momento de máxima
velocidad, la cosa, de alguna manera, se detiene. A veces a uno le pasa que
sufrió algún incidente de cualquier tipo, un choque de autos, cualquier cosa,
que parece que ese instante… eso que visto de afuera es un instante, visto
desde que el que lo vive tiene una duración completamente distinta. Es como si
el tiempo se desarrollara en el interior del tiempo. Entonces, me gusta jugar
un poco con eso en las novelas.
MM: El ciclo este
que hacemos los miércoles, es de Cine y Literatura Policial, también vemos
películas. Leí que se va a estrenar una película con El inventor de juegos… ¿Puede ser?
PDS: Sí, se empieza
a filmar recién a fin de mes.
MM: Se empieza a
filmar ahora, ¿Y quién la va a dirigir?
PDS: Juan Pablo
Buscarini, que es el director que hizo Cóndor Crux , El Arca y El Ratón Pérez
que es una película preciosa.
MM: Pero ¿va a ser
animada la película?
PDS: No, no. Con
actores.
MM: ¿Y ya sabés
quiénes la protagonizan?
PDS: El chico que
está en la serie de “Touch”, con Kieffer Sutherland. Una serie con un chico
autista. La vi un día al pasar…
PDS: NO, no. Acá.
Hablada en inglés pero acá. Una parte en la República de los Niños…
MM: ¿Participaste
del guión?
PDS: Hice una
primera versión del guión pero… esto es un proyecto de hace años. Iban a empezar
a filmar, había capitales españoles… después justo fue la crisis de España y
hubo que volver a hacer todo ese recorrido de buscar a los productores… y ahora
sí, lo van a hacer, el 27 de mayo.
MM: ¿Vas a ir al
set a ver?
PDS: Sí, sí. Me
dijeron que fuera. Van a filmar acá en El Rosedal, van a hacer una especie de
laberinto que hay en la novela y lo van a hacer en El Rosedal. Va a haber
elenco argentino, pero bueno, este chico es norteamericano. Y hay otro actor,
Joseph Fiennes, que también es norteamericano.
MM: Un elenco
importante… Estarás contento con eso…
PDS: Sí, sí.
MM: Y en “la
película de tus libros”, para este ya está. Pero si hubieras tenido que decir
“cuál quiero ver filmada”… ¿sería esta o pensás en otra?
PDS: La verdad es
que no pienso demasiado en eso, pero este director tuvo tal entusiasmo por este
libro, por este proyecto a lo largo de los años, que hay algo que me emociona.
Porque hay alguien que tiene una visión y logra mantenerla a lo largo de los
años… Todos los inconvenientes posibles. Y en ningún momento abandonó. A mí me
impresiona mucho eso. Cómo ha mantenido esa idea, y en un momento en el que se
le venía todo abajo, la capacidad de seguir… Y además el que haya hecho esta película que a mí me
encantó que era El Ratón Pérez, que es una película preciosa…
MM: Esa no la vi.
Por ejemplo, El enigma de París, ¿no
te lo imaginás en una película? Como si estuviera Robert Mitchum, alguno de
esos…
PDS: Puede ser. No
soy demasiado de imaginármelas las películas. Será que la cuestión del guión es
tan trabajosa…
MM: Sí. Mucho más
trabajosa.
PDS: Y eso que
tienen las películas de que se hacen sucesivos guiones. Y hay algo que
intrínsecamente difícil en ese mundo que es ver, finalmente, que es lo que está
escrito. Porque si bien uno corrige en la literatura, no hace “sucesivas
versiones” como se hace en los guiones, que es un trabajo muy obsesivo.
MM: Y este
director hace años que está obsesivamente detrás del proyecto…
PDS: Yo ahora estoy
trabajando en una versión para una miniserie en Brasil de El hipnotizador, que se va a hacer. Versiones. Ya estoy totalmente
podrido (Risas)…p orque son sinopsis, o la descripción de las escenas pero sin
los diálogos. Llega un momento en el que uno dice: “¡Quiero terminar!”. El
libro uno lo termina y lo publica. Acá opina mucha gente…
MM: Debe ser difícil
convivir con tantas opiniones, además.
PDS: Sí, es difícil
digamos. Porque las películas son mucho menos caprichosas que las novelas. Por
eso que tiene la película de que es una unidad emocional. Es una persona que ve
eso durante dos horas y hay una unidad emocional, mientras que las novelas se
van leyendo siempre en distintas circunstancias. Está el que lee en la casa, o
en una plaza, y después en el colectivo, en el tren… etc. Eso hace que la novela
tenga otra cosa, totalmente distinta a una película. Yo creo que la novela
tolera muchísimo más el error, el desinterés momentáneo, mientras que el cine
no. Como el cuento. Si el cuento falla…
MM: ES una
chantada…
PDS: Sí. Pero
muchísimas novelas tienen grandes errores, zonas borrosas, indefiniciones, y
son grandes novelas. Resisten eso.
MM: Es cierto. Una
de las preguntas que suelo hacer es por los proyectos, pero es difícil
preguntarte porque realmente tenés muchas cosas empezadas. ¿Hay algo concreto
que nos puedas contar que esté por salir o que estés terminando?
PDS: NO. Las cosas
que están más terminadas son esta novela que todavía no tiene el título pero
que supongo que saldrá antes de fin de año, en la que también trabajé mucho, es
una novela larga, hay cierta reconstrucción de la Buenos Aires de 1894, y si
bien no soy un escritor que meta mucha información en las novelas, sí hay
cuestiones como de arquitectura, el nombre de las calles, por ejemplo.
Investigué bastante el momento pero volví a leer la novela y no me acordaba de
cuáles eran las calles que correspondían a esos nombres. Cuál era la calle
Cuyo, por ejemplo. La Calle del Buen Orden. Las tenía borradas.
MM: ¿Y eso es por
la zona del Botánico?
PDS:
No, no. En el centro. Entonces bueno, tuve que hacer este trabajo. Y después,
otro libro que está por salir es una recopilación de las contratapas del
suplemento ADN de La Nación. Una historieta que se llama “La cazadora de
libros” y que hacemos con Max Cachimba. Ya dejó de salir. Tenemos como cien
páginas.
MM: ¿Quién lo va a
editar?
PDS: Liniers. El
dibujante Liniers tiene una editorial que se llama “Común” y él lo va a sacar.
Está diseñando, y con esos problemas.
MM: En El buscador de finales hay un homenaje a
la historieta, ¿no? Con ese mundo muy loco donde la industria de la historieta
es fabulosa. Pero yo pensaba… hubo un momento en la Argentina, con Columba… me
imaginaba esa etapa en la que había publicaciones todo el tiempo y con gente
exitosa. Vos, ¿por qué creés que la historieta ha decaído? O sigue siendo algo
así como para un público de iniciados cuando antes era muy popular…
PDS: Bueno, ahí, en
esa editorial que se llama Libra, en la
novela yo me basé bastante en la Editorial Abril, en la cual no trabajé y que
no hacían historietas en realidad. Hacían revistas para mujeres como
“Vosotras”, o “Claudia”. Yo trabajaba en Radiolandia, que era de espectáculos.
MM: ¿Qué hacías
ahí?
PDS: Hacía
entrevistas… Tenía veinte años… hacía de todo. Pero todos los días salía, y
hacía una entrevista y desgrababa y escribía. Revistas de Crucigramas… de todo
había. Como doce revistas. Así que me basé un poco en eso… pero yo creo que la
historieta cae como género popular con la televisión. La narrativa popular pasa
por la televisión y ya no tanto por las historietas. Aunque quedan historietas,
pero para un público quizá todavía más iniciado que el de la literatura. Las
historietas venden menos que las novelas. Vender libros de historietas…
MM: Es muy difícil.
Y sin embargo hay como “capillas” de gente que sigue a la historieta de estilo
japonés o “Fierro” que en su momento renovó la historieta. Ahora sale con
Página 12 y eso empuja. Pero es buena esa explicación. Pienso también… es raro
lo de Brasil con El hipnotizador, el
clima de El hipnotizador, la cosa
oscura, taciturna… que les haya interesado para una miniserie en la tele
brasileña me llama la atención.
PDS: Sí. Además no
había salido en Brasil. No sé cómo llegaron a esa historieta.
Compraron
los derechos antes de que saliera en Argentina. No sé cómo hicieron.
MM: Cosas verdes…
Para ir terminando le voy a pedir al público, a los compañeros de todos los
lunes, si quieren hacer alguna pregunta que a mí no se me haya ocurrido,
aprovechen el momento y después te pido que nos leas algo.
Asistente: En Páginas mezcladas mencionás una novela
que se llama El enigma de París, ¿ya
tenías idea de la otra novela?
PDS: No. Se me
ocurrió después. Tampoco me acordaba de que habían mencionado El enigma de París, en esa novela.
Asistente: Porque también
hablaba de París, la Torre Eiffel… cuando Mario nos contaba de El enigma de París, yo veía que algo me
era familiar, entonces volví al libro y era un relato que también…
PDS: Yo mandé esa
novela a un concurso, y le puse El enigma
de París por ponerle cualquier título, el primero que se me ocurrió, y
porque por lo general cuando mandás algo a un concurso lo mandás con títulos
que no son el verdadero. La novela se llamaba La Exposición Universal. Pero cuando lo iban a editar, les pareció
mejor El enigma de París que La Exposición Universal. Además había
otra novela que se llamaba igual o mas o menos lo mismo. Entonces, finalmente
quedó ese título.
Asistente: Yo quería
preguntarte, cuando ves una película y ves cómo cambia lo que quisiste decir en
la novela, ¿qué te parece?
PDS: No tengo mucha
experiencia. Pero me parece que es una cosa tan distinta. Una película debe
mantener la fidelidad cuando son adaptaciones, es muy difícil. Son cosas
completamente distintas. Una película tiene que ser mucho más coherente, mucho
más cerrada de lo que puede ser una novela.
Asistente: Yo quería
saber qué libros marcaron su vida en su niñez, su adolescencia… cuáles lo
impactaron.
PDS: Libros… De adolescente una novela que me impresionó mucho fue El desierto de los tártaros, de Dino
Buzatti, una novela que yo habré leído cuando tenía dieciséis años y que me
marcó mucho. Es una novela que Buzatti publicó en el año ’39, creo. En ese
momento la reeditaban, porque se hizo una película, una muy linda película. Me
acuerdo de que la habían filmado en el desierto de Irán, antes de la revolución
de Khomeini. Con un elenco de grandes actores. Es la historia de un teniente
que está en una especie de fortaleza, frente a un desierto, esperando que
lleguen los tártaros… los tártaros se demoran… al principio con temor,
finalmente con esperanza de que lleguen los tártaros y los arranquen a los
militares de la abulia, de la indiferencia, de ese mundo tan cerrado y
tremendo. ES una novela que me impresionó mucho. Después, hubo cuentos de Ray
Bradbury que me hicieron empezar a escribir. Cuentos de ciencia ficción, de
literatura fantástica que los leía cuando tenía doce años y me incitaron a
escribir. Seguro que había leído a otros autores antes, como Julio Verne o
Salgari, pero eran novelas que no tenían que ver con el mundo de uno. Sin
embargo, Bradbury mezclaba el mundo de la experiencia con el mundo de la
imaginación de una manera bastante particular, y hacía que uno pudiera pensar
en escribir.
MM: ¿Eras lector
de historieta, de chico?
PDS: No, en
realidad no era muy lector de historieta. Leía dos revistas de historieta, que
las leí varias veces, mucho… Me gustaban las historietas de terror. Entonces
leía Doctor Mortis y Doctor Tetrik. Doctor Tetrik era una
revista de historietas, creo que la publicaban acá, que eran
historietas norteamericanas, de terror,
con vampiros, bien dibujadas. Doctor
Mortis era una revista de terror que tenía unos dibujos espantosos, y los
argumentos… a pesar de mi poca cultura cinematográfica, de ese momento, yo me
daba cuenta de que muchos de ellos eran afanados a películas. Muchísimos años
después me puse a buscar en Internet la revista Doctor Mortis, a ver quién la hacía. Y el que la hacía era un
guionista chileno, que se llamaba Juan Marino, que durante muchos años había
tenido en Chile un radioteatro de terror, El
siniestro Doctor Mortis, y que después se había dedicado a las historietas,
y había sacado todas estas historias en historietas. Y terminó sus días en
Argentina, en Trelew. Si yo me hubiera enterado antes me hubiera ido a
entrevistarlo, porque era un personaje
riquísimo. Era un melómano, en Trelew tenía programas de jazz, y de música
clásica… murió hace diez años, más o menos. Lo hubiera podido ir a entrevistar
tranquilamente. Pero jamás vi ninguna nota de él. Para mí, era un recuerdo
perdido de la infancia. A veces Internet nos da la oportunidad de ser, más que
una cosa del futuro, una cosa del pasado. Uno a veces le permite solucionar
viejos enigmas de la vida de uno…
MM: Sí, sí. Si no,
no te hubieras enterado nunca.
PDS: Claro. Permite
hacer investigaciones de esos recuerdos medio borrados…
MM: Lindo personaje
para un libro ese…
PDS: Sí. Me
encantó. Y eran unas historias tremebundas. Con sangre. Me acuerdo de que los
dibujos eran malísimos. Yo no sabía nada de dibujo en esa época, pero me era evidente que la diferencia que tenía
con Doctor Tetrik, que tenía los
dibujos de terror… como Cuentos de la
Cripta, con dibujantes de primerísima línea, la diferencia con esto era
notable.
Asistente: ¿Cuándo
decidiste, “esto es lo mío”, la escritura… qué te decide?
PDS: A los doce años
yo quería ser escritor. Me gustaba leer, me gustaba ese mundo… a veces iba a
que me firmaran los libros los escritores en la Feria del Libro o en la
Librería “La Ciudad”, donde a veces iban los escritores, que está en la Galería
del Este. Ahora creo que es la entrada de un hotel, pero en esa época estaba la
librería…
MM: Esa parte no
la conozco…
PDS: ES una galería
que tiene salida por Florida y por Maipú…
Asistente: ¿Qué hay
ahora?
PDS: Yo creo que
sigue estando la galería, pero me parece que en una parte hay un hotel. Había
un famoso videoclub… y bueno, estaba la librería “La Ciudad”. Y, por ejemplo,
Borges iba ahí. Y yo iba a que me firmara…
Asistente: ¿No está más?
PDS: No sé, yo creo
que sí, está cambiada pero sigue estando.
Asistente: Sigue estando,
pero muy cambiada. Tiene escaleras mecánicas adentro…
MM: ¿Es adonde
venden las cosas electrónicas… de computación?
Asistentes: Sí, sí.
PDS: Antes era una
galería muy distinguida, con casas de antigüedades, y estaba la librería esta,
“La Ciudad”, y a veces Borges iba ahí.
MM: ¿Quién te firmó? ¿De qué te acordás?
PDS: Iban muchos
escritores, Luisa Mercedes Levinson, Borges, Mujica Láinez, y a mí siempre me
impresionaba la diferencia, porque Borges tenía una firma que era un garabato
con birome, casi una cruz, era un centímetro… Y Mujica Láinez era como “la
imagen del escritor”, lapicera de oro, tinta negra, una letra perfecta, tinta
negra fría… unas dedicatorias muy pensadas. Y tengo un par de libros todavía.
El de Borges lo perdí, no sé… pero de Mujica Láinez me quedaron un par de
libros.
MM: Qué personaje,
¿no?
PDS: Sí, yo creo que
Mujica Láinez es uno de esos escritores… esas injusticias de la literatura argentina…
quizá porque era un poco un dandy,
quedó como relegado… como pasó con Marco Denevi, otro escritor, para mí,
extraordinario…
MM: Te iba a decir
y acá justamente llegó, Fernando Sorrentino es un admirador absoluto de Marco
Denevi, y mandó una muy linda nota. Y lo
que dice es… bueno, la definición es un poco osada, pero es su idea, que
algunas capillas de los mal llamados “progresistas”, dice algo así, han
decidido ningunear a Denevi, y que él considera que junto a Cortázar y Borges,
son los tres escritores más importantes del siglo XX. Y es cierto que Denevi
quedó como perdido.
PDS: Yo creo que
más allá de la cuestión de hablar de política cultural, los lectores tienen
también épocas. Pasó, por ejemplo, con Sara Gallardo. Que a mí era una escritora
que me encantaba. Y hubo un momento en el que quedó totalmente olvidada. Pasaron años sin que yo leyera el nombre de
Sara Gallardo o hubiera una reedición. Nada. Y después volvieron a aparecer los
libros, hay un montón de ediciones…
Asistente: Era la autora
de Los galgos,…
PDS: Los galgos, sí…
MM: Un poco la
recuperó Piglia en la colección esta que hizo, no me acuerdo si para La Nación
o Clarín, de literatura argentina, en la que publicó Eisejuaz, como uno de los treinta libros fundamentales de la literatura
argentina. Pasó también con Marechal, ¿no?
PDS: Claro.
Asistente: Yo quería
preguntarte, en relación con los lectores, si te armás alguna imagen… ¿Cómo ves
al lector de este momento?
PDS: Pienso algo
más bien abstracto cuando escribo. Pienso, sí, por ejemplo, cuando escribo para
niños, pienso en alguien que va a descifrar un texto, entonces para mí es fundamental la claridad. Yo quiero que
lo que escribo se entienda, básicamente. A veces, yo sé que hay cosas que yo
mismo las leo y que a lo mejor hay una frase que no se entiende. A veces pasa
cuando se traduce un texto. Uno se da
cuenta de que es confuso, no como uno lo escribió. Pero nunca quiero ser
confuso. Si salió confuso es contra mi voluntad. Creo que las interpretaciones
de un texto pueden ser diferentes, pueden estar abiertas, pero que la escritura
siempre tiene que ser clara. Si a escritores que escribieron hace dos mil años,
uno los entiende, ¿por qué no voy a entender a alguien que escribió algo hace
quince días y a la vuelta de mi casa? Siempre pienso eso. Y pienso en la
memoria del lector. Digamos, una novela es una especie de aparato mnemónico,
que va trabajando en la memoria del lector. Y esa memoria, no es una memoria
uniforme. Tiene saltos, distracciones… entonces ¿cómo va a trabajar uno para
que se recuerden las cosas? Yo mismo soy un lector bastante distraído, me
desconcentro… me cuesta, a veces…salvo estos libros que me apasionan, soy muy
distraído como lector. Entonces hay modos de subrayar ciertos elementos de un
texto. Porque es importante que el lector los recuerde. Pienso en los lectores
de un modo un poco abstracto. Y a veces
me preocupa, por ejemplo, que el lector se quede demasiado triste… me ha pasado
en novelas, de arrepentirme. Digo: “Uy, esto era muy triste, ¿por qué amargar a
la gente con algo triste?” (Risas) Pero bueno… a veces los libros salen como
salen.
Asistente: En Pesadilla para hackers, toda esa
investigación hacha por chicos acerca de un hacker, que desemboca en un final que uno no se
espera, y ahí hay una parte sonora muy
importante, habla de los ruidos, desde el comienzo. Y eso se transmite a los
chicos. Te hablo de chicos de catorce, quince años, comentaban esa sensación de
sentir todos esos sonidos. No porque esto fuera algo malo para ellos, por esto
que vos decís de que tratás de que los finales no provoquen distorsión…
PDS: Esa novela, yo
no sé cómo todavía ha seguido, (porque es uno novela de hace más de veinte
años), y trata del tema de la computación, pero yo no sabía nada. Escribía con
máquina de escribir en esa época, por supuesto, nunca había visto una
computadora. Y no sé cómo…
Asistente: Hablás de la
película Juegos de guerra… cuando
comienza. El otro día estábamos comentando acá y yo pensé en esa película. No
recordaba que vos la mencionás. Como si hubiera sido un disparador… Unos chicos
que entran, a través de la Informática, y desatan una guerra…
PDS: Pero, por
ejemplo, ahí están las computadoras conectadas, de alguna manera. Pero yo no
sabía realmente cómo se conectaban las computadoras. Sabía que existía. Pero no
sabía, ni siquiera, por ejemplo que en
esa época las computadoras se conectaban por teléfono. Eso no lo sabía, la
verdad.
Asistente: Tampoco los
hackers…
PDS: No. Es decir,
yo conocía la palabra, y sabía que había algo de eso, pero en ese momento casi
nadie tenía computadora en la casa. Lo habré escrito en el ’91. Inclusive, las
primeras computadoras, yo la primera vez que vi una, grababa la memoria en un
cassette común. No tuve de esas. De las primeras que salieron, pero recuerdo
haber visto que la memoria, así como ahora es un disco, en esa época era un
cassette.
MM: Un precursor
con los hackers…
Asistente: Hablaste
recién de la tristeza que podía llegar al lector. Fue un tema sobre la
literatura infantil que habíamos visto con los autores que vinieron antes, el
final, si necesariamente tiene que ser feliz, abierto, con esperanza, o no sé…
PDS: Yo creo que
siempre en los finales hay cierta melancolía aunque sea un final feliz. Siempre
hay una despedida. Lo cual no quiere decir que sea un final “infeliz” pero sí
hay cierta cosa de despedida, en el final de una novela. Pero sí me parece
que a veces los finales no tienen que
ser necesariamente felices.
Asistente: En Infantil…
PDS: Sí, sí, en la
literatura infantil. Este libro que comentabas antes, El verdadero negocio del señor Trapani, en la editorial me
cuestionaron mucho el final. Tiene un final bastante tremendo. Un final de
destrucción, porque es una tienda de mascotas… el señor Trapani instala un
pequeño negocio de mascotas pero no tiene nada. Tiene solamente un letrero, en
un pequeño pueblo y la gente le va pidiendo… y son animales imaginarios, un
unicornio, un pulpo gigante para el acuario de la ciudad. Y estos animales
destruyen todo, finalmente. Aniquilan todo. A mí me parecía que era un final
catastrófico total, el de esa novela. El último que está en el pueblo le
reprocha al que vende las mascotas. Le dice que es un pésimo negociante que se
quedó sin clientes. Porque está todo en llamas… están los sobrevivientes del
pueblo. Y el hombre le dice: “Pero ese no es mi verdadero negocio. Yo no le
vendo monstruos a los humanos. Yo les vendo humanos a los monstruos.”, dice al
final. A mi me parecía que como es un cuento, no llega a haber una empatía
emocional con los personajes. Es una situación que yo no creo que a los chicos
los angustie. A pesar de que es un libro álbum, destinado en general para
chicos chicos, no creo que sea algo que los angustie. En cambio, si es una
novela, y los chicos se familiarizaron con el personaje, lo que a ese personaje
le pase si establecieron algún tipo de empatía con el personaje, puede
angustiarlos si el personaje termina mal. En ese caso, prefiero que haya
finales felices, aunque no sean felices del todo, con tremenda algarabía, pero
más o menos felices.
MM: Bueno, ¿Querés
leernos algo, Pablo?
PDS: Sí.
Asistente: Yo te quería
preguntar, ¿qué relación, como lector, tenés con Borges?
PDS: Bueno, lo leí
desde chico a Borges. Y me acuerdo al principio, que empecé a leer a Borges
porque en los años ’70 publicaba los poemas en
el suplemento cultural del diario La Nación, mi madre los recortaba y
los ponía debajo del vidrio de la mesita de luz, y de la cómoda, entonces
estaban entre las fotos de la comunión, las fotos de la familia… estaban los
poemas de Borges como si fuera alguien de la familia. No había ningún otro
texto literario. Solamente los poemas de Borges. Me daba curiosidad ver esos
poemas y así empecé a leerlo.
Asistente: ¿Venís de una
familia de lectores?
PDS: Sí, sí. Mis
padres siguen siendo muy lectores. Mi padre ahora tiene un problema en la
vista, está muy mayor, entonces mi madre le lee. El otro día me dijo: “Que tu
madre me lea es mi mayor felicidad. “ Y bueno, a partir de ahí empecé a leer a
Borges. Empecé con los poemas, los cuentos me resultaban muy incomprensibles y
después con el tiempo uno tiene que aprender a leer a Borges. Pasar por alto
ciertas cosas que parecen muy complicadas,
porque a lo mejor hay una frase en latín… o un epígrafe que uno no
entiende, porque está escrito en alemán… esas cosas que hay en Borges. Y uno
después va descubriendo que todo es un juego. Que no hay que tomárselo tan en
serio. Que todas esas referencias culturales son…
MM: Muchas veces
inventos…
PDS: … inventos o
si uno no las entiende no pasa nada. Pero lo sigo leyendo siempre y además creo
que leí casi todo lo que escribió.
Asistente: Yo quería
preguntarte por la relación con la poesía. Si tenés libros de poemas escritos o
si es sólo lo que incluís en las
novelas.
PDS: Me gusta leer
poesía, pero no escribir poesía, salvo cuando (no los considero poemas), me
gusta mucho que haya poemas en las novelas, pero cuando tienen alguna clave
policial, entonces me divierto. Es más, es una especie de “me saco las ganas de
escribir”, pero sin considerarlos
realmente poemas. Son como piezas narrativas dentro de una novela. Aparecen en
varias novelas, poemas. En esta última que escribí y que todavía no salió
publicada, hay un largo poema sobre la Atlántida. Un poema de más de una
página, una página y media sobre el tema de la Atlántida. Pero en ese poema hay
una clave policial que tiene que ver con la novela. Esta cosa de los textos que
tienen alguna cosa escondida. Me divierte el aspecto como criptográfico de la
escritura.
MM: Hay muchos
temas en común con Borges. Lo hemos dicho. Hay puntos de contacto. En tus
temas. Incluso en algunas cuestiones de estilo. En frases. Pero sos un
sobreviviente. Porque creo que era Soriano, que decía que el influjo de Borges
y Cortázar destruyó a tantos escritores… vos sobreviviste y con creces. Pero
bueno, sos considerado el Borges de nuestra literatura infantil y juvenil.
¿Querés leernos, entonces?
PDS: Sí. Voy a leer
un cuento que pertenece a esta serie de cuentos “chinos” que están publicados
en manuales, como acá en Quelonios, pero no en un libro mío. No están reunidos
en un libro. Se llama “Un tapiz olvidado”.
Un
tapiz olvidado
El
sabio Feng solía decir que “el caso del tapiz” había sido uno de los más
tristes que le había tocado resolver. Al revés de los otros casos, lo
acongojaba menos el crimen que su resolución. Los hechos sucedieron así: el
capitán Fu, de los Ejércitos del Norte, llevó en persona un importante mensaje
para el emperador. Una vez entregado el mensaje, se le dijo que la redacción de
la respuesta tardaría dos días. Mientras su comitiva descansaba, el capitán se
dedicó a pasear por los jardines del palacio. Su interés por la arquitectura
antigua lo llevó a visitar una torre apartada, y a subir por los gastados
escalones. La torre, otrora un puesto de vigía, funcionaba desde hacía casi un
siglo como depósito de alfombras y tapices. Al amanecer uno de los jardineros
encontró al capitán muerto al pie de la torre. Su cuerpo estaba envuelto en un
tapiz, bien sujeto con correas de cuero. Las marcas en la tierra eran
inequívocas: el capitán había sido arrojado desde lo alto de la torre.
Las primeras investigaciones se centraron en
el mensaje que debía llevar el capitán. Pero no se llegó a ninguna conclusión.
¿A quién le interesaría matar a un capitán que ya había entregado su mensaje?
Se lo podía reemplazar con facilidad. Tampoco parecía haber razones personales
en el crimen, ya que en el palacio nadie lo conocía. Ante la falta de
respuesta, el consejero imperial Lin mandó llamar, como había hecho otras
veces, al sabio Feng.
El consejero Lin lo llevó al pie de la torre
y le mostró el lugar exacto donde había caído el cuerpo.
-Creemos que el asesino lo dejó inconciente
de un golpe, y luego lo amortajó con el tapiz.
-Mortaja anticipada –dijo Feng- ya que el capitán estaba vivo.
-Así es.
Luego lo arrojó por la ventana de la torre. Nadie conocía al capitán.
¿Quién querría matarlo?
El sabio Feng se inclinó a estudiar la
hierba allí donde había caído el cuerpo.
-El capitán había hecho un largo viaje. ¿Por
qué, en vez de descansar, vino a este sitio tan apartado? ¿Necesitaba
encontrarse con alguien?
-El capitán Fu era un estudioso de nuestra
arquitectura. Se ofrecía de mensajero aun en misiones peligrosas sólo para
conocer torres y murallas.
A pedido de Feng, el consejero hizo llamar al guardián de la torre, un
sirviente llamado Dan. El anciano apareció arrastrando los pies. Dijo conocer
la fama de Feng y sentirse muy impresionado de estar ante su presencia. Dijo
también que tenía el sueño pesado; y que no había oído al capitán subiendo por las escaleras. Tampoco sabía
nada de su caída.
-¿Cómo pudo entrar el capitán en la torre,
sin que usted le abriera la puerta?- quiso saber Feng.
-La puerta de la torre siempre está abierta.
Cualquiera puede entrar. Ya nadie se preocupa por las alfombras y tapices que
se guardan aquí- dijo melancólicamente el anciano Dan.
El sabio Feng despidió al viejo
custodio y se volvió hacia el consejero
Lin.
-Lo que me extraña es el tapiz. Los asesinos
prefieren simular accidentes o suicidios. ¿Por qué llamar tanto la atención?
Tal vez el tapiz nos de alguna idea.
El consejero Lin le pidió que lo acompañara
a la tintorería imperial, que estaba dividida en 49 secciones. Cuando el
consejero pidió el tapiz, el tintorero mayor lo hizo traer de inmediato y lo
extendido en una gran mesa de mármol. El tapiz representaba a una muchacha muy
hermosa, rodeada de pájaros. Feng observó que grandes hormigas recorrían el
tejido.
-El proceso de limpieza tiene siete pasos.
El primero es la inmersión en agua de rosas. El último consiste en dejar libres
a las hormigas tintoreras para que recorran el tejido, hasta borrar toda
impureza.
-¿Y el tapiz luego volverá a la torre?
-No. El emperador solía ser un gran
aficionado a los tapices. Al saber que una de sus piezas había sido utilizada
en tan especiales circunstancias, pidió verla. Desde luego, no podíamos acercar
a los ojos del emperador un tapiz manchado de sangre. Tal visión podía provocar
su espanto y luego una conmoción en el país.
El tintorero mayor estaba tan contento con
el resultado de la limpieza que se quedó extasiado mirando el tapiz.
-Espero que el emperador quede conforme con
nuestro trabajo.
-Estoy seguro de que será así-dijo Feng. -
¿Quién es la muchacha que está representada aquí?
El tintorero bajó la cabeza.
-Nosotros solo nos ocupamos de la limpieza.
Nada sabemos de lo que los dibujos representan.
Cuando el tintorero se marchó, el consejero
Lin explicó:
-Sabio Feng, el tintorero sabía bien quién
es la muchacha. Su nombre es Si-Lu, la antigua favorita de su majestad. La madre
del emperador, celosa de la devoción de su hijo por la muchacha, la hizo matar
arrojándola al vacío envuelta en un tapiz.
-¿Y el capitán tenía alguna relación con
Si-Lu?
-Por supuesto que no. Estoy hablando de
tiempos lejanos. El capitán era un niño en ese entonces, si es que había
nacido.
Al atardecer Feng regresó a la torre y subió
las escaleras. Encontró al anciano guardián golpeando una alfombra con un palo
de madera. Lo envolvía una nube de polvo. Feng estornudó.
-Disculpe el polvo, señor. No lo oí venir.
Estoy un poco sordo.
-¿Hay que hacer ese trabajo a menudo?
-Lo hago todo el tiempo. Aunque no lo veamos,
el polvo nos rodea. El viento trae polvo de todas partes: el galope de lejanos
jinetes, el papel quebradizo de nuestros libros, las hojas secas, los pétalos
marchitos, el polvo de los muertos en los campos de batalla.
-He visto el tapiz. ¿Usted sabe quién es la
muchacha?
-Por supuesto. Es Si-Lu, la muchacha más
hermosa que conocí. Hoy nadie se acuerda de ella.
-Quien mire el tapiz la recordará.
-Pero, ¿quién mira hoy alfombras y tapices?
El emperador solía hacerlo, pero desde
la muerte de Si-Lu, nada quiere saber. Es
un arte olvidado. Yo soy el único custodio de estos tesoros. ¿Cree que
pondrían a un viejo de guardián, si alguien confiase en el valor de estas
alfombras?
Feng se asomó por la ventana de la torre.
Desde allí todo parecía lejano.
-Creo que eres también el custodio de otro
tesoro: el recuerdo de Si-Lu.
-Me halaga oír eso.
-Sentías próxima tu muerte, y sabías que
entonces ya nadie más iba a recordar a la favorita del emperador. Por eso
mataste al capitán.
-¿Por qué iba a matarlo? -se defendió el
viejo Dan.- No lo conocía.
-No importa eso. Hablaste con él.
Comprendiste que era un hombre de importancia. Que si lo matabas se hablaría de
su crimen. Que cuando se enterara de las circunstancias de esa muerte, el
emperador querría ver el tapiz, y se entregaría al recuerdo de la muchacha. ¿No
es así?
El custodio Dan tardó en responder:
-Cuando la anciana madre de nuestro
emperador estaba a punto de morir hizo borrar el nombre de Su-Li de todos los
registros. Como si nunca hubiera existido. La anciana envió sirvientes a buscar
el tapiz, pero yo guardé el verdadero y les di otro, que quemaron de inmediato.
El tapiz es el único recuerdo de esa muchacha.
-Imagino que nada tenía que ver el capitán
con todo esto.
-Cuando el capitán Fu visitó la torre
conversé con él. Hablamos de las viejas torres dispersas en el imperio.
Hablamos de tapices. Le conté la historia de Si-Lu. El escuchó el relato como
quien oye un episodio legendario, sin saber que era el último capítulo de esa
leyenda. Y cuando se quedó mirando por la ventana las últimas luces del
atardecer, lo golpeé con el palo para limpiar alfombras. Usted conoce el resto.
Era un mensajero, y lo usé para enviar mi propio mensaje. ¿Sabe si llegó a
destino?
-Todavía no, pero mañana mismo el tapiz
estará en manos del emperador. ¿Valía la
pena matar a un hombre inocente para eso?
-Se que mi falta es terrible. Se que el
capitán era un buen hombre, un soldado capaz de conversar de igual a igual con
alguien como yo, sin que le importara la diferencia de clase. Pero yo no podía
tolerar un universo en que nadie recordase a Si-Lu.
Los dos hombres estuvieron unos segundos sin
conversar, en ese silencio que sólo se permiten los viejos amigos. El guardián
se asomó por la ventana de la torre.
-La brisa está más fría. Sabio Feng: ahora
usted debe comunicarle al consejero Lin el resultado de su investigación. Me
espera una muerte terrible. ¿Tengo su permiso para escapar?
El sabio Feng inclinó ligeramente la cabeza
en señal de aceptación y se dirigió hacia los gastados escalones. Bajó
lentamente. Cuando llegó al pie de la torre, el viejo guardián ya estaba allí,
sobre la hierba.
Pablo De Santis
MM: Bueno, muchas gracias, Pablo. La verdad, un rato muy, muy agradable y un placer haber charlado con vos.
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