Jorge Accame: “Cuando escribo algo es porque a mí me conmueve, me interesa, me divierte, me hace pensar”
El ciclo "Encuentros con autores de literatura infantil y juvenil" organizado por el Programa Bibliotecas para armar continúa compartiendo las charlas llevadas a cabo en La Biblioteca Nacional. En esta ocasión Libro de arena publica la primera parte de la entrevista con el escritor, poeta, docente, dramaturgo, Jorge Accame, en donde habla de lo incierto de las clasificaciones literarias, de su formación temprana como lector y la influencia de sus profesores, de su propio trabajo docente, de la forma en que emprende los proyectos de escritura y la imperiosa necesidad de libertad sin la que no funcionan, entre muchos otros temas. Coordinada por Mario Méndez, la conversación inicia con la cuestión central: ¿existe la literatura juvenil?
MM: Hablando de las cusas perdidas pensaba en Borges, justamente que hablaba tanto de eso, y que él comentaba que cuando él proponía un libro, y ese libro no le gustaba al lector, sus alumnos universitarios, les decía que el libro no estaba para él o que él no estaba para el libro y que siguiera con otro. ¿Te pasó con alumnos que rechazaran lo que vos proponías y te vinieran a proponer alguna otra lectura?
Asistente: Se habló mucho de esto de escribir por encargo. ¿Qué variables se juegan en un pedido? ¿En función de qué? ¿De lo comercial? ¿Desde dónde se pide?
Mario Mendez: Buenas
tardes. ¿Cómo están?... Bueno, una nueva alegría dentro del Ciclo de Encuentros
con autores de Literatura Infantil, y con especialistas también. El anteúltimo.
Hoy, Jorge Accame, a quien le damos la bienvenida. Gracias, Jorge, por venir.
Brevemente… Jorge es un escritor multipremiado, muy reconocido, muy versátil,
también, autor de narrativa infantil, juvenil y, para adultos, de poesía, de
teatro, su obra Venecia es muy
conocida… Así que de todos esos rubros que él maneja vamos a ir preguntándole,
como siempre. Veo caras nuevas. La entrevista es abierta, y la hacemos entre
todos. Yo simplemente estoy acá dándoles el pie. Jorge ha publicado muchísimos
libros. De algunos estuvimos charlando el lunes pasado. Uno de los que más se
comentó fue Ángeles y Diablos que me
sirve como pie para algunas cosas que venía pensando. Una es un tema que se
estuvo discutiendo acá con Margarita EggersLan, con Teresita Valdettaro, con
Márgara Averbach, que es… que este libro está ubicado en la Colección de la
Serie Roja de Alfaguara. O sea, está
pensado como literatura juvenil, para lectores adolescentes. Y la pregunta que
venimos repitiendo en cada encuentro es, ¿existe la literatura juvenil o es una
clasificación de conveniencia editorial? Si existe, ¿Qué la define? ¿Vos que
opinarías?
Jorge Accame: Empezamos
bien. ¿Qué tal? Buenas tardes, gracias por invitarme. Sí, es un tema ese. Yo
creo que es un tema cualquier literatura que uno clasifique pensando en un
lector. En principio diría, no sé si existe, de hecho hay colecciones de
literatura infantil y de literatura juvenil, y novelas adolescentes. Pero
también hay literatura femenina, hay literatura para distintas etnias, hay
literatura para distintas orientaciones sexuales… Desconfío un poco de todas
esas clasificaciones. Personalmente, yo no escribo para nadie en particular.
Cuando escribo algo es porque a mí me conmueve, me interesa, me divierte, me
hace pensar, y tengo la esperanza de que a otros les suceda lo mismo cuando lo
lean. Hay una instancia cuando uno escribe, de lectura. Uno es lector de sus
propios textos. Y esos textos, por sí mismos, admiten algunos elementos y
expulsan otros. Pero también sucede en los géneros. En los que llamamos géneros
literarios. Cuando uno escribe para teatro, hay cosas, como si fueran un
anticuerpo, que el mismo texto acepta y otras que no. Cuando uno escribe prosa,
por ejemplo, un cuento, no es lo mismo que escribir una novela. Hay una dilatación que el cuento no admite y
que la novela, sí. Yo, particularmente, no creo en esas clasificaciones tan
duras. Me parece que uno de los condimentos o sustancias más fuertes que tiene
la literatura es la libertad. Al escribir y al leer. Y me parece que está bueno
escribir lo que a uno le parezca y que después el lector se sirva de la mesa lo
que le interese más. Escribir pensando en un lector limita muchísimo lo que uno escribe pero también limita mucho
la lectura. Me parece que los lectores ya nacen limitados porque uno escribió
eso pensando en un lector determinado. ¿Por qué no dejar que el lector diga lo
que quiere leer? Me parece que todas estas cosas, estas “literaturas” para
jóvenes, o infantil, o lo que sea, tiene más que ver con una posición desde la
lectura y sobre todo desde las editoriales, siguiendo por las librerías, que
los ponen en los distintos anaqueles y los lectores están como guiados,
orientados hacia la literatura infantil o hacia la literatura juvenil, o para
lo que sea.
MM: Bien. Ahora…
desde la cocina, vos frente a una colección de textos, de cuentos en este caso,
como es Ángeles y diablos, pienso,
por ejemplo, en Se habla en el sur del
cielo, un cuentazo maravilloso, lo hemos comentado acá. A muchos de los que
lo leímos nos dejó maravillados, realmente, es un cuento que perfectamente
puede estar en un libro de Alfaguara para adultos… Cuando vos lo llevás a la
editorial, hay una decisión previa. Yo se lo llevo a María Fernanda para que lo
edite en la colección juvenil, o se lo llevo a Julia para que vea si puede
entrar en la colección de cuentos para adultos. ¿Qué decide eso?
JA: En este caso,
la verdad es que no sé muy bien qué decidió. Se lo llevé a María Fernanda, no
se lo llevé a Julia, o Julia no estaba en ese momento. Pero me alegro de
habérselo llevado a María Fernanda, porque este libro es muy particular. En
primer lugar, Ángeles y Diablos es un
título mucho más amplio de lo que parece. No todos los cuentos tratan o tienen
ángeles o diablos, sino personajes que pueden cumplir una función angélica o
una función diabólica. Pero además, María Fernanda enseguida aceptó que tuviera
una poesía de bienvenida y una poesía de despedida. Yo no sé si eso lo hubiera
aceptado alguien en “adultos”. Me pareció la apertura de criterio con la que se
saludó este libro juvenil en lo que fuera. María Fernanda lo acogió de esa
manera y yo me alegro mucho. Creo que sí, que son cuentos apropiados para leer
desde esa edad, quizá desde antes también y los lectores pueden elegir lo que
necesiten de los textos. Podría ser para adolescentes quizá, ¿no?
MM: Sí, sí. Lo
que a mi me pasa con esto, a veces como autor, a veces como editor, y muchas
veces como docente, y más que nada como lector en general, es que me hace
ruido, me da un poco de pena, que por estar en esta colección este libro en
particular, (y podría dar cientos de ejemplos), por ahí no llega al lector
adulto. Los lectores adultos que lo leen son docentes o bibliotecarios, porque les llega. Pero vos vas a la librería
y es la serie por colores, está en Alfaguara, pero no está de frente, está en
los anaqueles, se ve el lomo y está como limitado por esta clasificación. Es
cierto, está publicado y además tuvo esta recepción que vos decís, pero da un
poco de pena que no esté más extendido.
JA: Da pena que
se margine a cualquier lector, digamos, eso sí… da pena, pero por otro lado
tiene la ventaja de que puede caer a las manos de lectores que se están
formando, y que si les gusta te van a seguir leyendo cuando sean grandes. Y
después de todo, es como una decisión que ya está fuera de las manos del
autor. Tiene que ver con la lectura, con
la decisión editorial, con la decisión escolar, con lo institucional, de la
librería, comercial, en fin… no hace a las facturas del texto. Yo creo que este
es un trabajo que te desborda si querés hacer todo. Yo me dedico a escribir. Lo
demás lo dejo un poco en manos de otras personas porque la verdad es que no
puedo ocuparme de todo. No puedo ser editor, agente, librero, todo, qué sé yo…
MM: Es mucho, sí.
JA: Hago lo que
puedo, lo mejor que puedo, que es escribir.
MM: Y lo hacés
muy bien. Y sí hacés además, divulgación, en principio como profesor. ¿Estás
ejerciendo en este momento como docente?
JA: Estoy en la
Facultad. Fui durante mucho tiempo profesor de secundaria, me encantó, y
profesor en profesorados, pero ahora estoy en la Facultad… en Letras, doy la
cátedra de Griego Clásico, la parte de Lengua de griego, y en Comunicación
estoy en un Taller de Géneros Periodísticos, encargado como de un micro-taller
de cuento. Eso está más cercano a lo que hago.
MM: Y tu experiencia
como profesor en la secundaria, para seguir con este tema de lo juvenil… ¿qué
recordás? ¿No hace tanto o fue hace muchos años?
JA: No… No sé a
qué llamás muchos… (Risas)
MM: Más que nada
por la actualidad de los textos. ¿Qué leías con los chicos?
JA: Con los
chicos, distintos textos. Yo estaba en un segundo año así que tenía mucha
libertad de elección en literatura universal, pero me gustaba mucho hacer
experiencias con ellos con textos que a mí me habían conmovido cuando estaba en
la secundaria. Por ejemplo, a mí me había cambiado mucho la vida, sí, puedo
decir la vida, cuando leí “El hombre
muerto”, de Horacio Quiroga. Me emocionó mucho. No sé si se acuerdan de “El hombre muerto”, es un hombre, un peón
de campo que está limpiando las calles en un bananal en Misiones… esa es
prácticamente toda la acción… limpia las calles, se siente cansado, va a cruzar
el alambrado para descansar, se le cae el machete, él se cae encima del
machete, se lo clava y se empieza a morir. Y ahí, hay todo un juego de tiempo
cronológico y psicológico muy interesante. Pero lo que verdaderamente golpea de
ese cuento, es la muerte cotidiana. La muerte que nos acompaña permanentemente
y que está a punto de estallar en cualquier instante. Bueno, la experiencia que
yo hacía… además es un cuento
literariamente muy potente, por eso se los daba, pero lo que observaba, cuando
era profesor y lo daba en segundo año, un año después de cuando yo lo había
leído, yo lo había leído en primer año… se los alcanzaba y eran niños. Después
de leer ese cuento, eran grandes. Habían como entendido un montón de cosas. Era
palpable el salto en la madurez de los chicos.
MM: ¿Y eso te
había pasado a vos también?
JA: No sé si en
ese sentido. A mí ese cuento lo que me cambió mucho fue la perspectiva de la
literatura institucional. No había disfrutado de la literatura en la escuela
primaria. Más bien la odiaba, porque había tenido algunas experiencias
nefastas. Mantenía una lectura paralela, pero fuera de la escuela. Ni me había
puesto a pensar que esas dos cosas podían juntarse. Hasta que este profesor en la secundaria leyó
ese cuento y me cambió la visión.
MM: Muy muy
interesante, porque es una de las cosas que más charlamos acá en la apertura,
que te contaba hoy, con Margarita Eggers Lan,
del Plan de Lectura, con Teresita Valdettaro que ha trabajado en el
Estado y tiene una perspectiva también muy claramente editorial, y sobre todo
porque la mayoría de los oyentes o concurrentes acá son maestros, bibliotecarios,
narradores, gente que está en contacto con esto que vos llamaste “perspectiva
institucional de la lectura”. Es muy interesante como concepto. Porque una de
las cosas que nos preguntamos y te pregunto es si el paso por la institución no
le quita placer a la lectura. Si esta cosa de obligatoriedad, “hay que leer tal
libro”, no está embromando a la literatura. Nos lo preguntamos muchas veces.
¿Qué pasa con este concepto tan repetido de “Leer por placer”, aún en el
colegio?
JA: Yo creo que
no necesariamente tiene que quitar el
placer de la lectura. Mi secundaria, en ese sentido, fue un paraíso, con los
profesores que tuve. Y en este tema, me acuerdo de una anécdota de un profesor
de quinto año. Yo estaba leyendo Cien
años de soledad, había salido hacía poco, y estaba muy metido en la
lectura… Y no me acuerdo qué libro había dado el profesor y había que leerlo
para la prueba. Entonces me acerqué, y le dije que yo no iba a hacer la prueba
porque estaba muy interesado en Cien años
de soledad, y no podía en ese momento, salir de esa concentración y ponerme
a leer otro libro. (Risas) Yo estaba decidido a que me pusiera un cero o lo que
fuera, o faltar… qué se yo, pero le dije que no iba a hacerla. Entonces él me
miró y me dijo: “Bueno, hacela sobre Cien
años de soledad”. Un genio. Un genio. Yo creo que esas actitudes, así como
las de otros profesores, por lo menos a mí me han iluminado mucho después,
cuando quise ser profesor de secundario. Me parece que el profesor, o el guía,
o el tallerista o lo que sea, en primer lugar, tiene que ser muy buen lector
para ofrecer distintas lecturas y conocer bien a los chicos, ¿no? Me acuerdo de
cuando fui profesor, armé una biblioteca en el aula, y había una hora por
semana en la que ellos leían los libros que se les daba la gana. Yo no conocía
todos los libros que venían a proponerme para leer, pero conocía algunos. Y
entonces, más o menos, en base a la personalidad de cada chico, le decía:
“Mirá, me parece que este podría interesarte”. Y había chicos que leían los
cuatro libros obligatorios durante el año, y había otros que seguían leyendo y
leían veinte. Eso está en cada uno. Pero esos ejemplos de mis profesores… había
profesores extrañísimos. Me acuerdo de uno, ahora no me acuerdo bien cual era
su tarea descomunal que había emprendido, era profesor, esto no lo contaba él
porque era muy discreto, un hombre mayor, pero un colega de él me contó que
había traducido Martín Fierro al latín… Obra más inútil… (Risas) y genial
que esa no puede haber. Esa empresas titánicas que uno dice: “¿Para qué?, pero
¡qué buenas que están!”. Si el tipo lo emprendió con pasión. Todas esas cosas
eran las que me atraían. Las causas perdidas sobre todo.
MM: Hablando de las cusas perdidas pensaba en Borges, justamente que hablaba tanto de eso, y que él comentaba que cuando él proponía un libro, y ese libro no le gustaba al lector, sus alumnos universitarios, les decía que el libro no estaba para él o que él no estaba para el libro y que siguiera con otro. ¿Te pasó con alumnos que rechazaran lo que vos proponías y te vinieran a proponer alguna otra lectura?
JA: No me
acuerdo, la verdad. Bueno, yo no daba Literatura. Yo daba Lengua y Literatura.
Había una diferencia. Habrá habido
algunos que no les interesaría y en la hora de biblioteca ellos podían proponer
el texto que se les diera la gana…
MM: ¿Vos
esperabas la propuesta de los alumnos?
JA: Sí. Nos
manejábamos con un fondo de libros que tuvieran ellos en la casa y el fondo de
libros de la biblioteca de la escuela, y cuando sonaba el timbre la
bibliotecaria tenía el aluvión de chicos que iban a buscar los libros, y
después se iban a la clase y ahí los leían. Y algunos me preguntaban. A otros
les costaba. Lo odiaban. Yo me daba cuenta. Pero bueno, no todo es para todos.
Y es eso. Ese libro, en ese momento, no es para esa persona. Tampoco es para
dramatizar. Eso llegará en algún momento. Se encontrarán o no. O encontrarán
otros.
MM: Tal cual.
Pero pareciera que como premisa educativa y social, incluso, estamos muy
preocupados con que no llegue la lectura. Es una preocupación válida, supongo,
pero a veces pareciera que la sobreactuamos.
JA: Sí, además,
en todo caso, no puede entrar con la obligación. Porque hace el efecto
contrario. Hay que buscar maneras de acercarla de otra forma. Y si no se puede
acercar en ese momento… y bueno… esperar. Hay que ser un poco “pescador” con
eso.
MM: Sigo con el
tema de la literatura juvenil, ya que empecé con eso. El lunes pasado les
comentaba que esta novela que yo leí hace unos cuantos años, El mejor tema de los setenta, les contaba,
justamente por andar en la “cocina”, que está descatalogada de Sudamericana y
anda “buscando casa”. Es una novela del
’95, más o menos…
JA: Puede ser,
sí.
MM: …pasaron casi diez años. ¿Vos vez en una obra como esta
que el paso del tiempo le impide continuar o te parece que no influye?
JA: Tal vez. Un
poeta de allá de Jujuy, Néstor Groppa, tiene una frase muy simpática y en
algunos casos muy cierta. Dice que la poesía debería venir con fecha de
vencimiento. Yo lo tomé hace poco ese libro, y le cambié algunas palabras que
me parecía que estaban pasadas de moda, pero yo creo que en ese caso, más que
nada, lo que conspira contra una nueva edición es la brevedad. A varias
editoriales les ha interesado, pero me dicen si puedo agregarle un cuento más.
Y si yo pudiera entrar otra vez en el tono, en el vocabulario, en la atmósfera,
quizás lo haría. Pero es un poco difícil. Porque es la historia, o dos
historias de un muchacho, un adolescente, con un vocabulario muy especial, con
una cosa que a mí me hace acordar un poco a los cuentos de Kordon, una cosa
urbana, un poco marginal, a mí me cuesta mucho volver a ese tono, a esa
atmósfera, así que bueno… seguirá esperando. Porque ponerlo con otros que sean
distintos me parece que tanto el nuevo, como éste van a estar incómodos. En
algún momento se verá qué pasa.
MM: Es lindo ese
concepto de que los cuentos estén “incómodos” unos con otros.
JA: Sí,
pobrecitos, se tienen que pasar la vida adentro del libro… (Risas)
MM: De ahí
deduzco que te cuesta funcionar o ni siquiera lo intentás, con el tema del
cuento o de la novela “a pedido”…
JA: No, no. No
puedo. Salvo que el pedido coincida con
algún interés mío. Podría suceder. Cuando me piden algo en las editoriales lo
que hago es decirles que me voy a fijar en los archivos a ver si hay algo que
pueda interesar. Si no sucede eso, no puedo escribir a pedido. Lo hice alguna
vez y no me gustó. No me sentí cómodo haciéndolo. El pedido tiene varias
puntas, que para mí son difíciles de cumplir. Una es el tema, otra es la
extensión, y otra es el plazo. Yo no puedo escribir con plazo. El texto está
cuando está. Está listo cuando está listo. Yo no puedo apurarlo. Para colmo,
una vez que termino algo, hasta que empiezo a mostrarlo o a pensar en
publicarlo, pasa como un año. Se queda ahí, estacionándose, así que el pedido
es complicado, sí.
MM: Eso que
acabás de decir, que también lo decía Borges de dar a publicar para dejar de
corregir, ¿Te cuesta saber cuándo el texto está listo?
JA: Sí. Siempre
es un tema ese. Es difícil eso. Saber cuándo está listo. Pero bueno, mi medida
es cuando ya no puedo hacer más por él. Cuando ya se me agotaron las ideas, las
ganas, la paciencia, el amor intenso que tuve por él ya se pasó y quiero
empezar otra cosa. Aún así, cuando ya no puedo hacer nada más por él, prefiero
dejarlo esperando un poco. No es, obviamente, que el texto se estacione, el que
cambia de perspectiva soy yo. Después ya puedo verlo con cierta distancia, le
doy los últimos ajustes y ahí empiezo a mostrarlo.
MM: El otro día
estuvo Pablo de Santis, que trabaja con cinco o seis proyectos a la vez, ¿Vos
lo lográs?
JA: Sí. Yo
trabajo a veces con más. Depende de lo que esté haciendo en ese momento, pero
cuando tengo tiempo para escribir,
tiempo “baldío”, digamos, puede ser que a la mañana abra diez archivos. Y a los
diez les hago algún toquecito durante el día. Y así van avanzando hasta que me
engancho con uno o dos, y empiezo a meterle a esos dos, y así se van
terminando. Por eso muchas veces sucede
que no tengo material o no publico por bastante tiempo, y después publico
varias cosas juntas.
MM: ¡Qué bueno
eso! Es sorprendente para mí, honestamente.
JA: Sí. Hay gente
que necesita focalizarse en un texto y terminarlo.
MM: Así que podés
llegar a abrir un panorama tan amplio…
JA: Puedo no
publicar por varios años y después publico diez. (Risas)
MM: ¡Cómo escribe
este hombre! (Risas)
JA: ¡Qué bárbaro!
(Risas)
MM: Tengo varias
cosas, muchísimas cosas para charlar. Uno de los libros tuyos para lectores
jóvenes y niños también, es El puente del
diablo. Comentaba la otra vez que lo leía mucho con mis alumnos cuando
trabajaba de maestro. Sobre todo “Horacito”,
que es esa versión del Ucumar. Y “La curva
del duende” lo usaba para explicarles esa cuestión de tirar claves, en este
caso, claramente lo del cigarrillo aplastado. Hay mucha investigación acá. ¿O
hay, más bien, oralidad?
JA: Ambas cosas,
me parece. Es de vivir en Jujuy, y escuchar gente contar, y también
investigación. No sé si tienen en la memoria los tomos de Berta Vidal de
Battini, de Susana Chertrudi, en fin… hay unos cuántos. Ese es un libro, por
ejemplo, escrito por encargo.
MM: Anduvo muy
bien…
JA: Me lo
encargó, cuando estaba en el Centro Editor, Miguel Ángel Palermo, y se truncó
el proyecto porque cayó el Centro Editor. Y después Miguel Ángel Palermo se fue
a Sudamericana y le propuso la colección a Canela y se publicó. Yo ya lo tenía
listo. Justamente los dos cuentos que mencionaste son los que todavía más o
menos me gustan.
MM: Los demás no
tanto…
JA: Mmmm… no. No.
Y creo que en mí al menos ha quedado la marca esa de haberlo hecho por
encargo. No con una elección totalmente
libre. Y noto algunas cosas que no voy a decir ahora para no condicionar a los
posibles lectores pero le noto algunas cosas que me duelen. “¿Por qué puse
esto?” (Risas) Me lo guardo para mí
porque es condicionarlos. Por ahí me pasa a mí y no les pasa a los demás.
Asistente: Se habló mucho de esto de escribir por encargo. ¿Qué variables se juegan en un pedido? ¿En función de qué? ¿De lo comercial? ¿Desde dónde se pide?
JA: Yo no lo sé.
Son ideas que tienen las editoriales, o escritores que trabajan con editoriales
y que les parece que son proyectos que pueden llegar a funcionar. Ignoro si
sólo comercialmente, o si les parece estéticamente interesante. A mí, lo que me
genera es una prevención, porque no es una elección libre, mía, y creo que en
la literatura eso es muy importante. En el arte es muy importante poder decidir
libremente lo que uno quiere escribir. Después, si el editor no quiere
publicarlo, no lo publicará. Le parecerá que no va. No solamente los editores
“bochan” proyectos desde la literatura de colecciones infantiles o juveniles.
MM: Igual, hay
“niveles” de pedido. Está, desde el más específico, que es el del libro de
texto, que algunos autores respondemos a esos pedidos y otros para nada, porque
se sienten, justamente, como le pasa a Jorge, muy condicionados, porque hay
pedidos muy concretos, del tipo: mil quinientos caracteres, que tenga cuatro
nombres propios, y que toque el living, la cocina y el patio. No estoy
exagerando. Pasa. Algunos lo tomamos como ejercicio de taller, a algunos nos
sirve. Además de que, bueno… es trabajo. Y después hay pedidos más amplios. Por
ahí lo que te pasó con Miguel Ángel Palermo, que es antropólogo, ¿verdad?...
JA: Creo que sí,
que es antropólogo.
MM: Quizá lo
conocen de Cuentos que cuentan los
tehuelches, varios cuentos de
aborígenes, pueblos originarios. Eso era armar una colección temática.
Esta era de cuentos de Jujuy, una cosa así el lema…
JA: Sí, el
noroeste.
MM: A mí, como
maestro, me gustó muchísimo. Trabajarlo con los chicos, leerlo con los chicos,
y bueno, acerté con los dos. Recuerdo “El
desbravador de mulas”…
JA: Ah! Ese
también, ahora que lo mencionás…
MM: Menos mal…
(Risas)
JA: Esos tres,
pero no mucho más.
MM: No menciono
ninguno más.
Asistente: Perdoname,
el libro Diario de un explorador,
recién lo terminé de leer y realmente me apasionó, me gustaron muchísimo los cuentos, y bueno, yo
tuve oportunidad, por tener familia en el norte, de sentir mucho las
descripciones que hacés del lugar, de las costumbres, de las creencias, y me
preguntaba qué pasa con los lectores que, de pronto, no conocen estos lugares,
esta forma de pensar, esta cultura… Yo creo que llega igual, pero quería saber
cuál es tu visión.
JA: Ese es un
buen ejemplo. Ese libro, esos cuentos son, me parece, aptos para todo público.
Los vio Canela, le gustaron y los editó. Pero después los vio gente de la
literatura de las colecciones para adultos, les gustaron, y con otros tres
cuentos, que son más fuertes, se editó para adultos en Sudamericana, con el
nombre de Cumbia. Es exactamente
igual, pero tiene tres cuentos más. En Cumbia
hay tres cuentos… “Quería taparla con
algo” es un cuento fuerte. “Así es la
milonga”, que es un monólogo de un camionero que levanta un mochilero que
está haciendo auto stop, y otro que justo había escrito en esa época que se
llama “Esa chica”. Esos son los tres
nuevos. La única diferencia. Pero casi el mismo libro que funcionó para una
colección de jóvenes, después se publicó en adultos. Cumbia está agotado, probablemente. Éste no. Éste lo siguen
editando.
MM: Ya que nos
metemos con este, yo no leí éste de Sudamericana. Leí “El ankuto pila”, que estaba en la colección Leer la Argentina
dirigida por Mempo, que está dividida por regiones. En noroeste hay uno de los
cuentos que figura en este libro que es “El
ankuto pila”, y tengo que preguntarte: ¿Existe el ankuto pila?
JA: No. (Risas)
MM: Me imaginaba.
Pero es un poco decepcionante…
JA: Tiene su
historia “El ankuto pila”. En una
época, para escribir me nutría mucho de sueños. Este “animal”, surgió de un
sueño de una siesta, de la que me levanté transpirado y agitado, y traté de
escribir lo más que pude para no olvidarme. Yo lo publiqué incluso en una
antología que hice, con distintos autores, incluí el mío también. Era una
antología, tenía como una biografía de los autores, el cuento, y un apartadito
que se llamaba “En el tintero”, que eran las cosas que el autor había querido
decir sobre el cuento que le habían quedado en el tintero. Y yo ahí expliqué
que no existía, que lo había soñado, en fin… Aún así, después de un tiempo me
llegaron comentarios, de gente que decía que lo había visto. (Risas) Esto para
un escritor siempre es un halago porque es creíble. La gente no solamente
piensa que existe sino que además lo ha visto. Y un amigo mío, un escritor de
allá de Jujuy, Marcelo Constant, escribió un cuento de unas personas que
llevaban un cajón a través del monte, y de pronto escuchan un grito, y el papá
les dice a las nenas que van con él que no se asusten, que seguramente es el
ankuto pila. Entonces era como una operación comando (Risas), ya había dos autores
que hablaban de este animal que no existía, entonces eso también ayuda a pensar
que quizás exista, ¿no?
Asistente: Vos
también mencionás la leyenda de “El Familiar”,
puede parecer que el ankuto pila es uno más…
JA: Sí, eso no lo
hice a propósito. Pero es cierto. Si hablo de El Familiar, y el Familar existe,
¿Por qué no va a existir el ankuto pila?
MM: Sí, además
tiene ese sesgo de no ser mitológico sino zoológico.
JA: Claro. Hay
una descripción casi científica…
MM: Permitime que
la lea, para los que no lo conocen: “En casi todas las selvas del norte
argentino existe un animal que raramente se muestra a los ojos del hombre. Es
esquivo y sabe ocultarse con extraña habilidad. La gente lo llama ankuto pila.
Se trata de una especie de oso flaco sin pelo, (pila significa en quichua, precisamente, “pelado” o “desnudo”), no
mayor que un perro ovejero, con orejas de mono, cuerpo fofo (pero
paradójicamente, provisto de una fuerza descomunal) y pellejo sobrante y suelto
que se desdobla abdomen abajo como las olas de un arroyo”… eso es muy bueno… Y
además después hay una descripción cuando huele al yaguar y corre primero en
forma bípeda y después en su posición natural. Es muy creíble. Merecería estar…
JA: Merecería
existir, sí. (Risas) Podríamos hacer una gestión en Animal Planet, para que lo
hagan existir (Risas)
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