Envolturas de crisálida
Dejar la niñez es siempre un tránsito arduo que no puede dejar de ser evocado. Convertirse en mujer es el evento central del que todo lo demás depende en Memorias de una superviviente, de Doris Lessing, la autora anglosajona, ganadora del premio Nobel de literatura 2007. Libro de arena sigue compartiendo las lecturas favoritas de sus lectores.
Por Marina Ruiz*
Si hay, entre toda la obra de Doris Lessing, una
novela en donde el plano de los acontecimientos está reducido a su mínima
expresión, ese texto es más que seguro Memorias
de una superviviente, especie de introspección autobiográfica, según la
propia autora, que no cesa de dedicarse a describir para relatar. Cuando lo
leemos no podemos evitar pensar si será posible agotar una escena, un fragmento
de vida y con él la vida entera a través de la descripción. Cada cuadro que
literalmente vemos al leer, cada minucioso hilo de un acontecimiento, en su
densidad, en sus múltiples dimensiones, es dicho desde muchos ángulos a la vez,
desde la mirada propia y desde la mirada hipotética del otro. Llenan páginas y
páginas de escritura las reflexiones, las conjeturas, la revisión detallista
del sentido de pequeños, mínimos, perfectamente olvidables, eventos cotidianos.
Inexplicablemente, o por la maestría de su realización, el lector no se agota
de leer. Todo lo contrario, se trata de una escritura fascinante que se
organiza sobre un trasfondo de eventos simples, que casi no ocupan lugar, que
casi no tienen peso, de los que hay poco que decir. Mejor dicho, a los que la
narradora refiere tangencial y lacónicamente para centrarse en un momento
específico, el presente del relato. Luego de la devastación de una sociedad que
parece haber colapsado y estar en la línea de su total disolución, los lazos
con el otro se encuentran destinados a desintegrarse, y en ese momento, la
narradora recibe un pedido que es más bien una imposición: hacerse cargo del
cuidado de una niña a punto de convertirse en adolescente, que es dejada,
entregada, sin mayor explicación, por el hombre que la trae, en la puerta de su
departamento. Desde ese instante, la niñita, Emily, pasó a ocupar el centro de
su mirada y toda la actividad descriptiva del relato. La ausencia de
explicación contamina todo el texto, no únicamente este evento principal, ya
que nunca sabemos, como lectores, qué es lo que originó, en primer lugar, el estado
de cosas en que se haya la desvirtuada sociedad: si fue una guerra, una
epidemia, la caída total de la economía mundial. Nada es aclarado. Tampoco el
abandono de Emily es claro y solo es objeto de suposiciones, el mundo, lo real
del mundo es objeto de suposiciones. Este plano de la memoria se entremezcla
entonces con el otro plano narrado, que es la evocación imaginaria, casi
onírica de los cuartos que la narradora recorre al atravesar el muro
de su departamento con su mirada imaginaria. Lo único seguro es lo que
transmite el modo de mirar que ofrece la voz que narra, lo que ella ve, cómo lo ve, recuerda haber visto, o supone posible que pudiera haberse visto. En ese cruce
de posibilidades su historia y el presente, el estar a cargo de Emily, se
entremezclan y se proyectan una en otra. Las transformaciones externas, del
mundo, detrás del ventanal del living hacen un contrapunto con las
transformaciones que van llevando a Emily a dejar de ser una niña. El relato
atestigua ambos cambios desde una mirada reflexiva, analítica, que no se limita
a la pura descripción, sino que se abre a los juicios de valor, a lo argumentos
sociales que indagan en el modo de relacionarse de los sujetos, con sus
prejuicios, con sus reacciones, para pensarlos con agudeza. “Una tras otra fueron
quedando atrás las envolturas de crisálida y por fin, avergonzada de haber
desperdiciado tanto, me pidió sin preámbulos ni cortesía, pero a la vez con
aquella voz y aquel modo exageradamente refinados y horribles que le eran propios, que le diera algo más de dinero, y
con él se fue sola a los mercados. Volvió con algunas prendas de segunda mano
que en un solo paso de gigante la llevaron desde la niña llena de visiones
fantásticas hasta la joven, o mejor dicho, la mujer. Tenía entonces trece años,
todavía no había cumplido los catorce, pero igual podría haber tenido
diecisiete o dieciocho, y todo había sucedido en una explosión de días. Pensé
que ahora los héroes de la calle se hallarían probablemente muy por debajo de
sus aspiraciones y que ella, una joven, exigiría lo que de hecho le habría
elegido la naturaleza, un muchacho de diecisiete, dieciocho, e incluso más
años.” Así es como nos la hace ver a la niña la voz narrativa que construye tan
notablemente Doris Lessing, a esa niña que también alguna vez ella fue.
Memorias de una superviviente
Doris Lessing
buenos Aires, Debolsillo, 2013
*Marina Ruiz: vive en Buenos Aires, estudia antropología en la UBA, y su mayor pasión es viajar, y conocer cómo se vive en otros lugares.
*Marina Ruiz: vive en Buenos Aires, estudia antropología en la UBA, y su mayor pasión es viajar, y conocer cómo se vive en otros lugares.
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