La vaca de mi abuela

¿Dónde puede caber una vaca? ¿Quién se atreve a domesticarla? ¿a tenerla de mascota en un frasco? De las ilusiones, de las imaginaciones, de las mentiras que no son y de todo aquello de lo que son capaces de pensar y vivir los niños, de eso habla este cuento que pertenece a Eugenia de Micheli y que forma parte de las publicaciones acerca del tema del mes.

Por Eugenia De Micheli*

En el departamento de mi abuela, vive una vaca. Es chiquitita como la uña de un pulgar pero después no tiene nada de diferente con las otras: tiene su cuerpo de vaca, su vida de vaca y sus corazonadas de vaca. Es igual a las que vemos al costado de la ruta cuando vamos a la playa.    
Apenas llegó, mi abuela le armó una cucha en la canasta de las revistas al lado de su máquina de coser. Pero a la vaca no le gustó esa casita. Le agarró una melancolía vacuna de aquellas, se la pasaba todo el día mugiendo. Extrañaba el verde de su pampa porque en el comedor sólo había baldosas color café.

-Vaca mimosa- dijo mi abuela.

Después la pasó al baño. Le hizo una casa con pastito en una jabonera que tiene por las dudas en la bolsa de arriba del inodoro. Pero ahí la vaca tampoco duró mucho. La pobre se la pasaba toda el día con mareos, porque con todos los agujeros que veía le daba miedo caerse. Y si le ponía tapón a la bañadera peor, más vértigo le daba, porque esta vaca, como todas, tampoco sabe nadar.

-Vaca miedosa- dijo mi abuela 
  
Ahí nomás la llevó al balcón. Como hay un montón de plantas, la vaca se adaptó enseguida. Mi abuela le hizo una casa con una cajita de fósforos. Ahí se quedó un buen tiempo la vaquita. Le hacía compañía a mi abuela cuando salía a colgar la ropa. Hasta que un día la descubrió comiéndose las hojas de un malvón bebé.

-Vaca morfona- dijo mi abuela.
    
(En su cuarto ni intentó porque a mi abuela le gusta dormir sola. Además sería un problema porque la vaca ronca.)

Entonces la llevó a la cocina que es un pañuelito de chica y siempre tiene olor a torta. A la vaca le pareció bien porque estaba calentita con el horno siempre prendido. Pero la vaca ahí era un problema. Siempre había que andar con cuidado de no arrastrarla con el trapo. Porque si no, había que revolver el tacho de basura hasta encontrarla.

-¡Un asco!-dijo un día mi abuela- esta vaca me tiene podrida. Y la metió adentro del primer tarro que encontró.
  
Con tanta suerte, para la vaca, que era el frasco de la yerba. Es de vidrio, así que le entra luz y es igual a su pampa, porque tiene tierra, palitos y hojas, todo verde. Ahí está tranquila la vaca, le gusta y no tiene miedo. Mi abuela le pone agua todas las mañanas en un fideo caracol.
Cuando llego a su casa le digo:
-Abu, mostrame la vaquita.
Pero siempre que abrimos el frasco hace un agujero en la yerba y se esconde el fondo del tarro. Nunca la llego a ver.

-Vaca cagona.- le dice mi abuela.
 
También dice que no hace falta ponerle nombre porque ella hace su vida.

Esta historia te enseña que es mentira que no se puede tener mascotas en departamentos, que las abuelas siempre se las ingenian y que las vacas son bastante rebuscadas para encontrar una casa.
                                                             


*Eugenia De Micheli: Escritora, historiadora y narradora. Nació un catorce de febrero en pleno carnaval porteño. Su camino como escritora se inició de la mano de Iris Rivera, participando de sus talleres de esritura.  Publicó su primer cuento en el 2012 para la revista Billiken. Participó como guionista en “Raíces de Libertad” para la edición 2014 de la Fiesta del Sol en la provincia de San Juan, Argentina. Su libro “Amigas” fue uno de los ganadores del Concurso “Maximo Calibre” para la Editorial Re-volver en España. Su cuento “Leandros” fue seleccionado para la próxima edición de la revista Plexopuertos de Valparaíso, Chile.  Su trabajo como escritora está necesariamente unido al de docente, narradora y contadora de historias.


Para conocer más de la autora pueden visitar su página: aquí

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