La risa, qué cosa seria.
La risa descubre velos. Saber distinguir entre realidad y fantasía no es cosa de risa, es cosa seria, que la risa viene a señalar. La fantasía zanja la cuestión de la diferencia entre lo verdadero y lo falso; las ficciones tienen su propio régimen de verdad, que se opone al concepto de mentira que domina lo real. Sobre todo esto indaga Iris Rivera en una nota que hoy publica Libro de arena, a partir de una anécdota surgida del público y los críticos más severos y exigentes de todos los tiempos: los niños.
Por Iris Rivera
Esa vez me habían invitado
a un Jardín de Infantes. La idea era visitar cada sala, leerles un cuento a los
niños, conversar con ellos. Me recibió una directora atenta, contenta, entusiasmada.
Y se apuró a llevarme a la primera sala, la de 3 años. Una maestra llena de expectativa
les dijo a sus niños sentados en ronda:
-¡Miren! ¡Acá la tienen!
¡Ésta era la sorpresa!
Vi caras de ¿la sorpresa? Y
me sentí muy alta o muy peinada o muy señora-no-te-conozco. Habré puesto cara
de yo-a-ustedes-tampoco.
-¿Adivinen quién es ella?-
estaba diciendo la directora.
Nadie arriesgaba.
-¿Ustedes se acuerdan del cuento que les
conté?- ayudó la maestra y señaló la exposición de manchas de color azul, con
ojos y hasta patitas, sobre una pared de la sala.
Algunas miradas se
iluminaron y de una cabeza con rulos arrancó un SÍ potente al que se acoplaron
más voces.
- Sííiiííííííííííííí…
La maestra siguió:
- ¿Y se acuerdan cómo se
llamaba el cuento?
- ¡CUCOS AZULES! – gritaron
unas trenzas memoriosas.
La directora intervino:
- Bueno… y ¿quién les
parece que será esta señora?
- ¡EL CUUUUUCO! – aseveró
un flequillo a todo pulmón.
- …UCO…UCO…- le hicieron
coro varias voces.
Y nos explotó la risa. La
maestra y la directora, hasta lagrimeaban. Y los nenes, las nenas… se reían con
la boca tan abierta como cuando, a los
tres años, se llora con desconsuelo. Era una risa que no tenía consuelo,
verdaderamente. No tenía arreglo.
Pero ¿de qué nos reíamos? Yo,
de cómo ese flequillo de tres años leyó mi cara, que no le estaba pareciendo
precisamente linda ni simpática. Me reía de estar siendo EL CUCO EN PERSONA
para alguien de tres años y que me lo dijera así, sin anestesia.
¿De qué se reirían la
maestra y la directora? A lo mejor, del trabajo que les había dado preparar
todo eso, del tiempo que les había llevado, de la importancia de acercar
tempranamente los niños a los libros, de que los objetivos horizontales,
verticales y oblicuos, de que la literatura infantil como acercamiento a, como
herramienta de, como puente entre… de tanta y tanta cosa, para que un demoledor
de teorías de tres años salga diciendo que eso
que les trajeron es EL CUCO.
Estas cosas y otras varias
desnudó aquella risa de la que nadie quedó afuera. Hasta el dueño del flequillo,
autor de exclamación tan festejada, se reía después de haberlo dicho. Después.
Cuando lo dijo, no… cuando lo dijo hablaba en serio. Será porque, en el fondo
de la risa, si se lo busca bien, hay algo serio. Y la risa lo saca a relucir
porque lo enfoca desde un ángulo no esperado. Así, bajo esa luz al sesgo, lo
serio causa risa. Lo que no se veía queda de pronto a la vista. Y ahí está la
gracia.
Si estás nerviosa en el
examen oral- aconsejaba mi mamá- imaginate al profesor en calzoncillos. Te va a
dar risa y se te pasa el miedo. Estaba bien el consejo: que lo que no se ve
quede a la vista. Y si la presencia de la autora te pone incómoda, pensá un poquito
¿quién es ella al final? ¿el Cuco? Sí.
Esto también lo desnudó la
risa. Y las palabras de ese día vuelven como pidiendo que uno las piense un
poco más:
- ¿Cómo se llamaba el
cuento?
- ¡CUCOS AZULES!
- Y ¿quién será esta
señora?
- ¡EL CUCO!
¿Qué otras cosas ocultas iluminó
la risa? Las relaciones entre lo imaginario y lo real, por ejemplo. Para esos tres
años que contestaron EL CUCO no había distancia entre lo que está en el cuento
y lo que está en la realidad. El límite entre fantasía y realidad no existía, tampoco
el puente. No había puente porque no había nada que cruzar. El CUCO era un
individuo que tanto podía estar en el
cuento como ahí en persona. Era un ser… ¿fantarreal?
¿En qué lugar existen los cucos
de los cuentos? Bueno, según Graciela Montes,
en un lugar virtual que necesitamos construir. ¿Para qué? Y… para tener dónde ubicar
a los cucos y demás criaturas de la imaginación. Ella llama a ese espacio “lafrontera indómita”. Y dice que esa frontera se ensancha cuantos más habitantes
fijan su residencia allí.
Me sale al cruce una
anécdota familiar. Cuando Luchi, de tres años, se asustaba de los dibujitos de
monstruos, la mamá probó decirle que no eran de verdad, sino de mentira. Entonces Luchi empezó a
preguntar: tal cosa ¿es de verdad o de
mentira? Y la mamá le iba diciendo que las películas eran de mentira, que los fantasmas eran de mentira, y así. Hasta que un día Luchi
preguntó si los cuentos también eran
de mentira y la mamá, que no podía
ser incoherente, tuvo que responder que sí. Entonces Luchi, que nunca se dormía
antes de que le leyeran tres o cuatro libros, lloró.
-Todos me mienten, todos me
engañan- decía- ¡Hasta los cuentos me mienten! ¡Hasta los cuentos!
La conclusión de Luchi,
dicha con toda desilusión y rabia, era muy lógica. Porque si algo es de mentira… finge su existencia. Al fin,
al cabo y en verdad no existe. No
existe de verdad.
Esta mamá quedó bien
preocupada. Ella nunca había sentido que, cuando le leía un cuento a Luchi, lo engañaba. Algo no estaba funcionando
bien. Le dio vueltas y vueltas al asunto hasta que se preguntó si la expresión de mentira era adecuada. La conclusión de Luchi le hacía sospechar
que no. Entonces se dio cuenta: ¡de
mentira, no!
-Los cuentos son del mundo de la fantasía, Luchi.
Suficiente para que él
empezara de nuevo el cuestionario. Pero ahora lo planteaba distinto:
-¿Los dibujitos son del mundo
de la fantasía?
- Sí.
-Ah.
-¿Frankenstein es del mundo
de la fantasía?
- Sí.
-Ah.
-¿Frankenstein es del mundo
de la fantasía?
-Sí.
-Ah.
-¿Y el tío que vive en
España?
-No. El tío, no.
-Ah.
Esa mamá había descubierto
que, en el mundo de la fantasía, lo que existe no es de mentira, existe de
verdad. Existe de verdad… en ese mundo.
Digo: ¿cómo les habrá ido
con eso a mis propios tres años? Y no me acuerdo. Mis primeros recuerdos del
mundo fantarreal son de cuando ya lo tenía instalado. De cuando ya lo recorría,
lo jugaba y lo amueblaba con seres de los cuentos, de los cantos, de los
juegos. Con mi amiga recortábamos un redondel de pétalo de cala, luego le
poniámos, en el medio, el centro amarillo de una margarita y ese era el más
fantarreal de los huevos fritos. Lo servíamos en un platito y lo comíamos. Bueno…
hacíamos que lo comíamos… porque esa
es la forma en que se comen los huevos fritos fantarreales en ese mundo.
Pero volviendo a la
anécdota del Cuco… ¿qué hacía yo ahí, Cuco en persona? ¿Qué podía hacer, Cuco
descolocado, Frankenstein fuera de contexto, huevo frito de cala? ¿Qué me salía
hacer? Reírme como deben reírse los cucos… y seguir con el juego.
Ahora quedo pensando en qué
otras cosas saltan a la vista cada vez que los niños dicen, bien en serio, algo
que a los adultos nos causa gracia.
Publicado en: “Punto de partida.
Revista de educación inicial”, dirigida por María Emilia López. Año 2. N°18.
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