Eduardo Sacheri: "Cuando alguien se pone a escribir tiene dos grandes opciones: pensar o no pensar en un lector posible."
La imposición
del lector como un segmento del público al que de manera predeterminada una
escritura debe apuntar no es un límite productivo. Eduardo Sacheri participó de
los encuentros del ciclo "Literatura sin límites" y definió a la literatura
infantil y juvenil como una “etiqueta” al servicio de la lógica editorial, que como
toda etiqueta facilita o complica la lectura según otras variables que exceden
la edad del lector. Entre otros temas, el escritor se refirió a la forma de encarar el trabajo de escritura, a los premios y publicaciones; habló de la gravitación de la historia personal, y las improntas que guían su producción. La segunda
parte de esta entrevista que se realizó en La Nube, el lunes 15 de mayo de 2017, saldrá el viernes próximo.
Mario Méndez: Bueno. Hoy vamos a empezar bien temprano.
Si googlearon, se habrán dado cuenta de que Eduardo nació en Castelar…
Eduardo Sacheri: Nací en Castelar, y sigo viviendo en
Castelar. Mi hija sale del lugar en donde está, en Castelar, y tengo que ir a
buscarla.
MM: Cuando vamos a las escuelas nos preguntan
si los escritores somos de carne y hueso. Claro que sí. Así que te pido, Nacho,
que me avises un ratito antes porque lo vamos a invitar a leer. La verdad es
que es una alegría que esté tan llena la Biblioteca La Nube, como siempre,
abierta para nosotros, Hoy pensaba también que aunque no hubiera nadie y
corrieran los fardos de pasto como en el oeste, vos y yo hubiéramos estado
felices…
ES: Por razones futbolísticas.
MM: Tal cual.
ES: En mi caso, aclaro que como soy de
Independiente y ganó, es ese el motivo.
MM: Igual creo que todos saben tu filiación
futbolera. La mía la digo porque estoy chocho, y como soy de River estoy contento.
ES: ¡Qué deprimente hubiera sido al revés!
Para remontar un lunes…
MM: No me quiero imaginar. Hubiera sido
durísimo.
ES: Podría haber pasado tranquilamente.
MM: Les decía que estamos muy contentos, y que
hay gente que viene habitualmente, y
otros que nos los conozco que es probablemente gente de fútbol. Porque tu
literatura mueve también a mucha gente a la que le gusta la pelota. Y entonces,
por ejemplo, han venido varios de mi equipo de veteranos. Empezamos por la
biografía, aunque la conozcan está bueno empezar por ahí. Eduardo nació en Castelar y vive todavía allí. En una
biografía que tengo dice que sos docente. ¿Seguís dando clase?
ES: Soy profesor de Historia. Ejercí durante
muchos años, en la universidad y en la escuela secundaria. Y ahora me quedé con
una sola escuela, los días lunes a la mañana. Hoy arranqué el día a las siete y
media de la mañana.
MM: ¿En una escuela secundaria?
ES: Sí. Ahora no doy clases en la universidad,
porque el tema de los viajes, complica bastante. Es más fácil en un secundario,
que pierden una clase semanal y uno lo compensa de otra manera.
MM: ¿Es una necesidad de mantener esa relación
con los jóvenes estudiantes?
ES: Por un lado, es parte de mi vida. Durante
muchos años estudié el Profesorado, después la Licenciatura, y mi plan de vida
era convertirme en un académico, a lo sumo en un investigador. No me veía
escribiendo ficción. Yo no quería perder las cosas buenas que ya había elegido.
El trabajo te lleva a una zona que puede ser muy linda, pero no quería dejar
ese pedazo de mi vida. Eso, a nivel de mi vocación por la historia. Y desde el
punto de vista que tiene más que ver con lo emocional, de cada forma de
trabajo, escribir tiene una cosa bastante hermética, bastante cerrada sobre uno
mismo, bastante silenciosa, y la
docencia me parece que es un lindo contrapeso para esa faceta. Porque te obliga
permanente al vínculo, al diálogo, a la conexión con otros. Creo que si me pasara todos los días, todo el
tiempo encerrado, no sé si podría escribir.
O no sé si me sería tan placentero hacerlo.
MM: Está bueno. Mantener el contexto, ¿no?
Bien, sigo con la biografía. Ha publicado cuentos y novelas. La primera fue La pregunta de sus ojos en el 2005, que
se filmó con el nombre cambiado, como El
secreto de sus ojos, que como sabemos, ganó el Oscar. También intervino en
el guión. Ha publicado libros de
cuentos, como Esperándolo a Tito, (el
primero, del año 2000), Te conozco
Mendizábal, Lo raro empezó después, Los dueños del mundo… Decías recién, que llegaste sin saber muy bien cómo a
esto de ser escritor, y que te atreviste a mandarle los cuentos a Alejandro Apo
y así empezó el camino. ¿Cómo fue eso?
ES: Mirá, si me comparo con colegas yo soy un
escritor tardío. No es que en la adolescencia me puse a escribir con la idea de
convertirme en un escritor. Yo no escribí ficción hasta que tuve veinticinco o
veintiséis años, en que empecé a escribir algunos cuentos, porque me di cuenta
de que me hacía bien escribir. Así como
toda la vida me había hecho bien leer, advertí que me hacía bien escribir. Y el
formato del cuento era el que mejor se me adaptaba, con el que me sentía más cómodo.
No me sentía listo para escribir una novela, pero era lector de cuentos, y
viste que son como músicas que te suenan, ritmos que pueden serte familiares.
Algunos de esos cuentos hablaban de fútbol, o utilizaban al fútbol para hablar
de otra cosa. Alejandro Apo tenía un programa muy reciente en ese momento,
estoy hablando del año ’96, en Radio Continental, que era “Todo con afecto”,
los sábados a la tarde, donde Alejo intentaba conectar al fútbol con el cine,
con la música, con la literatura. Y leía cuentos de fútbol como apertura de su
programa. Yo tenía algunos cuentos escritos y nada publicado, todavía. Y mi
mujer y mis amigos me decían que le mandara mis cuentos a Apo. Yo pensaba que
no tenía nada que hacer con eso, que a ellos les gustaban porque eran mis
amigos y mi mujer. Uno espera que la gente que lo quiere sea mínimamente
elogiosa con lo que uno escribe. Me insistieron. En esa época daba clases
en Ciencias Económicas, en la sede de la
Avenida Córdoba, y me acuerdo de haber ido una tarde con tres cuentos metidos
en un sobre de papel madera que llevé a la recepción de la radio. Apo leyó uno
al aire… y claro, la radio tiene eso de que es un medio más horizontal que
otros. Ahora además están las redes sociales, pero en el ’96 podías levantar el
teléfono para decir qué bueno que estaba eso. Y uno escuchaba y… epa… no era mi
mujer, ni mis amigos. Era gente que lo había escuchado y a la que le había
gustado Y así fue como empezó la cosa.
MM: Vertiginoso, ¿verdad? Porque como bien
decías, quizá empezaste un poquito más tarde, pero desde el 2000 a la fecha hay
un montón de novelas publicadas, dos de ellas muy notorias, La pregunta
de sus ojos, por la película, y La
noche de la usina, que ganó el Premio Alfaguara, que es de los más
importantes que hay.
ES: Sí, la pegué, digamos. (Risas).
ES: Era un premio al que yo le tenía muchas
ganas. Porque había conocido autores que ahora me gustan gracias al Premio
Alfaguara. Por ejemplo, Laura Restrepo. Yo no la había leído. Leí el libro
porque había ganado el Premio y me encantó. O Santiago Roncagliolo. A Tomás
Eloy Martínez ya lo conocía pero gana el Premio con El vuelo de la reina. Me parece que es un premio que me gustaba
tener un mi biblioteca. Por supuesto que no todos los que ganaron me gustaron
lo mismo. Pero el hecho de poder pensar en si podrías ganar ese premio… Vos te
presentás con un nombre anónimo, y se presentan quinientas, seiscientas
personas al Premio Alfaguara. El año pasado fueron setecientas y pico. Yo ya me
había presentado ya dos veces antes, porque la única condición es que la novela
sea inédita. Y parte del premio es la publicación. Me había presentado con la
que después fue Aráoz y la verdad, y
no gané. Volví a presentarme con Papeles
en el viento, y tampoco gané, y me
presenté con esta y me lo dieron a mí.
MM: En Aráoz
y la verdad aparece Perlassi; La
noche de la usina es una precuela…
ES: Claro. Cuando escribí Aráoz y la verdad, me quedaron como ganas de volver a ese mundo. La
novela transcurre en un pueblo ficticio de la Provincia de Buenos Aires que se
llama O’ Connor. Hay una serie de personajes… un viejo futbolista retirado y
medio misterioso que se llama Perlassi, una serie de personajes bien de pueblo.
Cuando terminé Aráoz y la verdad me
pasó de decir: “Pucha”. Me quedó como una melancolía de volver a ese lugar y a
esa gente. Cuando vos escribís un libro, a veces te pasa que se te ocurren
cosas, que no están estrictamente vinculadas con ese libro. A lo mejor tienen
que ver con los personajes que estás creando, pero no da para que las cuentes
en ese libro. Es importante que vos las sepas, porque les da solidez a los
personajes, pero quedarán sin contar. Y me pasó que había suficiente cantidad
de cosas y de sustancia como para decir que se podía contar algo más de esa
gente. Que en realidad es algo anterior, porque Aráoz y la verdad está situada en 2006, 2007, cuando la escribí,
pero La noche de la usina que la
escribí el año pasado está ambientada seis o siete años antes. Antes y después
de la crisis del 2001. Y me gustó eso de volver a contar cosas de esa gente, un
tiempo antes.
MM: Es duro además despedirse de los
personajes, ¿no?
ES: Sobre todo creo que hay una etapa, o a mí
me pasa cuando escribo una novela que me lleva más tiempo que un cuento que es
una experiencia más momentánea. A lo mejor muy profunda, muy emotiva, muy
dolorosa, pero es rápida. Y si un cuento sale mal, salió mal. Fue un fracaso, a
lo mejor muy profundo, pero condensado en el tiempo. Cuando me siento a
escribir una novela me lleva un año o un año y medio, hasta dos años. Te vas metiendo, y de entrada, a mí, por lo
menos, me cuesta entrar. Primero, a ver qué historia voy a contar, qué pasa. La
trama. Eso puede llevarme meses. Pero ¿a quién le pasa esto? A González, a
Pérez y a Zimmermann. Pero son apellidos, son nombres, de entrada no son
personas. Recién cuando me voy metiendo a escribir, Zimmermann es así, y Pérez
de tal otra manera, y González, aunque no parezca… Ahí hay como un segundo
conjunto de obstáculos para la escritura que tienen que ver con quién es esta
gente. Cuando se desatan esos obstáculos, para mí es la parte más placentera de
los libros. Es como que el libro fluye, pero son los últimos meses de
escritura. Vos te sentás, esa gente está alrededor tuyo y vos vas. Y sabés que
eso queda. Que eso va ser el libro. Después se corregirá, se tratará de mejorar
esto o aquello, se buscarán detalles que lo mejorarán, pero en general, el
libro es ese. Pero son los últimos meses. Cuando tenés la mano caliente y los
conocés y lo disfrutás, terminaste. (Risas). Y se fueron. Durísima la vida del
escritor. (Risas).
MM: Te contaba hace un ratito que este ciclo
nació hace diez años, invitando generalmente escritores identificados con la
literatura infantil y juvenil. En este nos atrevimos a invitar a autores que no
están identificados con la LIJ. Y me encantó encontrar en una novela tuya, en Ser feliz era esto, una definición de
literatura juvenil que quiero que desarrolles porque es bastante escueta.
ES: ¿Qué habré dicho? Esto es sorpresa…
MM: Por si no la leyeron, se las recomiendo
mucho. Ser feliz era esto es la historia
de Sofía, una niña de catorce años que llega una mañana a Morón donde un
escritor que se llama Lucas, se entera de boca de ella, que es su padre. La
vida de los dos cambia a partir de ese momento, y realmente es una novela muy
emotiva. Lucas ha presentado su novela a un concurso de mucho dinero, como el
de Alfaguara, Pero no quiere ganarlo. Es curioso este personaje… no te
imaginaba a vos porque no quiere ser escritor. En un momento Lucas habla del
libro que ya ha publicado, que es muy exitoso y (les leo): “Agustina dice que ella se sorprendió un montón cuando Laura le contó
un tiempito antes de morir (Laura era la madre), quién era el padre de Sofía. “El del Desierto de los fantasmas”. “Lo
leí”, dice Agustina, “¿No digas?”, pregunta su papá, “Es más bien una novela
juvenil”, dice él, como si tuviera que justificarse. “Me gustó mucho”, dice
Agustina, “y en ningún momento pensé que fuera una novela juvenil. ¿Qué es una
novela juvenil?” “Supongo que una novela que una editorial publica en una
colección juvenil”, dice Lucas. Como si no supiera demasiado bien la
respuesta.”
¿Es una decisión editorial la que convierte
una novela en una novela juvenil?
ES: No lo sé.
MM: Como Lucas.
ES: A lo mejor ese pedacito de la novela tiene
que ver con la historia de ese libro, de la escritura de ese libro. Casi todos
mis libros salieron publicados por un sello de literatura general. Primero en
Galerna, y luego en Alfaguara. En algún momento, en Alfaguara me preguntaron si
no quería escribir una novela para el sello de Alfaguara Juvenil. Y a mí me
resulta más fácil definir una literatura infantil, por una cuestión de
vivencias, léxicos, ritmos, volúmenes, que para un chico o una chica es más
clara. Pero esto de lo juvenil, las fronteras son mucho más borrosas, y de
hecho, yo sabía que algunos de mis libros que no estaban pensados para lectores
jóvenes se leen en escuelas. La pregunta
de sus ojos, ¿es un libro juvenil? En tanto lo leen jóvenes, parece que sí.
Y en tanto lo leen adultos debería ser
que no… En aquel momento yo tenía una serie de anécdotas de mi niñez, que son
las que están en Los dueños del mundo,
que es mi libro más definidamente autobiográfico. Porque son cosas que a mí me pasaron de pibe en Castelar. Este libro
se publicó por Alfaguara Juvenil. El carácter de Juvenil se lo dio eso. Que lo
publicó Alfaguara en la Serie Roja. Y tiempo después, como el libro caminaba,
me preguntaron si quería escribir una novela juvenil. Y yo tenía una idea en la
cabeza, que tenía que ver con esto de un papá y una hija conociéndose y poco
más. Pero a diferencia de lo que yo sentía con los otros libros, en general yo
escribo el libro y se lo paso a alguien de la editorial para que lo mire, pero
cuando el libro está terminado. En este caso, como era una novela, en principio
juvenil, cuando tenía más o menos media novela escrita, pero toda la novela
pensada, se las pasé para que fueran mirando por donde iba. Y en la editorial,
con una actitud más participativa, me dijeron que, el padre se llamaba Lucas,
la chica se llamaba Sofía, y me preguntaron por qué no desarrollaba más el
mundo de la escuela a la que va Sofía. Les dije que porque el libro era del
papá y la hija conociéndose. Me dijeron que la parte romántica (en un momento
Sofía ve un chico que le gusta cuando se está comprando ropa), era una veta
para desarrollar. Les dije que sí, pero que el libro era de un papá y una hija
conociéndose (risas). Ahí me di cuenta de que mi manera de laburar quizá no se
prestaba demasiado a este tipo de intercambio. Esto no habla ni bien ni mal, de
mi manera de trabajar ni de la editorial.
Entonces decidí que ese libro iba a publicarlo como uno más de los míos,
no como otra cosa. Y Ser feliz era esto, es eso: la historia de un papá
y una hija conociéndose. Por eso esas cosas no están desarrolladas y la novela
va para otro lado. ¿Es una novela juvenil? Hay un montón de chicos que la leen
en las escuelas.
Asistente: Eso te iba a decir. Cuando la leí la
disfruté un montón, pero pensé que perfectamente podía ser una novela para
adolescentes.
ES: Creo que es la famosa cuestión de las
etiquetas. No en la literatura solamente. En general. En un punto, nos
facilitan las etiquetas. Y en otro nos limitan. Hacen las dos cosas. Cuando mis
hijos eran chicos y buscaba libros para ellos, me venía bien que en las
librerías hubiera una parte juvenil, para distintas edades. Porque el ser
lector de otras cosas, me venía bien para orientarme, aunque después, si ves
que hubo autores que a tus hijos les gustaron más, insistís con esos autores.
Ese lado de las etiquetas, es útil a veces, necesario. Pero por otro lado, a
veces sentís que “te tira de sisa”.
MM: Te metí en un pequeño brete, porque es el brete en el que estamos todos cuando hablamos de literatura juvenil. Los límites en los libros son muy difusos…
ES: Sobre todo los juveniles. En mi propia
experiencia como lector también. En la Colección Robin Hood o en Iridium, te
encontrabas con clásicos adaptados, pero clásicos al fin, y te encontrabas con
lo que llamaríamos “literatura juvenil”. Era una mezcla y yo disfrutaba como un
loco de las dos cosas. A mí no me hace ruido, pero no volvería a escribir con
la etiqueta de “Juvenil” en la cabeza. Pero por etiqueta, no por juvenil.
Asistente: Me da la impresión de que para el escritor,
para el que tiene que escribir el libro que la editorial quiera, es en qué
momento entra la etiqueta. Si antes o después de terminada la obra. Porque sería razonable que un editor dijera que algo
es literatura juvenil cuando la obra está terminada, y lo otro parece más
escritura a pedido o bajo demanda.
ES: ¿Sabés dónde me complica a mí? Al tener que
pensar en “un” lector. Yo creo que cuando alguien se pone a escribir tiene dos
grandes opciones. Pensar o no pensar en un lector posible. No creo que sea
obligatorio. A mí me pasa que tiendo a pensarme a mí como lector. Pero no
porque no me importen los lectores, porque el único lector que me importa soy
yo. No por una cuestión de pedantería, sino porque no tengo ni idea de quién va
a leerme. Y me gusta no tener idea, entonces pienso en si para mí eso está bien
o está mal, si tiene o no tiene ritmo, si la narración se empasta o no en
determinado momento. Como cuando cocinás y probás. Lo escribís y lo leés.
Supongamos que acá hay lectores míos. Mirémonos. Hay mujeres, hay hombres, hay más
grandes, más jóvenes. Y cada uno con una historia diferente. Esa es la
dificultad que se me presenta. Si pienso que algo voy a escribirlo para un
chico de quince años, siento que no soy capaz. Yo no me siento cómodo
escribiendo para un tipo de lector en particular. Como si vinieran a decirme
que necesitan una novela para gente mayor de sesenta años. Tampoco podría, por
la etiqueta, no porque alguien de más de sesenta años no pueda leerme. Me
encanta que un libro mío pueda leerlo una persona joven, un chico, un adulto,
alguien mayor... pero no como premisa.
Asistente: Lo juvenil, para mí, tiene que ver con el
camino lector. Va a haber jóvenes que van a leer todo y otros que van a tener
una lectura más exclusiva. Por eso la etiqueta es embromada.
ER: Es que, insisto, al mismo tiempo es útil,
eso es lo complicado. Tampoco los lectores adultos tienen abiertos los mismos
caminos. Si vos sos un lector poco experimentado o dejaste de leer hace mucho
tiempo, y estás medio duro de lectura. Quizá ciertas etiquetas te lo faciliten,
pero tengo la duda.
MM: ¿Y la etiqueta de la literatura futbolera?
¿Cómo funciona?
ES: De nuevo, como una etiqueta que en un
sentido te ayuda y en otro te limita. En general, tiendo a encontrarme con que
son más abundantes las lectoras que los lectores. Me parece que a nivel mercado
es así. Más allá de que sin dudas, los
hombres que están acá son lectores, en líneas generales hay más mujeres
lectoras. Cuando los tipos no muy lectores, se ponen a leer, que venga con
fútbol ayuda, porque a los tipos les gusta el fútbol. Un tipo que tenga ganas
de leer, que no lo haga muy seguido, y
que se encuentre con cuentos de fútbol, a mí me conviene. Pero si dicen:
“Sacheri, es que escribe de fútbol…”, está bien, pero escribo otras cosas
también. Del mismo modo que si te dicen: “Sacheri el que escribió El secreto de sus ojos, (y te lo dicen
con el nombre de la película), y ganó el Oscar. Sí. Pero escribo otras cosas
también. Creo que nos pasa a todos. Por un lado está buenísimo que te ubiquen
por algo…
Asistente: Lo que no querés es que te encasillen.
ES: Ese es el problema de la etiqueta. Cuando
te encasillan. Y la persona que se acerca a vos ya te puso de una cuadrícula de
la que va a ser difícil salir.
Asistente: El problema de las etiquetas es que la
mayoría del público lector cree que el libro fue hecho para él. Y el libro, el
escritor lo escribe para sí mismo.
ES: Yo no puedo. Hay escritores que sí pueden
ubicarse mejor. No los juzgo. A mí no me sale.
MM: ¿Y cómo es el contacto con estudiantes?
Porque me imagino que te habrán invitado a algunas escuelas…
ES: Sí, me llaman con cierta frecuencia. Pasa
de todo. Las experiencias más lindas se dan cuando se tomaron un buen tiempo
para leerte. Ahí es muy fructífero. No porque se hayan comprado mil libros y
los hayan leído, no necesariamente. A lo mejor con un libro. Lo leyeron, se
dedicaron y lo trabajaron con los docentes, y vos vas y charlás del libro. Por
supuesto que salen otras cosas, que te preguntan cómo sos, y qué hacés como
escritor con tu trabajo. Está bueno también, y es linda esa curiosidad de los
chicos. Pero lo principal es charlar acerca de eso que leyeron. A veces, te
encontrás con visitas en las que la cáscara es más importante que el contenido.
“Lo traemos a este que es de los que ganó el Oscar”. Y cuando les preguntás si
leyeron te dicen que sí, que leyeron un cuento hace dos días para poder hacerte
preguntas. Y ahí no es muy provechoso, sentís que la cosa es medio superficial.
MM: ¿Vos notás alguna diferencia sustancial
entre los encuentros con adolescentes y con lectores adultos?
ES: Una diferencia importante es que el lector
adulto siempre es un lector libre. Llegó a tu libro, básicamente, porque quiso.
El lector juvenil, en la escuela, llegó porque le dieron el libro. En el mejor
de los casos, lo leyó por obligación y terminó resultándole placentero. A
cualquiera de nosotros nos pasó, que cuando estudiábamos nos dieron algunas
cosas para leer que nos encantaron, cosas que nos gustaron, y cosas que
sufrimos endemoniadamente. No es lo mismo que vengan cinco chicos de una
escuela a verte a la Feria del Libro porque tienen ganas, que la charla en la
escuela, que es parte del paquete que les toca asumir en tanto alumnos. Y
además, cuando es parte de una materia hay una cosa que tiene que cumplir. “Tienen que hacerle preguntas al tipo
este que vino, y tienen que hacer una síntesis, publicarla en el periódico
escolar”… Es diferente. La cosa del placer estará o no, pero supeditada a un
trabajo que tienen que hacer.
MM: También hay una cosa con la sinceridad. No
quiero dar ideas, pero no creo que acá nadie vaya a decirte que algo no le
gustó. Porque somos adultos, está mal visto. Pero en el colegio por ahí sí,
pasa.
ES: Eso no me molesta. Lo que más me gusta de
los adolescentes es la franqueza.
MM: Y te pasa.
ES: Me ha pasado, sí. Que me pregunten por qué
una historia termina “así”. Y… a veces
la vida termina así, qué va a hacer…
MM: Ahí, una pregunta de un docente y amigo, y
arquero de mi equipo de veteranos.
Asistente (Hugo Benítez): Salimos campeones una vez y otras once no
aparecés… (Risas).
ES: Pero quién te quita ese campeonato.
Asistente: Trabajé con Mario en el Programa Puentes
Escolares, con pibes en situación de vulnerabilidad. Y una vez fuimos al Bajo
Flores, y el Ministerio nos había dicho que eran niños. Cuando llegamos eran
como adultos con veinte años de cana. La verdad es que no teníamos experiencia
en trabajo con adultos. Nos mirábamos y pensábamos en cómo encarar eso. Y la
verdad es que yo soy muy fanático de tu cuento
de fútbol “Los traidores”, y le propuse al equipo que lo leyéramos. La
reflexión de los pibes fue impresionante, así que lo seguimos leyendo. Teníamos
un alumno, Jagger, que era uno de los
que más atrapado había quedado. A tal punto, que los llevamos a un museo, y
cuando en un momento la guía mostró una obra clásica, y preguntó si alguien
sabía lo que era un clásico él dijo: “Chicago-Morón” (Risas).
ES: Irreprochable respuesta.
Asistente: Siguió progresando en el espacio, lo volví
a ver, y cada vez que me lo cruzaba me decía lo bueno que había estado el
sábado el clásico Chicago-Morón. Así nos tuvo dos años. Ya empezábamos a
mirarlo mal, porque siempre nos preguntaba si habíamos ido a la cancha a ver el
clásico. Un día lo miramos con cara de: “Ya está lo de Chicago-Morón”. Y nos preguntó a todos si teníamos idea de
por qué nos decía “Chicago-Morón”. Y nos dijo que después de haber leído ese
cuento, él había vuelto a la calle, al consumo, lo habían echado de la casa y
se había mudado mil veces. Pero nunca había perdido los libros ni el cuento que
le habíamos regalado. Y que él a nosotros nos decía Chicago-Morón, porque cada
vez que nos veía se acordaba de la marca que le habíamos hecho ese día. Y nos
quedamos todos helados. Por eso cuando decían lo de las edades y lo de las
etiquetas yo pensaba en esto. Porque nosotros buscamos algo que convocara a la
palabra y ese cuento fue tremendo. A tal punto que la última vez que lo leímos,
Aldo me dijo que a él lo habían echado de todas las escuelas, que no le
gustaban los maestros, que no le gustaba escribir, y al final del cuento,
cuando el viejo le dice a la platea que por qué no se quedan, Aldo estaba
emocionado escuchando ese final. Yo le contaba a Mario esa experiencia con los
pibes de Bajo Flores.
ES: Por eso creo que está bueno escribir desde
la libertad. Creo que cuando escribís, cuántas menos etiquetas te auto imponés
o cuando menos te limitás en la producción, más juego hay con los lectores para
que se enganche cualquiera, cosa que puede pasar o no.
MM: Lo que decía Hugo recién, es que la
cuestión emotiva en tus cuentos y novelas es muy grande. ¿Hay una búsqueda de
ese costado? ¿Te surge naturalmente? ¿Sos una persona emotiva, nostálgica?
ES: Creo ser una persona emotiva. Intento no
ser una persona nostálgica. Si me sale o no, no lo sé. A mí no me gusta verme
en actitudes nostálgicas. Me parece que la nostalgia es como estar mirando el
futuro con la nuca. Eso de estar embelleciendo pasados que no sé si fueron tan
bellos. Sin duda habrán tenido cosas bellas, pero me parece que la nostalgia
puede ser muy tramposa. Y te puede enceguecer mucho en relación a tu presente.
No sea que dentro de quince años añores esto, y ahora estás añorando lo que
pasó hace quince años. Indudablemente, con esta cuestión de ser seres mortales
y temporales, cuánto más vivimos, menos nos queda. Listo. Certificado de
nostalgia. Está ahí. Sí, la emocionalidad, pero no porque busque ser emotivo en
lo que escribo. A mí, escribir me permite conectarme con mis emociones. Leer,
ver películas, me permiten conectarme con mis emociones. Jugar al fútbol me
permite conectarme con mis emociones. Si le lector se conecta también,
buenísimo. A mí cuando leo me gusta conectarme con cosas mías. Para mí, el acto
artístico es eso. Como escritor, digo, no como lector. Cuando yo avanzo en un
libro, y siento que me dispara como bombas de profundidad, dentro de mí mismo,
esos libros que cuando los terminás te quedan rebotando. ¿Dónde rebotan? En tu
profundidad. En tus emociones, tus sentimientos, tus ideas. A mí me gusta que
pase eso. Y yo escribo para que me pase eso. Para que me pase a mí mientras lo
escribo. Si después le pasa al otro cuando lo lee, me encanta. Pero no me
propongo que eso suceda, porque ahí la sonás. Iba a decir la cagás, pero no
corresponde. (Risas).
MM: Quizá por eso no funcionó lo de darle la
novela por la mitad al editor, ¿no?
ES: O no me funcionó a mí, porque no es mi
estilo. No me gusta decir que “esto se hace así”. A mí me sale así, me sale
terminarlo y después darlo a leer. Pero si alguien dice que maneja mejor su
inseguridad peloteando el libro, está bien también. A lo mejor yo soy más
cabeza dura, o más reacio a escuchar en el medio, entonces, siendo como soy, a
mí no me sirve.
MM: Sí, son estilos. Creo que era Stephen King
que decía “Escribir con la puerta cerrada y abrir cuando termina”. Un estilo
parecido al tuyo.
ES: Creo que Stephen me leyó no sé dónde y
dijo: “voy a escribir como este pelado”. (Risas).
Excelente!!!!! Terminé de leer la nota con una sonrisa.
ResponderBorrarExcelente entrevista!!!!
ResponderBorrarLa disfruté como lectora y como escritora.
Saludos a todos.