María Angélica Bosco
Los lectores que buscan en los intersticios recuperan a los autores olvidados. Del olvido, como una de las formas en que
se construye la memoria, emergen los nombres cuyas obras merecen ser
recordadas. Libro de arena hace un recorrido por la obra y la mirada de María Angélica Bosco.
Por Ernesto Hollman*
"No me gusta lo "poetoso", lo
vehemente. Me gusta una prosa contenida y buscar,
en esa contención efectos posibles (Noé Jitrik)
en esa contención efectos posibles (Noé Jitrik)
Los años
traen consigo la madurez del tiempo y las muchas lecturas que uno ha vivido en
la intensidad de la letra. Esa escritura reposada y oblicua donde se deja ver
aquello que subyace en el fondo del lodo sin demasiadas sorpresas a la hora de sopesar
el mal que se encuentra bajo la capa de ese infinito barro del que está
compuesta la vida humana.
La
escritura de María Angélica Bosco tiene mucho de esa inmensidad, de esa mirada
compasiva y tolerante con sus criaturas (que no quiere decir permisiva). Nos
permite acercarnos como zumbonas moscas -esas que describe Machado- en la
sopa de las mezquindades, avaricias y mediocridades que envuelven a muchos de
sus personajes.
Bosco se
estructuró en una generación de mujeres, que eran presas de mandatos a los
cuales –salvo raras excepciones- no podían negarse. Nacida en el seno de una
familia burguesa cumple al pie los reglamentos impuestos que esa sociedad le
impone.
Ya madura
y divorciada abre una brecha y se acondiciona a una nueva perspectiva
existencial. Gana el segundo puesto en un concurso de la editorial Emecé
-desplazada por Beatríz Guido que lo gana por La casa del ángel- para convertirse en la primera escritora de
novelas policiales de la Argentina. Fue la única mujer que Jorge Luis Borges y
Adolfo Bioy Casares aceptaron que ingresara a la selectiva nómina de la
colección del séptimo círculo, con su premiada La muerte viaja en ascensor.
Después
vendrían, dentro de lo estrictamente policial, -ya que también ha escrito
varias novelas inscriptas en diversas temáticas, entre ensayos y teatro- La muerte soborna a pandora, En la estela de
un secuestro, Muerte en la costa del río y La muerte vino de afuera. A
partir de la primera novela se define como una sagaz narradora de
suspenso, con un muy buen entramado narrativo. Siempre trabajó además con
una exacta y muy prolija descripción de los caracteres. Y sobre todo fue una
maestra en la configuración de claroscuros. Su escritura está mucho más cerca
de esa descarnada escritora norteamericana que es Vera Caspary (hoy
absolutamente olvidada) que de la clásica novela inglesa de
gélido estilo Agatha Christie.
Hoy muchos
de los que dicen escribir novelas policiales deberían abrevar en las
fuentes que María Angélica Bosco supo postular y en las premisas que sembró. También
cabe una reflexión sobre la armonía con que construye el hilván de las temporalidades:
como las vibraciones de un ángel, los fantasmas que se definen casi como una
corporalidad substancial y la voz rotunda de lo humano se amalgaman, se
contradicen y se conjugan en una sola y única línea de infinitud literaria.
El hombre
inmerso en un enorme infierno personal, aún conserva la gracia de poseer
un guardián que lo protege y lo cuida en su interioridad física y moral. En
Bosco no hay condena, sólo un vía crucis individual donde se purgan los pocos o
muchos pecados cometidos en el existir corporal.
En El comedor de diario y El sótano estamos frente a dos grandes sinfonías
corales narradas por los dioses tutelares desde el comienzo hasta el
ocaso en una saga familiar de la burguesía argentina. En el comienzo de la primera
novela una familia emigra desde la zona sur de Buenos Aires para instalarse en
el barrio norte. En el instante en que el destartalado carromato cruza la avenida
Santa Fe, surge entre los viejos trastos la voz de un ser invisible a los
ojos del lector; "él" nos presenta el apellido Rossi, apellido
que fundamenta una burguesía emergida de la inmigración europea y obrera para
convertirse en un futuro de poder y dominio. Ese ser insustancial y
narrador omnisciente es un dios lar (aquellos antiguos dioses que servían
y daban amparo a generaciones familiares). Con "él" (así se define a
sí mismo), llegará "ella", pero cabalgando las sombras de los muebles
de estilo -comprados seguramente en la casa "Maple"-que albergará el
comedor de diario. Ya instalados los dioses del hogar conoceremos el
comienzo, la apoteosis.
En "el sótano" -ya no hay presupuestos
para seguir manteniendo casas de tres pisos y los otrora señores hoy se
instalan en pisos con portero y seguridad de la zona palermitana. Aquellos
nobles muebles se ven reducidos a escombros en un desván y con ellos los
dioses. Asistimos a la caída final de la burguesía argentina, ese poder
corrupto que sobrevive a pesar de sí misma. "Él" nos contará la
estructura político histórica de la dinastía y "Ella" sus avatares
existenciales.
Así
escribe esta autora, casi siempre a través de seres incorpóreos. En muchas
de sus páginas los espíritus tienen un peso inmenso en la narración. En La negra Velez y su ángel es el ángel guardián de la señora quien abre y cierra la
novela. Y Retorno a la ilusión en un
cuadro fantasmal de la vieja estancia, el narrador de la tragedia familiar
tiene la capacidad de conjugar lo inverosímil en la más vulgar
cotidianidad. En Cartas de mujeres
son ellas, las de la historia y las míticas, quienes escriben cartas: la de la
adúltera a Jesús, en la que con una gran ironía (una poética fundamental
en la mirada de la Bosco) expone que el pecado de la carne es apenas un desliz
en el transcurrir de la vida. La de Yocasta a Edipo es un anatema contra el
psicoanálisis: sus artilugios se desvanecen en la certera escritura de una
militante de la nobleza griega. La feminista carta apócrifa entre dos
personajes de la literatura: Ana Karenina de Tolstoi a la Nora de Ibsen, ambas
esclavas y liberadas, una en la muerte, la otra en el abandono del hogar. Las
dos integrantes de un harén constitutivo de las personalidades literarias
femeninas. La mordacidad caracteriza la carta abierta que con desprecio le
escribe Madame Bovary a su misógino artífice: Gustave Flaubert que para salvar
su integridad en un juicio que le imponen en Francia por inmoralidad, declara
que la novela es moral ya que expone la degradación que es capaz de producir la
mujer en la sociedad. Este artilugio perverso le sirve para ser perdonado
y la pobre Emma se convierte así en la primera gran víctima
literaria del siglo XIX; además de muchas otras, que a lo largo de las
cartas van desgranando sus declaraciones de derechos. Y en Carta abierta a judas es la misma autora
la que trasciende las fronteras de la historia para exponerse ante judas e
indagar sobre los grandes conflictos que trajo aparejado el cristianismo y la
culpa que se acarrea por esto. En el relato se interroga a ese ser tan vilipendiado
a lo largo de dos mil años. Sin duda es la novela más crítica y despiadada que
haya emergido de la literatura epistolar argentina. Y es esta forma de narrar,
la epistolar, la que modifica la relación con el otro. Permite
decir cosas que habitualmente no se dicen cara a cara, porque se carece de las
posibilidades o de la fluidez para hacerlo. En ese sentido el texto
lo grita en el juego entre la primera y la segunda persona. Los textos construidos
en base a cartas son pocos en nuestra narrativa: María Angélica Bosco ejerció
en la elaboración de la misiva, una frondosidad estructural casi única en la
escritura de mujeres en la literatura argentina.
En el
terreno del ensayo, tiene un trabajo muy elaborado sobre un gran poeta que no
pocas veces fue menospreciado por la "elite" intelectual: Evaristo Carriego.
En este trabajo se advierte la necesidad de avanzar más allá de la mera
biografía y se analizan sus poemas. Bosco indaga sobre esa condición tan
ambigua de la poesía de barrio y rescata de la vulgarmente llamada escritura para costureras, una esencia
anímica y emocional que muy pocos artistas han logrado. A lo largo de los
años la intelectualidad argentina ha delegado y menospreciado la escritura de
la mujer. Los simposios o las mesas de discusiones sobre las escritoras han
sido muy escasas. La lista sería larga, pero quiero recordar con una vieja
pluma de ganso a esas grandes olvidadas. Algunos nombres que hoy suenan “a
dinosaurio” pero resuenan en el espíritu con el placer de antiguas lecturas de
variada índole: Pilar de Lusarreta, Susana Calandrelli, Silvina Bullrich,
Beatriz Guido, Luisa Mercedes Levinson, Syria Poletti, María Granata, María Luisa
Rubertino y sin ir muy lejos, quien acaba de fallecer María Esther Vázquez y
solo mereció en los diarios un mero recuadro. Las nombradas y muchas más
deberían ser estudiadas en profundidad y con respeto. Sin lugar a
dudas María Angélica Bosco merece una revisión muy seria de su escritura y
figurar en el lugar que siempre se le ha negado: estar entre las grandes
escritoras nacionales.
*Ernesto Hollmann: nacido en Buenos Aires el 23 de septiembre de 1947. Hizo crítica de cine para las revistas Siete Días, Biógrafo y El Porteño. Ha publicado Hierofanía de Samael (poemas), editado por Faro en 1992. Fue integrante del FLH en los años '70, participó en el año 2008 de la película "Rosa Patria", de Santiago Loza, dedicada a la vida y la poesía de Néstor Perlongher. Se han publicado, además 12 poemas suyos en la antología Poesía Gay de Buenos Aires-Homenaje a Miguel Ángel Lens, de Acercándonos Ediciones.
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