La última afeitada
Los espejos reflejan imágenes que no siempre se ajustan a la realidad, muestran lo que queremos imaginar o lo que no queremos ver. Libro de arena publica escritos acerca de ese objeto casi mágico, que dobla lo real, lo multiplica, lo hace infinito.
Por Fernando Barragan
Recién duchado, se
paró frente a la pileta. Con la mano izquierda (en la derecha tenía la pistola)
acomodó el aerosol de espuma y la maquinita de afeitar al lado de la canilla,
después desempañó el espejo. En el reflejo, por la puerta del baño
entreabierta, vio que ella todavía estaba remoloneando en la cama. Giró para
verla directamente y murmuró Anahí. Después volvió la vista al espejo; detrás
de su otro yo colgaba del perchero un toallón que tenía bordado un nombre; íhanA.
A modo
de último chiste estúpido, le dijo a su reflejo vos debes ser nóeL.
Se puso el arma en
la sien y gatilló. Pero no oyó nada. Sólo vio volar los sesos de su imagen, que
ensangrentaron la cortina de plástico, y enseguida el cuerpo cayendo de
espaldas sobre el bidet. No sintió ningún dolor y, aunque no pudo verla,
imaginó su cara de desconcierto porque, a él, el tiro no le salió.
Como en un
televisor puesto en mute, vio cómo íhanA
entraba desesperada, descubría el cadáver de nóeL, se arrodillaba y lo abrazaba
llorando con la boca tan abierta, que podía oírla con los ojos. El sonido de un
bostezo lo sacó del estupor; Anahí se desperezaba, en cuestión de segundos entraría al baño. Sin
sacar la vista del espejo, envolvió el arma en el toallón mojado y la dejó a un
costado de la pileta, estiró el brazo izquierdo y abrió a pleno el agua
caliente de la ducha. Mientras íhanA marcaba frenética en el celular, ella, su
muerto y su dolor se fueron empañando con el vapor. De repente, se encontró con los ojos de Anahí que se había
colado entre la pileta y él. Ella le acarició los hombros, bajó por los brazos
y tomándole las manos le dio un beso que
fue menos que un pico, pero más que un roce, me preparaste la duchita, mi León, se sacó la bata y entró en la
ducha.
León se quedó
mirando el espejo mientras con un dedo se tocaba la sien y después los labios. Después
de repetir el movimiento varias veces apoyó la mano en el toallón y giró la
cabeza hacia la ducha para ver cómo el agua jabonosa corría por el cuerpo de
Anahí ¿Te acordás lo que te dije ayer, antes de que nos negaran el préstamo?
Ella dejó que la lluvia le sacara el shampoo que le escurría por la cara. Sí, esa pavada de que si nos iba mal, te
matabas o te dejabas la barba.
León se puso el
toallón mojado bajo el brazo, guardó la espuma y la maquinita y le dio la
espalda al espejo hecho nube.
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