24 de agosto de 1899

El sábado pasado se conmemoró el Día del Lector. Fue fijado el 24 de agosto en homenaje al nacimiento de Jorge Luis Borges, del cual se cumplieron 120 años. En este texto, Julieta Pinasco recuerda su historia como lectora del gran escritor argentino.




Por Julieta Pinasco*

Llegué a Borges tarde. En la biblioteca de mi casa paterna no estaba. Mis padres comunistas leían a Bretón, Lorca, Hernández, Alberti, Éluard, Neruda y González Tuñón, y esa fue la poesía que nutrió mi adolescencia.
Sin embargo, a los 16, mi padre me trajo Luna de enfrente y Fervor de Buenos Aires en una edición ilustrada de Emecé que todavía tengo, pero que no me entusiamó porque yo era una adolescente emotivamente intensa y la literatura del "viejo" entonces me helaba el alma.
Un día- que me gustaría haber fijado en el calendario de mis epifanías personales, pero que, por esos azares del destino, se diluye en el devenir de los tiempos- lo leí. Nunca más pude abandonarlo.
Con mi primer incentivo docente, compré sus Obras Completas y me leí de un tirón los cuatro tomos, lápiz en mano.
En 1999 -centenario de su nacimiento- armé un inmenso laberinto de papel de escenografía en el patio de una escuela. Tan inmenso que vino un padre arquitecto a ayudarme a levantarlo con una cuadrícula de alambres por el techo de los que colgué los papeles de escenografía que fui pegando entre sí (y en el piso) para armar las paredes de un largo pasillo con vueltas y recodos. El laberinto era un recorrido de trabajos hechos por los chicos de todo el colegio de primero a quinto año que tenía un centro en una sala. Había impreso "La biblioteca de Babel" en una tira, los chicos habían dibujado precisos frentes de bibliotecas en papel afiche con los que empapelamos toda la sala, del techo al piso, de manera tal que uno entraba y era como estar en una pareja biblioteca y, encima, le habíamos pegado la cinta del cuento en una espiral del piso al techo por las cuatro paredes. No eran aún épocas de celulares así que no tengo ni una sola foto del momento, pero fue hermosamente importante en mi vida porque me di cuenta de la furia vital que me habitaba.
El 11 de enero de 2017, desde Marsella, viajé a Genève solo para estar junto a su tumba. En un pequeño cementerio cubierto de nieve deambulé desesperada en un caos de lápidas hasta que el azar lo puso a mis pies. Estuve allí más de una hora hablando con él. Me fui caminando en círculos para que no se sintiera solo de golpe, otra vez.
De todos sus poemas quiero especialmente "Los justos" porque en él mi ideología y la de Borges se tocan, se acarician y se hacen una. Querido viejo, solo faltó que te incluyeras en el texto. 

Un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.


En: La Cifra (1981) 


*Julieta Pinasco es docente, lectora voraz, y editora de libros de texto y de literatura infantil y juvenil.  


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