Acerca de Dingo, o Historia de un primer amor

No hay nada mejor que encontrarse con la novela justa, en el momento justo. Esta, escrita en un remoto lugar de la Rusia comunista, trascendió épocas y geografías para impactar en la preadolescencia de la autora del artículo.




Por Laura Ávila

Cuando tenía doce años, uno de mis libros más queridos era Dingo, o Historia de un primer amor, de Ruvim Fraerman. Mi papá lo había visto en una batea de usados de la librería Libertador, y lo compró para mí.

Es un texto ruso. No solo por la nacionalidad del autor, sino porque realmente lo editaron en Rusia, en una misteriosa publicación “en lenguas extranjeras”. En la portadilla venía un aviso para el lector:

“La editorial le quedará muy reconocida si le da a conocer usted sus impresiones acerca del libro, la traducción, presentación e impresión del mismo. Nuestra dirección: Zúboski bulvar, 21, Moscú (URSS).” 


Durante años estuve tentada de escribirles, pero al final nunca lo hice.
El libro es una pieza exquisita por donde se lo mire. No aparece el año de impresión por ningún lado. Las hojas son finitas y tiene una sola ilustración en la primera página. Todavía lo tengo y cada tanto lo releo, encontrándolo igual de hermoso.

La historia sucede a fines de la década de 1930 y habla de Tania, una niña que vive con su madre en un pueblo cercano a la Siberia. El mejor amigo de Tania es Filka, un niño guiliako, de la etnia de los mongoles. Los dos tienen once años y pasan el verano en el campamento de los pioneros, un camping de las juventudes comunistas rusas.

Filka sabe pescar y le convida bremas crudas a Tania. Sabe manejar una traílla de perros y se la presta; su padre es un cazador que no duerme bajo techo y se abriga con pieles.

Tania no conoce  a su propio padre. Se fue cuando ella tenía meses, con otra mujer que no era su mamá.

Todo va bien hasta el primer día de clases, cuando la niña se entera de que su padre regresará al pueblo trayendo a su nueva familia, que incluye a la segunda esposa y a Kolia, un hijastro de la misma edad de Tania.

Dingo es un verdadero libro de estampas, de situaciones que se describen y se suceden para generar la atmósfera terrible, intoxicante, de un primer amor. La vida de Tania se parte en dos cuando conoce a Kolia. Lo odia con todo su corazón y lo ama al punto de abandonar su propio cuerpo al mordisco del invierno siberiano.
 
La pluma del autor consigue desarrollar con delicadeza y ternura un puente entre el pensamiento interior de la protagonista y los estados de la naturaleza. En el verano, al comienzo de la historia, Tania era clara y justa como el agua corrediza del río en donde pescaba con Filka. En invierno, ya bajo la influencia del amor que la aturde como una enfermedad, no puede ver bien las cosas, mantos de nieve gris la separaran del resto del mundo. Todo es gris, hostil, y ella huye hasta de sus amigos.

Además, está el tema del padre. De cómo Tania encaja ese deseo de conocerlo que siempre tuvo con este presente, en donde él no podrá estar con ella porque tiene otra familia.


Cuando lo leí a mis doce me sorprendió un poco el tema del divorcio, de cómo se lo tomaban en Rusia. El personaje de la madre trabajaba en un hospital, era libre y se mantenía sola con Tania ¡y todo eso en 1938!

Era linda la Rusia de preguerra. Al menos en el libro. Todos eran camaradas. Camarada cazador, camarada bedel, camarada maestra, camarada escritor… Ese clima de pujanza, esa versión romántica y naturalista de la vida separada del capitalismo también le da una magia especial al relato.

El padre de Tania se parece un poco al autor, Ruvim Fraerman. Él fue periodista, soldado, dramaturgo, escritor, y anduvo un poco por toda Rusia.
En una misión del ejército le tocó vivir muchos años en los pueblos de la Siberia.  Escribió para todos los públicos, pero dicen que su libro es este. Un libro para niños.


Hicieron una película en 1962, una cinta de planos muy bellos que cambia cazadores por pescadores y tiene un perfume a nouvelle vague.

Pero es mejor el libro, y por eso se los recomiendo. Si queda algún camarada editor de las publicaciones rusas en lenguas extranjeras, ojalá lea estas palabras: vienen a ser la carta que nunca les escribí para agradecerles una pequeña obra de arte. 


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