Mariana Enriquez y el nuevo terror argentino
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Esta semana Patti Smith recomendó en su cuenta de Instagram Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enriquez. Con esta nota para La Nación, Elvio Gandolfo reconoce a la autora que recientemente ganó el Premio Herralde 2019 con su novela Nuestra parte de noche, como una referente indiscutido del resurgir del género del terror en la literatura argentina.
De pronto, en los últimos años parecieron multiplicarse las huellas en la literatura argentina de un florecer del género popular menos favorecido por críticos o academias: el terror. Con algún rastro aislado en Samanta Schweblin (Distancia de rescate), se volvió insistencia y exploración en otros como Luciano Lamberti (La casa de los eucaliptus, La maestra rural y ahora La masacre de Kruguer) y, sobre todo, Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973), que se proyectó con dos libros iniciales de cuentos (Los peligros de fumar en la cama, Las cosas que perdimos en el fuego) para verse al fin coronada con el premio Herralde por Nuestra parte de noche, un esfuerzo monumental de más de 650 páginas.
En las raíces de la literatura argentina, sin embargo, hay ya un antecedente del terror literario. Se trata de "El matadero", de Esteban Echeverría, relato escrito entre 1838 y 1840, pero publicado recién en 1871. En él hay una atmósfera pesada, tensa, cargada literalmente de sangre, que incluye una escena casual y macabra donde un niño muere degollado por un lazo. Ambientado en la ciudad de Buenos Aires, está pensado para demostrar la crueldad de la dictadura rosista y ensalzar el valor de un unitario agredido hasta la violación.
Horacio Quiroga tiene en "La gallina degollada", ya en el siglo XX, un ejemplo magnífico de la misma tensión, en este caso biológica: hermanos con una enfermedad hereditaria que los disminuye y que terminan ahogando en sangre a la hermana bella, inteligente, ejemplar.
Otros ejemplos de terror vernáculo: la presencia a la vez progresiva e imposible de esquivar de la muerte en un cuarto de hotel compartido está ejecutada con mano firme por Bernardo Kordon en su clásico "Hotel Comercio". En "El otro duelo", de Jorge Luis Borges, dos soldados condenados a muerte son degollados "de parados" y obligados a correr después una carrera para ver quién dura más. En Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sabato, "Informe sobre ciegos" tiene un funcionamiento propio en su versión alucinada de una vasta conspiración de no videntes. Hay también relatos ligados al género en Antonio Di Benedetto, Abelardo Castillo, Amalia Jamilis, Lázaro Covadlo, C. E. Feiling, Carlos Chernov, Osvaldo Lamborghini, Ana María Shua, Gustavo Nielsen y muchos otros.
Dos autores muy distintos, en época, tono y hasta idioma, hablaron de lo que está en la base misma de esta categoría literaria: el miedo. "Nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido", escribió Elias Canetti en Masa y poder. "Desea saber quién es el que lo agarra; quiere reconocer o, al menos, poder clasificar. El hombre elude siempre el contacto con lo extraño". Uno de los maestros del horror en literatura, H. P. Lovecraft, parece reflejar como un espejo, muchos años antes, a Canetti: "La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido".
En Nuestra parte de noche, la novela de Enriquez, hay varias escenas en que la mano de un personaje es tomada por otra mano ignota, tal vez una garra, en la oscuridad. Pero en conjunto, la novela mezcla aguas de diverso tipo e incluso distintas velocidades en la narración. Parte del entorno argumental ya había sido tratado por la autora en cuentos en que figuraba el viaje por rutas "cargadas" del Noreste argentino o el clásico de la casa embrujada, renovado con eficacia.
El centro de la tensión es el vínculo entre un padre y un hijo, Juan y Gaspar. Ambos forman parte de una estrecha red de violencia, celos y excesos por parte de familias pudientes vinculadas con una Orden que se pone en contacto con la Oscuridad. En numerosos tramos, el fondo es la crueldad extrema de la dictadura militar, a la que la Orden parece oponer una falta de límites aún mayor.
La novela está escrita en forma de fajas sucesivas: el largo viaje en auto, los datos sobre la Orden y algunos indicios macabros sobre el momento en que durante una ceremonia desciende la Oscuridad, que gusta de la mutilación. Otro bloque se centra en un hecho concreto ocurrido en una casa embrujada más grande por dentro que por fuera, que perseguirá en el tiempo a la "barra" de chicos y chicas que entran en ella (un poco al estilo de It de Stephen King). Hay tramos de angustia extrema. En otros, en cambio, esa tensión acumulada se dispersa. Un ejemplo es el capítulo sobre el mundo de ácido, música y sexo del Londres de los años 60 o las páginas dedicadas a una ciudad castigada por el sida.
En sus libros de cuentos Enriquez demostró ser una diestra practicante del género. Aquí también, aunque un impulso goloso por abarcarlo todo momentáneamente la distrae. El impulso generador, sin embargo, es complejo y generoso, y su propia dinámica termina por poner límites. Un ejemplo fulgurante de lo que puede alcanzar Nuestra parte de noche es el capítulo "El pozo de Zañartú, por Olga Gallardo, 1993". Allí se mezclan plenamente la escritora con la periodista (oficio del personaje y de Mariana Enriquez), la dictadura y el terror de la Oscuridad. El acierto repercute positivamente en páginas posteriores, y le da peso al último extenso capítulo, en particular a su acelerado, comprimido final.
La masacre de Kruguer, de Luciano Lamberti (San Francisco, 1978), otro exponente del terror actual, está en el extremo opuesto. Se basa en un solo tema, el que da título al libro. Y lo hace con un tono de informe múltiple, escalofriante. Kruguer no llega siquiera a pueblo, tiene apenas cien habitantes. Pero es prolijo, germano, turístico. Sin embargo, ya en los meses anteriores al estallido total, incomprensible de violencia, muchos sentían que "pasaba algo raro en Kruguer". La excusa de un meteorito caído hace cuatrocientos años es demasiado débil como para tenerla en cuenta: es un "McGuffin", aquel recurso con que Hitchcock distraía para poner una trama en marcha. Las muertes serán casi totales, espantosas, pero narradas con un lenguaje escueto. La visión de los personajes es ácida, satírica, impiadosa. La masacre de Kruguer trae a la memoria además otro registro: el cómic.
Un dato curioso es el modo en que tanto Enriquez como Lamberti ejercen un terror colectivo con decenas de personajes, algo infrecuente en la literatura argentina. Es también parte de su potencia y originalidad.
Nuestra parte de noche
Mariana Enriquez
Anagrama, 2019.
Fuente: La Nación
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