El amigo, de Sigrid Nunez

El amigo es una novela de Sigrid Nunez narrada en segunda persona. Una escritora le escribe a su mejor amigo, que ha muerto repentinamente. En este fragmento del capítulo 8, (una escena de lectura al perro que recibió como "herencia"), se advierte que además de la despedida personal, la narradora se despide de un modo de leer y de enseñar literatura.

“De la pila de libros de la mesa baja, escojo las Cartas a un joven poeta, de Rilke, un libro obligatorio en uno de mis cursos. Lo abro y comienzo a leer en voz alta. Tras unas cuantas páginas, Apollo dibuja la sonrisa de boca entreabierta que suelen lucir otros perros a todas horas, pero raramente –cosa preocupante- él. Mientras sigo leyendo se baja al suelo, me cubre los pies y se apoya en mis espinillas. Relaja la cabeza sobre las patas y me mira cada vez que paso una página. La posición de sus orejas cambia como respuesta a mis inflexiones vocales. Me recuerda a mi conejo mascota acuclillado junto al altavoz. Pero Apollo nunca parecía disfrutar de la música que le ponía a él, nunca se sentía tan apaciguado – ni por la música ni por el masaje- como parece estarlo ahora.  
Así que sigo leyendo tan claramente y con tanta expresividad como lo haría para alguien que comprendiese cada palabra. Y yo también lo encuentro relajante: la prosa lírica en mi boca, el gran cálido peso que se mueve suavemente sobre mis pies y piernas.
Conozco bien este librito: diez cartas dirigidas a un estudiante que le escribió a Rilke para pedirle consejo, cuando el propio Rilke no tenía más que veintisiete años. La octava carta contiene su famosa visión del mito de la bella y la bestia: Quizá todos los dragones de nuestra visa sean princesas que solamente esperan vernos alguna vez actuar con belleza y valor. Quizá todo lo que nos asusta sea – en su más profunda esencia- algo indefenso que solo ansía nuestro amor. Palabras a menudo citadas o parafraseadas, también recientemente en un epígrafe de la película Dios blanco. Todo lo terrible es algo que necesita nuestro amor.
Cuídate de la ironía, ignora la crítica, ve a lo simple, estudia las cosas pequeñas y humildes del mundo, haz lo que te sea difícil, precisamente por ser difícil, no busques respuestas, sino más bien ama las preguntas, no huyas de la tristeza ni de la depresión porque pueden ser justo las condiciones necesarias para tu trabajo. Persigue la soledad, ante todo persigue la soledad. 
He leído los consejos de Rilke tan a menudo que me los sé de memoria.
Cuando leí esas cartas por primera vez -  más o menos con la misma edad que Rilke tenía cuando las escribió-, sentí que habían sido escritas tanto para mí como para su remitente, que todos esos maravillosos consejos estaban destinados a cualquiera que quisiese convertirse en escritor. 
Pero ahora, a pesar de que la escritura me puede parecer más bella que nunca, no puedo leerla sin sentir cierto desasosiego. No puedo olvidarme de mis estudiantes, que no sienten en absoluto lo que el Joven Poeta debió de sentir cuando las recibió en la primera década del siglo pasado. Ellos no sienten lo que sentimos nosotros cuando nos mandaste leer ese libro, tres cuartos de siglo más tarde junto a la novela autobiográfica de Rilke Los apuntes de Malte Laurids Brigge. Ellos no sienten que Rilke les está hablando. Al contrario: lo acusan de excluirlos. Dicen que es mentira que la escritura sea una religión que requiera la devoción de un sacerdote. Dicen que eso es ridículo.
Cuando les cuento el mito sobre la muerte de Rilke, cómo se llegó a decir que el comienzo de su enfermedad mortal ocurrió al pincharse la mano con la espina de una rosa – esa flor que lo obsesionaba y que era un símbolo tan trascendental en su obra- emiten un quejido y un estudiante no puede parar de reír.
Hubo una época en que los escritores jóvenes – al menos los que nosotros conocíamos- creían que el mundo de Rilke era eterno. Estoy de acuerdo con mis estudiantes en que ese mundo ha desaparecido, pero a su edad, a mí no se me habría ocurrido que podría desaparecer, y mucho menos mientras yo estuviera viva.
Nada genera más ansiedad que la afirmación de Rilke cuando dice que si una persona siente que puede vivir sin escribir no debería escribir en absoluto. ¿Debo escribir? es la pregunta que le insta a formularse al estudiante en la hora más silenciosa de su noche. Si te prohibieran escribir, ¿te morirías? (Palabras que Lady Gaga se toma a pecho, o al menos a bíceps, que es donde las tenía en versión alemana original, tatuadas).
Debemos amarnos unos a otros o morir es como otra poeta terminó una vez una estrofa del que se convertiría en uno de los poemas más famosos del mundo. Pero el autor de “Septiembre, 1, 1939” llegó a despreciar ese poema y se sentía tan molesto por la obvia falsedad de ese verso en particular que, antes de permitir que reimprimieran el poema en una antología insistió en que debía ser revisado: Debemos amarnos unos a otros y morir. Y todavía más adelante, aún con recelo, pese a la corrección, renunciar a todo el poema – irremediablemente corrompido en su cabeza – por completo.
Pienso en esta anécdota sobre Auden.
Pienso en que hubo un tiempo en el que tú y yo creíamos que escribir era lo mejor que queríamos confiar en hacer con nuestras vidas, (La mejor vocación del mundo, Natalia Ginzburg.)
Pienso en cómo habías empezado a contarles a tus estudiantes que si hubiera algo más que pudieran hacer con sus vidas en vez de convertirse en escritores, cualquier otra profesión, deberían hacerlo.”


El amigo
Sigrid Nunez
Anagrama, 2018.

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