Spinetta, Ruido de magia
Hoy se celebra el día nacional del músico/a, en homenaje al
nacimiento de Luis Alberto Spinetta, que cumpliría 70 años. En su biografía oficial, Spinetta; Ruido de magia, editada por
Planeta el año pasado, Sergio Marchi reconstruye la vida del músico a través
del relato de familiares y músicos que lo acompañaron a lo largo de su carrera. En este fragmento del libro, su hermana Ana lo recuerda con dos anécdotas que reflejan la niñez del músico en el barrio del Bajo Belgrano.
Aquella mañana, casi mediodía, Julia, Luis Santiago y sus dos hijos abordaron el trolebús conocido como “el B” y rebautizado 302 en su cabecera de Quesada y Cabildo, a pocas cuadras de su domicilio en la calle Arribeños. Julia y Ana tomaron asiento, mientras que Luis Santiago se quedó parado con su hijo a upa todo el trayecto. Luis Alberto nunca fue muy pesado, y su padre tenía cierto orgullo de su hijo varón, que por entonces contaría con tres o cuatro años, otro dato que es imposible establecer con precisión. El trolebús recorrió mansamente su trayecto por la avenida Cabildo, desviándose hacia la izquierda por Dorrego, esquivando así la barrera ferroviaria para tomar el tramo final de Luis María Campos hasta su desembocadura en la avenida Santa Fe.
Cuando estaba por llegar a destino, Luis Santiago se aproximó a su mujer y le dio la bendita indicación que iba a disparar una larga cadena de cosas: “Preparate, Julia. Ya bajamos”. No alcanzó a terminar la oración que su hijo Luis Alberto se apoderó de la voz cantante y entonó un tanguito, a capella, y sin la menos vacilación: “Preparate pa’l domingo/ si querés cambiar tu yeta/ tengo una rumbiada papa que pagará gran sport./ Me asegura mi datero/ que lo corre una muñeca/ y que paga por lo menos treinta y siete el ganador”. Era un tango burrero que integraba el repertorio de Carlos Gardel y que Luis Alberto había escuchado varias veces de boca no solo de su padre, cuyo repertorio integraba cuando cantaba en la radio, sino también aleccionado por su tío Oscar, que vivió un tiempo con ellos en Arribeños y que tenía encima mucha noche, mucho tango y mucho piringundín.
“Luis comenzó a cantar a todo vapor -cuenta su hermana Ana-, y cuando terminó lo aplaudió todo el pasaje del trolebús. ¡No sabés cómo cantaba! Yo te puedo asegurara que ese fue su primer show”.
Cuando estaba por llegar a destino, Luis Santiago se aproximó a su mujer y le dio la bendita indicación que iba a disparar una larga cadena de cosas: “Preparate, Julia. Ya bajamos”. No alcanzó a terminar la oración que su hijo Luis Alberto se apoderó de la voz cantante y entonó un tanguito, a capella, y sin la menos vacilación: “Preparate pa’l domingo/ si querés cambiar tu yeta/ tengo una rumbiada papa que pagará gran sport./ Me asegura mi datero/ que lo corre una muñeca/ y que paga por lo menos treinta y siete el ganador”. Era un tango burrero que integraba el repertorio de Carlos Gardel y que Luis Alberto había escuchado varias veces de boca no solo de su padre, cuyo repertorio integraba cuando cantaba en la radio, sino también aleccionado por su tío Oscar, que vivió un tiempo con ellos en Arribeños y que tenía encima mucha noche, mucho tango y mucho piringundín.
“Luis comenzó a cantar a todo vapor -cuenta su hermana Ana-, y cuando terminó lo aplaudió todo el pasaje del trolebús. ¡No sabés cómo cantaba! Yo te puedo asegurara que ese fue su primer show”.
(...)
En 1960, comenzó cuarto grado en la Escuela N°20 del Consejo Escolar 10 que hoy se llama Vicealmirante Vicente Montes, en Congreso y Montañeses y que en aquel momento tenía otro nombre que nadie recuerda hoy. A la hora de entrar a la educación formal, Luis ya sabía leer y escribir porque monitoreaba todos los movimientos de su hermana y cuando Julia se sentaba a la mesa con ella para explicarle algo, Luis prestaba atención. “Como a mí no me entraba todo muy rápido -dice Ana-, él tenía tiempo para aprender. Cuando mi mamá o mi papá se ponían conmigo para que hiciera los deberes, Luis cazaba todo al vuelo. Una inteligencia terrible”. Ya cursaba quinto grado cuando un día dieron de tarea para el hogar escribir un poema dedicado a Domingo Sarmiento. Al día siguiente Luis entregó un texto de una excelencia tal que llegó al Consejo Escolar, que obligó a que todos los alumnos de séptimo grado del Consejo tuvieran que copiarlo. Entre ellos, Ana María Spinetta que se topó con la ironía del destino, porque al fastidio y el orgullo de tener que copiar la poesía de su hermano, le sumó el claro recuerdo de su voz rezongando cuando iban juntos a la escuela: “La puta que lo parió a Sarmiento: ¡Por qué habrá inventado el colegio?”.
En 1960, comenzó cuarto grado en la Escuela N°20 del Consejo Escolar 10 que hoy se llama Vicealmirante Vicente Montes, en Congreso y Montañeses y que en aquel momento tenía otro nombre que nadie recuerda hoy. A la hora de entrar a la educación formal, Luis ya sabía leer y escribir porque monitoreaba todos los movimientos de su hermana y cuando Julia se sentaba a la mesa con ella para explicarle algo, Luis prestaba atención. “Como a mí no me entraba todo muy rápido -dice Ana-, él tenía tiempo para aprender. Cuando mi mamá o mi papá se ponían conmigo para que hiciera los deberes, Luis cazaba todo al vuelo. Una inteligencia terrible”. Ya cursaba quinto grado cuando un día dieron de tarea para el hogar escribir un poema dedicado a Domingo Sarmiento. Al día siguiente Luis entregó un texto de una excelencia tal que llegó al Consejo Escolar, que obligó a que todos los alumnos de séptimo grado del Consejo tuvieran que copiarlo. Entre ellos, Ana María Spinetta que se topó con la ironía del destino, porque al fastidio y el orgullo de tener que copiar la poesía de su hermano, le sumó el claro recuerdo de su voz rezongando cuando iban juntos a la escuela: “La puta que lo parió a Sarmiento: ¡Por qué habrá inventado el colegio?”.
Spinetta; Ruido de magia
Sergio Marchi
Planeta, 2019.
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