70 años del estreno de La cantante calva, de Eugene Ionesco

Eugene Ionesco fue una de las voces dramáticas mas importantes del "teatro del absurdo", que se caracterizó por enfrentar a los espectadores a la insignificancia de la vida humana, a la que ya se había referido Albert Camus en El mito de Sísifo. En ese marco, también se destacaba la imposibilidad de comunicación. Hoy se cumplen 70 años del estreno de la primera obra de Ionesco, La cantante calva. Recordamos ese aniversario con un fragmento la primera escena de este gran clásico del absurdo.


ESCENA I 
Interior burgués inglés, con sillones ingleses. Velada inglesa. El señor SMITH, inglés, en su sillón y con sus zapatillas inglesas, fuma su pipa inglesa y lee un diario inglés, junto a una chimenea inglesa. Tiene anteojos ingleses y un bigotito gris inglés. A su lado, en otro sillón inglés, la señora SMITH, inglesa, remienda unos calcetines ingleses. Un largo momento de silencio inglés. El reloj de chimenea inglés hace oír diecisiete toques ingleses. 

SRA. SMITH: 
– ¡Vaya, son las nueve! Hemos comido sopa, pescado, patatas con tocino, y ensalada inglesa. Los niños han bebido agua inglesa. Hemos comido bien esta noche. Eso es porque vivimos en los suburbios de Londres y nos apellidamos Smith. 

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua). 

SRA. SMITH: 
– Las patatas están muy bien con tocino, y el aceite de la ensalada no estaba rancio. El aceite del almacenero de la esquina es de mucho mejor calidad que el aceite del almacenero de enfrente, y también mejor que el aceite del almacenero del final de la cuesta. Pero con ello no quiero decir que el aceite de aquéllos sea malo. 

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua). 

SRA. SMITH: 
– Sin embargo, el aceite del almacenero de la esquina sigue siendo el mejor. 

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua). 

SRA. SMITH: 
– Esta vez Mary ha cocido bien las patatas. La vez anterior no las había cocido bien. A mí no me gustan sino cuando están bien cocidas. 

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua). 

SRA. SMITH: 
– El pescado era fresco. Me he chupado los dedos. Lo he repetido dos veces. No, tres veces. Eso me hace ir al retrete. Tú también has comido tres raciones. Sin embargo, la tercera vez has tomado menos que las dos primeras, en tanto que yo he tomado mucho más. Esta noche he comido mejor que tú. ¿Cómo es eso? Ordinariamente eres tú quien come más. No es el apetito lo que te falta. 

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).    




SRA. SMITH: 
– No obstante, la sopa estaba quizás un poco demasiado salada. Tenía más sal que tú. ¡Ja, ja! Tenía también demasiados puerros y no las cebollas suficientes. Lamento no haberle aconsejado a Mary que le añadiera un poco de anís estrellado. La próxima vez me ocuparé de ello. 

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).    

SRA. SMITH: 
– Nuestro rapazuelo habría querido beber cerveza, le gustaría beberla a grandes tragos, pues se te parece. ¿Has visto cómo en la mesa tenía la vista fija en la botella? Pero yo vertí en su vaso agua de la garrafa. Tenía sed y la bebió. Elena se parece a mí: es buena mujer de su casa, económica, y toca el piano. Nunca pide de beber cerveza inglesa. Es como nuestra hijita, que sólo bebe leche y no come más que gachas. Se ve que sólo tiene dos años. Se llama Peggy. La tarta de membrillo y de fríjoles estaba formidable. Tal vez habría estado bien beber, en el postre, un vasito de vino de Borgoña australiano, pero no he llevado el vino a la mesa para no dar a los niños un mal ejemplo de gula. Hay que enseñarles a ser sobrios y mesurados en la vida. 

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua). 

SRA. SMITH: 
– La señora Parker conoce un almacenero rumano, llamado Popesco Rosenfeld, que acaba de llegar de Constantinopla. Es un gran especialista en yogurt. Posee diploma de la escuela de fabricantes de yogurt de Andrinópolis. Mañana iré a comprarle una gran olla de yogurt rumano folklórico. No hay con frecuencia cosas como ésa aquí, en los alrededores de Londres. 

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua). 

SRA. SMITH: 
– El yogurt es excelente para el estómago, los riñones, el apéndice y la apoteosis. Eso es lo que me dijo el doctor Mackenzie-King, que atiende a los niños de nuestros vecinos, los Johns. Es un buen médico. Se puede tener confianza en él. Nunca recomienda más medicamentos que los que ha experimentado él mismo. Antes de operar a Parker se hizo operar el hígado sin estar enfermo. 

SR. SMITH: 
– Pero, entonces, ¿cómo es posible que el doctor saliera bien de la operación y Parker muriera a consecuencia de ella? 

SRA. SMITH: 
– Porque la operación dio buen resultado en el caso del doctor y no en el de Parker. 

SR. SMITH: 
– Entonces Mackenzie no es un buen médico. La operación habría debido dar buen resultado en los dos o los dos habrían debido morir. 

SRA. SMITH: 
– ¿Por qué? 

SR. SMITH: 
– Un médico concienzudo debe morir con el enfermo si no pueden curarse juntos. El capitán de un barco perece con el barco, en el agua. No le sobrevive. 

SRA. SMITH: 
– No se puede comparar a un enfermo con un barco.

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