El juego de la palabra
Los libros cambian a las personas. Los libros tienen poderes mágicos. A veces ayudan a pensar problemas y a resolver las situaciones usuales de otra forma, o a lidiar con ellas. Pero siempre dejan algo tras su lectura. Nadie que haya tenido el privilegio de que le leyeran desde niño puede ser indiferente a los libros, a su valor de transformar la mirada. Libro de arena publica una nota personal a propósito de la lecctura del libro infantil Orejas de mariposa de Luisa Aguilar.
Por Gabriela Mosca
¿Quién
dijo que a los chicos no les gusta leer, que no leen, que les aburre un libro,
que solo les interesa lo que viene en forma de pantalla? ¡Es mentira! Seguramente
eso pasa cuando no ven que sus padres leen, que también disfrutan de un libro,
que se entusiasman, ríen y se emocionan vivamente leyendo; o cuando tampoco les
leen a ellos sus libritos y proponen ese encuentro como el momento único que
es. El momento para escuchar, atender, imaginar a partir del relato, el momento
de pensar cómo es ese mundo de fantasía hilvanado en palabras. Los chicos son
en realidad ávidos lectores que se hacen con el tiempo, a los que hay que
descubrir. Pero eso ocurre cuando tienen la oportunidad de formar ese gusto;
cuando alguien, sus padres u otras personas, da lugar a ese espacio. A ese
lugar entramos todos alguna vez de la mano de otro lector que nos dio la
bienvenida y que nos acompañó. Es indudable que eso es así. Mi hijito, que
apenas está en preescolar, se vuelve otro cuando llega la hora de contar un
cuento, de leer un libro, de jugar a los juegos que inventamos cuando ese
espacio se abre. Cuando ese espacio se abre en la casa, muchas veces antes de
la hora de irse dormir, la casa y el mundo se transforman, el mundo ya no es lo que era. Es
totalmente otro. No hay nada ni nadie alrededor, excepto nosotros, yo leyendo,
él escuchando. Sus ojitos se abren
voraces, se hacen más redonditos, esperando que detrás de la tapa nos
sumerjamos de golpe en lo que va a venir, que siempre es fabuloso. Nuestro juego
preferido es lo que él llama el juego de las preguntas. Este juego lo empezamos
como quien no quiere la cosa, de a poco, con el devenir de los días y las noches.
El juego es contestar las preguntas que le hacemos al cuento.
Cuanto mejor se
contestan el jugador gana la posibilidad de hacer él las preguntas que yo debo
contestar. Al principio sirvió para hacer que se concentrara en la historia, a
ver cuánto recordaba de lo que le había leído. Después se fue convirtiendo en
una verdadera batalla de preguntas cada vez más detallistas, más agudas y más
pícaras, engañadoras, para despistar y desafiar al otro. Y así le fuimos
agregando a cada cuento miles de posibles explicaciones e imaginaciones sobre
las cosas que se contaron. El último libro que nos entretuvo es Orejas de mariposa. La historia de Mara
que tiene unas orejas enormes y hace con ellas un universo de frases que la
describen y que la nombran a partir de sus orejotas es fascinante para ambos. Mara
repite lo que dicen de ella por sus orejas, que son llamativas y diferentes de
las del resto de sus amigos. Le consulta a su mamá si ella piensa que son
enormes. “Son orejas de mariposa”, le responde su madre. E inspirada en esa
fuerza, la de esa respuesta que mágicamente convierte la realidad, la nena
juega a ver todo de otra manera. Cada cosa que hace Mara y que resulta rara o
diferente tiene su respuesta, que siempre es imaginativa. A cada comentario de
sus amigos Mara inventa una respuesta fantasiosa: si tiene una media rota, no
es que está rota, sino que su dedo es muy curioso y se asoma; si sus zapatos
son “viejos”, ella lo niega, se hacen viajeros; si sus libritos son “usados”,
en realidad ella no los ve así, y dice que “muchas manos los han acariciado”. Todo
el mundo de Mara saca ventaja de la diferencia, de esa que a los chicos les
molesta cuando se hace notar y llama la atención de los otros para la burla. La
historia de Mara es bella por lo que cuenta, por cómo lo hace la autora, Luisa
Aguilar. Al final Mara se hizo más fuerte y ya no le importa ser una orejotas
porque aunque no sean orejas de mariposa ella puede verlas así si quiere. Sobre
todo esto preguntamos y contestamos y nos divertimos viendo a ver quién se
acuerda más de lo que leímos en ese juego interminable que armamos con los
libros.
Orejas de mariposa
Luisa Aguilar
Buenos Aires,
Kalandraka, 2007
Gabriela Mosca* tiene un
local de ropa femenina en Villa Urquiza. Disfruta de llevar a su hijo al teatro,
al cine y a la plaza todo lo que puede, además de leer con él.
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