En compañía de Rulfo
Pedro Páramo
aborda con singular poder de síntesis las cuestiones del orden social, el
poder, la dominación, así como también las de la infelicidad y felicidad de los
individuos. A sesenta años de la publicación de la breve novela del escritor
mexicano Juan Rulfo, Libro de
arena publica un artículo de María Pía Chiesino en conmemoración
de uno de los textos que integran el corpus del llamado boom de la literatura
latinoamericana.
Por
María Pía Chiesino
Esta semana se cumplen
sesenta años de la publicación de Pedro
Páramo, una de las más importantes novelas de la literatura latinoamericana
del siglo XX. Grande, paradójicamente, a pesar de su brevedad: alrededor de
cien páginas. En muchos otros textos de la narrativa del “boom”, aparece el
personaje del dictador, o del “poderoso” del pueblo, que marca a fuego la vida
de quienes lo rodean y la historia que se relata. Asturias, Roa Bastos, García
Márquez, han publicado extensas novelas que han tenido en estos personajes, su
figura central.
Rulfo fue mucho más breve,
pero trazó su historia de manera tan magistral, que en esas pocas páginas los
lectores asistimos a la historia de Pedro Páramo desde su infancia hasta su
muerte, ya anciano.
Las voces que narran la
historia de Comala nos llegan desde la tumba. Juan Preciado, Dorotea, Eduviges
Dyada, Susana San Juan, el propio Pedro, comparten una condición que los
iguala: están muertos. Y todos murieron sin el perdón de sus pecados, y son,
por lo tanto, almas en pena.
Juan, porque llegó a
Comala, sin saber que ya se trataba de un pueblo de fantasmas. Y los demás,
porque son feligreses del padre Rentería, que estaba él mismo en pecado, (al
decir del cura de Contla), por haber permitido que el poder político destrozara
su Iglesia: “Quiero creer que todos siguen siendo creyentes; pero no eres tú el
que mantiene su fe; lo hacen por superstición y por miedo”, le dice. Y le
prohíbe la administración de los santos óleos.
Comala es entonces, un
pueblo condenado, situado “en la mera
boca del infierno”, un pueblo lleno de murmullos y de fantasmas en el que nada
es lo que parece y en el que manda “un rencor vivo”, Pedro Páramo, que está
muerto.
Cuando pensamos en las
voces de esos condenados, no podemos dejar de considerar que, aunque están
igualados por la muerte, cada uno fue quien fue y ocupó el lugar que le tocó
mientras andaba por la tierra. Un lugar signado por la desigualdad. Y esa
injusticia que los marcó en la vida, los alcanza también al morir.
Juan no eligió ser hijo
natural de Pedro Páramo y que este le negara reconocimiento. María Dyadano
eligió que su hermana se suicidara. Susana San Juan no eligió la locura.
En Comala, siempre
decide el Poder. El padre Rentería elige no pedir por el alma de Eduviges,
porque su hermana no tiene dinero para comprar el perdón. También decide no
absolver a Miguel, el único de los numerosos hijos a quien Pedro Páramo decidió
dar su apellido. Por último elige irse a la guerra cristeray abandonar a los
demás feligreses a su suerte.
Y el otro personaje que
elige y decide es Pedro, claro: “Me
cruzaré de brazos y Comala se morirá de hambre”, afirma, cuando ve que se festeja la muerte de
Susana San Juan, la única persona a la que amó en toda su vida.
En esta hermosa y
terrible novela, escuchamos las charlas bajo la tierra de estos personajes que
nos contagian su melancolía y su asfixia. Lo único que nos alivia por momentos,
son los recuerdos de la infancia del protagonista, su único lazo con la
felicidad.
A lo largo de esas cien
páginas, los lectores seguimos acompañando, como otros lo hicieron hace sesenta
años, las voces entrañables de aquellos que, después de la muerte, siguen
penando por los pecados de los poderosos.
Pedro Páramo
Juan Rulfo
México, FCE, 1955
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